Los sistemas
latinoamericanos de instrucción se enfrentan a enormes desafíos. Las
inversiones en las universidades son insuficientes. La cumbre de Veracruz
aborda un asunto vital para los jóvenes.
CARLOS MARICHAL SALINAS/EL PAÍS
NICOLÁS AZNÁREZ
Estos días (8 y 9 de diciembre) se
celebra la 24ª Cumbre Iberoamericana de jefes de Estado y de Gobierno en el
puerto de Veracruz, en México, a la que asisten los altos mandatarios de
Latinoamérica, así como el rey de España, don Felipe, y gran número de
ministros y empresarios de ambos lados del Atlántico. Existe inquietud sobre el
desenlace de esta magna reunión, teniendo en cuenta el alto nivel de retórica
pero los escasos alcances políticos alcanzados en anteriores cumbres. Al mismo
tiempo, hay esperanzas de que puedan lograrse promisorios acuerdos en el
terreno educativo y cultural, ya que estos temas han sido anunciados como
fundamentales dentro de este encuentro multinacional.
El desafío no es menor, pues se trata
de ayudar a las universidades y los sistemas educativos latinoamericanas a
enfrentar los enormes retos del siglo XXI con mayor confianza. De ello depende
el destino de millones de jóvenes. Y por ello es esencial que todos los jefes
de Gobierno asuman a la educación como prioridad para asegurar el progreso
económico, científico y cultural de sus sociedades. Sin embargo, aún no está
claro cuáles acuerdos concretos de tipo financiero se logren para respaldar las
promesas. En situaciones de graves crisis políticas y sociales, con fuerte
desempleo de los jóvenes en España y en toda la región latinoamericana, esta
oportunidad es fundamental para infundir alguna confianza en el futuro entre
las decenas de millones estudiantes que actualmente cursan la secundaria o ya
participan en carreras universitarias.
Han surgido propuestas interesantes a
partir de debates previos entre los ministros de Educación de Iberoamérica: en
una reunión preparatoria celebrada a finales de agosto en la ciudad de México,
confirmaron su interés en promover un proyecto ambicioso de becas de
intercambio entre las universidades de la región, al estilo del exitoso
programa Erasmus de Europa. En América Latina, ya se ha bautizado el nuevo plan
de movilidad como el Programa Paulo Freire, en honor al gran pedagogo
brasileño, pero quedan serias dudas sobre las posibilidades de financiamiento,
especialmente teniendo en cuenta las restricciones que impone la recesión
económica que ha caído sobre la región desde hace un par de años. Es cierto que
entre los alumnos universitarios de América Latina, el estudiar al menos una
parte de la carrera en el exterior, por ejemplo en Europa o Estados Unidos,
está ganando fuerza. Al mismo tiempo, hay una creciente movilidad de población
estudiantil dentro de la región: en el caso de las universidades argentinas, se
estima que hay más de 40.000 alumnos extranjeros matriculados, lo cual los
ubica en primer lugar como receptores de estudiantes en la región.
Dadas las restricciones
presupuestarias, los jefes de Gobierno tendrán que idear fórmulas financieras
más ambiciosas para impulsar la educación y la formación científica de lo que
han hecho en el pasado. La prioridad consiste en que cada uno se comprometa a
destinar montos altos y crecientes de los presupuestos públicos a este fin. Una
medida complementaria podría apuntar a crear grandes fondos para educación y
ciencia en los bancos de desarrollo nacionales y multilaterales. Pero para ello
debieran contar con el respaldo de los bancos centrales que han dejado de ser
proactivos del desarrollo. La mayoría de los bancos centrales en Latinoamérica
actualmente cuentan con enormes reservas que no utilizan y que podrían servir,
en un porcentaje limitado, para respaldar la emisión de bonos para el
financiamiento de la educación y la ciencia en la región.
En los años de 1960, cuando Felipe
Herrera era presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, se puso en
marcha un gran proyecto para apoyar las universidades y los nacientes consejos
de ciencia y desarrollo en Latinoamérica. Estas innovaciones fueron semilla de
una fuerte expansión de la educación y ciencia en la región. Es hora de retomar
este tipo de iniciativas y actuar por una vez en la historia de la región con
ambición concertada pues, de lo contrario, las jóvenes generaciones de España y
Latinoamérica no podrán disfrutar de una mejor y más amplia oferta educativa, y
el descontento social solamente irá en aumento, inexorablemente.
En efecto, se trata de respaldar una
trayectoria rica en educación y formación universitaria de ambos lados del
Atlántico. Es bien sabido que los primeros colegios y seminarios
hispanoamericanos adoptaron como modelos a las universidades de Salamanca y
Alcalá de Henares en los siglos XVI y XVII. Casos paradigmáticos fueron las
Reales Universidades de México y de Lima, Perú, creados ambos en 1551. En sus
orígenes, dichas instituciones eran realmente pequeñas pero durante el siglo
XVIII comenzaron a expandirse; los registros históricos de la Universidad de
México atestiguan que se titularon la impresionante cantidad de 20.000
bachilleres a lo largo de esa centuria.
La mayor parte del siglo XIX fue una
época cruel para la mayoría de las instituciones educativas en Latinoamérica a
consecuencia de las intensas luchas políticas y guerras civiles, aunadas a la
debilidad fiscal de la mayoría de los nuevos Estados en formación. De allí que
se invirtió poco dinero a la educación pública hasta el último cuarto de siglo.
Hubo algunas excepciones, como fue el caso de la Universidad de Chile, que fue
fundada en 1842, cuyo primer rector fue Andrés Bello, educador de generaciones
de jóvenes chilenas. Esta institución pudo cumplir funciones fundamentales en
la formación de las elites republicanas, pero ya en el siglo XX amplió su
matrícula y se convirtió en una universidad policlasista. Hoy la Universidad de
Chile cuenta con 38.000 alumnos y 36 programas de doctorado, siendo alma mater
de 169 premios nacionales de Chile, incluyendo Pablo Neruda y Gabriela Mistral.
En Argentina se fundó tempranamente
la Universidad de Buenos Aires en 1821 en el marco de la independencia, aunque
no sería hasta principios del siglo XX cuando las universidades argentinas
cobrarían verdadera importancia al establecerse las nuevas Facultades de
Ingeniería, de Ciencias Naturales y Sociales. En 1918, las demandas por ampliar
la enseñanza a mayor número de alumnos y con un esquema menos jerárquico y
tradicionalista gestó la famosa “reforma universitaria”, que arrancó en la
Universidad de Córdoba pero que luego habría de tener un impacto enorme en toda
América Latina, siendo impulsada por figuras tan destacadas de la cultura y la
educación en los años de 1920 como José Ingenieros en Argentina o José
Vasconcelos en México.
La mayor expansión de las
universidades latinoamericanas se produjo a partir de los años de 1950 con un
gran aumento de la inversión pública que permitió para ampliar las clases profesionales
y dar cauce a un profundo cambio social y cultural. Símbolo de este proceso fue
la construcción por la Universidad Nacional de México de la primera gran Ciudad
Universitaria en Latinoamérica que hoy en día acoge a más de 100.000 alumnos.
El país con el mayor dinamismo en la
expansión de su sistema universitario en los últimos dos decenios ha sido
Brasil. La Universidad de São Paulo con sus más de 75.000 alumnos, múltiples
programas de posgrado y 42 bibliotecas es un centro vital de docencia y de investigación
científica, por lo que hoy ocupa el primer rango de las universidades
latinoamericanas en diversas evaluaciones internacionales. En todo caso, ya
existen decenas de universidades en todas las regiones de este inmenso país, y
el Gobierno brasileño actualmente es el más activo en promover programas de
becas de intercambio. Los avances alcanzados en mejoras educativas son muy
importantes en Brasil y en el resto de Latinoamérica, pero falta muchísimo por
mejorar: las inversiones actuales son insuficientes, por lo que el futuro de
las nuevas generaciones está en profundo riesgo, de la misma manera que lo está
el desempeño de toda la región en el siglo XXI.
Carlos Marichal Salinas es profesor del Colegio de México.
cmari@colmex.mx