Por Silvia Pisani | LA
NACION
WASHINGTON. "No lo merezco",
dijo Barack Obama cuando, en 2009, le entregaron un inesperado
premio Nobel de la Paz. Cuatro años después, muchos creyeron asistir a poco
menos que un engaño similar a un espejismo cuando el que consideraban un
pacifista amenazó en convertir a Siria en su primera guerra formal.
Para muchos,
fue una decepción. Para otros, un baño de realismo. Para buena parte de los
norteamericanos, una buena razón para dudar, ante
la incertidumbre que genera la advertencia de un ataque que, hoy por hoy, no
termina de parecer posible.
Al menos, no en los términos en los que lo planteó
el propio Obama, que, a medida que pasaban los días y crecían las críticas
internas y globales a su plan de ataque a Siria, tuvo que bajar progresivamente
su amenaza hasta casi descartarla, en el texto del acuerdo firmado ayer.
Pero ¿cuándo y cómo comenzó la transformación del
líder que criticó como "una guerra idiota" la ofensiva de su predecesor,
George W. Bush, en Irak? ¿Fue siempre un guerrero oculto o sucumbió a la
presión del Despacho Oval y sus realidades y necesidades?
La pregunta genera ríos de tinta por estos días.
"En la vida y, especialmente, en Washington, la gente suele a veces
terminar convirtiéndose en aquello que despreciaron", apuntó la incisiva
Maureen Dowd, columnista del diario The New York Times.
Fue una irónica reflexión sobre "los dos
Obama" que, a su juicio, habitan en el alma del presidente: el que odia la
guerra y prometió terminarla. Y el que habla de declararla.
"No es una guerra. Nadie habla de guerra. Se
trata de un ataque que puede ser increíblemente pequeño", atajó el elenco
gubernamental para sumarle más confusión al asunto. Como quien dice que no es
lo que es: para el mundo, un ataque a un país extranjero es un acto de guerra.
A eso se le suma el rechazo de los norteamericanos
a que la Casa Blanca quede empantanada en otra guerra. Según la última encuesta
de Centro Pew, publicada la semana pasada, un 63% de la población se opone a un
ataque. A fines de agosto eran 48% los que rechazaban la intervención militar.
La guerra le disgusta a Obama. "El guerrero
infeliz", lo tildó la portada de la revista Time. Los adjetivos le
llovieron en una semana de idas y venidas: incompetente, dubitativo,
ambivalente, inconsistente, líder mermado que supera al ex presidente James
Carter en vacilación, que malinterpreta el liderazgo y que con su " I
believe we must act " ("Yo creo que debemos actuar")
parece "pedir favores más que dar órdenes".
Obama se construyó su propio brete cuando habló de
la "línea roja" que no debía cruzar Bashar al-Assad: usar armas
químicas.
Ahora, golpeado por el triunfo diplomático de
Rusia, sabe que si no logra doblegar a Al-Assad, si no logra que el acuerdo de
desarme se cumpla al milímetro, su presidencia y Estados Unidos quedarán
mermados como pocas otras veces. Es la exposición más que el fondo de la
cuestión lo que lo pone a prueba.
"Estamos en guerra hace rato, pero lo que pasa
es que no se ve", sostiene Mary Dudziak, de la Universidad del Sur de
California y autora de War Time , un libro que describe la
guerra silenciosa de Obama en territorios lejanos y de modo no convencional,
con aviones no tripulados en lugar de grandes pelotones. Una guerra
"quirúrgica".
Obama heredó de Bush los conflictos de Afganistán
(2001) e Irak (2003). Las sorpresas empezaron apenas asumió: no había cumplido
un año en el poder cuando, en 2009, aumentó el despliegue de tropas en el
teatro afgano. Dos años después, en 2011, impulsó y contribuyó a la coalición
internacional que atacó Libia desde el aire y acabó con el régimen de Muammar
Khadafy.
Meses después, dio la orden para llevar a cabo la
operación encubierta en Paquistán, que terminó con el ataque y muerte del líder
de Al-Qaeda, Osama Ben Laden, en manos de las fuerzas especiales Navy Seal.
Fue la captura del enemigo público "número
uno" de los Estados Unidos la que descubrió que, detrás del Obama
pacifista, había otro. Uno que revisaba semanalmente blancos para que sus
aviones no tripulados atacaran en países lejanos. Yemen, entre ellos, según
terminó reconociendo la Casa Blanca.
Una guerra menos visible, menos expuesta y
-aparentemente- menos incierta que el escenario de Medio Oriente y su riesgosa
desestabilización. Puede que la guerra no le guste. Pero hace rato que Obama la
viene practicando.
DILMA NO VIAJARÍA A WASHINGTON
La
presidenta brasileña, Dilma Rousseff, habría decidido cancelar su visita de
Estado a Washington el próximo mes ya que no quedó satisfecha con las
explicaciones sobre las denuncias del masivo espionaje electrónico que le dio
el gobierno de Barack Obama, aseguraron ayer los principales diarios
brasileños, Folha de S. Paulo y O Globo..
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