Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

viernes, 3 de enero de 2014

El vaso medio lleno o medio vacío



La visión sobre América Latina difiere según se mire desde los Andes peruanos o los volcanes mexicanos. Frente a una mayor madurez, hay corrupción, criminalidad y una perversa propensión al liderazgo carismático.





ENRIQUE FLORES


Hace un par de meses, Mario Vargas Llosa y yo sostuvimos un diálogo sobre América Latina en la Universidad de Princeton. A lo largo de su vida y en su obra, su visión ha sido pesimista, a veces incluso fatalista, pero en tiempos recientes ha ido cambiando y ese cambio, me parece, tiene fundamentos en la realidad. En la charla confrontamos nuestras respectivas impresiones. Él ve el vaso medio lleno, yo el vaso medio vacío.
En una idea básica coincidimos: nuestros países han hecho progresos notables en los últimos años. Basta un mínimo de memoria para apreciar que, comparada con los tiempos de los golpes de Estado, los regímenes militares y las guerrillas, los años de las inflaciones estratosféricas y las espectaculares quiebras, América Latina ha desplegado (en lo general) una madurez sin precedente en su azarosa historia. Nuestra proclividad a la anarquía y la dictadura ha derivado en un respeto al menos formal por la democracia electoral. Igualmente alentador ha sido el desempeño económico en medio de la crisis global: hemos sufrido sus efectos, pero muchas economías han mostrado una solidez tan inesperada como envidiable. Además, muchos Gobiernos han aprendido la lección de no relegar los problemas sociales hasta que estallen, e instrumentan programas de atención a la población más pobre y marginal.
Para Vargas Llosa, el mejor ejemplo de progreso es su propio país, Perú, que fue siempre motivo de mortificación y ahora lo es de orgullo. No es para menos. El país crece, la democracia se sostiene, los programas sociales funcionan. Mencionó algunos ejemplos de ascenso social alucinantes, casos de familias que han pasado de la pobreza al éxito global (por ejemplo en la industria textil). Lo más sorprendente de todo —dijo— es la forma en que el progreso material está limando las duras aristas del racismo peruano: “Ahora los protagonistas de la economía, visibles en el comercio y la industria, son cholos”, es decir, los mestizos (hijos de indios de origen inca y blancos de raíz española) siempre relegados por la arrogante aristocracia. Y aún los indígenas están bajando de sus guaridas milenarias en los Andes a integrarse al crisol nacional. Perú está muy lejos de ser el Edén mitológico que representó alguna vez para la imaginación europea (hay intensas protestas sociales en el sector minero y casos serios de corrupción), pero está —no hay duda— en el camino a ser un país menos pobre, dividido y desigual de lo que por siglos ha sido.

La proclividad a la anarquía y la dictadura ha derivado en el respeto formal a la democracia

La charla tocó deprisa varios países. Uruguay, donde un Gobierno socialdemócrata de izquierda moderada no solo pone ejemplo de responsabilidad económica y continuidad democrática, sino que ocupa un lugar de vanguardia en temas delicados como la liberalización del uso de la marihuana. Brasil, el gigante de la región, cuyo impresionante desarrollo en los últimos años se debe, en parte, a la continuidad de tres sucesivos líderes de una izquierda reformista y moderna: un teórico exmarxista (Fernando Henrique Cardoso), un líder obrero radical (Lula da Silva) y una exguerrillera (Dilma Rousseff). Colombia, el infierno del narcotráfico, la guerrilla revolucionaria y el poder paramilitar, ha acotado la violencia y probablemente logrará firmar la paz con el más antiguo grupo guerrillero. Chile, que a pesar de las cicatrices políticas que dejó el golpe contra Allende y la dictadura de Pinochet cosecha los frutos de su casi bicentenaria tradición republicana.
Vargas Llosa argumentó que el llamado “socialismo del siglo XXI” inventado por Hugo Chávez, no tiene atractivo para las jóvenes generaciones en el continente. Ya nadie sueña con emular al Che Guevara. Recordó asimismo la aguda crisis económica de Venezuela y la resistencia de los obreros venezolanos a las medidas de un régimen que se sostiene mediante la mentira pública sistemática, el saqueo del petróleo y la corrupción que ha envenenado al propio ejército. Pero esa situación, recalcó, no puede durar.
En su visión mencionó dos señales de alarma: la criminalidad y la corrupción. Solo cabe combatirlas persistiendo en la construcción de instituciones sólidas donde se respete el Estado de derecho. Pero remató con una nota positiva: “En América Latina ya podemos hablar de un consenso sobre la democracia y la libertad de mercado, ya sea en su variante liberal o socialdemócrata”.
Mi postura general fue algo distinta. Creo que, por razones culturales e ideológicas profundas, el populismo en sus diversas variantes (del peronismo al chavismo) es una realidad y todavía una tentación permanente en América Latina. La propensión al liderazgo carismático es tan profunda que la legendaria Evita Perón sigue gobernando a Argentina (por la interpósita persona de Cristina Kirchner) y Chávez habla por las noches al errático presidente Maduro. Es verdad que ALBA, la organización supranacional ideada por Chávez con la participación de países como Bolivia, Ecuador y Nicaragua, se ha desdibujado tras la muerte del caudillo, pero sus respectivos presidentes pueden eternizarse en el poder sin que nadie lo impida. En ese contexto, la situación en Venezuela es particularmente triste y el papel de la OEA es imperdonable. Los mismos países que hace unos años levantaron su voz airada en el golpe de Honduras, han permitido que en Venezuela y otros países de ALBA se ahoguen las libertades cívicas hasta volver impracticable a la democracia.

En México hay regiones enteras ocupadas por el crimen y la discordia política frena las mejoras

“¿Y México? ¿Cómo va México?”, preguntó Vargas Llosa. “¿Hay peligro de que el narco infiltre al poder político?”. Lo que tuve que decir no lo alegró. Por un lado, expliqué cómo regiones enteras de México están ocupadas ya por el crimen (en todas sus variantes), de modo que los criminales no necesitan infiltrar un poder que ya tienen en los hechos. Por otra parte, le señalé la persistente discordia política. La euforia por la transición democrática del año 2000 quedó en el olvido. Tras el fracaso de los dos Gobiernos sucesivos del PAN, la vuelta del PRI se ha vivido, por algunos, como una regresión. Y la izquierda, que en las elecciones de 2012 pudo y a mi juicio debió tener su turno, prefirió un liderazgo radical a uno moderado que hubiese atraído las simpatías de todo el espectro político.
Fue una oportunidad perdida porque en América Latina (como en España con el PSOE) las grandes reformas las han hecho, por lo general, Gobiernos de izquierda que abandonan toda retórica revolucionaria a cambio de la vía reformista, adoptando esquemas liberales o socialdemócratas. México no ha tenido esa suerte, México no ha tenido un Cardoso, un Lula o una Rousseff. En este año que termina, el Gobierno de Enrique Peña Nieto ha pasado varias reformas importantes que pueden modernizar la economía y alentar el crecimiento, pero en la percepción nacionalista de muchos mexicanos su Gobierno es siervo del capitalismo internacional. El de 2014 será el año crucial: de la instrumentación eficaz y pronta de las reformas, de su transparencia y sus resultados dependerá continuidad de la democracia mexicana.
¿Y Cuba? Ni Vargas Llosa ni yo hablamos de Cuba. Fue una omisión importante, por su enorme valor simbólico. Los conflictos entre Estados Unidos y América Latina comenzaron en 1898 en la guerra contra España y se acumularon hasta estallar en Cuba en 1959. La Revolución Cubana fue el motor o la inspiración de los virajes revolucionarios de los setenta y ochenta, que enfrentaron a los atroces regímenes militares de Chile, Argentina y Centroamérica. En las dos últimas décadas los conflictos (y el antiamericanismo asociado a ellos) decrecieron, pero el chavismo los reavivó. La Administración de Obama puede escribir el último acto del libreto latinoamericano: el fin del embargo contra Cuba a cambio de una apertura política sería un final feliz, la antesala de algo nunca visto en América Latina: todo un continente democrático. Todavía se ve remoto.
El público en Princeton dejó la sala, silencioso. Desde los Andes peruanos, el porvenir de América Latina se ve medio lleno; desde los volcanes mexicanos, se ve aún medio vacío.
Enrique Krauze es escritor, director de la revista Letras Libres. 

Otro salto del dólar, que en Uruguay ya se paga hasta $ 13,25



El blue saltó a $ 10,17; ajustes a nivel global por el renacer de la divisa de EE.UU.


Por Javier Blanco  | LA NACION


El aumento de la demanda que acompaña cada comienzo de temporada, por la demanda de quienes viajan al exterior para vacacionar, hizo saltar ayer de 10,04 a 10,17 pesos (1,3%) la cotización del dólar en el mercado paralelo y amplió al 55,3% la brecha con el dólar oficial comercial ( $ 6,55), a la vez que lo distanció 15% del "dólar turista", que promedia $ 8,85, considerando el recargo impositivo del 35% que aplica la AFIP con promesa de reintegro diferido.
El aumento se dio en una jornada de revalorización global de la moneda estadounidense, que ayer registró su mayor alza diaria (0,7%) contra una canasta de seis divisas similares, debido a una serie de datos positivos que reforzaron la idea de que la Reserva Federal (banco central de ese país) está cada vez más cerca de clausurar la política monetaria ultralaxa que puso en marcha tras la crisis de 2008 para ayudar a la recuperación de la economía.
La contracara de ese proceso fue la ola devaluatoria que dejó depreciaciones del 0,3% (Uruguay) al 1,6% (Brasil) en las monedas de la región, lo que incluyó el ajuste del 0,46% del peso argentino en su versión oficial.
Aquí el dólar mayorista (el único operado a nivel oficial con regularidad) ascendió dos centavos (a $ 6,5450) en la primera rueda de 2014, siguiendo el ritmo de devaluación del fin de 2013, año en que el peso se devaluó oficialmente 32,2% (más del doble del 14% que perdió en 2012), pese a que hace sólo 8 meses la presidenta Cristina Kirchner había aconsejado a quienes buscaran un ajuste de este tipo a que "esperen otro gobierno".
Ese ritmo de corrimiento, advierten los analistas, no alcanza para devolverle competitividad a la moneda, tomando en cuenta la ola de devaluaciones que desata el proceso de revalorización mundial del dólar y el esmeril que agrega la sostenida y elevada tasa de inflación local.
Pero así como aumenta la presión sobre la cotización del paralelo en el mercado local, se acelera el derrumbe del peso argentino en las plazas en las que más argentinos veranean. Por caso, en Uruguay, en las pizarras del estatal Banco República, que suelen actuar como referencia para los demás bancos y casas de cambio, el peso argentino cotizó a 1,60/2,60 pesos uruguayos, lo que implica una paridad de $ 13,25 pesos argentinos por dólar.
El lunes, último día de operaciones de 2013, había cotizado a 12,79 unidades por dólar, recordó ayer la agencia Reuters, tras hacer un relevamiento de ese mercado.
"El paralelo allá anda en casi $ 10,20 y acá en esta época es cuando entran pesos argentinos, entonces cotiza más arriba. No es fácil deshacerse luego de esos billetes porque la Argentina no permite la importación de su moneda", dijo a esa agencia el gerente de la casa de cambio Gales, Enrique Sereno.
En Punta del Este, el balneario al que acuden muchos argentinos a vacacionar, la pizarra de la casa de cambio Nelson, una de los principales de esa ciudad, cerró ayer igual que en el República: a $13,25 por dólar.. 

domingo, 29 de diciembre de 2013

Hoy, la clave del mundo es la caída de la pobreza



POR JORGE CASTRO


Consumo chino. Qianmen, calle peatonal y comercial de Beijing. / EFE
ETIQUETAS

29/12/13
Cae la pobreza en el mundo y disminuye la desigualdad. Esta es la situación social del planeta en la segunda década del siglo XXI, y los grandes reductores de la pobreza y la desigualdad son los países emergentes: China ha disminuido en 600 millones el número de pobres en los últimos 30 años; India, 250 millones y Brasil, en el período 2003-2010, 40 millones.
La reivindicación de la justicia social es inseparable de la comprensión de este aspecto esencial de la globalización, resultado directo de la incorporación de los países emergentes al capitalismo globalizado.
El Banco Mundial (BM) ofrece las siguientes precisiones: los tres segmentos de abajo de la población del mundo (en ingreso per cápita U$S 2 / US$ 16 por día) aumentaron sus rentas 54,8% entre 1988 y 2008, y los tres deciles de arriba lo hicieron sólo 25,1%.
China es una categoría aparte.
El promedio mundial de ingreso per cápita ha aumentado 24,6% en ese período, y 178,3% en la República Popular. De ahí que el índice Gini de desigualdad haya caído en China entre 1988 y 2008 de 32 a 20,6.
El sector más favorecido por el auge del ingreso per cápita es ahora 40% del total de la pirámide mundial, mientras era 23% en 1988.
¿Quiénes son los grandes ganadores de la globalización?
La respuesta del BM es inequívoca: 90% de la población mundial que ha logrado el mayor incremento del ingreso per cápita pertenece al Asia; y partes de ella corresponden a China e India. Entre los 420 millones de personas que menos han aumentado sus ingresos, 365 millones son ciudadanos del G-7.
La caída de la pobreza tiene una relación causa efecto con el aumento extraordinario de la clase media, que hoy asciende a 1.800 millones y sería 4.900 millones en 2030 (60% de la población mundial entonces).
Global Trends 2012-2030 hace la siguiente advertencia: “el crecimiento de la clase media global constituye un giro tectónico en la historia del mundo (…) Es la primera vez que la mayoría de la población mundial no será pobre y en que la clase media se convertirá (en 2030) en la inmensa mayoría de la población de la mayor parte de los países.” La clase media era prácticamente inexistente en China en 1980 y lo mismo ocurría en Asia emergente. Esta ausencia se mantenía en 1990 y 2000, con la excepción de Corea del Sur y Taiwán, y en menor escala Malasia y Tailandia.
De pronto, se produjo una explosión y la clase media del sudeste asiático con eje en China alcanzó a 50% de la población, tras haber sido 20% diez años antes.
El proceso ha entrado en una nueva fase en la República Popular. Los sectores medios y altos de la clase media (US$ 15.000 / US$ 35.000) serán 30% en 2020 y fueron 12% en 2010. Más aún, los ricos –que triplican o quintuplican los ingresos anteriores– alcanzarán a 100 millones al concluir la década; y todo esto mientras el ingreso per cápita promedio pasa de US$ 7.500 anuales a US$ 16.000 en 2020.
China se convertirá en una sociedad de ingresos medios, próspera.
Es imprescindible colocar a la pobreza en sus términos reales y advertir que el hecho central de la época es su excepcional disminución y su contrapartida, la nueva clase media global, que se expande sobre todo en Asia y América Latina.
Este esfuerzo de lucidez y adecuación a la realidad es una tarea prioritaria para quienes, como la Iglesia Católica, han hecho una “opción preferencial por los pobres”.
El pensamiento católico por definición es hiperrealista, no ideológico; y la fe está unida con la razón en la búsqueda común de la encarnación, que es la realidad.
Quien advertiría el significado del estudio del BM, si viviera, sería Matteo Ricci, sacerdote jesuita, que para convertir al Imperio chino en el siglo XVII se transformó en un excelso sabio confuciano. “Para convertir – dijo – hay que convertirse”, esto es, encarnarse. 

“La Argentina aprendió a recuperarse de las crisis pero no a prevenirlas”




El mayor déficit en estos 30 años de democracia es la ausencia de estrategias de mediano plazo y políticas “contracíclicas”, dice este politólogo de Stanford y Miami.



Ciclos implacables. “La ‘década K’ parecía haber sido la excepción, pero creo que esta excepción se está acabando”, dice Smith/ DIEGO WALDMAN

RELACIONADAS


29/12/13
Llegó por primera vez a la Argentina como estudiante de doctorado, hace de esto más de cuarenta años, el 11 de setiembre de 1973. Imposible olvidarse de esa jornada. Cuando aterrizó en Ezeiza con su esposa, mexicana, se enteró de que acababan de bombardear el Palacio de la Moneda en Santiago de Chile, y que el presidente Salvador Allende había muerto resistiendo el golpe militar. En pocas semanas en Buenos Aires vivió la euforia popular, el triunfo de Perón, el asesinato de Rucci y los enfrentamientos entre la izquierda y la derecha peronista cobrándose víctimas a diestra y siniestra en las calles de la Ciudad y zanjones del conurbano. Con esos recuerdos detrás, y habiendo seguido la política argentina de las siguientes décadas y escrito libros sobre ella, su mirada del presente invita a reconocer los grandes avances obtenidos. Pero observa que esos avances ocultan el principal problema: la incapacidad para planificar y prevenir las crisis que sobrevienen cuando se agotan los ciclos económicos o políticos. William Smith es profesor de Estudios Internacionales de la Universidad de Miami, doctorado en Ciencia Política en la Universidad de Stanford, editor de la Revista Latin American Politics and Society y autor de numerosos libros sobre política latinoamericana.

Usted viene estudiando la política argentina en el contexto latinoamericano de las últimas décadas. ¿Cuál es su balance de estos 30 años de democracia que acaban de cumplirse?

Creo que durante los últimos 30 años la Argentina ha vivido un proceso de consolidación democrática exitosa, aunque con claroscuros. Primero hay que subrayar los logros antes de remarcar los déficits democráticos. Yo recuerdo muy bien el terrorismo de Estado y la masiva violación de los derechos humanos durante la dictadura militar. Recuerdo muy bien la violencia previa de los años ‘70, con una alta movilización social y política, pero también represión y violencia. Desde esta perspectiva, tal vez el logro más importante de las tres décadas de democracia ha sido la casi total desmilitarizarizacion del sistema político y la erradicación de cualquier pretensión de protagonismo político por parte de las Fuerzas Armadas. Las Fuerzas Armadas ya están sujetas al control civil indiscutido y existe una sólida y fuerte subordinación al Estado democrático.

¿Además de éste, cuáles fueron los principales logros?

Resumiendo lo positivo de cada etapa, de cada presidencia, creo que con Alfonsín se avanzó mucho con las primeras tareas de la transición, sobre todo en relación a los Derechos Humanos, con el juicio a las Juntas, que fue trascendental. Luego, con Menem y Cavallo, con la convertibilidad y la “cirugía sin anestesia” del proyecto neoliberal, dejando de lado por un momento sus altos costos sociales, se puso fin a la hiperinflación y terminó la era de las insurrecciones militares. Ambos eran hasta entonces aparentes problemas insolubles. Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner lograron estabilizar la economía en el contexto de una crisis social enorme y sin precedentes. Y Kirchner inició la recuperación de la política democrática (me refiero a la capacidad de un presidente elegido por el pueblo de tomar decisiones frente a la pretendida autonomía del mercado y los llamados “poderes fácticos”) y avanzó con la reconstrucción de la autoridad del Estado. Finalmente, con Cristina Fernández no sólo se ha expandido la ciudadanía a través de nuevos derechos civiles (matrimonio igualitario, etc.) sino también se han implementado algunas de las políticas sociales más progresistas del periodo democrático.

Vamos entonces, ahora sí, a los déficits de nuestra democracia ...

Hoy la Argentina tiene un régimen político basado en arreglos institucionales liberal-democráticos con un sistema federal y división de poderes, que aun con sus defectos, funciona formalmente según lo prevén sus leyes y normas. Pero, como todo el mundo reconoce, la democracia argentina padece de una serie de problemas comúnmente reunidos bajo el rótulo de “baja calidad institucional”. Este lado problemático tiene que ver con la erosión de identidades y la fragmentación del sistema de partidos. En el nivel subnacional, el de la política de las provincias, estos fenómenos van de la mano con problemas de la política territorial como el clientelismo y la complicidad -por acción u omisión- de los caciques locales y la policía con el crimen o el delito organizado y la inseguridad ciudadana. De tal modo que la consolidación de la democracia no ha podido resolver, sino sólo modificar, el nivel y la complejidad del mal endémico que es la debilidad institucional en la Argentina. Aquí hay que mencionar los conocidos diagnósticos de Guillermo O’Donnell y otros colegas argentinos acerca de la democracia delegativa, el hiperpresidencialismo, la falta de transparencia y la debilidad de la “accountability” (responsabilidad de los gobernantes frente a los gobernados). En breve, la democracia argentina está consolidada pero es una democracia de mala calidad.

¿Cómo se explica que al cabo de una década de crecimiento económico y énfasis en la recuperación del rol del Estado en la economía y la sociedad, el país recaiga en crecientes conflictos y protestas de aristas violentas?

Volvamos a una década atrás: el país más igualitario de la región mostraba, de repente, a un 50% de su población por debajo de la línea de pobreza. Toda la política económica del inicio del nuevo siglo se dirigió a estabilizar la economía y lograr el repunte. Desde el punto de vista de la política, creo que otro logro muy importante era reconstruir la política frente al mercado y a los grandes grupos económicos, los poderes fácticos, y fortalecer el Estado, como respuesta a los excesos del neoliberalismo precedente. Fortalecer el Estado es fundamental, porque sin Estado no hay derechos. Para que haya derechos el ciudadano tiene que poder recurrir a instancias estatales, para que sean derechos verdaderamente ejercidos. Y aquí es donde la cosa comienza a complicarse.

¿De qué modo?

En los ‘90 se hablaba de “democracia delegativa” en referencia al gobierno de Menem y sus políticas neoliberales. Pero resulta que los gobiernos de los Kirchner, con contenidos y orientaciones diferentes, también obedecieron a una lógica delegativa de concentración y personalización del poder. Comienza así a vivirse un proceso parecido, con la misma secuencia: el Gobierno adopta medidas fuertes para enfrentar una crisis estatal de magnitud; tiene aciertos, con la implementación de políticas económicas que coincidirán con el período más largo de la historia de crecimiento económico, hasta 2007, 2008. Con creciente formalidad del mercado de trabajo, millones de empleos, crecimiento con cierta inclusión social, etc. Pero el correlato político será una creciente personalización y concentración del poder en un pequeño círculo, que, es verdad, había comenzado ya con Menem; la idea de “gobierno de emergencia”, los “superpoderes” y la dificultad del Congreso de fiscalizar la acción ejecutiva. Al principio parecía que el kirchnerismo venía a mejorar la calidad institucional, pero luego la economía le da un margen amplio de juego y en lugar de utilizar ese margen para construir una institucionalidad más sólida y de mejor calidad, lo que hace es profundizar la concentración de poder, “doblar la apuesta” y lanzar aquel “vamos por todo”. O sea que utilizó la misma lógica que cuando había momentos de crisis y eso termina conspirando contra sus propios logros.

¿Al final, esta política seguiría sometida a los ciclos económicos en lugar de evitar o atenuar sus curvas de alza y baja? ¿Se monta sobre la curva ascendente (recuperación, crecimiento, consumo) y cae junto con la pendiente en descenso (inflación, contracción, menor crecimiento)?

Detrás de esos problemas cíclicos siempre parece haber un origen fiscal, tanto en el menemismo como en el kirchnerismo, supuestamente modelos diferentes. Eso tiene que ver con la la existencia de un partido hegemónico, la fragmentación partidaria y el hiperpresidencialismo, como le decía antes. Porque ¿cuáles son los incentivos para que el Ejecutivo no sobreactúe en los momentos de auge? En esta lógica de los hiperpresidencialismos, sin un adecuado control del Parlamento o de la sociedad civil, se da un achicamiento de los horizontes temporales, se piensa sólo en el ciclo electoral, se hace todo para maximizar el voto a corto plazo. Cada presidente, para ser elegido, tiene que demonizar al gobierno anterior y prometer una ruptura drástica con el pasado. El problema es cómo alargar los horizontes temporales para que ese fin de los ciclos presidenciales no termine precipitando una nueva crisis.

¿Puede ser esa la encrucijada que le toca ahora transitar al kirchnerismo en el final de su tercer gobierno consecutivo?

Pensando en los próximos dos años, creo que no obstante los logros, todo indica que la economía argentina corre el riesgo de ir por el camino equivocado, en la dirección errada, de nuevo. La posibilidad de otro ciclo de crisis plantea un rompecabezas muy complicado. Todo indica que, más allá del contenido especifico de las políticas económicas -convertibilidad y moneda fuerte con desregulación con Menem, o el default, el boom de las exportaciones primarias y el tipo de cambio competitivo con Néstor y Cristina – la economía no consigue evitar caer en esos ciclos abruptos. La democracia argentina aprendió a recuperarse de las crisis pero no aprendió a prevenirlas. La “década K” parecía haber sido la excepción, pero creo que esta excepción se está acabando. Me pregunto: los últimos cambios en el gabinete y la posibilidad de modificaciones importantes en las políticas económicas del gobierno, ¿significan el abandono de esta “lógica K” de redoblar la apuesta o tal vez apenas una leve alteración? Creo que en buena medida la respuesta a esta pregunta será fundamental no sólo los próximos dos años sino también en la determinación de la próxima fase de democracia argentina.
Copyright Clarín, 2013.