Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

lunes, 21 de julio de 2014

“Ninguna potencia puede ser hegemónica”


ZBIGNIEW BRZEZINSKI | EXCONSEJERO DE SEGURIDAD NACIONAL DE EE UU



Zbigniew Brzezinski, consejero de seguridad nacional con Carter y sabio de la política exterior, describe un mundo caótico y sin un líder único en una semana complicada para Barack Obama


MARC BASSETS Washington/EL PAÍS



 Zbigniew Brzezinski, exconsejero de Seguridad de EE UU. / M. NGAN (GETTY)

Cuando trabajaba junto al presidente Jimmy CarterZbigniew Brzezinski le recomendaba un ejercicio inusual en políticos norteamericanos: plantarse ante el mapamundi y reflexionar con la vista más allá del día a día, con la “visión estratégica” que da título a su libro más reciente.
“En mis días yo miraba mucho el mapa y con frecuencia animaba al presidente a que mirásemos juntos al mapa y discutiésemos”, recuerda Brzezinski en su despacho del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), el laboratorio de ideas en Washington donde trabaja. En el despacho, claro, tiene un mapamundi.
Brzezinski (Varsovia, 1928) mantiene la capacidad para observar el mundo —el mapa— a vista de pájaro. Y lo que ve no le gusta.
El jueves recibió a EL PAÍS cuando acababa de conocerse la noticia del derribo un avión comercial en Ucrania y a unas horas para que Israel lanzase una operación terrestre en Gaza. En el ritmo desbocado de la información continua, por unos minutos el mundo pareció fuera de control y el presidente de EE UU, Barack Obama, un bombero desbordado por incendios incontrolables.
Sobre el conflicto israelopalestino, Brzezinski, que participó en la negociación de los acuerdos de Camp David entre Israel y Egipto en 1978, dijo: “Debemos afrontar el hecho de que una parte es muy débil, los palestinos, y una parte es muy fuerte, los israelíes, y por tanto se requiere más persuasión con los israelíes”. “Sin duda”, añadió, “tenemos mucha capacidad de influencia con Israel, porque le damos mucha ayuda económica y militar, y sentimos una gran simpatía por su pueblo”.

"En mis días yo miraba mucho el mapa y animaba al presidente a que mirarlo juntos"

Las consecuencias de la caída del avión de Malaysia Airlines “podrían ser enormes, en particular si resulta que los rusos suministraron el arma o la dispararon ellos”, dijo Brzezinski. “Pero todavía no lo sabemos”.
El día siguiente, viernes, cuando Obama había señalado a los rebeldes prorrusos —e, indirectamente, a sus patrocinadores en Rusia— como responsables del ataque, Brzezinski envió un mensaje electrónico: “Los responsables por el ataque a la aerolínea deberían ser juzgados ante el Tribunal Criminal Internacional, y su patrocinador debería pagar a las víctimas”.
Con su coetáneo Henry Kissinger, Zbig —como le llaman quienes lo conocen— es el último sabio de la política exterior norteamericana. Como Kissinger, nació en Europa y vivió el sueño americano. Con Kissinger, ha sido el más brillante y seguramente el más influyente Consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, que asesora al presidente en materia de política exterior y defensa. Ejerció el cargo entre 1977 y 1981.
Brzezinski está acostumbrado a las crisis: le tocó afrontar la caída del Sha en Irán y la invasión soviética de Afganistán en un tiempo en que, como ahora, se hablaba de declive de EE UU y de un presidente débil que invitaba a los rivales a sentirse fuertes. Entonces era Carter; ahora, Obama. Ambos, demócratas.
Zbig ve un mundo desencuadernado y sin líder: EE UU debe conformarse con intentar reducir, en cooperación con otros países, los riesgos que entrañan los nuevos desequilibrios internacionales.

"El caos no es producto de un solo país. El orden, tampoco"

“El mundo hoy está tan despierto, tan activo políticamente, que ninguna potencia puede ser hegemónica”, dice. “La responsabilidad de América en este caos debe ser compartida con cualquiera que participe en él. El caos no es producto de un solo país. El orden, tampoco”.
A la pregunta sobre si EE UU debería aspirar a poner orden, contrarresta: “La manera que usted tiene de pensar es muy tradicional: que una potencia puede dictar las respuestas, o resolver los problemas, o imponer su modelo. Mi argumento es simple: no vivimos en una era en la que el dominio imperial del mundo sea una opción realista”.
Conversar con Brzezinski es someterse a un combate dialéctico. Jimmy Carter siempre ha dicho que Zbig era su vecino de asiento favorito en los viajes de larga distancia. “Quizá nos peleábamos, pero nunca me aburría”, ha escrito.
¿EE UU en retirada? “No creo que América se esté retirando del mundo. Si se miran las estadísticas, probablemente esté más implicada en el mundo que cualquier otro país: la economía y las finanzas, la información, los viajes, lo que sea”.
“Es una nueva era, es diferente”, dice en otro momento. “Napoleón podía soñar en el dominio global. Y después, con la revolución industrial, con el ascenso de las potencias modernas, algunos líderes tenían planes de dominio global. Y después, con el ascenso del comunismo, algunas personas pensaban en un dominio global ideológico y militar. Y después América, cuando logró ser dominante, tenía la idea la democracia brotando por doquier”.

"¿Deberíamos luchar contra [el ascenso chino]? ¿Deberíamos impedir que China tuviese más éxito?"

Todo esto terminó. Vivimos en la era de la complejidad, de los claroscuros, y no existen respuestas claras.
El referéndum de independencia en Escocia, el próximo septiembre, y la iniciativa para convocar un referéndum de secesión en Cataluña son, según Brzezinski, una prueba más de una realidad “fragmentada, turbulenta, contradictoria, sin una pauta uniforme en una u otra dirección”.
“De un lado tenemos la necesidad de Europa: muchas personas reconocen que Europa es necesaria en el mundo. De otro, tenemos movimientos, en Europa, que buscan realizar sus aspiraciones étnicas o nacionalista, lo que resulta contradictorio”.
“Tendremos problemas graves con la posibilidad de una secesión escocesa, porque disminuirá el papel constructivo de Gran Bretaña”, prosigue. “No sabemos cómo se resolverá la cuestión catalana, pero sin duda complicará los problemas de España, sus problemas financieros”.
La escalada violenta en Irak difícilmente pude atribuirse a una sola causa. “Si queremos medir de quién es la culpa, quizá fueron los británicos y franceses en 1918”, dice. Él, que se opuso a la invasión norteamericana de 2003, acepta que la violencia actual es “parcialmente” una consecuencia de aquel ataque. “Pero no se pueden reducir las causalidades históricas a acontecimientos aislados porque nos gusten o no nos gusten”.
¿Contener el ascenso de China en Asia? “¿Qué significa la palabra contener?”, replica.
“¿Usted cree que China intenta dominar otros países?”, dispara.
“China está en ascenso. Esto es un hecho”, zanja.
—¿Debe aceptarlo Estados Unidos?
—¿Deberíamos luchar contra ello? —responde— ¿Deberíamos impedir que China tuviese más éxito?
Brzezinski elogia a Obama por ser “más consciente” que sus tres antecesores —George Bush padre, Bill Clinton y George Bush hijo, los tres presidentes de la postguerra fría— de los límites del poder del presidente de EE UU.
“Actuar de una manera que esté divorciada de las realidades complejas que dominan el mundo probablemente signifique actuar de una manera mucho más peligrosa”, avisa. “¿Quiere usted una repetición de 2003, con el ataques de Estados Unidos a Irak? ¿Para evitar, por ejemplo, el dominio de China? ¿Adónde nos llevaría? Esta es la clave”.
Barack Obama no sería el primer presidente de EE UU que ya no lidera el mundo sino el primero consciente de ello. 

domingo, 20 de julio de 2014

El ataque israelí a Gaza torpedea la unidad palestina



Parte de la población de la Franja se siente abandonada por Abbas y su Gobierno.



JUAN GÓMEZ Gaza/EL PAÍS 


Bombardeo israelí sobre Ciudad de Gaza, este sábado. / MAHMUD HAMS (AFP)

Había que reparar en las dos banderas amarillas que ondeaban sobre los altavoces para percatarse de que las soflamas de resistencia que tronaban el sábado ante el hospital de Jan Yunis provenían de palestinos próximos a Al Fatah. En un tono que bien podía confundirse con el típico del grupo islamista Hamás, la voz llamaba a la respuesta contra los ataques israelíes y a la “liberación de Palestina”. Los congregados esperaban nueve cadáveres, de las víctimas de un solo proyectil de un dron israelí la noche anterior. El aspecto de la multitud, compuesta de hombres en su mayoría bien afeitados y vestidos a la europea, sí se correspondía con lo que se espera de los seguidores de Al Fatah, el partido del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas. La comitiva fúnebre bajó dos cadáveres amortajados con banderas verdes de Hamás. Los otros siete, envueltos en los colores palestinos, eran de Al Fatah. Mientras los bajaban a hombros, el altavoz proclamó: “Una nación unida, Hamás y Al Fatah”. La aspiración sigue lejos de cumplirse, mientras Israel castiga Gaza con una operación militar que ya ha matado a más de 330 palestinos en 12 días. Las muertes de dos soldados este sábado elevan a cuatro los fallecidos israelíes.
Ambas formaciones palestinas anunciaron en abril un acuerdo de reconciliación nacional, siete años después del expeditivo reparto de los territorios palestinos mediante una breve guerra civil. El laico Al Fatah gobierna desde entonces Cisjordania, donde está la sede de la Autoridad Palestina, Ramala. El islamista Hamás controla desde 2007 Gaza, empobrecida, cercada por Israel y aislada también desde Egipto, que ha mantenido cerrada su frontera durante la mayoría de esos años.

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Tras el paso de los muertos hacia uno de los atiborrados cementerios de Gaza, un hombre de 45 años que se identificó como Abu Ibrahim admitió con circunloquios que es miembro de Al Fatah y que, como muchos de los funcionarios militantes de su facción que se quedaron en Gaza, cobra pero no trabaja desde la ruptura intrapalestina en 2007. Aun así, el ingeniero considera que el presidente Abbas “está fracasando en defender Gaza” de las bombas de Israel. “¿Por qué no viene a Gaza desde hace siete años? ¿Por qué no nos apoya?”. Dice sentir que “Hamás es el único que hace algo” para hostigar a Israel con sus cohetes. Los palestinos, dijo, “deben defenderse como puedan, no hay otra opción”. Abbas, dijo, “debe cancelar toda colaboración con Israel”. La Autoridad Nacional se coordina con las autoridades de seguridad de Israel en diversos aspectos relacionados con la ocupación.
Mientras mantenían posiciones muy próximas a la frontera en el norte y en el este de la franja, los tanques y la artillería de Israel habían penetrado más de un kilómetro desde el sur. Estos avances inquietaban al vendedor de jabón Wael Garot, de 40 años, que defendía “los intentos de Abbas en pos de un alto el fuego” con la mediación de Egipto. Desde las nubes se escuchaban los rotores de uno de los drones israelíes que vigilan día y noche todo lo que pasa en la franja.
La semana pasada, un grupo de manifestantes impidió que el ministro de Sanidad del Gobierno de reconciliación, Jawad Awaad, procedente de Ramala, visitara Ciudad de Gaza. Protestaban contra la “traición” de Abbas.
El parlamentario palestino y dirigente de Al Fatah en Gaza Faisal Abu Sala considera, en cambio, que Hamás “buscó la reconciliación para saldar sus problemas de dinero”. Ante su casa aseguraba ayer que “en esta ofensiva, Hamás y Al Fatah tienen las mismas metas”. Pero cree que “es prioritaria una negociación que pare esta masacre”. Abbas, dijo, “sigue firmemente comprometido con la reconciliación”. Pero las bombas de Israel la alejan con cada explosión, que fortalece la reputación de Hamás entre una población que se siente encarcelada y machacada por un enemigo impune. 

De la Guerra Fría a la paz caliente



Porque algunos añoran la estabilidad de la Guerra Fría.




Caído el muro de Berlín, la anulación del Pacto de Varsovia y la disolución de la Unión Soviética terminaron con la Guerra Fría. El fin del comunismo, la unificación alemana, y hasta el divorcio—de terciopelo—de Checoslovaquia, ocurrieron sin un solo tiro. Los años noventa estuvieron así marcados por un generalizado optimismo, en Europa y más allá. Y la expansión territorial del capitalismo democrático fue una invitación abierta a proclamar la obsolescencia de la guerra misma.
La literatura acudió en apoyo de ese optimismo. La noción de “paz democrática” se hizo popular entre los expertos en relaciones internacionales. La difusión de los mecanismos de mercado incrementaría el comercio, previniendo el conflicto por medio de la cooperación económica. Y las instituciones de la democracia favorecerían mecanismos pacíficos de resolución de conflicto. La evidencia empírica, a su vez, parecía confirmar esa lógica: las guerras no ocurren entre democracias.
Pero al mismo tiempo, una lectura distinta acerca del orden internacional emergente se escuchó por parte de quienes vaticinaron que “pronto añoraríamos la Guerra Fría”, en palabras de John Mearsheimer. Ese pesimismo estaba fundado en el hecho que la bipolaridad—con su relativo equilibrio militar, sus respectivas alianzas y sus arreglos institucionales—había tenido un consistente efecto disuasivo. Paradójicamente, la Guerra Fría fue un periodo de estabilidad; en realidad, medio siglo de una paz que Europa no había conocido desde Westfalia en 1648.
Un cuarto de siglo más tarde, los eventos de esta semana nos obligan a recordar esos debates y sobre todo a reflexionar sobre aquellos pronósticos pesimistas. Fue la capitulación soviética que concluyó con la Guerra Fría, para ponerlo en una oración. Pero una potencia humillada es siempre una receta peligrosa, los realistas nos recordaron entonces, y mucho de eso está en juego en la crisis de hoy. El orden internacional de la multipolaridad es consecuentemente inestable y altamente impredecible.
Pero además coincide hoy con una disminución neta del poder del estado, en Europa toda pero también en la otra orilla del Atlántico. La crisis y el desempleo en la Unión Europea hablan por sí mismos. El auge ruso es temporario, no oculta que su economía no es mayor que la de Italia y con un presupuesto financiado casi exclusivamente a gas y petróleo; su poder no es estructural, durará lo que dure el boom energético. Y Estados Unidos continúa atrapado en el dilema de contar con el aparato militar más formidable del planeta, pero sin los recursos fiscales suficientes para que su uso no lo arrastre a otra “Gran Recesión”, como en 2008.
Así, la multipolaridad de los noventa ha dado lugar hoy a la “apolaridad”. El sistema internacional no tiene centro alguno; es pura anarquía, siguiendo con el lenguaje del realismo. Es un sistema también basado en la exacerbación de la xenofobia y un nacionalismo que propone dibujar nuevas fronteras, y no únicamente en Rusia. Con menos ruido y sin balas, el separatismo ucranio no deja de tener paralelos en Cataluña y en Escocia, por nombrar dos ejemplos. Es que la apolaridad sistémica y la crisis económica alimentan también la fragmentación interna del estado, una licuación del poder que habilita y da protagonismo a actores sub-estatales, para-estatales y no-estatales.
Esa es la perversidad adicional del ataque terrorista al MH17. Perpetrado por un actor no-estatal, probablemente un subcontratista del estado ruso, le permite a este—o al menos le permite intentar—blindarse de su responsabilidad frente a la comunidad internacional. Nuevamente, otro signo de la licuación del poder por medio de la cual actores privados tienen acceso a sofisticado armamento, ya sea porque capturan porciones de ese aparato estatal, o bien porque el estado se los concede voluntaria y deliberadamente.
Y mientras vemos a los estados vaciarse de poder, casi nos olvidamos de un particular estado que ha entendido esta nueva dinámica mejor que nadie, y que la usa para precisamente aumentar su propio poder. Allí va Xi Jinping por América Latina, de hecho, firmando acuerdos de inversión, asegurándose el acceso a las materias primas y, según algunos, intentando reformular la propia estructura del comercio y el crédito internacionales. Tan encandilados están todos con los recursos— ¡y las promesas!—chinas, que nadie parece tener presente que el 4 de junio último se conmemoró otro aniversario de la masacre de la Plaza Tiananmen, también un cuarto de siglo atrás.
El mundo de la posguerra fría ofrecía una promesa: libertad, democracia y derechos humanos, promesa que quedó incumplida en esta anarquía del siglo XXI, en esta paz caliente. Al menos en el siglo anterior sabíamos bien quienes eran los violadores de derechos humanos y no nos callábamos ante esos crímenes. Allí tal vez haya otra razón para extrañar la Guerra Fría.