POR EDUARDO VAN
DER KOOY NOBO@CLARIN.COM
Lucidez. Vargas Llosa, el mes pasado, en Buenos Aires. / juano tesone
Mario Vargas Llosa
está inquieto. En el día y medio de permanencia en Oslo, Noruega, donde cerró
con un mensaje en inglés limpio el Freedom Forum sobre Derechos Humanos y
libertades, alternó una parva de actividades programadas con su afición por el
diálogo informal, distendido. En cada uno de esos diálogos –también con este
periodista– interrogó sobre la situación en la Argentina, la reforma judicial y
los avatares del periodismo. Sorprendió su nivel de información. Se animó a
ensayar, en medio de una cena con manjares en el Grand Hotel, definiciones
tajantes: “Si Cristina fuera contra Clarín estaría cruzando un
límite muy peligroso para la democracia argentina”, apuntó. El Premio Nobel de
Literatura disfruta de Oslo, la sede del Nobel de la Paz. La disfruta por la
belleza cautivante de esta ciudad pero también, quizás, por su cercanía a Suecia.
Allí recibió su galardón máximo en 2010. Otras actividades, simplemente, las
cumpliría en su condición ineludible de hombre público y notorio en la escena
mundial. De Oslo viajó a Bulgaria para recibir el Honoris Causa de la
Universidad de Sofía. De allí a Budapest y a Madrid. Ya tiene agenda
internacional incluso hasta 2016. “Está dando vueltas un compromiso en Chicago.
Pero mi secretaria (que es Patricia, su mujer) me bajó de un golpe a la
realidad. Me dijo que ese año cumpliré los 80. ¿Se imagina, 80? Ya no se puede
planificar a tan largo plazo”, dice como envuelto en un asombro. En esa gira
imaginaria a largo plazo, Vargas Llosa hace a cada rato una escala en la
Argentina. Y así comienza la conversación, apenas con una botella de agua
mineral como tercera compañía.
–Se lo observa y se
lo escucha muy inquieto por lo que pasa en la Argentina...
–Como para no
estarlo. ¿Qué le parece? Siendo la Argentina un país tan importante, si hay
–como hay– un retroceso tan brutal sobre la libertad de expresión va a tener
una repercusión enorme. En América Latina y en el mundo de habla hispana. La
opinión pública internacional sigue de cerca la hostilidad declarada del
Gobierno hacia Clarín, sobre todo, y también hacia La
Nación. Se han visto los pasos dados como un peligro creciente contra la
libertad de expresión en la Argentina. La libertad de expresión no es sólo
libertad de expresión. Implica también un proyecto de control de la
información y probablemente un proyecto de eternización en el poder.
Es decir que un retroceso de esa dimensión, dado el peso específico que tiene
la Argentina, sería sumamente grave para todo el continente. Afortunadamente
uno observa que hay, en el plano internacional y en el propio país, un fuerte
rechazo a ese intento y una solidaridad declarada con el periodismo
independiente.
–¿Qué razones
encuentra usted para este proceso tan confrontativo en la Argentina, donde la
prensa queda como principal contendiente?
–Creo que en la
Argentina siempre hubo muchos problemas pero, desde el regreso de la
democracia, la libertad de expresión no parecía un problema. Era como una
garantía hacia el futuro. Si esa garantía que es la libertad de prensa se ve
atacada o abolida no es sólo un problema de la libertad de expresión. Es un
problema de la democracia y la institucionalidad. Pero lo que está ocurriendo
en la Argentina tiene antecedentes. Es lo que sucede en Venezuela con la prensa
libre recortada en sus funciones por medidas de toda índole, en Ecuador donde
hay una confrontación muy violenta del presidente Correa (Rafael) con el
periodismo crítico, ha ocurrido lo mismo en Bolivia con Evo Morales pero se
pensaba que la institucionalidad estaba mucho más consolidada en la Argentina y
que ese peligro allí no podía sobrevenir. Desgraciadamente es una tendencia que
no sólo apunta a acallar las voces y las disidencias sino apunta al continuismo
político. Y eso ocurre cuando América Latina parecía estar saliendo de la
tradición autoritaria. Cuando uno mira el mapa de la región observa que hay un
progreso muy considerable frente al pasado. De hecho, casi no existen
dictaduras, hay menos populismos, hay gobiernos democráticos con consensos
nacionales consolidados, con izquierdas y derechas asentadas que han aceptado
jugar dentro de las reglas del sistema. Por eso ese presunto retroceso sería
gravísimo.
–Usted dice que hay
menos populismos; sin embargo, existe un eje claro identificado con esa
tendencia.
–Es el eje
chavista, el delirio mesiánico de Chávez (Hugo), que ha tenido por desgracia
extensión en algunos países, aunque no muchos. Digo Ecuador, Bolivia,
Nicaragua. Y desde hace algún tiempo la Argentina, que ha mostrado un apoyo
directo a Caracas, incluso ahora a Maduro (Nicolás) luego de un gran fraude
electoral. La agresión del gobierno de Cristina Fernández al periodismo
independiente sería la confirmación de que no hay sólo una simpatía chavista
sino una cabecera de playa en la Argentina.
–La llegada de
Maduro al poder tras la desaparición de Chávez puede anticipar alguna
posibilidad de cambio.
–La muerte de
Chávez abre lentamente las puertas a la desaparición del chavismo. El régimen
estaba ligado a la personalidad torrencial de Chávez y ese régimen no tiene
posibilidades de continuar encarnado en una figura tan opaca, tan poco
carismática como la de Maduro. Mi impresión es que estas elecciones –que
probablemente ganó la oposición, como indica la negativa de Maduro de hacer el
recuento de votos que le han pedido– indican que hay un proceso de
desagregación, de ilusión perdida de lo que fue el régimen chavista. En parte
por la desaparición de Chávez pero también por la espantosa crisis política,
económica, social, de criminalidad y cultural. Lo que habría que esperar, a lo
mejor, es que este proceso se acelere y venga una democratización de Venezuela
y una institucionalización que le permita salir de la crisis.
–¿Cómo ha visto
esta década argentina? ¿Hubo a su juicio ciclos diferentes? ¿Hubo un tiempo
mejor y otro peor?
–Yo creo que ha
habido un deterioro político e institucional en la Argentina en los últimos
años. La era Kirchner comienza con una ilusión de bonanza económica pero con un
deterioro progresivo en los otros campos.
–Usted no hace
ninguna diferencia entre Néstor Kirchner y Cristina.
–Yo no hago
diferencias. Y si las hago, son mínimas. Probablemente la radicalización que se
observa en Cristina tenga que ver con el deterioro de la situación general. El
régimen tiene mucho menos apoyo en la opinión pública, menos apoyo popular que
en la primera época.
–Me gustaría
recordarle que hace un año y medio Cristina ganó con el 54% de los votos.
–Ese es uno de los
grandes misterios de la Argentina. Su perseverancia en el error. Inexplicable,
podríamos decir, en un país que tiene los índices culturales y de educación más
elevados de la región.
–¿Tiene esos
niveles o los tenía?
–Yo creo que los
mantiene todavía. Por eso se hace más difícil la comprensión. Y creo que los
tiene, por ejemplo, leyendo la prensa argentina. De las mejores, créame. Y no
se lo digo para halagarlo. Leo y viajo mucho. La Argentina tuvo uno de los
sistemas educativos mejor ponderados del mundo. Quizás eso no se recuerda hoy,
pero es la realidad. Y hay muchísimos argentinos que se han beneficiado de eso.
Puede ser, como ocurre en muchos lados, que esté un poco en declinación. Pero
algo de eso tiene que haber quedado. En su periodismo, en sus academias, en su
nivel cultural elevadísimo. Eso no se compadece con el deterioro de la clase
política. Debiera tener una clase política que estuviera a esa altura. Pero,
bueno, ese es el misterio no develado del que estábamos hablando.
–¿Cómo explica ese
supuesto nivel cultural con la pobreza política e institucional del presente?
Algo no parece cerrar en todo eso.
–Cómo no, eso puede
existir. Y existe. Los sectores más preparados de la Argentina tienen
reticencia a entrar a la política. Ven esa actividad con mucho desánimo. Con
cierto rechazo. Y prefieren dedicarse a otras actividades. Eso es gravísimo.
Porque si los mejores no hacen política, la política cae en manos de los
peores. Se trata de un problema de muchos países. Pero creo que ningún país lo
vive de manera tan trágica como lo vive la Argentina. La crisis de la política,
sobre todo, es la que la ha conducido a este tobogán.