La
pobreza y la desigualdad son el caldo de cultivo del caudillismo.
SERGIO
RAMÍREZ/el país
Hay una
inolvidable película italiana de Marco Bellocchio estrenada en 1967, La
China se avecina. Entre los intríngulis de la comedia, está de por
medio el miedo cerval a la China comunista que se hace dueña del planeta, con
sus legiones de uniformados de gris, a lo Mao Zedong. Esta predicción de hace
casi medio siglo no ha sido vana, pues los chinos están hoy por todas partes,
salvo que en lugar de los uniformes de basta tela llevan trajes de ejecutivos
Armani y relojes con diamantes. Otra manera de conquistar al mundo.
Tanto en
África como en América Latina, China enseña un apetito voraz de materias primas
y alimentos, sin consideraciones al medio ambiente; y si sumamos la invasiva
presencia de sus infinitas mercancías, tenemos a la vista los dos factores
tradicionales en que se basó la expansión de las economías metropolitanas en el
siglo XIX. Pese a que la globalización representa el imperio de las
comunicaciones instantáneas y las transacciones financieras virtuales, el
comercio de bienes ha aumentado, y es la base de la relación entre América
Latina y China.
La China
lejana se avecina. Por la apertura de relaciones diplomáticas con Costa Rica,
su regalo de bodas fue un flamante estadio de fútbol levantado en pocos meses.
Y el presidente Ortega ha anunciado, otra vez, el canal interoceánico a través
de Nicaragua, que será construido, según sus palabras, con capital chino y
diseñado por los chinos, algo que no parece inquietar a Estados Unidos, como en
el pasado, cuando la doctrina Monroe impedía la intromisión de cualquier
potencia extra continental en asuntos que se consideraban estratégicos.
Hemos
vivido de sueños: el viejo sueño americano representado por Estados Unidos, que
parece conformarse hoy con un discreto segundo plano y se limita a buscar
cooperación en el plano del tráfico de drogas y a la firma de tratados de libre
comercio, un paraíso abierto para las mercancías, pero cerrado para los
inmigrantes; el sueño europeo, siempre distante, la idea de la democracia plena
y el bienestar social, la defensa del medio ambiente, la calidad de vida y la
acción internacional pacífica; y ahora el sueño chino tan tentador para los
autócratas de siempre: te compro todo y me vendes todo y ambos nos hacemos
ricos sin hacernos preguntas embarazosas en cuanto a la democracia.
En menos
de dos décadas, afirma Javier Valenzuela, lo que habrá en el mundo es una
“guerra de tronos”, como en la Edad Media, “con múltiples reinos, señoríos y
ciudades de fuerzas más o menos semejantes, compitiendo implacablemente unos
con otros sin que ninguno pueda imponerse con rotundidad”.
De modo
que el sueño propio de América Latina será la participación en ese nuevo
reparto. Como en el teatro, unos autores pasarán a la penumbra en el escenario,
y otros se acercarán a los reflectores, y quienes ganen poder económico
terminarán reclamando su propia zona de influencia, y su propio estatus, como
en el caso de Brasil y México, que demandan ya un asiento en el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas.
El futuro
no será homogéneo en América Latina, como no lo será en Europa, inquietada de
pronto por la fractura continental entre norte y sur, un norte rico dueño de
los instrumentos financieros, y un sur bajo la pesadilla del desempleo, la
pobreza, la inestabilidad, y la creciente inconformidad con el modelo político.
En ambos
continentes tendremos entonces un norte y un sur. Brasil es ya la décima
economía mundial, y Argentina, antes tan próspera e independiente, depende
ahora en mucho de Brasil. Pero si las predicciones se cumplen, México habrá
superado en pocos años a Brasil en cuanto al tamaño de su economía.
Las
cifras hablan mejor en ese paisaje múltiple que las vecindades, y las
comparaciones valen a ambos lados del Atlántico. El ingreso per
capitade Argentina y Portugal se halla hoy día equiparado; Portugal
se encuentra lejos de Alemania en cuanto a riqueza, y Colombia ya ha superado a
Argentina en la cuantía de su producto interior bruto. Se trata de una
movilidad de la que habrá que esperar aún muchas sorpresas.
Chile,
Costa Rica y Uruguay tienen niveles de pobreza inferiores al 20% de la
población. En cambio, la mitad de la población en Haití, Honduras, Nicaragua,
Bolivia, Guatemala y Paraguay sigue siendo muy pobre, y la violencia es la peor
de las consecuencias de la miseria también en Venezuela, donde la dilapidación
de la riqueza del petróleo genera violencia, lo mismo que en México la pobreza
estructural se suma al auge de los carteles del narcotráfico. Esa violencia
genera cada año miles de muertos.
La
modernidad de América Latina, lo mismo que su prosperidad, solo serán posibles
si se logra dejar atrás los modelos personalistas para que las instituciones
arraiguen de manera firme. La pobreza y la desigualdad, y lo mismo la
marginalidad provocada por la falta de acceso a una educación de calidad, son
el caldo de cultivo del caudillismo, un mal que nos persigue desde el fondo
oscuro de la historia. La tentación china que viene de lejos estando tan cerca.
Sergio
Ramírez fue
vicepresidente de Nicaragua y es escritor. Acaba de publicar Flores oscuras (Alfaguara).
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