Majestuoso testimonio de un poder agostado

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viernes, 6 de diciembre de 2013

El angustiante mensaje de los saqueos



Aunque se trata de un fenómeno multicausal, la ola de robos que padeció Córdoba mostró la fragilidad del contrato social y, además, los límites del nuevo estilo amigable del Gobierno


Por Pablo Mendelevich  | 



El renovado temor de que todo puede descomponerse de un momento a otro y la comprobación de que 12 años después del gran colapso el contrato social es todavía frágil. Ésos son quizá los mensajes más angustiantes que envió Córdoba a todo el país. Justo Córdoba, cuna de la Reforma Universitaria y del golpe del 55, escenario del Cordobazo, provincia de anticipos.
El fenómeno de los saqueos, de modalidades variables, suele ser multicausal, pero cualquier argentino sabe que, cuando aparece, corresponde inquietarse, sobre todo si hay muertes. Reflejo de Pavlov de signo inverso, aplicado a la fisiología local: en la memoria colectiva, saqueos expandidos significa 2001, el infierno, como machacaba Kirchner, quien había entendido bien la persistencia del trauma. Fenómeno subcutáneo por naturaleza, cuando aparece no hay certidumbre sobre las réplicas. Sólo cabe esperar la singularidad.
Porque descifrar los saqueos nunca es sencillo. Su componente orgánico no aparece discriminado de la parte espontánea. Todavía hoy se discute qué sucedió en 2001. Aunque pasó casi inadvertido, Cristina Kirchner, horas después de los saqueos de diciembre de 2012 en Bariloche, se pronunció en favor de la tesis de que los hechos que enmarcaron la caída de De la Rúa estuvieron provocados por activistas peronistas. Dijo saber cómo empezó todo, cómo se organizó, quiénes fueron. Pero no brindó detalles. Los voceros del gobierno nacional le reprocharon ayer al gobernador José Manuel de la Sota no haber previsto de antemano una situación que se conocía. ¿Quién la conocía? ¿Cómo se utiliza la información de inteligencia sobre la intranquilidad social, que ciertamente manejan los espías del Estado, con el fin, se supone, de adelantarse a los hechos? ¿No se comparte la sospecha de un estallido inminente?
Desde luego que el vandalismo silvestre se entremezcla en estas ocasiones con la delincuencia de mayor oficio. Algunos actúan más organizados que otros. Pero es la política, que asoma casi siempre a través de punteros y barrabravas todoterreno, la que empuja el análisis al campo infinito de las conspiraciones. Lo corriente en la calle es pensar que las motivaciones sólo son dos: o son saqueadores "con hambre", supuestamente más respetables en la visión pedestre, o se trata de hordas con las necesidades básicas satisfechas, sujetos más despreciables. Acaso se trata de categorías yuxtapuestas por la confusión del polvo que levantan a su paso: la de los actores, la de sus manipuladores y la de las condiciones socioambientales que ponen el escenario.
Lo que estalló anteayer en Córdoba también puede ser visto como algo diferente, un experimento antropológico: dado que la policía se dedicó a hacer huelga, eso convirtió a la ciudad en tierra de nadie y la orfandad desafió la rutina de los habitantes y los incitó a dividirse entre asaltantes y asaltados. ¿Sin patrocinios?
Primera conclusión, el derecho a huelga de los policías -otra cosa es el derecho a agremiarse o a celebrar paritarias- parece tan contraindicado como el de los pilotos en vuelo. Tal vez resulte apresurado colegir que en toda población urbana privada de policía siempre habrá quien corra a saquear supermercados, negocios, casas, a destruir lo que encuentre a su paso y se tirotee con la parte de la población que esté decidida a defender sus bienes. Pero no pasaría en cualquier lado. Un trastrocamiento de valores subyace en esta clase de arrojo delincuencial, seguramente emparentado con la pobreza y la marginación.
Ahora hay, como dice el historiador Luis Alberto Romero, un mundo de la pobreza que antes no existía, conformado por un cuarto o un tercio de la población, dentro de una sociedad más segmentada. "Se ha consolidado un tipo de sociabilidad comunitaria, una forma de entender la vida y un conjunto de valores y expectativas singulares -escribió Romero en estas mismas páginas- que ya no dependen de la falta de empleo. Ni el trabajo estable ni la educación ocupan un lugar central, y la ley tiene una significación relativa. Pero, en cambio, son sólidas las jefaturas personales, de referentes o de «porongas»."
Y luego está el aspecto político-institucional. Debieron sentirse decepcionados ayer quienes creyeron que el gobierno nacional, domesticado por las derrotas electorales de junio y octubre, ingresó por fin, hace pocas semanas, en una sostenida fase contemporizadora. Jorge Capitanich se ocupó por la mañana de pulverizar las ilusiones remanentes. Recordó que la esencia kirchnerista está intacta. En realidad, no lo recordó, sino que lo dramatizó. Sin pruritos, como quien recibe una instrucción precisa, acicateó con todo el poder del Estado -al retacearle el envío de la Gendarmería- al gobernador cordobés, el menos alineado de los gobernadores peronistas. Aparte del recurso adolescente de decir que su celular no había sonado, Capitanich, hay que admitirlo, fue sincero (tanto como lo había sido la Presidenta cuando para aguijonear a Daniel Scioli puso en riesgo la estabilidad bonaerense). Sólo faltó que dijera "ésta la aprendimos de Lanusse". Pensaba el dictador Juan Carlos Onganía, décadas atrás, que, como comandante en jefe del Ejército, el general Lanusse había demorado en 1969 la ayuda de tropas militares que el presidente le había solicitado para reprimir el Cordobazo, con el propósito de desgastarlo y hacerle pagar el costo de los sucesos, tal como luego ocurrió.
Quizás al castigarlo con la retención de los gendarmes la Presidenta no quiso solamente culpar a De la Sota para rebajarle sus pretensiones presidenciales. Los adversarios peronistas son su primera obsesión, pero ella también teme, seguramente con motivo, el riesgo de que algún día los saqueos puedan hacer metástasis, lo cual invalidaría el argumento estrenado en Bariloche de que sólo suceden por culpa de la autoridad local. De allí el interés por insistir en el mal procesamiento de la crisis policial, en la ausencia del gobernador y en la insólita justificación de que De la Sota nunca llamó. Como si en la Casa Rosada no hubiera por lo menos un televisor que le permitiera ver a Capitanich -o a algún asistente- lo que medio país estaba viendo: la ciudad de Córdoba en estado preanárquico.
Mauricio Macri salió contento, el martes, de la Casa Rosada, porque todo lo que el Gobierno antes le negaba se lo consintió entre derroches de cortesía. Es el "diálogo" que vino con la era Capitanich, según dijo el oficialismo. Una ronda en la que incluir a De la Sota requerirá, como mínimo, conseguir que logren hablar por teléfono para concertar la cita.
© LA NACION. 

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