Un nuevo esfuerzo de la Casa Blanca por reducir las armas de fuego
estaría condenado al fracaso y obligaría a consumir energías que el presidente
necesita para otras labores.
ANTONIO CAÑO Washington
Trabajadores de la Armada se reúnen con sus familiares. / WIN MCNAMEE (AFP)
Un nuevo acto de violencia indiscriminada interrumpe otra vez la actividad
política de Estados Unidos en un momento crucial en que Barack Obama trata de
recuperar la iniciativa y darle vitalidad a una gestión que avanza sin éxitos
en su segundo mandato.
Obama
había anunciado ayer un discurso relevante sobre la marcha de la economía con
motivo de cumplirse el quinto aniversario del estallido de la crisis financiera que condujo a una recesión en parte
del mundo. Ese discurso debía marcar la voluntad del presidente, que ha
consumido sus últimas semanas dedicado a la situación en Siria, de devolver la
atención a los problemas nacionales. De hecho, así lo dijo: “Mi máxima
prioridad sigue siendo levantar la economía”.
Pero,
lejos de conseguir que ese mensaje trascendiera, Obama estuvo a punto de tener
que suspender su discurso –ha recibido algunas críticas por mantenerlo- y tuvo
que iniciar su intervención con unas palabras para prometer que los culpables
del “acto cobarde” cometido en las instalaciones de la Marina responderán ante
la justicia. Palabras similares a las que en meses pasados pronunció con motivo
del atentado en el maratón de Boston, la matanza de
niños en Newtown, el ataque en el cine de Aurora y, antes de eso, el asesinato de 13 personas en la base militar de Fort Hood,
que era hasta ahora la cifra más alta de muertos en una instalación militar en
territorio norteamericano.
El
Gobierno se verá obligado a reaccionar de distinta manera si en esta ocasión se
trata de otra acción terrorista o de otra actuación salvaje de un perturbado.
Pero, en todo caso, el problema de la inseguridad, el crimen masivo y la
reiterada presencia de las armas en las calles de EE UU se interpone de nuevo
en el camino de la política.
Este
episodio llega en un momento particularmente difícil para Obama. La crisis de
Siria, en la que ha dado muestras frecuentes de indecisión y debilidad,
ha dejado maltrecha su popularidad. El presidente está urgido de algún triunfo
que le devuelva la confianza. El que tenía más a su alcance hace un par de
meses, el de la reforma migratoria, se aleja hoy con la excusa de que el
Congreso, que nunca simpatizó con esa reforma, tiene ahora ocupaciones más
urgentes.
Una de
esas ocupaciones es la de la consecución de un acuerdo presupuestario para evitar
la amenaza de suspensión de pagos que de nuevo pende sobre EE UU. El sector del
Partido Republicano vinculado al Tea Party,
el mismo que más rotundamente se opuso a la intervención militar en Siria, se
resiste ahora a elevar el techo de deuda del Gobierno si Obama no accede a
cambiar su reforma sanitaria, que aunque fue aprobada hace ya más de tres años,
sigue siendo el blanco constante de los conservadores.
Ante un
presidente debilitado, los congresistas del Tea Party muestran ahora mayor
decisión para arrancarle concesiones, incluida alguna sobre esa vieja batalla
de la reforma
sanitaria. Con ese escenario, las perspectivas del debate presupuestario
en los próximos días son muy oscuras para la Casa Blanca.
En medio
de todo eso se cruza este nuevo caso de violencia indiscriminada que, cuando
menos, contribuye a incrementar el sentido de vulnerabilidad y de desprotección
que siente parte de la sociedad norteamericana. No era común en los hábitos
partidistas tradicionales de este país el de señalar rápidamente
responsabilidades políticas tras un suceso como el de ayer. Pero el clima está
tan enrarecido y la polarización tan acentuada que cualquier cosa puede
esperarse.
Algunos
dirigentes republicanos, que se jactaban de que, con George W. Bush en la
presidencia, no volvió a producirse ningún atentado terrorista después del
11-S, ya dejaron constancia en su día de que el ataque de Boston suponía un
regreso al pasado.
En cuanto
a la facilidad al acceso de armas, Obama ya perdió una votación en el Congreso este año,
a raíz del episodio de Newtown, para imponer mayores controles. La semana
pasada, en elecciones locales en Colorado, perdieron sus puestos los dos
candidatos que respaldaban esos controles. Un nuevo esfuerzo de la Casa Blanca
por reducir las armas de fuego después de lo sucedido ayer en Washington, no
solamente estaría con gran probabilidad condenado a un nuevo fracaso, sino que
obligaría a consumir energías que el presidente necesita para otras labores.
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