Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

viernes, 20 de junio de 2014

Alain Touraine: “Lo que llamamos ‘política’ es hoy una realidad muy degradada”


Sociólogos, Enero 13, 2014 


En su último trabajo, “El fin de las sociedades”, el sociólogo francés explica que el dominio del capitalismo financiero pone en duda y vuelve inservibles todas las construcciones sociales del pasado.




El futuro ya llegó. Touraine cree que el carácter noble de la política sólo puede renacer de la ética.


Desde hace muchos años, Alain Touraine se impuso como uno de los observadores más atentos y finos del devenir de nuestra sociedad. En un libro tras otro, el sociólogo francés analiza los caracteres y las transformaciones de un mundo que, de post-industrial, ha pasado a ser “post-social”. Una evolución que constituye también el centro de su último trabajo, El fin de las sociedades, un ensayo donde explica que el dominio del capitalismo financiero pone en duda y vuelve inservibles todas las construcciones sociales del pasado. Ante este verdadero “fin de la sociedad”, donde hasta los movimientos sociales parecen no tener asidero en lo real, lo único que nos queda, según este estudioso que hace poco cumplió ochenta y ocho años, es confiar en la resistencia ética, única capaz de devolver un sentido al vivir y al actuar colectivo.

–¿Qué cambió en las últimas décadas?
–A partir de los años 60 asistimos al ocaso progresivo del capitalismo industrial. Prevaleció el capitalismo financiero y especulativo, que resta capitales a las inversiones productivas. Esta transformación del capitalismo vació de contenido las categorías político-sociales en las que estábamos acostumbrados a pensar.

–¿Eso qué significa?
–Hoy, todas las categorías y las instituciones que nos ayudaban construir la sociedad –Estado, Nación, Democracia, Clase, Familia– se han vuelto inutilizables. Eran hijas del capitalismo industrial. Ya no nos ayudan a pensar las prácticas sociales ni a gobernar el mundo.

–¿Existe una alternativa?
–Es necesario encontrar nuevas categorías. Antes, lo social se fundaba en la idea de la relación con el otro, hoy hay que reconocer la prioridad de la relación con uno mismo. Por ese camino, el individuo puede volver a ser un actor social. No pasando ya por lo social, por la política o por la religión, sino pasando por uno mismo, en tanto sujeto.

–En el plano individual son importantes la conciencia y la responsabilidad…
–Naturalmente. Y cuando se habla de sujeto se habla de derechos. En el centro de la reflexión deben estar los derechos fundamentales, porque los derechos constituyen lo social. Respeto a Stéphane Hessel –el inspirador de los indignados–, pero la indignación no basta. En este momento, es necesario volver a partir de los derechos y de su defensa, como ya ocurre en muchas partes. Y como hace también el nuevo Papa, que parece adoptar con gusto el vocabulario de la ética. Hannah Arendt subrayó el derecho a tener derecho, yo agrego que los derechos están por encima de las leyes.

–¿A través del sujeto es posible oponer resistencia al fin de las sociedades?
–La cuestión de los derechos es fundamental. La libertad, la igualdad, pero también el derecho a la dignidad, que impide que el cuerpo humano pueda venderse como una mercadería. Defenderlas recrea lazos sociales. Estas preocupaciones éticas no son aspiraciones abstractas, dado que ya están presentes en la sociedad civil mucho más de lo que podemos imaginar.

–Promoviendo la resistencia ética a la descomposición social, ¿no se corre el riesgo de contraponer la ética a la política?
–La contraposición hoy es necesaria, dado que lo que llamamos “política” es ahora una realidad muy degradada y distorsionada. El carácter noble de la acción política puede renacer sólo de la ética. No de una política de clase, no de una política de la nación, no de una política de los intereses, no de una política de lo sagrado. Utilizando esas categorías del pasado, la política no sabe y ya no puede hablarle a la gente.

–¿Cómo se puede hacer, entonces, para volver a tomar decisiones que nos afectan a todos?
–La idea de la política que toma decisiones en nombre del interés común ya no funciona. Hoy es necesario partir de una exigencia ética que se transforme en acciones concretas y en instituciones. Pensemos en los derechos de las mujeres. La condición femenina ha pasado a ser uno de los elementos determinantes para evaluar el grado de desarrollo de una sociedad.

Traducción de Cristina Sardoy, en Revista Clarin


miércoles, 18 de junio de 2014

FRAGMENTOS DE LA COMPLEJIDAD*



A propósito de los debates actuales sobre la reestructuración de la deuda argentina y las pretensiones de cobro de los holdouts, y con prescindencia de las estrategias políticas seguidas en la materia por parte del Gobierno Nacional, es necesario dar cuenta de la lógica predatoria que impera en los mercados financieros internacionales cuya autonomización está jaqueando el propio sistema político instituido desde la Paz de Westfalia (1648). Aquí, unos fragmentos que intentan echar luz sobre los cambios acaecidos en la naturaleza misma de la relación que supo estructurar el sistema político y el sistema económico: 

... 
     Hoy el problema está centrado en el hecho que
las masas proletarias no forman parte del sistema,
están excluidas del proceso económico y social, y
su número creciente no distingue raza, sexo, ideología
ni religión. El capital, especialmente el capital
financiero, se reproduce automáticamente, no
necesita del trabajo para obtener su plusvalía, su
espacio es virtual en el rico mundo de los negocios,
su composición en el portafolio de activos es crecientemente
intangible, su carácter dominante por
naturaleza llegó hasta el punto de autonomización
de las situaciones laborales, sociales y ambientales
que lo condujo a un aislamiento casi total de la
vida, su condición es anónima en el gran sistema
financiero nacional e internacional, y su expresión
visible en moneda como signo representativo del
valor de las cosas está a punto de desaparecer.
Y no es que tenga, o haya tenido, vida propia,
sino que su razón instrumental ha mutado. Lo
que se ha roto definitivamente es la relación capital-trabajo,
y se instauró una nueva lucha, mucho más
sorda y lejana para los oídos del capitalismo, pero
mucho más potente y cercana para los tímpanos
de millones de seres humanos que en el orbe han
perdido su oportunidad de realización.

     Se ha establecido, y nada parece que vaya a
cambiar ese rumbo, una conflictividad mucho más
densa y más compleja, cuya piedra de toque se encuentra
en los términos inclusión-exclusión y cuya
expresión nodal está en los pliegues mismos de la
humanidad.
Mientras la inmensa mayoría lucha denodadamente
por sobrevivir, literalmente hablando,
otros se encuentran amenazados caminando sin
red en la línea de flotación, y una minoría selecta
y cada vez más reducida pueden disfrutar sine die
los supuestos placeres que brindan los tecnoparaísos
del capitalismo finisecular, para usar una expresión
de Rifkin (1997, Op. cit.: p. 67).
Esta descomposición de la relación iniciática
está produciendo un descentramiento del sistema de
tal magnitud que el conflicto se da dentro y fuera
de él, con la emergencia de numerosas y amplias
zonas grises aún dentro de los propios países desarrollados.
Una lucha intra sistema para continuar
incluidos, que ya no es por la apropiación de los
medios de producción sino simplemente por la
prolongación de su estadía más o menos transitoria
dentro de los cánones cambiantes y flexibles de
la “sociedad inteligente”, que dispara una carrera
alocada cuyos únicos trofeos son la adecuación a
las nuevas tecnologías y la actualización del conocimiento
que al momento de su aprendizaje e
internalización ya quedaron desfasadas u obsoletas,
en una competencia sin cuartel por un lugar
que otro reclama para sí (que en mucho se parece
al juego de la silla), y a la caza mayor de alguna
oportunidad que en la supervivencia del más apto
pueda salvarlos del marasmo que tarde o temprano
sobrevendrá, incluso para muchos de los que
hoy creen tener asegurado su porvenir.

     Pero también hay otra lucha, la que se da fuera
de los muros del sistema, la lucha darwinista por
la supervivencia, que pone a prueba la resistencia,
que reta la voluntad, que desafía la imaginación,
pero que también ultraja la dignidad, la justicia y
la humanidad, y finalmente termina por quebrar la
propia esperanza.
Esta lucha, de no menor intensidad pero mucho
más dramática puesto que está en juego la
vida misma, se da entre los que quedaron fuera de
las islas de prosperidad, librados a su suerte y a la intemperie
en el ancho mar de la pobreza. Es una lucha
entre pobres, los desposeídos del sistema, sin
ley, sin norma, sin reglas, donde el Estado ha resignado
su papel arbitral, tutelar y providencial, y
en su expresión extrema, es sustituido por la ley del
más fuerte, que no tiene regulación, no tiene límites
salvo el que pueda oponer otro adversario tan o
más fuerte que él; es el retorno al estado de naturaleza
primitivo pero degenerado, producto del
fracaso del Leviatán originario, de la codicia y de la
corrupción de la propia sociedad que el hombre ha
creado, como sólo Hobbes en sus miedos siempre
alertas se hubiera imaginado; es el reino de los que
no tienen voz, de los hacinados, de los errantes,
de los olvidados, de los mendicantes…, y de los
que también en su debilidad y desesperación caen
presos de las lacras y las miserias lacerantes que
interpelan a la misma humanidad.
Y esta realidad omnipresente, muestra impiadosa
en las sociedades opulentas sus dos caras,
dramáticamente evanescentes: frente a las luces de
sus coquetos paseos, sus imponentes rascacielos,
y sus burbujeantes excesos, emergen las sombras
de sus peligrosas callejuelas, de sus improvisadas
taperas, y de sus dolientes carencias; están reflejadas
por doquier en las villas miserias argentinas,
en las favelas brasileñas pero también en zonas de
los guetos parisinos y del Bronx neoyorkino.

* Extracto del libro Fragmentos Esfumados de la Complejidad.
   Autor: Rubén Galleguillo

Un nuevo paradigma de paz



Estados Unidos ha perdido relevancia como líder mediador en los conflictos.


SHLOMO BEN AMI/EL PAÍS 

El colapso de otro intento estadounidense más para mediar en un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos debiera dar lugar a algo más que acusaciones. Debiera estimular la reconsideración fundamental de un paradigma de conciliación —las negociaciones bilaterales directas, bajo la tutela de Estados Unidos— que hace ya mucho perdió su relevancia.
Si bien Estados Unidos continúa siendo un actor mundial indispensable, ya no está dispuesto a usar la diplomacia coercitiva en su cruzada por un nuevo orden. Pero no es solo cuestión de voluntad; Washington ha perdido su capacidad para intimidar a otros países, incluso a aliados y clientes, como Israel y la Autoridad Palestina. Tan solo en Oriente Medio, EE UU ha exigido al máximo sus capacidades en dos guerras controvertidas; fracasó reiteradamente en sus mediaciones de paz entre Israel y Palestina; distanció a las potencias regionales clave; y decepcionó en cuestiones como el programa nuclear iraní y la guerra civil siria. Todo esto ha reducido su capacidad para moldear el futuro de la región.
El problema no se limita a Oriente Medio. A pesar de su declarado giro estratégico hacia Asia, la Administración del presidente estadounidense Barack Obama ha hecho poco por ocuparse de los esfuerzos chinos, cada vez más agresivos, para reivindicar sus reclamaciones territoriales en los mares de China Meridional y de China Oriental, o las afrentas de Corea del Norte al statu quo en la península coreana. Si sumamos a eso la débil respuesta estadounidense frente a la anexión rusa de Crimea, no sorprende que los líderes israelíes y palestinos hayan desestimado sus tentativas de paz.
El secretario de Estado estadounidense, John Kerry, en su apuesta por un acuerdo palestino-israelí, actuó como si la resolución de conflictos pudiera lograrse mediante soluciones no coercitivas, que deriven de la buena voluntad de las partes relevantes. Según este enfoque totalmente ingenuo, el proceso de negociación funciona según su propia lógica incorporada, en forma independiente de las consideraciones de poder, coerción e influencia. Pero tratar a la fuerza y a la diplomacia como fases diferentes de la política exterior da a las partes negociadoras la sensación de que el poder estadounidense carece de propósito y determinación. La maduración diplomática a veces requiere que el mediador sea manipulador y ejerza presión.

Barack Obama ha hecho poco por ocuparse de los esfuerzos chinos

De hecho, los únicos intentos estadounidenses exitosos de diplomacia por la paz en Oriente Medio implicaron una combinación maestra de poder, manipulación y presión. El secretario de Estado, Henry Kissinger, la aplicó para conducir a Israel a acuerdos provisionales pioneros con Egipto y Siria, después de la guerra de Yom Kippur en 1973. El presidente Jimmy Carter la usó para concluir los Acuerdos de Camp David en 1978, que establecieron relaciones diplomáticas entre Egipto e Israel. Y el secretario de Estado James Baker la usó para superar la obstinación del primer ministro israelí Isaac Shamir durante la Conferencia de Paz de Madrid en 1991.
Si EE UU no es capaz de proporcionar esto en la actualidad, debe renunciar a su monopolio en la resolución de conflictos internacionales. Es hora de que reconozca que no puede, por sí solo, resolver el conflicto palestino-israelí, desactivar la disputa nuclear iraní, cambiar el comportamiento de Corea del Norte ni detener la guerra civil en Siria.
Durante las últimas dos décadas, el mundo se acostumbró a las coaliciones internacionales dirigidas por EE UU para la guerra en Oriente Medio. Estados Unidos ahora debe buscar un tipo de coalición diferente, una que busque la paz. Tal alianza implicaría una mayor participación de los otros tres miembros del así llamado Cuarteto de Oriente Medio —Unión Europea, Rusia y las Naciones Unidas— y de países árabes clave.
En este nuevo paradigma de paz, el conflicto palestino-israelí sería permeable a una solución verdaderamente internacional. Si el programa nuclear iraní requiere negociaciones con los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, más Alemania; y el conflicto de Corea del Norte requiere el así llamado diálogo de los seis, ¿por qué debiera la resolución del conflicto palestino-israelí dejarse exclusivamente en manos de EE UU?
Como si la profundidad y la duración del conflicto palestino-israelí no fueran suficientes para ameritar una solución internacional, también está la cuestión de la desconfianza palestina hacia Washington. Para los palestinos, EE UU —un aliado incondicional de Israel cuyos líderes tienen fuertes incentivos políticos internos para no desafiarlo— no puede actuar como mediador honesto en las negociaciones.

Las amenazas más formidables para Israel provienen de los Estados árabes

Bajo un paradigma verdaderamente internacional, los principios subyacentes a un acuerdo de paz —dos Estados a lo largo de la frontera de 1967 (con intercambios territoriales para dar cabida a los bloques de asentamientos israelíes), dos capitales en Jerusalén, una solución acordada al problema de los refugiados y robustos acuerdos de seguridad— podrían ser consagrados en una resolución del Consejo de Seguridad. Después de establecer los términos de un acuerdo justo, la alianza internacional —bajo el liderazgo estadounidense— podría diseñar una estrategia de implementación.
Tal enfoque internacional también requeriría un proceso de paz más amplio, orientado a lograr un acuerdo regional entre Israel y sus vecinos árabes. Esto es crítico, ya que el futuro estado palestino no podría ofrecer a Israel mucha seguridad. Incluso ahora, Palestina es un desafío relativamente menor para la seguridad israelí; las amenazas más formidables, que han persuadido a Israel de aumentar su poder militar considerablemente, provienen de los Estados árabes que lo rodean.
La promesa de un acuerdo regional que ofrezca a Israel la necesaria garantía de seguridad —sin mencionar un impulso considerable a su posición internacional— haría que las dolorosas concesiones, que incluyen compromisos sobre las fronteras y Jerusalén, críticas para la creación de un Estado palestino, fuesen más digeribles para los líderes israelíes. Quienes impulsaron la Iniciativa de Paz Árabe en 2002 entendieron esto; tal vez ahora EE UU llegue a apreciarlo también.
Shlomo Ben Ami, exministro de Relaciones Exteriores israelí, es vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz. Es autor de Scars of warwounds of peace: the israeli-arab tragedy (Cicatrices de guerra, heridas de paz: la tragedia árabe-israelí).

© Project Syndicate, 2014.
Traducción al español por Leopoldo Gurman.