¿Es Obama igual que
Bush? Probablemente la diferencia la marque simplemente la actitud.
El mundo entero (o casi), reconoce con admiración ese extraordinario
texto que es la Constitución de los Estados Unidos,
cuyo preámbulo reza: “Con el fin de formar una Unión más perfecta, establecer
la justicia, garantizar la tranquilidad nacional, tender a la defensa común,
fomentar el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para
nosotros y para las futuras generaciones…”. Un canto a la libertad,
especialmente a la libertad individual considerada como un bien sagrado. Ha
sido sobre ese fundamento que Estados Unidos construyó sus sueños.
La Unión Americana había hecho cuestión de principios y de filosofía la
reivindicación de la libertad, la seguridad y la búsqueda de la felicidad
colectiva dentro de sus fronteras. A principios de los años sesenta del siglo
pasado, además, pagó buena parte de su factura histórica pendiente al
universalizar los derechos civiles.
Pero Osama Bin Laden se
interpuso en el camino. La destrucción de las Torres fue también –hoy lo
sabemos- el dinamitazo más brutal contra las ideas de Madison, Jefferson, Adams
y Franklin que hicieron grande el proyecto estadounidense.
De los escombros de esa locura criminal surgió la sombra de lo que
Orwell había predicho en 1949 cuando publicó su sombría novela “1984”. El
dilemma permanente entre libertad y seguridad fue resuelto de un plumazo por un
iluminado. El Presidente George W. Bush calificó
de “imperio del mal” al fundamentalismo islámico, lo hizo desde el
fundamentalismo cristiano convencido de tener un propósito en la vida, la
defensa de los valores occidentales, cristianos y democráticos tal como él los
entendía. En realidad se sumaba a Bin Laden al imponer un Estado todopoderoso
con ojos y oídos tan desmesurados como carentes de razón. Todos fueron
sospechosos. Las libertades individuales fueron heridas.
La rueda de la locura se alimentó de modo implacable, la misma agua
sanguinolenta impulsaba el molino desde dos vertientes y la trituradora así
manejada fue destruyendo cuerpos y espíritus de enemigos reales, enemigos
inventados, amigos sospechosos y hermanos traidores. Entre coches bombas por un
lado, y asesinatos selectivos por el otro, el mundo siguió acercándose al
infierno, el del Dios de los cristianos y el creado por Alá.
Todos pensamos que era cosa de la particular cosmovisión de Bush. Obama,
hombre ilustrado y de discurso humanista, terminaría esta pesadilla, pensamos
muchos. Nada más asumir prometió cerrar Guantanamo. Por fin la sensatez y la
tolerancia volvían a los Estados Unidos…No ocurrió. Cinco años después, tras
los drones (aviones de destrucción y muerte pilotados a control remoto) el
espionaje masivo a sus propios ciudadanos, Wikileaks, Julian Assange, Bradley
Manning, Edward Snowden y con Guantanamo en pie, la pregunta cabe ¿Es Obama
igual que Bush?
La respuesta no es sencilla porque Obama a todas luces está atrapado.
Acabó rendido a la premisa de que los Estados Unidos deben sacrificar la
libertad proclamada por los padres fundadores en el fuego sagrado de la
seguridad. La prédica ciega de Bin Laden y la enajenación caracterizada por la
lógica implacable de la sinrazón, parece haber llevado a los escombros los
valores fundamentales que dieron sentido a la revolución y a la construcción de
la utopía suscrita en Filadelfia en 1787. En ese contexto, hay una combinación
perversa entre la evidencia de que la seguridad es una prioridad sumada a la
necesidad de demostrar que el grado de patriotismo del Presidente debe estar
fuera de duda, precisamente en el tema más difícil de tragar, la vulneración
sistemática de las libertades individuales consagradas por la Constitución.
Después del 11 de septiembre los mismos medios de comunicación que
acribillan a Obama, demostraron que la CIA y las estructuras de seguridad
nacional fueron ineficientes y fallaron groseramente, facilitando las acciones
de Bin Laden. Razonamiento: toda acción es poca si se trata de evitar otro
cataclismo parecido. Consecuencia: la línea tenue entre lo que se debe y no se
debe desaparece. Ya no hay límite, lo único necesario es el ingenio para
convertir la esencia de la ley en el juego y la triquiñuela leguleyesca para
explicar lo inexplicable y disfrazar de ético lo que es un flagrante insulto al
texto constitucional.
¿Es Obama igual que Bush? Probablemente la diferencia la marque
simplemente la actitud. La del entusiasmo de un cruzado por la fe en un caso,
la del resignado al cadalso en el otro. Todo bajo el pabellón intocable de las
barras y las estrellas. La trampa está servida. El Estado deificado no se
detiene, el Presidente es tan solo una de sus piezas. Nada que no supiéramos,
“The Homeland Security” es literalmente el “Gran Hermano” El Presidente Obama
enfrenta quizás su peor pesadilla, la posibilidad de ser recordado como una
secuela de Gorge W. Bush en la causa contra el terrorismo. Y quieen sabe si
podría tratarse de una mala secuela.
*Carlos D. Mesa Gisbert, expresidente de Bolivia