El presidente de EE UU predica la esperanza en la región y reivindica el
"mensaje eterno" del líder surafricano.
ANTONIO
CAÑO Washington/EL PAÍS
La familia Obama llega a la base aérea de Waterkloof en Pretoria. / K. L. (EFE)
Barack Obama llegó el viernes a Suráfrica con la vida de Nelson Mandela
pendiendo de un hilo y abrumado por una enorme carga simbólica
en la que el ejemplo del inmortal héroe de los derechos humanos, la
responsabilidad del primer presidente negro de Estados Unidos y el presente y
el futuro de África, un continente dramático y espléndido, se funden en un
guión escrito para la historia.
Aún no se sabe si Mandela tendrá fuerzas para recibir a Obama. “Yo no
necesito una foto”, dijo el presidente, “veremos cómo evoluciona la situación.
Lo último que pretendo es ser una molestia cuando la familia está pendiente de
su condición”. Aunque ambos se encontraron en 2005, cuando Obama apenas había
cumplido unas pocas semanas como senador, su encuentro ahora, convertido ya en
el mayor icono afroamericano desde Martin Luther King, significaría, entre
otras muchas cosas, la victoria de la raza peor tratada en la historia de la
Humanidad. Si casi cualquier persona decente de este mundo debe de estar
agradecida a la lucha de Mandela, qué se puede decir de un hombre humilde, el
hijo de un africano, que, sorteando todos los obstáculos imaginables, accedió
al cargo más relevante de la Tierra. Sin apenas conocerse, Obama es producto de
Mandela, su descendiente y alumno.
Nada puede Obama aportar a la obra de Mandela más que repetirla y
expandirla. Así hizo el viernes. “El mensaje de Mandela será eterno”, declaró,
“porque está extraído de las elecciones que dio con su vida, una de las cuales
es que, si África como continente puede actuar junto, si sus países están
unidos, si se resisten a ser divididos por tribus, razas o religiones, entonces
el levantamiento de África continuará”.
Es obvio que el presidente de Estados Unidos tiene en muchos otros
lugares del mundo mayores intereses que defender que en África. Pero es dudoso
que Barack Obama pueda tener en algún
otro lugar más compromiso personal y más impacto que en África. No
es ese un continente fácil, desde luego. Desde que está en el cargo, el
presidente no ha podido visitar aún el país de su padre, Kenia. Muchas
carencias de índole económico y político mantienen a África postrada y dan
argumentos a quienes no creen en su despegue.
Es dudoso que Barack Obama pueda tener en algún
otro lugar más compromiso personal y más impacto que en África
Pero Obama está obligado en este viaje a predicar la esperanza y a dejar
su visión. “Todo lo que hacemos”, explicó, “está diseñado para asegurarnos de
que dejemos de ver a África como un continente dependiente, como un caso de
caridad, y empecemos a verlo como un socio, que en lugar de estar crónicamente
necesitando ayuda, empieza a reclamar comercio, que empieza a alimentarse a sí
mismo, que empieza a producir sus propios bienes. Eso es lo que África quiere”.
Las palabras de Obama no se corresponden con la política de su país.África, no solo está en la última fila de los
intercambios comerciales de Estados Unidos, sino que, en los últimos
años, ha tenido que buscar alianzas más rentables en otras latitudes. China,
India, Brasil, entre otros, han comenzado a ocupar los espacios que EE UU ha
ido dejando.
Obama entiende que el interés de esos países “no es necesariamente una
mala noticia”. Al contrario, sostuvo, debería de ser al prueba de que África
tiene un futuro luminoso. “Debería de ser”, añadió, “una señal de que existe
allí una gran oportunidad, que EE UU no debería dejar pasar por estar anclados
en viejos estereotipos sobre ese continente”.
Todo lo que hacemos está
diseñado para asegurarnos de que dejemos de ver a África como un continente
dependiente"
Barack Obama
El éxito de África depende, según lo expresó el presidente
norteamericano de tres condiciones: democracia, transparencia y
responsabilidad. El éxito depende, según él, “de que las empresas se sientan
confiadas en que habrá transiciones pacíficas del poder político, de que se
persiga la corrupción, de que se respete la ley, de que se respete la propiedad
privada y de que los Gobiernos no sean salvajemente ideológicos”.
El papel de Obama en África sería más sencillo si su propia presidencia
fuese más exitosa o más consecuente, o si los medios de comunicación se tomasen
tanto interés como cuando viaja a Europa o Asia. Pero, aún así, esta es una gran
ocasión para que la antorcha de Mandela no quede sin dueño. El legado de
Mandela es demasiado pesado para que lo cargue una sola persona. Pero nadie
está en mejor posición que Obama entre el grupo de herederos.