Los jardines del Elíseo,
los suelos encerados y los grandes espejos que multiplican desde todos los
ángulos el movimiento acompasado y tranquilo de los exclusivos servicios de
protocolo e intendencia uniformada de la Presidencia no han cambiado prácticamente desde
1848, cuando este palacio requisado a la aristocracia se convirtió en sede y
símbolo de la República.
Lo que sí ha cambiado en solo meses —minutos para la
historia— es la atmósfera que indefectiblemente se cuela con cada jefe a pesar
de los rigores del lugar. Si hasta hace poco era Sarkozy quien recibía a sus
visitas con su hiperactividad, sus gafas de sol y una teatralidad gestual que
todo lo llenaba, hoy es François Hollande, de 58 años, quien ha
incorporado ese toque de seriedad y quietud que le acompaña.
Y sin embargo, no es
quietud precisamente lo que quiere.
Otras cosas, sin
embargo, no han cambiado: la unión política, dice Hollande mientras recibe a
seis periódicos europeos para esta entrevista, mejor después; de un tratado
constitucional, mejor nos olvidamos; y ya puestos, adelante con la Europa a varias
velocidades.
La primera vez que esta
periodista entrevistó a Hollande, en 2004, Zapatero acababa de ganar en España
y él visitaba Madrid en busca de inspiración para unos socialistas franceses
maltrechos. Lo recuerda bien: “Era un gran tiempo de esperanza en España”.
El
papel de Francia debe consistir en decir sin descanso a nuestros socios que la
austeridad no es una fatalidad
Y eso, al igual que la
atmósfera del Elíseo, también ha cambiado. Hoy, en el mejor de los casos, la
esperanza de cambio está en Francia.
Pregunta. La Unión
Europea (UE) ha sido galardonada con el premio Nobel de la Paz en vísperas de un nuevo consejo
europeo, en el que usted participa, que va a intentar, una vez más, salvar el
euro. Este premio les da a todos una responsabilidad añadida. ¿Cómo van a
salvar el euro y Europa?
Respuesta. La concesión del premio Nobel a la UE ha sido a la vez un homenaje
y un llamamiento. El homenaje es para los padres fundadores de Europa, por
haber sido capaces de construir la paz después de una carnicería. Y el
llamamiento es para los gobernantes de la Europa de hoy, para que sean conscientes de que
es obligatorio reaccionar. Sobre la salida de la crisis de la eurozona, creo
que estamos listos porque tomamos las decisiones acertadas en la cumbre del 28
y el 29 de junio y vamos a aplicarlas con la mayor rapidez posible. Para
empezar, arreglando de forma definitiva la situación de Grecia, que tantos
esfuerzos ha hecho y a la que hay que garantizar que va a permanecer en la
eurozona. Después, respondiendo a las demandas de los países que han hecho las
reformas exigidas y deben disponer de financiación a un precio razonable. Por
último, poniendo en marcha la unión bancaria. Quiero que todo esto se arregle
de aquí a fin de año. Entonces podremos abordar el cambio de nuestros modos de
tomar decisiones y la profundización de nuestra unión. Esa será nuestra gran
tarea para el comienzo de 2013.
Lo
que nos amenaza no es la nación, es el nacionalismo. No es Europa, es la falta
de Europa
P. Esos países que han hecho esfuerzos, en efecto, con grandes
sacrificios para su población, no ven mejoras. ¿Cuánto tiempo cree usted que
van a poder resistir sin un cambio de estrategia que permita relanzar el
crecimiento?
R. Desde mi elección, he hecho todo lo posible para que Europa
adopte como prioridad el crecimiento sin poner en tela de juicio la seriedad
presupuestaria, que es algo indispensable debido a la crisis de las deudas
soberanas. Porque estoy convencido de que, si no damos un nuevo aliento a la
economía europea, las medidas de disciplina, por muy deseables que sean, no
podrán traducirse en nada. La vuelta al crecimiento significa movilizar
financiación a escala europea, y ese es el pacto que aprobamos en junio, pero
también mejorar nuestra competitividad y coordinar nuestras políticas
económicas. Los países que están en superávit deben relanzar su demanda
interior mediante un aumento de sueldos y una bajada de retenciones, es la
mejor forma de expresar su solidaridad. No es posible, por el bien de todos,
imponer una cadena perpetua a unas naciones que ya han hecho sacrificios
considerables si sus poblaciones no ven, en algún momento, los resultados de
sus esfuerzos. ¡Hoy es tan importante la amenaza de la recesión como la de los
déficits!
P. ¿Cómo piensa superar la división que subsiste entre los
partidarios de la austeridad y los del crecimiento?
La
unión política es la etapa que seguirá a la unión presupuestaria y bancaria
R. Francia tiene la responsabilidad, por ser uno de los grandes
países de la UE,
de lograr ese compromiso entre el desendeudamiento y el crecimiento, para
transformar la perspectiva. Creo que hay dos instrumentos imprescindibles. El
primero es la confianza. Cuanto antes salgamos de la crisis de la eurozona, es
decir, antes podamos arreglar la situación griega y antes consigamos financiar
a tipos de interés razonables las deudas de los países bien gestionados, antes
regresarán los inversores a la eurozona. Disponemos de todos los medios para
actuar: el Mecanismo Europeo de Estabilidad, reglas de intervención del Banco Central Europeo. Utilicémoslos. El
segundo instrumento consiste en dar coherencia a la política económica europea.
Hemos definido un pacto de crecimiento, y ahora debe
ponerse en práctica. Algunos dirán que 120.000 millones de euros es demasiado
poco. Pero lo que cuenta es que se gasten deprisa y bien. El presupuesto
europeo es un factor de estímulo de la economía, sobre todo a través de los
fondos estructurales. Ahora bien, yo propongo que vayamos más lejos, que
movilicemos recursos suplementarios. La tasa sobre las transacciones
financieras va a ser objeto de una cooperación reforzada. Once países la han
aprobado. Me gustaría que el producto de esta tasa se destine en parte a
proyectos de inversión y en parte a un fondo de formación para los jóvenes. El
papel de Francia debe consistir en decir sin descanso a nuestros socios que la
austeridad no es una fatalidad.
P. Dice usted que estamos cerca de la salida de esta crisis.
Para remotivar a los ciudadanos de Europa, para “devolverle la magia”, ¿Qué
idea de Europa apoya usted? ¿Una Europa federal? ¿Una Europa de naciones?
Acabemos
con esas cumbres 'a la desesperada', esas cumbres 'históricas', esas citas
excepcionales
R. El debate no es el mismo que a comienzos de los años
sesenta: la Europa
de las patrias, la federación... Entonces había seis países, después ocho,
después 12, hoy somos 27 ypronto seremos 28 con Croacia.Europa, al
cambiar de dimensión, ha cambiado de modelo. Mi postura es la de una Europa que
avance a varias velocidades, con diferentes círculos. Podemos llamarlos la
vanguardia, los Estados precursores, el núcleo duro, no importa, lo que cuenta
es la idea. Tenemos una eurozona con un patrimonio que se denomina moneda única
y que requiere una nueva forma de gobernar. Esta eurozona debe asumir una
dimensión política. Estoy a favor de que el eurogrupo, que reúne a los ministros
de Finanzas, refuerce sus poderes, que el presidente del eurogrupo tenga un
mandato reconocido, claro y suficientemente largo. También soy partidario, y
así se lo he dicho a mis colegas de la eurozona, de una reunión mensual de los
jefes de Estado y de Gobierno de estos países. Acabemos con esas cumbres “a la
desesperada”, esas cumbres “históricas”, esas citas excepcionales. Y que en el
pasado no han logrado más que éxitos efímeros. Los mercados actúan todos los
días, las decisiones de las empresas son instantáneas. Europa no puede seguir
yendo con retraso. El Consejo de la zona euro permitirá coordinar mejor la
política económica y tomar, país por país, las decisiones apropiadas. Y eso no
excluye a los demás países. Los que quieran incorporarse a la eurozona estarán
vinculados a nuestros debates. Pero algunos países no lo desean: están en su
derecho. Ahora bien, ¿por qué van a venir entonces a decir cómo hay que dirigir
la eurozona? Es una pretensión que no me parece que responda a nuestro deber de
ser coherentes. Además de todo eso, está esa Europa de los 27, pronto 28 y en
el futuro más. Es un espacio político de solidaridad, un gran mercado, una
voluntad de convergencia económica, social, cultural. Me gustaría darle una
nueva dimensión para la juventud, la universidad, la investigación, la energía.
Pero esta Unión amplia no puede impedir cooperaciones reforzadas, las que
quieran entablar unos Estados determinados entre sí, con desembolsos de
recursos aparte del presupuesto europeo. Es el caso de la tasa sobre las
transacciones financieras.
Ya
nadie piensa que el euro vaya a desaparecer ni que la eurozona vaya a estallar
en pedazos. Pero la perspectiva de que va a conservar su integridad no es
suficiente
P. Algunos hablan de crear un embrión de parlamento de la
eurozona que esté aparte. ¿No corre la
UE el riesgo de quedar reducidos a los países del euro, una
Europa de dos velocidades?
R. Ya hay una Europa de varias velocidades. Pero el Parlamento
Europeo tiene la vocación de representar a toda Europa y, si la eurozona se
estructura aún más, es perfectamente capaz de definir procedimientos
democráticos reforzados dedicados a los países miembros de la eurozona dentro
del Parlamento Europeo.
P. Para una Europa más integrada con la unión política, quizá
incluso una política de defensa, ¿no es necesario un nuevo tratado
constitucional que se someta a referéndum?
R. Creo recordar que en 2005 intentamos esta solución y que no
dio los resultados esperados... Porque, antes de lanzarse a una mecánica
institucional, los europeos deben saber qué es lo que quieren hacer juntos. El
contenido debe importar más que el marco. Se invoca con frecuencia el obstáculo
institucional para no tomar decisiones. No se me escapa que quienes más hablan
de unión política han sido a veces los más reacios a tomar las decisiones
urgentes que la harían ineludible.
P. ¿Los alemanes?
R. No. Han hecho en varias ocasiones propuestas sinceras sobre
la unión política que no han encontrado acogida. Hoy estamos de acuerdo.
Francia defiende la “integración solidaria”: cada vez que demos un paso hacia
la solidaridad, la unión, es decir, el respeto a las reglas comunes en torno a
una gobernanza, debe avanzar. La unión bancaria, que nos conducirá a tener una supervisión
cuyo órgano será el banco central, y que permitirá una resolución de las crisis
e incluso una recapitalización de los bancos, es una competencia muy
importante. Esta solidaridad no puede producirse sin controles democráticos, y
la unión bancaria, que pretende controlar los aspectos financieros, será una
etapa fundamental de la integración europea.
P. ¿Qué capacidad real tiene Francia de convencer a Alemania y
los países más reacios para que se siga ese camino?
R. Tomamos decisiones conjuntas en el Consejo Europeo de junio.
Y hubo unas indudables consecuencias positivas: la calma volvió a los mercados.
El BCE contribuyó aclarando sus modalidades de intervención. Es decir, por lo
que a mí respecta, todo el Consejo europeo del 28 de junio, nada más que el
Consejo europeo del 28 de junio, pero aplicado con la mayor rapidez posible. El
objetivo es regularizar todo de aquí a fin de año. Ya nadie piensa que el euro
vaya a desaparecer ni que la eurozona vaya a estallar en pedazos. Pero la
perspectiva de que va a conservar su integridad no es suficiente. Ahora debemos
salir de la crisis económica.
No
se puede admitir que en un mismo espacio monetario haya países que se financien
al 1% a 10 años y otros al 7%
P. ¿Entonces, la unión política no es para ahora?
R. La unión política será después, es la etapa que seguirá a la
unión presupuestaria, la unión bancaria, la unión social. Dará un marco
democrático a lo que hayamos conseguido en materia de integración solidaria.
P. ¿Para cuándo prevé usted esta unión política?
R. Después de las elecciones europeas de 2014. El futuro de la Unión será el gran reto de
esa consulta. Es la condición para movilizar a los ciudadanos y elevar los
índices de participación en torno a un auténtico debate, el del futuro de
Europa. Los partidos europeos tendrán que presentar sus propuestas, en
contenido, marco institucional y personalidades, de tal manera que les permita
llegar, en especial a la presidencia de la Comisión Europea.
P. Se oyen muchas voces contra el objetivo de reducir el
déficit al 3% del PIB. Claude Bartolone [presidente de la Asamblea Nacional
francesa] ha llegado a calificarlo de “absurdo”. ¿Es posible llegar a un
acuerdo europeo para aplazarlo un año?
R. No todos los países están en la misma situación. Y dependerá
mucho de nuestras decisiones en materia de disciplina presupuestaria y
crecimiento. Esta discusión se desarrollará en 2013. Pero, por lo que respecta
a Francia, he fijado el objetivo de reducción del déficit en un 3% para 2013 y
de restablecimiento del equilibrio de las cuentas públicas en 2017. Por una
razón sencilla: de 2007 a
2012, la deuda pública en Francia pasó del 62% del PIB al 90%. Prolongar esa
tendencia no sería sostenible. Además, el objetivo, a escala Europea, es
armonizar los tipos de interés en la eurozona. La política monetaria y la
política presupuestaria deben coordinarse. No se puede admitir que en un mismo
espacio monetario haya países que se financien al 1% a 10 años y otros al 7%.
P. Su elección creó enormes expectativas. ¿Qué le diría a un
griego en paro, que no tiene dinero para ir al médico?
R. Que voy a hacer todo lo posible para que Grecia permanezca
en la eurozona y tenga los recursos indispensables de aquí a fin de año sin que
sea necesario imponer nuevas condiciones aparte de las que ya ha ha aceptado el
Gobierno de Samaras. Pero también me dirijo a españoles y portugueses, que
están pagando caros los desaguisados cometidos por otros: ha llegado la hora de
ofrecer una perspectiva que no sea solo la de la austeridad. España debe poder
conocer las condiciones concretas para acceder a las financiaciones previstas
por el Consejo Europeo del 28 de junio. No tiene sentido seguir añadiendo
lastre. Francia es el nexo de unión entre la Europa del norte y la Europa del sur. Rechazo la
división de Europa. Si Europa se reunificó no fue para caer a continuación en
el egoísmo, el sálvese quien pueda. Nuestro deber es fijar reglas comunes en
torno a principios de responsabilidad y solidaridad. Como francés, hago todo lo
posible para que los europeos sean conscientes de que pertenecen a una misma
comunidad.
P. ¿Se lo dice también a Angela Merkel?
R. Ella lo comprende a la perfección. La prueba es que ha ido a
Atenas.
Dejemos
de pensar que hay un solo país que paga por todos los demás. No es verdad
P. ¿Les preocupa la resistencia creciente en Alemania a la
solidaridad con los países del sur?
R. ¡Pero la solidaridad es cosa de todos, no solo de los
alemanes! Los franceses, los alemanes y todos los europeos, en el marco del
Mecanismo Europeo de Solidaridad (MES). Dejemos de pensar que hay un solo país
que paga por todos los demás. No es verdad. A cambio, soy consciente de la
sensibilidad de nuestros amigos alemanes ante el problema de la deuda. Quien
paga debe controlar, quien paga debe sancionar. Estoy de acuerdo. Pero la unión
presupuestaria debe lograrse mediante la mutualización parcial de las deudas, a
través de los eurobonos. Sé también lo que pesan los recuerdos de la
hiperinflación, transmitidos de generación en generación en Alemania. Las
modalidades de intervención del BCE evitan todo peligro de ese tipo, porque
acude en apoyo de las decisiones tomadas en el seno del MEE. ¿Y que es el MEE,
sino los Estados? Es decir, el BCE no va a emitir moneda para ayudar a los
países endeudados. Contribuirá a dar más eficacia a la política monetaria.
Asimismo he tenido en cuenta los argumentos democráticos planteados en
Alemania. Reconozco que los parlamentos deben poder autorizar los compromisos
exigidos a los Estados tanto en el marco de la unión presupuestaria como en el
de la unión bancaria. Estos principios comunes nos permitirán construir una
solidaridad. Pero no hay tiempo que perder. Francia está lista.
P. En esta Europa de varias velocidades, ¿qué lugar ocupará el
eje París-Berlín? ¿Es el primer círculo?
R. Es el eje lo que permite la aceleración. Y, por tanto, el
que también puede ser el freno si no se pone de acuerdo. De ahí la necesidad de
esa coherencia entre Francia y Alemania. Tenemos la obligación de estar unidos;
pero eso exige tener un sentido elevado de los intereses europeos y, por tanto,
del compromiso. En mi opinión, no debe ser una relación exclusiva. Europa no se
decide entre dos. La amistad francoalemana debe agregar, asociar, reunir. Por
eso tengo cuidado de no crear divisiones entre países supuestamente grandes y
pequeños, entre países fundadores y países que se nos unieron después. Europa
necesita a todos, no es solo una relación entre Gobiernos. Las instituciones
comunitarias, Comisión y Parlamento, deben desempeñar su papel. Y apela además
a una ambición. La visión que se confió históricamente a Francia y Alemania. Si
nosotros pudimos unirnos, cómo no vamos a ser capaces de conseguirlo entre
todos. Es lo que recordaremos durante las ceremonias del 50º aniversario del
Tratado del Elíseo.
P. En su relación personal con Angela Merkel, ¿qué ha aprendido
de ella?
R. Es una persona clara, que dice las cosas... Eso permite
ganar tiempo. Y yo tengo la misma actitud. Después, desde nuestros respectivos
puntos de partida, buscamos el mejor punto de encuentro. Es más fácil con
puntos de partida explícitos que con puntos de partida ambiguos y no podemos
reprochar a Merkel que sea ambigua. No tenemos el mismo calendario, a mí me
eligieron hace cinco meses y la canciller tiene sus elecciones dentro de 10,
pero eso nos hace no aplazar las decisiones.
P. ¿Y usted, qué le aporta?
R. Pregúntenselo a ella. Creo que es consciente de que la
alternancia en Francia ha creado una nueva situación. Es muy sensible a las
cuestiones de política interior y a las exigencias de su Parlamento. Lo
entiendo y lo respeto. Pero todos tenemos nuestra propia opinión pública.
Nuestra responsabilidad común es que prevalezca el interés de Europa.
Es
más fácil con puntos de partida explícitos que con puntos de partida ambiguos y
no podemos reprochar a Merkel que sea ambigua
P. Se supone que usted es europeísta, pero, durante la campaña,
solo habló del “sueño francés”, nunca del “sueño europeo”. ¿Qué apego personal
tiene a Europa?
R. El ideal europeo está contenido en el sueño francés. Desde
siempre. Los revolucionarios de 1789 imaginaron una nación abierta a todos los
ciudadanos de Europa. Victor Hugo fue el primero que habló de unos Estados
Unidos de Europa. Después de la carnicería de 1914-1918, Aristide Briand ya
defendía la idea de Europa en nombre de la paz. En el momento de la liberación,
tanto para Jean Monnet como para Charles de Gaulle, construir Europa era
reconstruir Francia. François Mitterrand concibió su presidencia en nombre de
Europa. Esa es la perspectiva a la que me adhiero yo. Lo que deseo para mi país
es que recupere el orgullo y la capacidad de renovar la promesa republicana
dirigida a la juventud. ¿Por qué soy europeo? Porque Europa nos permite llegar
a eso. Y si se produce una fractura entre Europa y la patria, entonces el
peligro será perder al mismo tiempo la cohesión nacional y el ideal europeo.
P. ¿Es lo que sucedió en 2005 con el referéndum?
R. Fue una seria advertencia. Y no se hizo caso. El reto actual
es recuperar la confianza en nosotros mismos y en Europa. Lo que nos amenaza no
es la nación, es el nacionalismo. No es Europa, es la falta de Europa.
P. ¿Se arriesgaría a que Gran Bretaña abandone Europa?
R. Quiero un Reino Unido plenamente involucrado en la
construcción de Europa, pero no puedo decidir por los británicos. He visto que
por el momento les gustaría estar más apartados. Los británicos están
vinculados por compromisos que asumieron en su día. No pueden desentenderse.
Ahora, por lo menos, hay que reconocerles que lo dicen a las claras. No están
ni en la eurozona ni en la unión presupuestaria. Por mi parte, no quiero
obligarles.
P. ¿Cuál es la mayor amenaza que pesa sobre Europa?
R. La de que ya no la queramos. La de que se considere, en el
mejor de los casos, una mera ventanilla a la que acudamos, unos en busca de
fondos estructurales, otros de política agrícola y un tercero en busca de un
cheque, y en el peor de los casos, un reformatorio. Tiene que dar sentido a su
proyecto y eficacia a sus decisiones. Pero, a pesar de todo, Europa sigue
siendo la más bella aventura de nuestro continente. Es la primera potencia
económica del mundo, un espacio político de referencia, un modelo social y
cultural. Merece que reaccionemos para renovar la esperanza.
P. ¿Ha pasado lo peor?
R. Lo peor, es decir, el temor a la ruptura de la eurozona, sí,
creo que ha pasado. Pero lo mejor no ha llegado todavía. Tenemos que
construirlo nosotros.
Entrevista realizada
por:
Sylvie Kauffmann (Le
Monde), Angelique Chrisafis (The Guardian), Berna González Harbour (EL PAÍS),
Jaroslaw Kurski (Gazeta Wyborcza), Alberto Mattioli (La Stampa) y Stefan Ulrich
(Süddeutsche Zeitung)
Traducción: María
Luisa Rodríguez Tapia