“Veo la Iglesia como un hospital de campaña tras
una batalla”, declara a la revista de los jesuitas.
El pontífice, crítico con una Iglesia
"obsesionada" con el aborto o los matrimonios gais.
"No es posible una injerencia espiritual en
la vida personal", dice sobre la homosexualidad.
PABLO ORDAZ Roma
El Papa durante la procesión del pasado Viernes Santo. / ATLAS / GETTY
Durante
tres días de finales de agosto, el papa Francisco concedió una entrevista a La
Civiltà Cattolica, la histórica publicación de la Compañía de Jesús
—en España, ha sido difundida por Razón y Fe—. Durante seis
horas divididas en tres días, su director, el sacerdote Antonio Spadaro,
conversó con el Papa sobre la situación crítica de la Iglesia, los temas
candentes de su pontificado y también sobre sus gustos y pecados. A la pregunta
directa de quién es Jorge Mario Bergoglio, responde: “No sé cuál
puede ser la respuesta exacta… Yo soy un pecador. Esta es la definición más
exacta. Y no se trata de un modo de hablar o un género literario. Soy un
pecador”. La entrevista completa, en la que Francisco se muestra crítico con
una Iglesia "obsesionada" con el aborto o el matrimonio gay, será
publicada por las revistas de laCompañía de Jesús.
Sobre los
cambios en la Iglesia, el Papa admite que existe una cierta prisa en empezar a
verlos: “Son muchos, por poner un ejemplo, los que creen que los cambios y las
reformas pueden llegar en un tiempo breve. Yo soy de la opinión de que se
necesita tiempo para poner las bases de un cambio verdadero y eficaz (…). Pero,
mire, yo desconfío de las decisiones tomadas improvisadamente. Desconfío de mi
primera decisión, es decir, de lo primero que se me ocurre hacer cuando debo
tomar una decisión. Suele ser un error. Hay que esperar, valorar internamente,
tomarse el tiempo necesario. La sabiduría del discernimiento nos libra de la
necesaria ambigüedad de la vida, y hace que encontremos los medios oportunos,
que no siempre se identificarán con lo que parece grande o fuerte”.
Dice
Jorge Mario Bergoglio que, cuando fue arzobispo de Buenos Aires, tomó la
costumbre de consultar siempre sus decisiones: “Esto me ha ayudado mucho a
optar por las decisiones mejores. Ahora, sin embargo, oigo a algunas personas
que me dicen: “No consulte demasiado y decida”. Pero yo creo que consultar es
muy importante. Los consistorios y los sínodos, por ejemplo, son lugares
importantes para lograr que esta consulta llegue a ser verdadera y activa. Lo
que hace falta es darles una forma menos rígida. Deseo consultas reales, no
formales. La consulta a los ocho cardenales, ese grupo consultivo externo, no
es decisión solamente mía, sino que es fruto de la voluntad de los cardenales,
tal como se expresó en las Congregaciones Generales antes del Cónclave. Y deseo
que sea una consulta real, no formal”.
Durante
la entrevista, el Papa recuerda su experiencia de gestión, remontándose a los
tiempos en que tuvo responsabilidades en la Compañía de Jesús: “En mi
experiencia de superior en la Compañía, si soy sincero, no siempre me he
comportado así, haciendo las necesarias consultas. Y eso no ha sido bueno. Mi
gobierno como jesuita, al comienzo, adolecía de muchos defectos. Corrían
tiempos difíciles para la Compañía: había desaparecido una generación entera de
jesuitas. Eso hizo que yo fuera provincial aún muy joven. Tenía 36 años: una
locura. Había que afrontar situaciones difíciles, y yo tomaba mis decisiones de
manera brusca y personalista. Es verdad, pero debo añadir una cosa: cuando
confío algo a una persona, me fío totalmente de esa persona. Debe cometer un
error muy grande para que yo la reprenda. Pero, a pesar de esto, al final la
gente se cansa del autoritarismo. Mi forma autoritaria y rápida de tomar
decisiones me ha llevado a tener problemas serios y a ser acusado de
ultraconservador. Tuve un momento de gran crisis interior estando en Córdoba.
No habré sido ciertamente como la beata Imelda, pero jamás he sido de derechas.
Fue mi forma autoritaria de tomar decisiones la que me creó problemas (…). Todo
esto que digo es experiencia de la vida y lo expreso por dar a entender los
peligros que existen. Con el tiempo he aprendido muchas cosas”.
Sobre el
papel que tiene que adoptar la Iglesia en este momento histórico, el papa
Francisco es muy gráfico: “Veo con claridad –prosigue– que lo que la Iglesia
necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a
los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un
hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si
tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya
hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas... Y hay que comenzar
por lo más elemental (…). La Iglesia a veces se ha dejado envolver en pequeñas
cosas, en pequeños preceptos. Cuando lo más importante es el anuncio primero:
‘¡Jesucristo te ha salvado!”.
Jorge
Mario Bergoglio parece tener muy claro el retrato robot de los líderes
espirituales que necesita la Iglesia: “Los ministros del Evangelio deben ser
personas capaces de caldear el corazón de las personas, de caminar con ellas en
la noche, de saber dialogar e incluso descender a su noche y su oscuridad sin
perderse. El pueblo de Dios necesita pastores y no funcionarios ‘clérigos de
despacho’ (…). En lugar de ser solamente una Iglesia que acoge y recibe,
manteniendo sus puertas abiertas, busquemos más bien ser una Iglesia que
encuentra caminos nuevos, capaz de salir de sí misma yendo hacia el que no la
frecuenta, hacia el que se marchó de ella, hacia el indiferente. El que
abandonó la Iglesia a veces lo hizo por razones que, si se entienden y valoran
bien, pueden ser el inicio de un retorno. Pero es necesario tener audacia y
valor”.
Como en
el vuelo papal de regreso de Río de Janeiro, el papa argentino no tiene reparos
en hablar de aquellos a quienes la Iglesia ha vuelto la cara: “Durante el vuelo
en que regresaba de Río de Janeiro dije que si una persona homosexual tiene
buena voluntad y busca a Dios, yo no soy quién para juzgarla. Al decir esto he
dicho lo que dice el Catecismo. La religión
tiene derecho de expresar sus propias opiniones al servicio de las personas,
pero Dios en la creación nos ha hecho libres: no es posible una injerencia
espiritual en la vida personal. Una vez una persona, para provocarme, me
preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra
pregunta: ‘Dime, Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su
existencia con afecto o la rechaza y la condena?’. Hay que tener siempre en
cuenta a la persona. Y aquí entramos en el misterio del ser humano. En esta
vida Dios acompaña a las personas y es nuestro deber acompañarlas a partir de
su condición. Hay que acompañar con misericordia. Cuando sucede así, el
Espíritu Santo inspira al sacerdote la palabra oportuna”.
De igual
manera, el Papa se muestra favorable a revisar la actitud de la Iglesia hacia
las nuevas familias: “Esta es la grandeza de la confesión: que se evalúa caso a
caso, que se puede discernir qué es lo mejor para una persona que busca a Dios
y su gracia. El confesionario no es una sala de tortura, sino aquel lugar de
misericordia en el que el Señor nos empuja a hacer lo mejor que podamos. Estoy
pensando en la situación de una mujer que tiene a sus espaldas el fracaso de un
matrimonio en el que se dio también un aborto. Después de aquello esta mujer se
ha vuelto a casar y ahora vive en paz con cinco hijos. El aborto le pesa
enormemente y está sinceramente arrepentida. Le encantaría retomar la vida
cristiana. ¿Qué hace el confesor?”. Y añade: “No podemos seguir insistiendo
solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de
anticonceptivos. Es imposible. Yo he hablado mucho de estas cuestiones y he
recibido reproches por ello. Pero si se habla de estas cosas hay que hacerlo en
un contexto. Por lo demás, ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo
de la Iglesia, pero no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar”.
"Las
enseñanzas de la Iglesia, sean dogmáticas o morales, no son todas equivalentes.
Una pastoral misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado
un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente", añade.
"Tenemos que encontrar un nuevo equilibrio (...). La propuesta evangélica
debe ser más sencilla, más profunda e irradiante. Solo de esa propuesta surgen
luego las consecuencias morales".
Un
apartado especialmente interesante de la entrevista es aquel en el que el Papa
se muestra partidario de afrontar, “hoy”, el papel de la mujer en la Iglesia:
“Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en
la Iglesia. Temo la solución del ‘machismo con faldas’, porque la mujer tiene
una estructura diferente del varón. Pero los discursos que oigo sobre el rol de
la mujer a menudo se inspiran en una ideología machista. Las mujeres están
formulando cuestiones profundas que debemos afrontar. La Iglesia no puede ser
ella misma sin la mujer y el papel que esta desempeña. La mujer es
imprescindible para la Iglesia. María, una mujer, es más importante que los
obispos. Digo esto porque no hay que confundir la función con la dignidad. Es
preciso, por tanto, profundizar más en la figura de la mujer en la Iglesia. Hay
que trabajar más hasta elaborar una teología profunda de la mujer. Solo tras
haberlo hecho podremos reflexionar mejor sobre su función dentro de la Iglesia.
En los lugares donde se toman las decisiones importantes es necesario el genio
femenino. Afrontamos hoy este desafío: reflexionar sobre el puesto específico
de la mujer incluso allí donde se ejercita la autoridad en los varios ámbitos
de la Iglesia”.
Y al
final, siempre, el Papa vuelve a uno de sus temas preferidos, las periferias
del mundo: “Me dan miedo los laboratorios porque en el laboratorio se toman los
problemas y se los lleva uno a su casa, fuera de su contexto, para
domesticarlos, para darles un barniz. No hay que llevarse la frontera a casa,
sino vivir en frontera y ser audaces (…). Cuando se habla de problemas
sociales, una cosa es reunirse a estudiar el problema de la droga de una villa
miseria, y otra cosa es ir allí, vivir allí y captar el problema
desde dentro y estudiarlo. Hay una carta genial del padre Arrupe a los Centros
de Investigación y Acción Social (CIAS) sobre la pobreza, en la que dice
claramente que no se puede hablar de pobreza si no se la experimenta, con una
inserción directa en los lugares en los que se vive esa pobreza. La palabra
‘inserción’ es peligrosa, porque algunos religiosos la han tomado como una
moda, y han sucedido desastres por falta de discernimiento. Pero es
verdaderamente importante”. El ejemplo que pone Jorge Mario Bergoglio es
definitivo: “Pensemos en las religiosas que viven en hospitales: viven en las
fronteras. Yo mismo estoy vivo gracias a ellas. Con ocasión de mi problema de
pulmón en el hospital, el médico me prescribió penicilina y estreptomicina en
cierta dosis. La hermana que estaba de guardia la triplicó porque tenía ojo
clínico, sabía lo que había que hacer porque estaba con los enfermos todo el
día. El médico, que verdaderamente era un buen médico, vivía en su laboratorio,
la hermana vivía en la frontera y dialogaba con la frontera todos los días.
Domesticar las fronteras significa limitarse a hablar desde una posición de
lejanía, encerrase en los laboratorios, que son cosas útiles. Pero la
reflexión, para nosotros, debe partir de la experiencia”.