Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

jueves, 6 de marzo de 2014

El infierno de los diplomáticos de la OEA, la UNASUR y la CELAC



Por años, diplomáticos del mundo democrático han escuchado el clamor del 49.12% del pueblo venezolano que pide expresiones de apoyo ante el autoritarismo que padece.



Cuando el gobierno de Alemania Oriental erigió el Muro de Berlín para evitar que sus ciudadanos escaparan de aquella dictadura, Alemania Occidental decidió seguir los pasos de Estados Unidos y creó su propio cuerpo de paz para promover el voluntariado social y los valores democráticos en otros países alrededor del mundo, y así oponer resistencia al totalitarismo expansionista soviético. Aplaudiendo esta iniciativa, el presidente John F. Kennedy afirmó: “Dante dijo una vez que los lugares más calientes del infierno están reservados para aquellos que en momentos de crisis moral mantuvieron su neutralidad”.
Por años, diplomáticos del mundo democrático, incluyendo a los latinoamericanos congregados en la OEA, la UNASUR y la CELAC, han escuchado el clamor del 49.12% del pueblo venezolano —porcentaje certificado por el propio órgano electoral chavista tras las elecciones de 2013— que pide expresiones de apoyo ante el autoritarismo que padece.
La mitad democrática del país jamás ha pedido a Estados Unidos enviar marines para derrocar a Maduro, como sugiere el gobierno, sino que lleva años pidiendo al mundo que emitan expresiones de solidaridad rechazando la toma completa de instituciones estatales por la parcialidad chavista, incluido el uso del organismo de inteligencia y el sumiso poder judicial para amedrentar, perseguir y encarcelar críticos. Pide rechazo frente al cierre de todos los canales de televisión de línea editorial independiente, puesto que después del reciente cierre de NTN24, a Venezuela le queda literalmente un solo canal de noticias (y por cable): CNN en Español; los demás simplemente transmiten novelas, deportes o el discurso embrutecedor del gobierno. Pide que se declare ilegítimo un resultado electoral que dio la victoria por 1% de diferencia al representante de Chávez, producto de una contienda electoral ni libre ni justa y caracterizada por el abuso gubernamental y monopolio de los medios.
Esa mitad excluida simplemente pide al mundo que rechace los golpes propinados por chavistas contra parlamentarios que representan ese 49.12%; que pida que se les dé la palabra en la Asamblea Nacional; que rechace las “leyes habilitantes” (como la última de diciembre de 2013) que tienen al chavismo ya por años “legislando” a través de los mismos “decretos-ley” con los que gobernaban Pinochet y Videla. Pide que condene las políticas unilaterales de un gobierno que tiene a todo el país (no solo a la mitad) con la tasa de inflación e índice de asesinatos más alta del mundo, y con el “índice de escasez” (publicado por el propio Banco Central chavista) oscilando entre 25-30%, lo que implica que 25 de cada 100 productos en tiendas de barrio y supermercados, ahora se han esfumado de toda Venezuela.
Estamos frente a un gobierno que atropella descaradamente a la mitad del país. Primero les cierra cualquier canal de participación institucional y cuando, en reacción a ello, 49.12% del país sale a las calles a protestar por los desastrosos resultados de las políticas impuestas, los manifestantes son automáticamente reprimidos y tildados de “asesinos”, “nazis”, “fascistas” y “terroristas” en cadena nacional obligatoria. Lo grave es que estos insultos no provienen de un radical irrelevante buscando escalar la violencia, sino del mismísimo comandante en jefe de todas las armas del país (incluidas las parapoliciales), Nicolás Maduro, del jefe del legislativo, Diosdado Cabello, y del canciller Elías Jaua; y que la estigmatización viene seguida del encarcelamiento sumario bajo cargos de “terrorismo” y “asesinato” (luego disminuidos a “incitación a delinquir”, entre otros) contra el líder de esa masiva oposición que convocó a la protesta callejera pacífica.
En Venezuela impera un régimen autoritario donde gobernantes actúan como cualquier bravucón callejero, con la diferencia de que los primeros no se acobardan frente al escrutinio público o exposición mediática, sino que más bien están imbuidos de esa “convicción revolucionaria” que los tiene dispuestos a cargarse a 49.12% de los venezolanos, sea encarcelándolos, matándolos, o simplemente aterrorizándolos. El gobierno de Maduro no ha recurrido a la metralla indiscriminada como lo hicieron muchas dictaduras en el pasado, porque ese tipo de represión sería demasiado obvia y escandalosa en una Venezuela que luego de 15 años de caos y paranoia política, usa Twitter como ninguna otra nación de habla hispana en el mundo. En vez de ello, el gobierno viene empleando el “método quirúrgico” consistente en que agentes del SEBINcolectivos revolucionarios matan uno por uno, y con tiros certeros a la cabeza, a un pequeño número de manifestantes para ver si millones se aterrorizan lo suficiente como para volver a sus casas a mirar inertes cómo les sigue cayendo la noche de una dictadura.
Pero el método de ejecuciones extrajudiciales selectivas no ha funcionado y los venezolanos siguen en la calle gritándole a Maduro que se vaya, mientras juegan a la ruleta rusa de la tiranía. Y continuarán en las calles porque no necesitan el permiso ni la compasión de nadie para hacerlo y porque saben bien que las revoluciones no violentas de la historia se han producido siempre en las calles: en las de Johannesburgo con Mandela encarcelado, en las de Praga de la mano de Václav Havel, en las de toda esa Polonia de trabajadores solidarios liderados por Lech Walesa y en las del mismísimo Santiago de Chile donde se fraguó años antes el Plan Cóndor, a la cabeza de los líderes valientes de una concertación democrática que cantaba, golpeaba cacerolas y ondeaba banderas y pancartas para recordarle al dictador que tenía los días contados. Y porque es en la calle donde mejor se puede desnudar la naturaleza cruel de un régimen que es capaz de ejecutar y golpear a estudiantes y mujeres inermes, y porque es así, cuando su brutalidad ha quedado transparentada a la vista del mundo, que el autoritario va perdiendo entre los suyos el apoyo y la obediencia que los hizo fuertes.
El clamor por reconocimiento, libertad y democracia en Venezuela es un pedido de justicia elemental y no debería sorprender ni confundir a los cientos de políticos y diplomáticos alrededor del mundo que llegaron a sus puestos gracias a que las instituciones democráticas de sus países los respetaron cuando eran fuerzas opositoras y fiscalizadoras. Por ello es que los políticos y diplomáticos de Estados Unidos, Canadá y del Parlamento Europeo han respondido condenando los abusos del gobierno de Venezuela y pidiendo la inmediata disolución, desarme y fin de la impunidad de los “colectivos revolucionarios”. El contundente comunicado del Parlamento Europeo demuestra que el pueblo europeo y sus representantes aprendieron —a fuerza de derramar mucha sangre bajo los terribles nazismo, fascismo, franquismo y comunismo— lo importante que son el conjunto de instituciones de la democracia.
Lo desolador es que de 31 jefes de estado latinoamericanos, hasta hoy han salido solamente tres mensajes. El primero fue un tímido pero loable mensaje del gobierno panameño, que llamó a consultas a su embajador en Caracas y pidió a su representación permanente en la OEA (antes encabezada por un importante demócrata: el Embajador Guillermo Cochez) que solicite una reunión urgente para discutir la situación en Venezuela. El segundo fue uno de apoyo firme, decidido, incondicional y militante, pero no a los demócratas que están arriesgando la vida en las calles, sino al gobierno autoritario, de parte de Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Uruguay además de, por supuesto, la dictadura cubana, que incluso ha enviado tropas para ayudar a reprimir.
El tercer mensaje es uno de silencio ensordecedor que viene de todos los demás estados latinoamericanos, muchos de cuyos líderes hace apenas tres décadas experimentaron de cerca el terrorismo de estado de parte de dictaduras militares que estigmatizaron, torturaron y desaparecieron no solamente a jóvenes alzados en armas (y que debieron haber sido enjuiciados por utilizar tácticas terroristas), sino que también aterrorizaron a toda una generación de personas que incluían admiradores, seguidores, familiares y a cualquier otro simpatizante de esas mismas ideas marxistas.
Un diplomático que de joven se opuso a la dictadura de Pinochet y que rompió el silencio la semana pasada fue el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, pero lo hizo a través de un comunicado de lenguaje cantinflesco en el que anunció que se mantendrá neutral para no “profundizar” la “división ideológica” en Venezuela. Para Insulza, tal “división ideológica” consiste en que la oposición llama “odiosamente” al gobierno “dictadura” y que el gobierno “odiosamente” llama a la mitad del país “fascistas”. Lo que Insulza no dice es que los “fascistas” son en realidad todos los partidos y organizaciones democráticas de Venezuela que hace años se tuvieron que reunir para enfrentar al autoritarismo y que hoy ya se quedaron sin ninguna voz en el parlamento y en los medios. Tampoco dice que la “dictadura” es la que encarceló y sigue encarcelando opositores, la que clausuró todos los medios críticos, la que dicta todos los decretos-ley que le da la gana y la que, ante la protesta de millones de personas indefensas, les suelta en jauría a las fuerzas armadas, policías, parapolicías, fiscales y jueces.
A Insulza y a esos colegas suyos que hoy continúan manteniendo una neutralidad inmoral ante la injusticia que sufre el pueblo venezolano, no les corresponderá el lugar más caliente del infierno, como interpretó equivocadamente el presidente Kennedy. En la Divina Comedia, los inútiles, indecisos y neutrales ante la injusticia no iban al lugar más caliente del infierno, sino que quedaban condenados a vagar a orillas del Río Aqueronte (antesala del infierno), donde, luego de ver y escuchar a muchísimas almas penar con “suspiros”, “llantos” y “palabras de dolor”, Dante le preguntó a Virgilio: “Maestro, ¿qué les pesa tanto y provoca lamentos tan amargos?”. Virgilio respondió:
Esta mísera suerte tienen las tristes almas de esas gentes que vivieron sin gloria y sin infamia. Están confundidas entre el perverso coro de los ángeles que no fueron rebeldes ni fieles a Dios, sino a ellos mismos. […] No tienen éstos de muerte esperanza, y su vida obcecada es tan rastrera, que envidiosos están de cualquier suerte. Ya no tiene memoria el mundo de ellos, compasión y justicia les desdeña; de ellos no hablemos, sino mira y pasa.
*Javier El-Hage es director jurídico y Roberto González abogado asociado de Human Rights Foundation, una organización internacional de derechos humanos con sede en Nueva York. Sígalos en Twitter: @JavierElHage y @RobCGonzalez


lunes, 3 de marzo de 2014

¿Hacia una nueva guerra?




El nuevo Gobierno ucranio haría bien en examinar las opciones para federalizar el país, con el fin de otorgar más autonomía a la península de Crimea.






Protesta en Nueva York contra la actuación de Rusia en Ucrania. / KENA BETANCUR (AFP)

Los augurios son pesimistas: el Parlamento de Crimea invadido por pistoleros prorrusos; sus aeropuertos tomados por soldados vestidos de uniforme ruso; y el avance de camiones y helicópteros militares también rusos. Da la impresión de que nos encaminamos hacia una nueva Guerra de Crimea.
El rumbo que seguirá es previsible. Las tropas rusas, o más probablemente sus representantes crimeas, llevarán a cabo un golpe de Estado para defender los intereses de la mayoría de habla rusa en la península y celebrarán un referéndum para obtener la autonomía de Ucrania. Tal vez volvería a unirse a Rusia, pese a las protestas de sus habitantes tártaros y ucranios. Después, el movimiento prorruso podría extenderse quizá al sureste de Ucrania, cuyas industrias dependen casi por completo de Rusia. El resultado final: pierde Ucrania, gana Rusia.
Era inevitable que Crimea fuera el centro de la reacción contra la revolución ucrania. La península situada en el Mar Negro es la única región de Ucrania que tiene una clara mayoría rusa. Los rusos de dentro y fuera de Crimea llevan más de 20 años -desde que cayó la Unión Soviética- resentidos por tener que someterse al gobierno de Kiev, una situación que es una espina en las relaciones entre Ucrania y Rusia.

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El Tratado de Amistad y Cooperación entre los dos países -por el que Rusia ocupa la base naval de Sebastopol, que alquila al gobierno ucraniano- concede a los rusos tantos derechos a la hora de ejercer su poder militar en el territorio vecino que muchos consideran que socava la independencia del país. En 2008, los ucranios dijeron que no renovarían la concesión de la base cuando expire, en 2017. Sin embargo, una gran subida del precio del gas hizo que acabaran cediendo y, en 2010, prolongaron el alquiler de la base a la Marina rusa hasta 2042. Quién sabe qué sucederá ahora.
Desde el punto de vista ruso, lo más irritante es que Crimea formó parte de su país hasta 1954. Hace exactamente 60 años, el 27 de febrero de 1954, Nikita Jruschov regaló la península como si tal cosa a Ucrania (después de 15 minutos de debate en el Presidio Supremo), en teoría para conmemorar el 300 aniversario del tratado de 1654 que unió Ucrania y Rusia.
En aquellos tiempos, la era de "la fraternidad de los pueblos", dentro de la URRS no existían fronteras reales entre las repúblicas soviéticas, cuyos territorios estaban diseñados en gran parte con arreglo a criterios artificiales e incluso arbitrarios.

Desde el punto de vista ruso, lo más irritante es que Crimea formó parte de su país hasta 1954.

Pero la caída del imperio soviético revivió los sentimientos nacionales. Los rusos de Ucrania sintieron que se habían quedado huérfanos con la ruptura de los lazos que unían el país a Moscú, y se aferraron a Crimea como símbolo de su resentimiento nacional.
Crimea tiene una importancia vital para los rusos. Según las crónicas medievales, fue en Jersonesos -la antigua ciudad colonial griega en la costa suroccidental de Crimea, junto a Sebastopol- donde en 988 recibió el bautismo Vladimir, el Gran Príncipe de Kiev, un hecho que supuso la llegada del cristianismo a la Rus de Kiev, el reino del que Rusia heredó su identidad religiosa y nacional.
Después de que los turcos y las tribus tártaras gobernaran Crimea durante 500 años, los rusos se anexionaron la península en 1783. Se convirtió en la frontera que separaba a Rusia del mundo musulmán, la división religiosa sobre la que creció el imperio ruso. A Catalina la Grande le gustaba emplear su nombre griego, Táuride, más que el tártaro, Crimea (Krym). Decía que era el vínculo entre Rusia y la civilización helénica de Bizancio. Repartió entre los nobles rusos, para que construyeran sus grandiosos palacios, las tierras montañosas de la costa sur, de una belleza equiparable a la de Amalfi; se trataba de que aquellos edificios clásicos, jardines mediterráneos y viñedos anunciaran una nueva civilización cristiana en el viejo territorio hereje.
Poco a poco se expulsó a la población tártara, que fue sustituida por colonos rusos y otros cristianos orientales: griegos, armenios y búlgaros. Antiguas ciudades tártaras como Bajchisarái perdieron importancia, y se construyeron otras de nueva planta como Sebastopol, completamente en estilo neoclásico. Las iglesias rusas reemplazaron a las mezquitas. Y se prestó enorme atención al hallazgo de restos arqueológicos cristianos, ruinas bizantinas, cuevas, ermitas y monasterios de ascetas, con el propósito de dejar claro que Crimea era un lugar sagrado, la cuna del cristianismo ruso.
En el siglo XIX, la flota del Mar Negro fue un elemento fundamental del poderío imperial de Rusia. Desde Sebastopol logró intimidar a los otomanos y afianzar el dominio ruso de toda la región circundante, incluidos el Cáucaso y los estrechos turcos para salir al Mediterráneo. El Reino Unido se alarmó. Rusia parecía una amenaza contra sus intereses en Oriente Próximo (la ruta hacia India). La rusofobia se disparó en Europa después de que las tropas del Zar reprimieran la revuelta polaca en 1830 y la revolución húngara en 1848. La prensa británica estaba deseando bajar los humos a los rusos. El emperador recién elegido en Francia, Napoleón III, se mostró encantado de ayudar, en venganza por la derrota ante los rusos en 1812.

El rumbo que seguirá es previsible. El resultado final: pierde Ucrania, gana Rusia.

Estos fueron los antecedentes de la Guerra de Crimea de 1854-1856, que estalló cuando el zar Nicolás I se enredó en una complicada disputa con los franceses por el acceso a los lugares sagrados de Tierra Santa y emprendió una defensa de los súbditos ortodoxos del sultán en los Balcanes que acabó yéndosele de las manos. Nicolás podría haber evitado el conflicto, pero creía que Rusia tenía razón, y acusaba a las potencias occidentales de aplicar un doble rasero, de intervenir en otros países cuando les convenía y criticar a Rusia cuando lo hacía.
Los británicos y los franceses enviaron sus tropas a Crimea a destruir la base naval. Hubo grandes errores militares, como la famosa Carga de la Brigada Ligera, en la que 600 jinetes británicos cayeron machacados por la artillería rusa en las colinas de Sebastopol. Pero los aliados estrecharon el cerco y, durante 11 meses, los marinos rusos resistieron sitiados en la ciudad --una batalla inmortalizada por Tolstoi en sus Relatos de Sebastopol--, hasta que, al final, tuvieron que ceder la ciudad a las fuerzas aliadas, muy superiores. Su heroico sacrificio se convirtió en un poderoso símbolo emotivo de la resistencia rusa para la imaginación nacionalista.
Sebastopol sigue definiendo su carácter ruso de acuerdo con esa mentalidad de sitio. Los recuerdos de la Guerra de Crimea agitan aún profundos sentimientos de orgullo y resentimiento frente a Occidente. Aunque Rusia terminó derrotada, siempre ha presentado la guerra como una victoria moral. Nicolás I es uno de los héroes de Putin porque luchó por los intereses de Rusia contra todas las grandes potencias. Su retrato está colgado en la antecámara del despacho presidencial en el Kremlin.
Para evitar una nueva Guerra de Crimea, Putin tendrá que ejercer más contención que su héroe zarista. Hay que tranquilizar las emociones nacionalistas. Existen remedios políticos para resolver las profundas divisiones en Ucrania. Si se logra mantener la paz hasta las elecciones del 25 de mayo, el nuevo gobierno ucraniano haría bien en examinar las opciones para federalizar el país, con el fin de otorgar más autonomía a la península. Sin embargo, con Yanukóvich diciendo que las elecciones son "ilegales", hay una gran incertidumbre y, si cuenta con el respaldo de Rusia, pocas esperanzas de que sea posible resolver esas divisiones por medios pacíficos.
Orlando Figes es autor de Crimea: La primera gran guerra (Edhasa).
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia 

Putin y la revancha histórica de Crimea



Moscú trata de recuperar la república autónoma y deshacer el regalo a Ucrania en tiempos de Jruschov.





RODRIGO FERNÁNDEZ Moscú 



La policía detiene a un manifestante contrario a la presencia militar rusa en Crimea, durante una marcha en San Petesburgo. / DMITRY LOVETSKY (AP)

El Kremlin tiene las manos libres para intervenir militarmente en cualquier momento en Ucrania, aunque, como ha subrayado tanto su portavoz, Dmitri Peskov, como el representante ruso en la ONU, Vitali Churkin, el presidente, Vladímir Putin, no ha tomado aún una decisión al respecto.
El mismo Putin no ha abierto la boca, guarda silencio sobre los sucesos en Ucrania  de lo que realmente piensa al respecto se juzga solo por el documento enviado al Senado para pedir autorización de utilizar las Fuerzas Armadas en el extranjero e, indirectamente, por las declaraciones de su portavoz.
Hay quienes consideran que su silencio, las explicaciones de Peskov y el que, aparentemente, el lunes viaje a Moscú Yulia Timoshenko para tratar la crisis de Crimea son todos indicios de que Putin no ha decidido aún enviar las tropas rusas a territorio ucranio. Además, piensan que Putin no quiere perder la buena imagen que, estima, dejó del país gracias a las Olimpiadas de Invierno de Sochi y que si se dirigió al Senado fue para tranquilizar a sus partidarios que lo presionaban.
Sin embargo, la mayoría de los observadores no está de acuerdo con esta interpretación y cree que todo está ya decidido. Alguno, como el analista político Stanislav Belkvovski, concede que la autorización de usar el Ejército puede ser un chantaje por parte del presidente, una amenaza para obligar a Kiev a dar garantías a la población rusohablante de Ucrania. Pero para muchos otros, a Putin se le ha presentado la oportunidad de recuperar un territorio que los rusos siempre han considerado suyo y no está dispuesto a dejarla escapar.
Alexéi Venedíktov -el director de la radio Echo de Moscú, que refleja principalmente las opiniones de demócratas y pro-occidentales aunque también da tribuna a otras ideologías, incluidos los partidarios del actual Gobierno- explica así los sentimientos del líder ruso:
"Putin considera que se ha cometido una injusticia histórica con respecto a Crimea", que fue regalada a Ucrania en tiempos de Nikita Jruschov."Para Putin y, a juzgar por las encuestas, para la mayoría de los ciudadanos rusos Crimea es tierra rusa, y debo reconocer que comprendo esta posición".
Ahora, explica Venedíktov, Crimea se independizará de Ucrania y "se convertirá en una especie de protectorado de Rusia" aunque quizá no se integre a ella al igual que no lo han hecho Abjazia y Osetia del Sur, pero significará "una devolución histórica". Putin pasará a la historia como "el hombre que vuelve a reunir las tierras rusas. Y él cree en esto, es sincero". El líder ruso "ha elegido la justicia histórica" a pesar del costo político y económico que ello implica: "pelearse" con Europa, Estados Unidos y Kiev, lugares todos donde Rusia tiene "enormes intereses" económicos, así como con gran parte de la población ucrania porque "los ánimos antirrusos aumentarán incluso en las regiones del sureste".
En cualquier caso, como dice la economista Natalia Zubarévich, "el coste económico de una intervención militar será extremadamente alto, pues se trata de una medida sumamente desestabilizadora". Habrá sanciones y las inversiones caerán catastróficamente, según ella, que piensa que el precio a pagar será mucho mayor que el de los Juegos de Invierno de Sochi, sobre todo cuando la situación económica de Rusia no está en su mejor momento. El conocido politólogo Dmitri Oreshkin, miembro del Consejo de Derechos Humanos adjunto al presidente ruso, se mostró totalmente de acuerdo con Zubarévich y remató: "No hay nada más caro que una guerra".
Mijail Korchomkin, director general de la firma consultora East European Gas Analysis, advierte por su parte del peligro que corren los suministros de gas a Europa. En Ucrania hay grupos que independientemente de lo que piensen las autoridades de Kiev, querrán atacar los gaseoductos que pasan por territorios de ese país, asegura Korchomkin, que pronostica pérdidas de millones y millones de euros para Gazprom, ya que el gaseoducto South Stream todavía no está terminado. "Hay que buscar urgentemente una solución pacífica" a la crisis de Crimea, subraya.