Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

viernes, 22 de noviembre de 2013

El primer presidente que reconoció el poder de los hispanos



CRISTINA F. PEREDA Washington/EL PAÍS 





 “Estoy muy contenta de estar en el gran Estado de Texas...” Así comenzó su discurso Jackie Kennedy en la noche del 21 de noviembre de 1963. Acompañaba al presidente en un acto celebrado por una de las organizaciones hispanas de Houston (Texas). “Me siento muy feliz de estar hoy aquí, pero para que quede totalmente claro, invito a mi esposa a que diga unas palabras también”. John Fitzgerald Kennedy, apenas 15 horas antes de morir, se había convertido en el primer presidente estadounidense en reconocer la importancia del voto hispano.
Sus palabras, recibidas con un fuerte aplauso y gritos de ¡Viva Kennedy! eran un agradecimiento a la campaña que hicieron a su favor los mexicanos desde Texas hasta California, contribuyendo a su victoria en 1960. Entonces, Kennedy perdió el respaldo de los electores blancos de Texas por 150.000 votos. El 85% de los texanos de origen mexicano, cerca de 200.000, compensaron esa pérdida ayudando a que el candidato demócrata venciera en un Estado clave para llegar a la Casa Blanca.
Kennedy también venció en Nuevo México, California, Arizona e Illinois, pero tardaría tres años en reconocer la influencia de los votantes hispanos y el trabajo de numerosas organizaciones locales que, bajo mismo lema que escuchó la última noche de su vida, Viva Kennedy, recabaron votos para su campaña.
La mayoría de esas asociaciones pertenecían a LULAC, La Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos, que apenas un mes antes de la visita del presidente demócrata ni siquiera se atrevía a soñar con su presencia en aquella ceremonia. Pero allí estuvo Kennedy y allí, rodeado por un grupo de mariachis, ofreció un breve discurso en el que habló de América Latina como un aliado para la paz y la prosperidad en el hemisferio.


Los historiadores han bautizado aquella aparición como la primera ocasión en que un presidente de EE UU celebra el poder y la influencia del voto hispano en las elecciones. Desde 1960 hasta 2012, el grupo de población -y de votantes- de mayor crecimiento demográfico de las últimas décadas ha demostrado que su palabra puede decidir quién es el próximo inquilino de la Casa Blanca.
Kennedy logró el 85% del voto mexicano-americano. Cuatro décadas después, un republicano de Texas, George W. Bush, sería el último candidato de su partido en llegar a la presidencia con un amplio respaldo de los hispanos, el 40%. Ese porcentaje ha sido marcado ya como la cifra mágica que deberá superar cualquier republicano para regresar a Washington. Obama lo ha puesto aún más difícil: su reelección se debe, en buena parte, al 70% de los hispanos que le dieron su voto.
El respaldo hispano a Kennedy, un candidato demócrata de Massachusetts, superó uno de los mayores obstáculos de la época al voto de las minorías raciales. Cuando muchos establecimientos públicos todavía colgaban carteles que prohibían el paso a negros y mexicanos, cuando éstos aún debían pagar la llamada “tasa electoral” (poll tax) para votar, los bautizados como clubes ‘Viva Kennedy’ desafiaron las normas registrando a votantes en el Sur del país.
El presidente demócrata sería precisamente el responsable de allanar el camino para las históricas leyes de Derechos Civiles (1964) y de Derecho a Voto (1965), que acabaría aprobando su sucesor. Centradas fundamentalmente en eliminar la discriminación que afectaba a millones de afroamericanos en todo el país, especialmente en los Estados sureños, los estadounidenses de origen mexicano también abogaron por eliminar medidas como las tasas electorales, un obstáculo de 1,5 dólares que impedía que muchos de ellos ejercieran su derecho a votar.
Desde 1960, el voto de los hispanos se ha multiplicado hasta los 12.5 millones que se estima participaron en las últimas elecciones. Muchos han identificado la primera victoria de Obama, en 2008, como la primera muestra del poder hispano. Pero puede que Kennedy, casi medio siglo antes, supiera que su influencia solo acababa de empezar. 

El Senado elimina el veto minoritario a los cargos elegidos por el presidente

 

 

La histórica decisión tendrá enorme repercusión en el funcionamiento del sistema político de EE UU.




ANTONIO CAÑO Washington/EL PAÍS 



El líder de la mayoría demócrata en el Senado, Harry Reid. / WIN MCNAMEE (AFP)

En una decisión histórica de enorme repercusión en el funcionamiento del sistema político de Estados Unidos, los demócratas en el Senado, hartos de lo que consideran una sistemática obstaculización de la acción de gobierno, eliminaron este jueves la norma que durante décadas ha permitido a la minoría bloquear las designaciones del presidente para puestos en el Gabinete y los principales cargos judiciales.
Por 52 votos contra 48, los demócratas han sacado adelante una nueva reglamentación que permite la confirmación de todos los nominados por la Casa Blanca, con excepción de los miembros del Tribunal Supremo, por mayoría simple, lo que reduce sustancialmente una tradición de filibusterismo que era una de las características fundamentales del sistema político norteamericano.
Este paso, tan grave que se conocía coloquialmente como “la opción nuclear”, es la consumación del constante incremento de la polarización política desde que Barack Obama llegó al poder y, probablemente, liquida cualquier posibilidad de actuación bipartidista en todo lo que resta de la actual Administración.
Al defender su propuesta, el líder de la mayoría demócrata, Harry Reid, manifestó que “es hora de cambiar el Senado antes de que esta institución se haga obsoleta”. En su respuesta, el líder de la oposición republicana, Mitch Mcconnell, advirtió: “Lamentarán lo que han hecho, y lo lamentarán antes de lo que creen”.

Este obstruccionismo”, dijo el presidente, “no es la oposición a las personas que yo escojo, es la oposición a la política que los norteamericanos eligieron”

Obama compareció ante los periodistas unos minutos después de la votación en el Capitolio para respaldar la decisión tomada por sus compañeros de partido y acusar a los republicanos de “abusar de tácticas y procedimientos parlamentarios” para impedir que quienes fueron elegidos por los ciudadanos en las urnas puedan cumplir con su obligación de gobernar. “Este obstruccionismo”, dijo el presidente, “no es la oposición a las personas que yo escojo, es la oposición a la política que los norteamericanos eligieron”.
La necesidad de limitar el filibusterismo en las designaciones presidenciales, la mayor parte de las cuales requiere confirmación del Senado, ha sido discutida durante años en este país, tanto cuando los demócratas tenían mayoría como cuando la tenían los republicanos, pero nunca nadie se había atrevido a avanzar en una medida que pone en cuestión la esencia misma bajo la que ha funcionado esta democracia desde su nacimiento: el respeto sagrado a las minorías.
Pero ese funcionamiento, a juicio de los demócratas, se ha visto amenazado por la decidida voluntad de los republicanos de torpedear el derecho del presidente a elegir a los colaboradores que prefiera y a modelar la composición de los principales tribunales de justicia de acuerdo a sus criterios, tal como han hecho todos los presidentes antes de Obama. Aunque el recurso al filibusterismo ha existido siempre, particularmente desde que en 1917 se aprobó la norma que requiere 60 de los 100 votos del Senado para permitir que una propuesta sea votada en el pleno, nunca se había utilizado con la frecuencia que ahora. Cuando Lyndon Johnson era líder de los demócratas tuvo que hacer frente a un caso de filibusterismo; Reid ha conocido ya más de 400.
La gota que ha colmado el vaso ha sido el bloqueo en las últimas semanas de los tres jueces designados por Obama para cubrir vacantes en el Tribunal federal de Apelaciones del Distrito de Columbia, el segundo más importante del país, bajo explícita confesión de los republicanos de que no iban a permitir que el presidente hiciera más nombramientos en esa corte, esencial en la mayor parte de los casos que pueden acabar en el Supremo.
Antes de eso, numerosos cargos de relevancia en el equipo de gobierno de Obama, entre ellos el último secretario de Defensa, han tenido que esperar meses antes conseguir su confirmación, lo que frecuentemente ha ocurrido a cambio de importantes concesiones políticas de parte de los demócratas o de la Casa Blanca.
“Basta ya”, dijo el senador Reid al asumir la gran responsabilidad de someter a votación la norma aprobada este jueves. El propio Reid se opuso a hacerlo hace tres años. Los demócratas podrían perder la mayoría en las elecciones legislativas del año próximo o en 2016 y la nueva regla podría volverse en su contra. Pero la situación había llegado a un punto en el que Obama se veía, literalmente, con las manos atadas, no ya para sacar adelante las reformas prometidas, sino para garantizar el funcionamiento básico de las instituciones judiciales fundamentales.

Cinco años de obstrucciones


EVA SÁIZ, WASHINGTON

En lo que va de año, 21 de los nombramientos que Obama ha propuesto para ocupar un puesto en la Administración o en los tribunales federales, han sido bloqueados en el Senado. La cifra se suma a los 27 cargos que los legisladores de la cámara Alta se encargaron de obstaculizar en la anterior legislatura del presidente.

La irrupción del Tea Party en el Congreso, tras las elecciones legislativas de 2010, ha impuesto en las votaciones a cargos públicos una pauta de obstruccionismo sin precedentes que ha provocado que queden vacantes sin cubrir que se remontan a 2007. Este bloqueo hace imposible el correcto funcionamiento de las instituciones.

La lucha más enconada se ha producido con los nombramientos a los tribunales de distrito, muchos de cuyos puestos que se consideran un escaparate en la carrera para el Supremo, además de los efectos que sus fallos tienen en asuntos de tanta relevancia como el medio ambiente, la protección de los derechos de los consumidores, o la regulación anti-trust, muchos en el corazón de la pugna política diaria en el Capitolio.

En la última semana, los republicanos han bloqueado a tres de los candidatos designadas por Obama para ocupar el estrado en el Tribunal del Circuito del Distrito de Columbia. Antes, para impedir un nombramiento era necesario que la incompetencia o la incompatibilidad para desempeñar la función para la que habían sido designados fuera manifiesta. En estos días, varios senadores republicanos han reconocido que la razón principal por la que se oponen a las elecciones del presidente es el mero hecho de que no desean que ninguno de sus nominados acceda a ese juzgado en concreto. En lo que va de año, la práctica del filibusterismo ha bloqueado la investidura de 13 cargos para ocupar puestos en tribunales federales.

El número de candidatos bloqueados desde que Obama llegó a la Casa Blanca, contrasta con el de presidencias anteriores. George W. Bush sufrió siete obstrucciones, Bill Clinton nueve, y Ronald Reagan y Jimmy Carter dos respectivamente. 

Colmar pronto un vacío inesperado


Por Natalio Botana | 


Con frecuencia aludimos al papel crucial del tiempo en la política. Hasta los meses previos a los comicios de agosto y octubre, el Poder Ejecutivo marcaba el tiempo y la agenda de la política: una presidencia omnipresente, apuntalada por mensajes emitidos por la cadena oficial, que confiaba en que los sufragios obtenidos en 2011 asegurarían, de allí en más, una permanencia prolongada en el poder.
Ese hechizo hegemónico fue barrido por los resultados electorales con el agravante de que esa personalidad dominante, en quien sus seguidores proyectaban las ilusiones de continuidad, sufrió los efectos de varios percances de salud. Cayó de este modo el telón sobre las relaciones de verticalidad, que dieron el tono a nuestra política a lo largo de esta última década, y comenzó a su vez otro acto protagonizado por un conjunto heterogéneo de actores. Todos ellos, con sus más y sus menos, pretenden ocupar el espacio que antes llenaba una voz predominante.
En un santiamén hemos pasado de la verticalidad a la horizontalidad de los liderazgos. Este fenómeno, tan súbito como contundente, recorre con crudeza las tres fuerzas principales que, después de octubre, se destacan en el panorama electoral: el Frente para la Victoria (31%), el Partido Justicialista disidente u opositor (25%) y la Unión Cívica Radical y sus aliados (24-25%). Nadie, en rigor, sobresale en estos días; en un caso, por derrota e impedimento; en los otros, por fragmentación, un tozudo faccionalismo y la emergencia de candidaturas aún en formación en cuanto a su alcance nacional. En la Argentina de estos días, la política de superficie es coral.
¿Por qué hablamos de nuevo de la política de superficie? Porque ésta es la política que se difunde y consume en un espacio acotado en el cual (datos de la reciente encuesta de Latinobarómetro) sólo el 30% de la muestra está interesado en la política y apenas un 14% participa en partidos y organizaciones. Eso sí -otra paradoja argentina-, cuando nos toca emitir el voto, la participación electoral es alta. En este espacio circunscripto cunden los debates sin que todavía asome algún atisbo de concertación de políticas de Estado. Un indicio positivo, al respecto, es el Acuerdo Democrático que propicia el Club Político Argentino.
No obstante, ese lugar de la política, que ahora remeda un laberinto, acogió el ímpetu de un "modelo" que, creían sus ejecutores, iba a transformar la estructura y la ideología de la Argentina. Palabras que se llevó, aunque no del todo, el viento del descontento electoral y social. El problema, en consecuencia, consiste en colmar con premura un vacío inesperado. Por eso, desde el lunes pasado, el oficialismo busca retomar la iniciativa reorganizando el Gabinete y remodelando gestos que refuercen la imagen presidencial con una simpática puesta en escena hogareña y una enfática convocatoria a profundizar ese modelo.
En este trance, es posible que en lo inmediato tengamos en funciones una presidencia más distante, obligada a arbitrar entre tendencias opuestas en el seno del Gabinete. Si bien se conserva intacto el dogma de las regulaciones y de un estatismo creciente en la economía, las duras exigencias del turbulento proceso sucesorio del peronismo llevarán a plantear otras demandas más atentas a no desperdiciar votos en aras de un farragoso intervencionismo económico. La energía y rapidez verbal con que se comunicarán las decisiones de los funcionarios chocará con la persistencia de la inflación y del déficit energético, con la errática política de inversiones y, en general, con el pesado desplazamiento de la economía en ausencia de un plan integral que nos saque del pozo de la desconfianza.
Debido a esta suma de factores no se vislumbra, por el momento, un cambio de velocidad en la superficie de la política, como si ésta, tanto en el oficialismo como en las oposiciones, hubiese perdido impulso, trabada por una gestión gubernamental ineficiente, incapaz de alentar modificaciones de fondo, y por un paquete de proyectos provenientes de los sectores opositores que no han llegado todavía a traducirse en ofertas convincentes. Las consignas, bueno es recordarlo, no son programas. Sirven tan sólo para seguir apostando a favor de liderazgos que descansan en creencias de ocasión y se modifican según los dictados de la oportunidad. No deberíamos sortear la trampa del dogmatismo con meros oportunismos.
La lentitud de estos comportamientos contrasta con la velocidad con que crece la inseguridad y se deteriora el tejido social. Se está desenvolviendo así, de manera espontánea, una historia subterránea con un ritmo que se intensifica según una lógica propia, indemne al control del Estado. Mientras la politización ideológica del Gobierno insista en controlar presuntos enemigos y desvía la función de los servicios de información o de las inspecciones fiscales para su propio provecho, las bandas del crimen organizado perforan fronteras, se instalan en los grandes mercados urbanos y se desplazan sin mayores obstáculos de un punto a otro del país. Es un mundo que está fabricando una historia paralela: la historia y el sistema social de la ilegalidad.
Ésta es la cosecha de un oficialismo empeñado en perseguir un fantasmagórico elenco destituyente (medios de comunicación, corporaciones y otras yerbas) en vez de atender a un concepto primordial del Estado que es condición necesaria de la asignación de bienes públicos y de una adecuada administración de justicia. Aludimos al Estado que, ante todo, reivindica efectivamente en su territorio el monopolio legítimo de la fuerza (una definición, hoy de moda entre nosotros si nos atenemos a lo dicho por la Iglesia y la Corte Suprema, que viene de Hobbes y actualizó Max Weber). Esta reivindicación cruje a lo largo de nuestro régimen federal porque hemos olvidado lo esencial: desde una orilla, la economía inflacionaria destruye a los más pobres, o a los que sobreviven con los flacos salarios de la informalidad; desde la otra, los resortes oxidados de la seguridad no responden a esos nuevos desafíos de la ilegalidad. Éste es el juego de pinzas que nos atenaza.
Para salir del encierro es preciso reformular la ética reformista; pero este atributo requiere tiempos de elaboración y ejecución que se escapan de las manos, a no ser que nos embarquemos de inmediato en un gran esfuerzo de reconstrucción. Por ahora, éste es un repertorio de buenos propósitos sin mayor incidencia en los procesos de declinación que nos agobian. En estos itinerarios descendentes, lo peor que podría pasarnos -y lamentablemente, de no reaccionar con premura, vamos en camino a eso- es entregarnos al destino de una sociedad que "naturaliza" el crimen, las bandas organizadas del narcotráfico y el penoso paisaje de la mendicidad, reflejo directo de la exclusión social.
Situaciones semejantes abundan en las ciudades, megalópolis y territorios sin control estatal en América latina. Envueltas en la resignación e impotencia que estallan en rebeliones esporádicas, en estas sociedades los hechos extraordinarios de la criminalidad, o los acontecimientos inesperados de la violencia, se convierten en normalidad cotidiana, en costumbres viciosas del mal vivir (en la encuesta citada, el 62% considera que la inseguridad en nuestro país no podrá revertirse en el corto ni en el mediano plazo).
¿Abrirán estos signos el camino de la renovación y de las reformas necesarias? Habrá que explorar las nuevas tendencias mientras el interrogante sigue en suspenso. Menudo desafío para las oposiciones.
© LA NACION. 

Más restricciones al dólar y siguen los controles de precios

Más restricciones al dólar y siguen los controles de precios

jueves, 21 de noviembre de 2013

El lado menos amable de la Red

 

 

La lógica de internet conduce a que podamos observar a cambio de ser observados; Snowden ha demostrado que es más un bazar que un ágora. A partir de ahora se agudizará el conflicto entre libertad y control.

 

 

DANIEL INNERARITY/EL PAÍS 


EDUARDO ESTRADA

Es lógico que estemos indignados (tal vez no lo suficiente) por el escándalo del espionaje, pero lo que no deberíamos estar es sorprendidos, como si acabáramos de descubrir que éramos observados. Tenemos derecho al enfado, por supuesto, pero no al asombro, porque ya deberíamos estar avisados de que esta era la lógica de internet. Nuestra reacción se merece aquel reproche de Nietzsche hacia quienes se pasan la vida sorprendiéndose al descubrir cosas que previamente habían escondido.
Este desconcierto se produce porque estábamos todavía en medio de la resaca de una precipitada celebración, que congregaba a muy variados festejantes en torno a diversas posibilidades prometedoras de internet. Unos se alegraban de que cualquiera podía expresar su opinión sin permiso de los directores de periódico o publicar un libro sin tener que someterse al filtro de los editores; otros aseguraban que la ciudadanía estaba a punto de despedirse de los partidos, las instituciones y sus representantes; hay quien celebraba la muerte de todos los secretos y el advenimiento de la transparencia total; nos creíamos que a partir de ahora íbamos a convertirnos en unos mirones, en unos observadores críticos que no eran vistos, que el saber iba a estar universalmente disponible y que todo se podía en adelante compartir.
Hemos pensado que informarse acerca del tiempo y las noticias, conectarse a una red social, comprar on line o enviar mensajes instantáneos era un auténtico chollo. Parecíamos desconocer que de este modo estábamos proporcionando información a cualquiera. Estar conectado equivale a proporcionar información acerca de uno mismo, de su localización y de sus acciones. Tras el escándalo desvelado por Snowden en torno al espionaje del NSA americano, se nos ha hecho patente la cara menos amable de un estado de cosas en cuya configuración habíamos colaborado. Sí, los ciudadanos tenemos mucho que ver con el escándalo del espionaje. En este espionaje no solo han colaborado diversos gobiernos, sino también los usuarios de la red. ¿En qué sentido podemos afirmar sin exageración que somos espías de nosotros mismos?
Internet es un espacio de autoexhibición, también para el usuario más discreto. Existir en la red es desvelarse en cierto modo, mostrarse a través de los datos, nuestros itinerarios, relaciones y decisiones. Moverse en la red, aprovechar sus virtualidades, implica establecer una serie de relaciones de dependencia respecto de ella. El ciberactivismo se revela inesperadamente también como una forma de ciberpasivismo.

Estar conectado equivale a dar información sobre uno mismo, sobre su localización y sus acciones

La lógica del la red implica adquirir posibilidades de comunicación, exhibición y movimiento a cambio de una dependencia respecto de esa misma red. Podemos observar porque al mismo tiempo nos dejamos observar. Por eso internet se ha convertido en una inmensa máquina de vigilancia. Me refiero a los fenómenos de censura crowdsourcing, de vigilancia regresiva en la que pueden participar los agentes de la red, pero sobre todo a la vigilancia más banal inscrita en su propia lógica. Cuanto más sabemos gracias a la red, más sabe ella acerca de nosotros. ¿O es que alguien se creía que esto era gratis total? El contrato digital implícito consiste en que extraemos y aportamos información. Alimentamos la red con nuestras acciones cotidianas y las huellas de lo que visitamos, a través de las cuales estamos haciendo aportaciones, voluntarias e involuntarias, al tráfico global de datos. No hay en internet ninguna operación que no sea archivable, es decir, identificable. 
Hasta la comunicación más cifrada deja huellas y se puede reconstruir. Internet es el espacio de los rastros y las pistas, en el que nada se pierde o desdibuja con el tiempo, ni se oculta tras un espacio reservado. Se registran las consultas de Google, se archivan todas las interacciones de Facebook. Con el uso de la red se está produciendo un gigantesco intercambio de datos entre los usuarios y los servidores. Hasta el espía deja huellas y personas como Snowden las rastrean con el propósito de impugnar o dificultar esa vigilancia.
Por eso se podría incluso sostener que el caso Snowden y el de Bradley Manning, en tanto que revelación de secretos, son una muestra de la capacidad autoreguladora de la democracia, un sistema político que sólo es posible allí donde termina por conocerse el trabajo de los servicios secretos... y el mensajero sobrevive. ¿Cabría imaginarse una revelación semejante en Rusia o China?
Frente a quienes han exagerado sus posibilidades democratizadoras, ahora sabemos que internet es más un bazar que un ágora. El negocio del profiling lo atestigua. La red es un gran mercado de información acerca de los hábitos de los consumidores, un continuo sondeo de marketing. Las opiniones, los gustos, los deseos y la propia localización geográfica de los usuarios son recopilados pacientemente por una serie de empresas que hacen de esos datos su propiedad privada. Al nutrir las bases de datos, el usuario aumenta el valor de las empresas que le ofrecen sus servicios de forma aparentemente gratuita, les permite conocerle mejor y suministrarle aquello que (cree que) necesita. Si colaboramos tan plácidamente en este rastreo sobre nosotros mismos es porque todo tiene un aspecto ideológico anarco-liberal, dando a entender que el cliente es el que manda y que es cortejado por todo el mundo para adivinar y satisfacer sus necesidades. Lo que ha hecho Snowden es mostrar cómo esa observación no solo servía para satisfacer los deseos de los consumidores sino para gestionarlos estratégicamente de acuerdo con objetivos políticos. Por eso no es una casualidad que las grandes empresas de internet y los gobiernos estén colaborando, unos por el negocio que esos datos representan y los otros en nombre de la seguridad o de sus intereses geoestratégicos.
Probablemente estemos entrando en una segunda era de internet, en la que ciertas ingenuidades se desvanecerán y que deberá hacer frente a determinados riesgos. Se agudizarán los conflictos entre libertad y control, gobiernos y ciudadanos, proveedores y usuarios, entre transparencia y protección de datos, a los que deberemos dar una solución equilibrada; habremos de regular fenómenos como "el derecho al olvido", la privacidad y la voluntariedad en la puesta a disposición de datos; se inventarán sin duda nuevos procedimientos de protección y enciframiento, pero también nuevas regulaciones jurídicas y nuevas formas de diplomacia y cooperación.

La construcción de la confianza es el gran desafío, también en lo que se refiere a seguridad

No desaparecerá el espionaje, pero tendrá que ser más respetuoso con la legalidad y, sobre todo, más inteligente. Y es que al final espiar no sirve tanto porque no hace innecesarias las tradicionales relaciones de confianza que permitían una puesta en común de información que ahora aparece dañada. Entre otras cosas, debido a que la cantidad enorme de datos —esos 100.000 gigabytes que, al parecer, están girando en el mundo— debe ser gestionada y acumularlos ilimitadamente puede ser un obstáculo para hacerse con la información deseada.
Hace mucho tiempo que los servicios de inteligencia reconocen que cada vez se trata menos de acumular datos como de mejorar los filtros. El sociólogo Niklas Luhmann decía que la confianza era el principal reductor de la complejidad. Pero parece ser que en la National Security Agency circula el chiste según el cual "aquí solo creemos en Dios; a todos los demás los espiamos", o sea, que espían demasiado. Lo que Obama podía saber llamando directamente al teléfono de Merkel es más que lo que puede obtener pinchando su teléfono y socavando así la confianza entre ellos. La construcción de la confianza es nuestro gran desafío, también y principalmente en lo que se refiere a la seguridad.
Daniel Innerarity Catedrático de Filosofía Política, investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco y actualmente profesor visitante en la London School of Economics. 


Otra apuesta, otro partido


Por  | LA NACION


A lo largo de la "década ganada", el Gobierno ha demostrado que la adversidad le sienta bien. Para Néstor Kirchner y, sobre todo, para su viuda, la escasez de poder siempre fue un estimulante intelectual. El exceso, en cambio, les nubló el juicio. Como en otras oportunidades en las que se vio jaqueada, esta semana la Presidenta recolocó las piezas y orientó de otro modo la partida.

Su innovación más importante fue designar a Jorge Capitanich jefe de Gabinete. Falta mucho para conocer el resultado de esa apuesta. Pero el ingreso de Capitanich a la Casa Rosada tiene, en potencia, la capacidad de reconfigurar toda la política.

Hasta ahora, el Gobierno caminaba detrás de un objetivo: replegarse sobre su propia base electoral para enfrentar a la próxima administración con las banderas del "proyecto nacional y popular". Ya que no podía retener el poder, reforzaría su identidad frente a la previsible "reposición conservadora".
Más que mirar al año 2015, tenía la vista puesta en 2017. La incorporación de Capitanich contradice esa lógica. El gobernador del Chaco se subió a la plataforma de la administración central para participar desde allí en la disputa sucesoria. Como para los gobernadores e intendentes del peronismo, el horizonte político de Capitanich está en las elecciones presidenciales. A ellos les interesa más el poder que la identidad. Y pretenden que también esta expectativa modele la vida del Gobierno.
Un ejemplo ajeno a la Argentina permite pensar mejor la nueva escena. Impedido de acceder a otra reelección, Lula da Silva convirtió a Dilma Rousseff en su jefa de Gabinete en 2005. ¿Será Capitanich el "Dilma" de la señora de Kirchner?
Como en toda comparación, el verdadero servicio de ésta es ayudar a entender las diferencias, no las semejanzas. Lula escogió a una heredera sin peso político, un cuadro técnico, una gerenta. Rousseff ni siquiera pertenecía al PT. Además, su padrino estaba en la cima del prestigio. En el oficialismo brasileño nadie necesitaba diferenciarse de él para ganar una elección.
Entre Cristina Kirchner y Capitanich el trato es otro. El jefe de Gabinete/candidato requiere que su madrina admita correcciones, de tal modo que su experiencia sea heredable. Las patologías son conocidas: inflación, inseguridad, déficit energético, entredichos internacionales. Y la más urgente: falta de dólares.
A propósito de la sucesión de Silvio Berlusconi, Beppe Servegnini describió el dilema en Il Corriere della Sera: "Personalidad, encanto, amor propio [?] son las cualidades que el electorado moderno reclama. Pero esos mismos elementos vuelven difícil la sucesión: el líder carismático ve al heredero como la prueba de la propia mortalidad política y termina por detestarlo".
Ayer la Presidenta habló con pragmatismo: reconoció la crisis de financiamiento y dijo que está dispuesta a "escuchar todas las propuestas, si no son meros esbozos". En cambio, si se obstinara en permanecer igual a sí misma, la carrera de Capitanich podría arruinarse. Sin embargo, si él amenazara con dejar la administración, ella quedaría al borde del naufragio. ¿Quién devorará a quién? ¿O lograrán la cuadratura del círculo, el cambio en la continuidad?
Capitanich ha sido el gobernador que más riesgos tomó en defensa del Gobierno en disputas muy costosas, como el conflicto con el campo o la guerra contra el periodismo crítico. Pero no es un cruzado de la "batalla cultural". Trata con el sector agropecuario; conoce el mundo financiero; cultiva amistades en el gobierno de los Estados Unidos; es capaz de defender las posturas de la Iglesia ignorando el laicismo más elemental. Además, en el año 2001, cuando fue jefe de Gabinete de Eduardo Duhalde, navegó por el ojo del huracán junto con Jorge Remes Lenicov.
El director del Cippec, Fernando Straface, propuso en un estudio dos modelos de jefe de Gabinete: el de un primus inter pares autónomo, casi un primer ministro, o el mero gestor que hace las veces de vocero y comisionado del presidente. ¿Qué estilo adoptará Capitanich? ¿Llamará a reuniones de gabinete? ¿Urdirá una liga federal de sostén a su gestión? ¿Dialogará con la prensa? ¿Negociará con el empresariado? De cómo despeje estas incógnitas dependerá su papel en 2015. Si conseguirá dar continuidad al actual gobierno o si sólo será el instrumento de un experimento de fragmentación en el que termine embarcándose la Presidenta.
Estos acertijos son vitales para Sergio Massa y Daniel Scioli. Massa diagrama su carrera con la hipótesis de que el kirchnerismo ha secado su fuente de poder. Capitanich intentará demostrar que se puede sobrevivir aun sin reelección. Para Scioli el cuadro es deprimente: no se unió a Massa para ser el delfín de la Presidenta y ahora descubre que ella prefiere a otro.
La designación de Axel Kicillof en el Palacio de Hacienda es otro cambio significativo. Los mercados se alarmaron con la promoción de un estatista, formado en el marxismo, admirador de lord Keynes en la versión de revisionistas como Hyman Minsky.
Pero la expansión de Kicillof puede ser engañosa. Lo apuntó anteayer Javier González Fraga: por primera vez este funcionario reportará a alguien que, como Capitanich, sabe también de Economía y está entrenado en el manejo del Estado. ¿Arriesgará Capitanich su carrera por las veleidades ideológicas de alguien a quien también él llama "el soviético"? ¿O tomará para sí la conducción del área económica?
Kicillof es dogmático, pero no tanto. Con tal de estar en el Gobierno dejó de criticar las adulteraciones del Indec. En sus diatribas contra la YPF "de Repsol" se mordió la lengua antes de mencionar a los Eskenazi, que, como él sabe, eran los verdaderos gerentes de la empresa. Y no tuvo reparos en firmar el acuerdo secreto con Chevron, a pesar de su catilinaria contra las multinacionales petroleras.
¿Cuál será la próxima flexión de Kicillof? Tal vez renuncie al desdoblamiento cambiario. La Presidenta no termina de aceptarle la idea. Además, ahora habrá que convencer también a Capitanich y a Juan Carlos Fábrega, que, como anticipó LA NACION, entregó la política monetaria y cambiaria a la burocracia del Banco Central: nombró gerente general a Juan Carlos Isi, un experto en regulaciones financieras que tal vez no sigue a Minski. El debut: anteayer se registró una devaluación del dólar oficial de 0,6%, el mayor escalón diario de los últimos cuatro años.
Fábrega fue decisivo para la otra gran novedad: el ostracismo romano de Moreno. El secretario de Comercio renunció cuando Fábrega entró al Central. El principal resorte de poder de Moreno era, en los últimos tiempos, el control de las operaciones del banco. Todos los días recibía una lista con los requerimientos de dólares de las empresas, que devolvía marcada con resaltador verde o colorado.
Fábrega, que conocía esa rutina, pidió la cabeza de Moreno. Le sorprendió que Cristina Kirchner se la concediera sin resistencia. No era el único verdugo: desde hacía meses Kicillof atormentaba a la Presidenta con quejas contra el secretario. Tuvo éxito: antes de que La Cámpora capturara esa oficina, la cubrió con Augusto Costa, su álter ego. Kicillof desdeña a los amigos de Máximo Kirchner por cierta inconsistencia intelectual.
La partida de Moreno tiene un significado de primera magnitud. Los feligreses oficiales no aprecian a ese excéntrico ferretero por el resultado de sus políticas. Para ellos su mérito ha sido encarnar, con la extravagancia de un personaje de Titanes en el Ring , la lucha contra "los enemigos del pueblo". A la cabeza de ellos, los medios críticos. Para un grupo que sólo tiene conciencia de sí mismo cuando entra en conflicto con el otro, las procacidades y pantomimas de Moreno eran un signo del curso correcto de la historia. ¿Quién cumplirá ahora ese papel? ¿O la terapia cognitiva lo habrá vuelto prescindible?
El relevamiento de Moreno fue inevitable después del resultado electoral. La presión cuerpo a cuerpo necesita, como método de política económica, el respaldo de los votos. Desvanecida en las urnas la ilusión de eternidad, los telefonazos de Moreno a las empresas corrían el riesgo de envejecer en los contestadores automáticos.
El exilio del secretario pone a Cristina Kirchner ante un desafío: tal vez deba resignarse a administrar la economía fijando reglas generales. Una opción angustiante para alguien que, en vez de atribuir los desajustes a una impersonal mano invisible, tiende a creer en maquinaciones conspirativas. ¿Habrá que esperar más sorpresas? Anoche en el mercado petrolero circulaba la versión de que se crearía un Ministerio de Energía para Miguel Galuccio, quien dejaría al frente de YPF a Fernando Giliberti.
Con una reestructuración tan ambiciosa, hasta podría cubrirse la Secretaría de Lucha contra el Narcotráfico, vacante desde marzo. Para semejante ola reformista, sería apenas un detalle.. 

Volvió la Presidenta y habló de “profundizar el modelo”



POR GUIDO BRASLAVSKY/CLARÍN

En su primer discurso, Cristina Kirchner no hizo mención a la derrota en las elecciones y elogió la gestión en Aerolíneas, los trenes e YPF. Eligió mostrarse ante militantes y jóvenes dirigentes K.


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Balcón. Luego de tomar juramento a los nuevos ministros, Cristina Kirchner habló ayer en el Patio de las Palmeras. Luego recorrió otros patios de la Casa Rosada. /PRESIDENCIA DE LA NACION
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Cambios en el gabinete




En medio de un gran operativo preparado para recibirla, que colmó de militantes y simpatizantes todos los patios internos,Cristina Kirchner volvió ayer a la Casa Rosada luego de 47 días, para tomarle juramento a sus tres nuevos ministros. Pese a los cambios de Gabinete, sumados a la explosiva salida anunciada para el 2 de diciembre del supersecretario Guillermo Moreno, la “nueva Cristina” que vuelve de su operación, y tras semanas de reflexión en Olivos, se mostró fiel a sí misma. Desde una galería del primer piso llamó a “seguir profundizando el modelo”, que identificó con la inclusión social, y sin hacer alusión a los problemas de la economía, destacó logros de su gobierno, como hizo durante la campaña y siempre fue base de sus discursos, y aseguró que la desocupación volvió a descender a 6,8 por ciento.
La Presidenta llegó a las 18.35 y algo pasadas las siete empezó en el Salón Blanco, atestado de funcionarios, familiares e invitados, la jura de sus nuevos ministros: Jorge Capitanich, jefe de Gabinete; Axel Kicillof, en Economía, y Carlos Casamiquela en Agricultura. El primero lo hizo “por Dios y por la Patria”, y los dos últimos, “por la Patria”. Como es de rigor, el escribano de gobierno Natalio Echegaray leyó las actas correspondientes y se dio también lectura a los decretos de nombramiento. En el acto estuvieron todos los ministros y gobernadores aliados. De los funcionarios salientes, estuvo el ex jefe de Gabinete, Juan Abal Medina, y no Moreno.
Tras la jura, Cristina no tardó en salir a la galería que mira al Patio de las Palmeras, donde ya se le había dispuesto un micrófono. Habló veintidós minutos, en los que ratificó el rumbo de su gobierno sin hacer mención de la derrota electoral del 27 de octubre, que inició la cuenta regresiva de su gestión hacia la entrega del poder en 2015.
La Presidenta aseguró que a raíz de la experiencia que atravesó -su episodio de salud- “comenzás a mirar las cosas de otra manera”. En el más conciliador de sus párrafos, instó a que “los argentinos unamos esfuerzos”, llamó a “dejar de lado los agravios” y afirmó estar dispuesta a “escuchar todas las ideas”. En este punto reconoció que la Asignación Universal por Hijo no fue un proyecto propio aunque destacó que su gobierno encontró la manera de financiarlo.
También e ncomió la nacionalización de YPF y aseguró que “la meta es recuperar la soberanía energética” que, no lo dijo, se perdió en la década kirchnerista pasando de tener saldos exportables antes de 2003 a una cuenta por importaciones de energía que este año alcanzaría los US$ 13 mil millones. Con este objetivo avaló tácitamente los acuerdos con Chevron y con las grandes transnacionales del rubro, al afirmar que “no tengo prejuicios, nos vamos a asociar con quien tengamos que hacerlo. No tengo anteojeras, esto demanda capitales intensivos”. Los jóvenes que cantaban “por la liberación” aplaudieron efusivamente esta definición pragmática y ortodoxa.
Cristina siguió luego con la “tournée” por cuatro patios de la Rosada que le armó el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli. Fue el turno de la Galería de los Patriotas, espacio cerrado, donde los cantos de las agrupaciones K se sentían mucho más todavía. Siempre ubicada en el primer piso, la acompañaron Parrilli, Capitanich ya estrenando el cargo, y el ultracristinismo con los funcionarios de La Cámpora y el diputado Carlos Kunkel. Como antes no pasaba, la seguía de muy cerca también en toda la recorrida el doctor Marcelo Ballesteros, de la Unidad Médica Presidencial.
Cristina elogió allí la gestión de Mariano Recalde (a quien tenía a unos pasos) en Aerolíneas. “La recibimos despedazada y hoy nuestra propia competencia nos felicita por su funcionamiento”, aseguró. Dijo que lo mismo será con los ferrocarriles: “Hemos hecho la inversión más grande cuando dispuse destinar cientos de millones de dólares para renovar todos los trenes urbanos”. Y aseguró que “vamos a ir por los trenes de carga para darle competitividad a la economía”. Las últimas escalas del “calor popular” tuvieron lugar en los patios del Aljibe, y en el Malvinas Argentinas. 

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Obama interviene para evitar un nuevo paquete de sanciones a Irán



El intento de varios senadores de imponer más medidas de castigo podría descarrilar las negociaciones que el miércoles se reanudan en Ginebra.



ANTONIO CAÑO Washington/EL PAÍS 


Imagen de la Casa Blanca. / BRENDAN SMIALOWSKI (AFP)

El presidente norteamericano, Barack Obama, se reunió este martes con los principales miembros de ambos partidos en el Senado para tratar de frenar un intento de imponer nuevas sanciones a Irán, lo que, en vísperas de una nueva negociación con ese país sobre su programa nuclear, arruinaría cualquier posibilidad de un acuerdo y abortaría lo que actualmente es la mayor apuesta de la política exterior de la Casa Blanca.
Obama ha citado a los líderes demócrata y republicano, así como a los máximos responsables de cuatro comités del Senado implicados en las sanciones a Irán, para intentar impedir una acción que se interpreta como otro esfuerzo de parte de la oposición, esta vez con algunos apoyos demócratas, para descarrilar la estrategia del presidente en un punto crucial de su agenda de gobierno.

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El portavoz presidencial, Jay Carney, ha informado de que Obama había transmitido a los senadores la inconveniencia de aprobar más sanciones antes de conocerse los resultados de las negociaciones con Irán. El presidente garantizó a los congresistas, según Carney, que cualquier concesión que se haga a Irán en Ginebra será “limitada, temporal y reversible”.
La Casa Blanca necesita el respaldo del Senado para poder ofrecer en las conversaciones que el miércoles se reanudan en Ginebra algunas compensaciones al Gobierno iraní a cambio de que congele o reduzca su producción nuclear para garantizar que no construye una bomba atómica. Si ese respaldo no se convierte de momento en la suspensión de las sanciones que en su día impuso el Congreso, sí es preciso que, al menos, no siga adelante con el propósito de algunos senadores de aprobar una nueva batería de medidas de castigo contra el régimen islámico.

El presidente garantizó a los congresistas, según Carney, que cualquier concesión que se haga a Irán en Ginebra será “limitada, temporal y reversible”

La Casa Blanca puede, formalmente, suspender algunas de las sanciones actualmente vigentes sin necesidad de respaldo parlamentario, pero Obama trata de evitar la sensación de desconcierto que produciría el hecho de que diferentes ramas del poder de Estados Unidos retiren unas sanciones mientras se imponen otras nuevas. Una situación así, seguramente condenaría al fracaso esta nueva ronda de negociaciones con Teherán.
Algunos senadores opuestos a la política de Obama hacia Irán, que consideran demasiado condescendiente, estiman que la imposición de nuevas sanciones es la única fórmula para obligar al régimen iraní a hacer concesiones en Ginebra. Cuatro senadores republicanos, encabezados por Marco Rubio, enviaron una carta la pasada semana al presidente en la que dejaban constancia de su preocupación por la posición adoptada por la Administración en las últimas conversaciones con Irán en la misma ciudad suiza. Los influyentes senadores republicanos John McCain y Lindsay Graham, igualmente, expresaron públicamente su agradecimiento al Gobierno de Francia por haber impedido que se llegara a un acuerdo en esa ocasión. Una de las vías que estudian los republicanos es la de incluir las nuevas sanciones como una enmienda de los presupuestos de defensa, lo que haría muy difícil el veto presidencial.
Los republicanos cuentan en el Senado con el respaldo de algunos colegas demócratas próximos a Israel, cuyo Gobierno se opone a las conversaciones de Ginebra. El presidente del comité de Banca, Tim Johnson, que se ocupa de las principales restricciones financieras a Irán, ha confirmado que podría aceptarse un nuevo paquete de sanciones, aunque ha aceptado que primero habría que escuchar a la Administración.
Después del paso atrás dado en Siria y ante el bloqueo de la mediación para revitalizar el diálogo de paz entre israelíes y palestinos, la negociación con Irán es la última baza que le queda a Obama para obtener algún éxito en su estrategia en Oriente Próximo. Obama, que ya tomó en septiembre la arriesgada iniciativa de mantener una conversación telefónica con el presidente iraní, Hasan Rohaní, quedaría en una posición muy delicada si eso no se ve acompañado por algún progreso real en Ginebra.

Algunos senadores opuestos a la política de Obama hacia Irán, que consideran demasiado condescendiente, estiman que la imposición de nuevas sanciones es la única fórmula para obligar al régimen iraní a hacer concesiones en Ginebra

El Gobierno norteamericano intenta, en todo caso, reducir al máximo las expectativas ante esta segunda ronda, a la vista de la frustración producida por el fracaso de la anterior. “No tengo mayores expectativas de cara a estas negociaciones más que el hecho de que negociaremos de buena fe y que intentaremos dar un primer paso hacia un acuerdo, y la esperanza de que Irán entenderá la importancia de ir preparados para elaborar un documento que pruebe al mundo que su programa nuclear es pacífico”, declaró el martes el secretario de Estado, John Kerry.