Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

sábado, 18 de mayo de 2013

La responsabilidad del poder y el silencio




Por   | Para LA NACION




Una imagen que trascendió su tiempo: el festejo de la junta militar en el Mundial 78. Foto: Archivo / Reuters


La muerte del ex dictador Jorge Rafael Videla nos coloca frente a una cantidad enorme de preguntas difíciles, cuyas respuestas todavía están por escribirse.
Dos cuestiones (me) resultan particularmente inquietantes.
La primera: ¿hemos sabido dar, como sociedad democrática, una respuesta adecuada frente a las atrocidades cometidas por la dictadura?
La segunda: ¿contamos con reservas morales suficientes como para resistir una eventual nueva oleada de violaciones de derechos humanos?
En torno a la primera pregunta, hay una nota significativa que favorece el optimismo: la incansable batalla que dieron familiares de las víctimas, militantes políticos y sociales, y organismos de derechos humanos, en contra de la impunidad.
Esa batalla fue heroica muchas veces, y extraordinariamente meritoria en la totalidad de los casos. A todos los que lucharon decididamente contra la impunidad les debemos un eterno agradecimiento colectivo.
Dicho esto, luego aparecen las dudas, que marcan trazos pesimistas sobre nuestro recuento. Es preocupante saber que, desde el poder político y económico, tantas veces y con tanta fuerza, se haya trabajado por la impunidad.
Es preocupante que tantos hayan tranquilizado sus conciencias prontamente, encapsulando las culpas de las violaciones masivas en unos pocos, cuando las torturas y desapariciones se hicieron posible gracias a aplausos, silencios y complicidades socialmente muy extendidas.
Es preocupante que, en el camino de las necesarias condenas, muchos hayan aceptado resignar garantías elementales en torno a derechos del procesado y niveles exigidos de prueba. Es preocupante, además, que los valiosísimos juicios, por los modos en que fueron diseñados, hayan trabajado en contra de la obtención de información imprescindible, capaz de permitirnos saber quién hizo qué, o dónde quedaron los cuerpos de los que fueron muertos.
Es preocupante que la necesaria batalla contra la impunidad haya contribuido a instalar la idea que asocia la condena pública con la privación de la libertad, y la Justicia plena con la condena a perpetua.
Es preocupante que los juicios hayan sufrido la apropiación política que sufrieron, cuando habían llegado a ser motivo de orgullo y emoción compartida.

OPTIMISMO Y DUDAS

 

La segunda pregunta sigue un derrotero similar al de la primera.
Por un lado, optimismo: en numerosas oportunidades, nuestra sociedad ha mostrado capacidad para ponerse de pie, para pelear por sus derechos, para clamar por Justicia. Este hecho nos llena de esperanza, nos tranquiliza y nos da consuelo. Pero, luego, las dudas: El poder sigue siendo responsable de graves violaciones de derechos humanos, pero son muchos los que prefieren el silencio.
El poder sigue espiando, infiltrando y persiguiendo a organizaciones y militantes sociales, pero tantos sonríen a sabiendas y acompañan.
El poder roba descaradamente, y reprime casi cotidianamente a grupos de indígenas, ambientalistas, militantes de base, pero para muchos nada de esto es importante: se está dando la lucha contra las viejas violaciones de derechos.
¿Nos dice esto que nuestras reservas morales están intactas y preparadas para activarse frente a casos extremos?
¿O nos dice, en cambio, que el horizonte infernal de la dictadura sirve para justificar un actuar complaciente, frente a los agravios que los derechos humanos sufren en nuestro tiempo?.

“Si los mejores no hacen política, la política cae en manos de los peores”




POR EDUARDO VAN DER KOOY NOBO@CLARIN.COM



Lucidez. Vargas Llosa, el mes pasado, en Buenos Aires. / juano tesone



Mario Vargas Llosa está inquieto. En el día y medio de permanencia en Oslo, Noruega, donde cerró con un mensaje en inglés limpio el Freedom Forum sobre Derechos Humanos y libertades, alternó una parva de actividades programadas con su afición por el diálogo informal, distendido. En cada uno de esos diálogos –también con este periodista– interrogó sobre la situación en la Argentina, la reforma judicial y los avatares del periodismo. Sorprendió su nivel de información. Se animó a ensayar, en medio de una cena con manjares en el Grand Hotel, definiciones tajantes: “Si Cristina fuera contra Clarín estaría cruzando un límite muy peligroso para la democracia argentina”, apuntó. El Premio Nobel de Literatura disfruta de Oslo, la sede del Nobel de la Paz. La disfruta por la belleza cautivante de esta ciudad pero también, quizás, por su cercanía a Suecia. Allí recibió su galardón máximo en 2010. Otras actividades, simplemente, las cumpliría en su condición ineludible de hombre público y notorio en la escena mundial. De Oslo viajó a Bulgaria para recibir el Honoris Causa de la Universidad de Sofía. De allí a Budapest y a Madrid. Ya tiene agenda internacional incluso hasta 2016. “Está dando vueltas un compromiso en Chicago. Pero mi secretaria (que es Patricia, su mujer) me bajó de un golpe a la realidad. Me dijo que ese año cumpliré los 80. ¿Se imagina, 80? Ya no se puede planificar a tan largo plazo”, dice como envuelto en un asombro. En esa gira imaginaria a largo plazo, Vargas Llosa hace a cada rato una escala en la Argentina. Y así comienza la conversación, apenas con una botella de agua mineral como tercera compañía.

–Se lo observa y se lo escucha muy inquieto por lo que pasa en la Argentina...
–Como para no estarlo. ¿Qué le parece? Siendo la Argentina un país tan importante, si hay –como hay– un retroceso tan brutal sobre la libertad de expresión va a tener una repercusión enorme. En América Latina y en el mundo de habla hispana. La opinión pública internacional sigue de cerca la hostilidad declarada del Gobierno hacia Clarín, sobre todo, y también hacia La Nación. Se han visto los pasos dados como un peligro creciente contra la libertad de expresión en la Argentina. La libertad de expresión no es sólo libertad de expresión. Implica también un proyecto de control de la información y probablemente un proyecto de eternización en el poder. Es decir que un retroceso de esa dimensión, dado el peso específico que tiene la Argentina, sería sumamente grave para todo el continente. Afortunadamente uno observa que hay, en el plano internacional y en el propio país, un fuerte rechazo a ese intento y una solidaridad declarada con el periodismo independiente.

–¿Qué razones encuentra usted para este proceso tan confrontativo en la Argentina, donde la prensa queda como principal contendiente?
–Creo que en la Argentina siempre hubo muchos problemas pero, desde el regreso de la democracia, la libertad de expresión no parecía un problema. Era como una garantía hacia el futuro. Si esa garantía que es la libertad de prensa se ve atacada o abolida no es sólo un problema de la libertad de expresión. Es un problema de la democracia y la institucionalidad. Pero lo que está ocurriendo en la Argentina tiene antecedentes. Es lo que sucede en Venezuela con la prensa libre recortada en sus funciones por medidas de toda índole, en Ecuador donde hay una confrontación muy violenta del presidente Correa (Rafael) con el periodismo crítico, ha ocurrido lo mismo en Bolivia con Evo Morales pero se pensaba que la institucionalidad estaba mucho más consolidada en la Argentina y que ese peligro allí no podía sobrevenir. Desgraciadamente es una tendencia que no sólo apunta a acallar las voces y las disidencias sino apunta al continuismo político. Y eso ocurre cuando América Latina parecía estar saliendo de la tradición autoritaria. Cuando uno mira el mapa de la región observa que hay un progreso muy considerable frente al pasado. De hecho, casi no existen dictaduras, hay menos populismos, hay gobiernos democráticos con consensos nacionales consolidados, con izquierdas y derechas asentadas que han aceptado jugar dentro de las reglas del sistema. Por eso ese presunto retroceso sería gravísimo.

–Usted dice que hay menos populismos; sin embargo, existe un eje claro identificado con esa tendencia.
–Es el eje chavista, el delirio mesiánico de Chávez (Hugo), que ha tenido por desgracia extensión en algunos países, aunque no muchos. Digo Ecuador, Bolivia, Nicaragua. Y desde hace algún tiempo la Argentina, que ha mostrado un apoyo directo a Caracas, incluso ahora a Maduro (Nicolás) luego de un gran fraude electoral. La agresión del gobierno de Cristina Fernández al periodismo independiente sería la confirmación de que no hay sólo una simpatía chavista sino una cabecera de playa en la Argentina.

–La llegada de Maduro al poder tras la desaparición de Chávez puede anticipar alguna posibilidad de cambio.
–La muerte de Chávez abre lentamente las puertas a la desaparición del chavismo. El régimen estaba ligado a la personalidad torrencial de Chávez y ese régimen no tiene posibilidades de continuar encarnado en una figura tan opaca, tan poco carismática como la de Maduro. Mi impresión es que estas elecciones –que probablemente ganó la oposición, como indica la negativa de Maduro de hacer el recuento de votos que le han pedido– indican que hay un proceso de desagregación, de ilusión perdida de lo que fue el régimen chavista. En parte por la desaparición de Chávez pero también por la espantosa crisis política, económica, social, de criminalidad y cultural. Lo que habría que esperar, a lo mejor, es que este proceso se acelere y venga una democratización de Venezuela y una institucionalización que le permita salir de la crisis.

–¿Cómo ha visto esta década argentina? ¿Hubo a su juicio ciclos diferentes? ¿Hubo un tiempo mejor y otro peor?
–Yo creo que ha habido un deterioro político e institucional en la Argentina en los últimos años. La era Kirchner comienza con una ilusión de bonanza económica pero con un deterioro progresivo en los otros campos.

–Usted no hace ninguna diferencia entre Néstor Kirchner y Cristina.
–Yo no hago diferencias. Y si las hago, son mínimas. Probablemente la radicalización que se observa en Cristina tenga que ver con el deterioro de la situación general. El régimen tiene mucho menos apoyo en la opinión pública, menos apoyo popular que en la primera época.

–Me gustaría recordarle que hace un año y medio Cristina ganó con el 54% de los votos.
–Ese es uno de los grandes misterios de la Argentina. Su perseverancia en el error. Inexplicable, podríamos decir, en un país que tiene los índices culturales y de educación más elevados de la región.

–¿Tiene esos niveles o los tenía?
–Yo creo que los mantiene todavía. Por eso se hace más difícil la comprensión. Y creo que los tiene, por ejemplo, leyendo la prensa argentina. De las mejores, créame. Y no se lo digo para halagarlo. Leo y viajo mucho. La Argentina tuvo uno de los sistemas educativos mejor ponderados del mundo. Quizás eso no se recuerda hoy, pero es la realidad. Y hay muchísimos argentinos que se han beneficiado de eso. Puede ser, como ocurre en muchos lados, que esté un poco en declinación. Pero algo de eso tiene que haber quedado. En su periodismo, en sus academias, en su nivel cultural elevadísimo. Eso no se compadece con el deterioro de la clase política. Debiera tener una clase política que estuviera a esa altura. Pero, bueno, ese es el misterio no develado del que estábamos hablando.

–¿Cómo explica ese supuesto nivel cultural con la pobreza política e institucional del presente? Algo no parece cerrar en todo eso.
–Cómo no, eso puede existir. Y existe. Los sectores más preparados de la Argentina tienen reticencia a entrar a la política. Ven esa actividad con mucho desánimo. Con cierto rechazo. Y prefieren dedicarse a otras actividades. Eso es gravísimo. Porque si los mejores no hacen política, la política cae en manos de los peores. Se trata de un problema de muchos países. Pero creo que ningún país lo vive de manera tan trágica como lo vive la Argentina. La crisis de la política, sobre todo, es la que la ha conducido a este tobogán.

Videla murió, pero no se acabó la cultura autoritaria

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Massa sigue sin definir si juega, pero ya avisó que no iría en una lista K

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Córdoba también defenderá la libertad de prensa y expresión

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viernes, 17 de mayo de 2013

El hombre que nunca pidió perdón




Videla ordenó perseguir sin piedad a cualquier sospechoso de izquierdista.

Bajo el régimen que lideró de 1976 a 1981 desaparecieron 30.000 personas.


ALEJANDRO REBOSSIO Buenos Aires 




Muchos argentinos reaccionaron ayer ante la muerte del encarcelado Jorge Rafael Videla, a los 87 años, calificándolo como “hijo de puta”. El dictador más cruel que jamás haya conocido Argentina —que se decía católico, nunca se arrepintió de nada, siempre reivindicó todo y solo reconoció algún “error”— gobernó su país entre 1976 y 1981 y en ese tiempo su régimen forzó la “desaparición” de hasta 30.000 personas, muchas arrojadas al mar en los vuelos de la muerte, y otros fusilados, o torturó, saqueó bienes de sus perseguidos, empobreció a la clase trabajadora, fomentó la especulación financiera en detrimento de la producción local y endeudó a su país.
Su madre se llamaba María Olga Redondo y su padre, Rafael. Jorge Videla nació el 2 de agosto de 1925 en Mercedes (100 kilómetros al oeste de Buenos Aires). En 1942 inició su carrera militar. Por entonces los conservadores gobernaban Argentina sobre la base del fraude electoral. Seis años después se casó con Alicia Hartridge, hija de un embajador, con quien tuvo siete hijos, dos que también fueron militares y otro que sufría problemas mentales y que fue cuidado por una monja francesa que más tarde sería secuestrada por el régimen.
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En 1971, el dictador militar Alejandro Lanusse lo ascendió a general. Eran tiempos en que el peronismo y la izquierda habían tomado las armas para enfrentarse al régimen, en plena guerra fría. En 1975, la presidenta Isabel Perón, respaldada por la derecha y enfrentada a la guerrilla peronista Montoneros, designó a Videla jefe del Ejército y decretó que las fuerzas armadas aniquilasen la “subversión”. En 1976, Videla y los cabecillas de la Marina, Emilio Massera, y la Fuerza Aérea, Orlando Agosti, dieron un golpe para hacerse cargo de forma directa del terrorismo de Estado que ya había asomado contra opositores.
Además cerraron el Congreso, los partidos políticos y los sindicatos. Le llamaron “Proceso de Reorganización Nacional”. Videla, que encabezó la Junta Militar, también justificó el golpe en la necesidad de cambiar la desastrosa situación económica, afectada por la hiperinflación. Muchos empresarios y la mayoría de la jerarquía eclesiástica lo apoyaron, según él mismo reconoció. Parte de la sociedad civil también respaldó el fin del desgobierno de Isabel Perón, pero con los años se arrepentiría a tal punto que en la actualidad son una ínfima minoría los argentinos que defienden la dictadura.
Videla persiguió a cualquier sospechoso de izquierdista o comprometido con causas sociales, a guerrilleros y opositores de diversa ideología, obreros y sindicalistas, estudiantes y profesores, profesionales y empleados, artistas y periodistas, empresarios y religiosos, como el obispo Enrique Angelelli, por cuyo asesinato estaba procesado el exdictador, entre otras causas pendientes. 
Hubo secuestros, torturas —incluso de bebés de detenidos—, sustracción de las pertenencias de los desaparecidos, asesinatos y robos de 400 hijos de embarazadas cautivas. Videla fue condenado a prisión perpetua en 2012 por organizar el plan sistemático de desaparición de estos niños, de los cuales 109 han recuperado su identidad.
La dictadura no reconocía los secuestros ni los asesinatos, y las madres de los detenidos iban preguntando por sus hijos por aquí y por allá. Daban vueltas silenciosas a la Plaza de Mayo en señal de protesta.
Las organizaciones de defensa de los derechos humanos denunciaron 30.000 desapariciones. “Ni muertos ni vivos, están desaparecidos”, explicó en 1979 Videla, que décadas más tarde reconoció 7.000 u 8.000 homicidios, aunque los justificó por la “guerra contra la subversión”. “Para no provocar protestas dentro y fuera del país, sobre la marcha se llegó a la decisión de que esa gente desapareciera”, relató quien para muchos argentinos representa el símbolo del horror.
Fiel asistente a misa, Videla decía en 1978 que “un terrorista no es solo alguien con un revólver o una bomba, sino también aquel que propaga ideas contrarias a la civilización occidental y cristiana”.
Así fue como su régimen quemó libros, prohibió canciones, controló la prensa y forzó al exilio a artistas, intelectuales, científicos, periodistas y otros argentinos de diversa condición social. El dictador nombró como ministro de Economía a un empresario y ganadero, José Alfredo Martínez de Hoz, que también falleció este año. Congelaron los salarios, fomentaron la especulación financiera, liberalizaron de forma unilateral el comercio en detrimento de la industria local y multiplicaron la deuda pública hasta niveles nunca vistos en Argentina. Por un lado, financiaron el Mundial de Fútbol de 1978, durante el cual el régimen intentó lavar su imagen ante el resto de los países. El 6-0 de la Argentina campeona contra Perú quedará siempre bajo sospecha, pues esa goleada la clasificó para la final. Por otra parte, reforzaron el gasto militar para la represión interna y para prepararse ante una eventual guerra ese año con el Chile de Augusto Pinochet por disputas limítrofes. Sus planes contra la inflación no lograron bajarla nunca del 100% anual y el malestar socioeconómico terminó forzando el final del Gobierno de Videla en 1981. Enfrentado con Massera, los militares reemplazaron al dictador por otro general, Roberto Viola.
También la presión internacional se hacía cada vez fuerte contra el régimen, sobre todo a partir de 1979, cuando una visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos recabó información sobre los crímenes que estaban cometiéndose. En 1980, uno de los denunciantes y exdetenido, Adolfo Pérez Esquivel, recibió el Nobel de la Paz.
En 1983 regresó la democracia a Argentina y el presidente Raúl Alfonsín, de la Unión Cívica Radical (UCR), impulsó el juicio a las juntas militares. Dos años después, Videla y el resto de sus secuaces fueron condenados a prisión perpetua por 504 secuestros, torturas, robos, usurpaciones, esclavización de detenidos y robo de bebés. Pero en 1990, ante la presión militar y el rechazo de la sociedad civil, el entonces presidente Carlos Menem, un peronista que estuvo preso años durante el régimen, indultó a los jefes militares y guerrilleros presos por los delitos de los setenta. Videla guardó entonces un perfil bajo.
Ante la impunidad en Argentina y bajo el criterio de justicia universal contra delitos de terrorismo de Estado, que no prescriben, el entonces juez Baltasar Garzón comenzó a investigar a Videla y otros represores, pero el país sudamericano se negaba a extraditarlos. En 1998, un juez argentino detuvo al exdictador por robos de niños que no habían sido juzgados en su momento. Videla estuvo un mes en prisión, pero después consiguió el arresto domiciliario por ser mayor de 70 años.

En 2003, el peronista Néstor Kirchner llegó al poder e impulsó la declaración de inconstitucionalidad de los indultos. En 2007, la Corte Suprema los dio de baja y al año siguiente otro juez ordenó que Videla regresara a prisión por la condena de 1985. En 2010, recibió otra pena de reclusión perpetua por crímenes cometidos en la provincia de Córdoba. En 2012, fue condenado a 50 años de cárcel por el robo de bebés y todavía tenía varios juicios pendientes más. Uno de ellos, por el Plan Cóndor, de coordinación con las dictaduras de Perú, Bolivia, Chile, Paraguay, Brasil y Uruguay para perseguir opositores.
Tres días antes de morir, declaró en esta causa que se sentía un “preso político”. Murió en una cárcel común, la de Marcos Paz (50 kilómetros al suroeste de Buenos Aires), sin privilegios militares, con el casi generalizado repudio de sus compatriotas. Durante cinco años sembró el terror, durante diez estuvo bajo arresto domiciliario y durante otros diez tras las rejas. Ahora, bajo tierra.

Scioli, De la Sota, Sanz: fuerte repudio de la dirigencia política al escrache contra Julio Blanck

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El ex dictador, descripto por legisladores, periodistas y personalidades

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Murió el ex dictador Jorge Rafael Videla

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De la apatía a la transformación




La Unión Europea es una respuesta adecuada a la globalización para afrontar los riesgos y está en mejor situación que nunca de defender los intereses nacionales de lo que jamás estarían las naciones por sí solas.







EVA VÁZQUEZ


¿De verdad puede decirse que 2013 equivale a 1789, como afirma el diario francés Le Point?¿O se trata de atraer la atención pública con una metáfora revolucionaria intencionadamente equívoca?
Vivimos en “tiempos revolucionarios”, aunque sin revolución y sin sujeto revolucionario. Aquello que en otro momento se llamó con la mejor conciencia “revolución” ha entrado a formar parte del estado de cosas, por así decirlo. La decadencia del lenguaje, de las coordenadas políticas y de los conceptos clave lo evidencian de forma meridiana. Tómese el ejemplo que se quiera; el nacionalismo, que en el mundo interdependiente no hace más que agravar todos los problemas; la distinción entre nacionales y extranjeros; la delimitación entre naturaleza y sociedad; la familia; el centro y la periferia; la Unión Europea… en todas partes encontramos fórmulas lingüísticas vacías de sentido, coordinadas rotas, instituciones hueras.
El prefijo “pos” es la palabra clave de nuestra época: posmodernidad, posdemocracia, constelación posnacional. “Pos” es el bastón de ciego de los intelectuales: la pequeña palabra para el gran desconcierto que lo preside todo. Y el fantasma de la “pos-gran-nación” recorre Francia y Europa. La narración del papel especial de Francia en Europa y en el mundo pierde su sentido histórico. Hacia dentro, el orgullo de Francia se basaba en el “modelo social” de un Estado centralista fuerte. La industria de la energía nuclear, organizada y controlada por el Estado, fungía como museo del futuro en el que podían admirarse los logros civilizatorios del Estado moderno. En el terreno de la política exterior, el poder global de Francia se asentaba en la posición excepcional del país en la Unión Europea y en el motor franco-alemán de la europeización. La capacidad de convicción de estos tres proyectos se desvanece. El modelo social se erosiona porque el régimen neoliberal del mercado mundial lo domina todo. La catástrofe de Fukushima ha quebrado el orgullo nuclear de los franceses. Y ni siquiera hace falta volver a repetirlo: la UE se encuentra en una crisis profunda. Más aún: la idea de que los asuntos europeos pueden ser arreglados en una alianza con Alemania dominada por Francia no solo es minada por la mala ejecutoria económica de Francia, sino sobre todo por el hecho, que ya no es posible ocultar, de que la política se diseña en Berlín y Merkiavelli lleva la voz cantante en Europa, aunque se niegue a adoptar la responsabilidad por el bien común europeo.

La austeridad germana y los reflejos antialemanes pueden volver a convertir en enemigos a los vecinos

No cabe duda de que el primer año del presidente francés, François Hollande, ha sido decepcionante. Si se propuso rechazar la histérica política de austeridad y hacer pasar por caja a los ricos, ha fracasado en ambas cosas, al menos de momento. El Gobierno se apresta a emprender drásticos recortes presupuestarios. Y el impuesto a los ricos se ha convertido en una farsa después de que los tribunales lo rechazaran y elcaso Cahuzac transmitiera un mensaje devastador sobre la doble moral de los gobernantes.
En cualquier caso, parece de todo punto exagerado e inadecuado el afán de los comentaristas —que se alimenta de una mezcla de desconcierto y desesperación— por decapitar a François Hollande en la guillotina de la letra impresa. Gideon Rachman compara la situación de Francia con la de Reino Unido e Italia y llega a la conclusión de que las cosas no van tan mal en Francia. El déficit presupuestario francés de este año ascenderá al 3,7%, frente al 7,4% de Reino Unido. La deuda pública de Francia supera en este momento el 90% del PIB, pero la de Italia sobrepasa el 125%. La tasa de paro ha alcanzado un doloroso 10,6%, pero en España se sitúa ahora en un 27% absolutamente insoportable. A diferencia de España e Italia, los franceses aún pueden adquirir créditos a buen precio en los mercados. Y la economía francesa sigue siendo la quinta del mundo.
Si la suma de los riesgos globales conmociona un país, se abren tres posibilidades de reacción: retirada, apatía o transformación. La primera —la retirada— es característica de la alianza entre la cultura moderna y el nacionalismo. Se niegan los riesgos, lo que nos deja ante la paradoja de que el nacionalismo se haya convertido en el enemigo de las naciones europeas, puesto que no hace sino agudizar todos los problemas a los que se enfrentan las naciones y Europa.
La segunda reacción —apatía— es el nihilismo posmoderno, que en todos los países tiene raíces más profundas que el desencanto con la política presente, a pesar de que, a ojos de muchos ciudadanos, las élites políticas de Europa han malbaratado de forma aterradora toda su credibilidad.
La clave de la tercera respuesta, la transformación, hay que encontrarla en el futuro de Europa, y no en la tentación de buscar refugio en los grandiosos y turbulentos pasados nacionales. Necesitamos un debate de ámbito europeo sobre cuestiones como estas: ¿Cuál es el sentido y el objetivo de la UE? ¿Puede decirse siquiera que la UE tenga algún sentido? ¿Por qué Europa? ¿Por qué no el mundo entero? ¿Por qué no han de lograrlo en solitario Francia o Alemania, Italia, España, Grecia, etcétera? Para incitar a este debate, urgentemente necesario, querría bosquejar someramente cuatro respuestas parciales.
El primer sentido y objetivo de la UE, que vuelve ahora a cobrar importancia, estriba en la experiencia de que hubo enemigos que se transformaron en vecinos. No siempre en buenos vecinos, sino en vecinos que discutían, se ignoraban o alentaban los estereotipos, pero que a pesar de todo ya no eran la imagen del enemigo. En el contexto de la violenta historia de Europa, esto equivale a un milagro. Hay que tener buen cuidado de que la ortodoxia de la política de austeridad alemana que se impone a Europa y los reflejos antialemanes no se retroalimenten constantemente. Eso podría terminar por volver a convertir en enemigos a los vecinos.
El segundo sentido y objetivo de Europa puede desarrollarse como respuesta a la globalización. Europa es una póliza de seguro frente al riesgo de que las naciones europeas caigan en el agujero negro de la insignificancia. Esas naciones solo pueden conquistar su futuro dentro de la UE, nunca en contra de ella.

El Reino Unido fuera de la UE perdería soberanía; poder para influir en asuntos propios y ajenos

El tercer sentido y objetivo de Europa puede resumirse en esta fórmula: el futuro de Europa se halla en la respuesta a los riesgos globales. El modelo de modernidad basado en las naciones Estado y el capitalismo industrial que Europa y Occidente han descargado sobre el mundo ha demostrado ser defectuoso, incluso autodestructivo. Europa debe llamar a revisión su modelo de modernidad autodestructiva y enviarlo al taller de reparación.
Mi cuarta respuesta a la pregunta por el sentido y el objetivo de Europa es que no solo debemos reflexionar sobre la visión de un futuro europeo distinto, sino también sobre la visión de una “nación distinta”. ¿Cómo podemos liberar del horizonte del siglo XIX la percepción que la grande nation tiene de sí misma y abrirla al mundo cosmopolita del siglo XXI? También tenemos que distinguir claramente entre un fundamentalismo nacional antipatriótico que busca refugio en la nostalgia y se cierra frente a Europa y el mundo, y un nacionalismo cosmopolita que redefine, con una orientación abierta al mundo, sus intereses nacionales en una alianza cooperativa con el resto de los países europeos.
Supongamos que en Reino Unido logran imponerse los euroescépticos y el país se retira de la UE. ¿Tendrían por ello los británicos un sentido más claro de su identidad? ¿Gozarían de más soberanía para decidir sobre sus propios asuntos? ¡No! Incluso es bastante seguro que escoceses y galeses se quedaran en la UE; la consecuencia sería la división de Reino Unido. Y Gran Bretaña —¡No, Inglaterra!— perdería un grado considerable de soberanía, si es que soberanía quiere decir el auténtico poder para influir en los asuntos propios y en las decisiones de los demás.
A mis ojos, la situación histórica es excepcionalmente clara: la Unión Europea está en la mejor situación de defender los intereses nacionales de lo que jamás estarían las naciones por sí solas. Y debe lucharse porque en Europa, y a favor de Europa, logre imponerse esta perspectiva.
Ulrich Beck es sociólogo y profesor de la London School of Economics y de la Universidad de Harvard. Su último libro publicado en español es Una Europa alemana, Paidós 2012.
Traducción de Jesús Alborés Rey. 

El nuevo autoritarismo en América Latina




En América Latina, los presidentes de la región buscan una sola cosa: quedarse en el poder más tiempo del estipulado al asumir.




En América Latina, la democracia está en coma. Salvo honrosas excepciones, los presidentes de la región buscan una sola cosa: quedarse en el poder más tiempo del estipulado al asumir, y donde dice “más tiempo”, léase “para siempre”. La consecuencia de ello es el establecimiento de un orden político despótico y personalista, diferente a los de antaño—basados en la institución militar—pero simultáneamente parecidos: una suerte de Macondo pero con elecciones.
Estos nuevos autócratas han usado diversos métodos para perpetuarse, todos efectivos, además, en paralizar a la oposición. Chávez, por ejemplo, logró modificar la constitución en pos de su reelección indefinida. Es su sucesor, Maduro, quien intentará amarrarse al poder para siempre. Si ello se logra por medio de elecciones limpias o por medio del fraude, como en abril pasado, es trivial, sobre todo una vez que el pajarito en su sombrero confirmó la legitimidad del resultado.
Evo Morales, por su parte, hizo aprobar la nueva constitución en 2009, la cual estipula que los mandatos anteriores a la vigencia de la misma cuentan, inhabilitándolo explícitamente. Pero eso fue en 2009. Ahora, el Tribunal Constitucional autorizó la candidatura del presidente en ejercicio para un tercer período consecutivo. La alquimia legal invocada es que la nueva constitución refundó el estado—el Estado Plurinacional—y por lo tanto la primera presidencia de Morales ocurrió en “otro” estado.
Correa también modificó la constitución, que ahora autoriza dos períodos consecutivos. Más precavido que Morales, se aseguró su tercer periodo desde el comienzo, especificando que el mandato bajo la constitución anterior no contaba. Es decir, bajó el reloj a cero en 2009, y así tendrá el poder en sus manos hasta el año 2017. Seguramente verá entonces cómo hace para quedarse otro rato.
A diferencia de los anteriores, Ortega prefirió no perder su valioso tiempo en una tediosa reforma de la constitución, que en Nicaragua prohíbe toda reelección inmediata. Él simplemente presentó su candidatura y la Corte Suprema dictaminó que era “legal”. Así de simple: el más alto tribunal violando la ley suprema para satisfacer al jefe del ejecutivo; igualito a los Somoza.
En Argentina, los adulones a sueldo hablan de “Cristina eterna”. No satisfecha con doce años en el poder, entre los propios y los de su difunto marido, la Presidenta intentará postularse a un tercer período a partir de 2015. Para ello necesita dos tercios del Congreso y una Convención Constituyente, eso luego de las elecciones parlamentarias de octubre próximo. El problema de la señora es que su popularidad está hoy alrededor del 35 por ciento y su imagen negativa llega a dos tercios del electorado. Sobre la base de estos datos, sólo le restaría cumplir su mandato, empacar y negociar una partida elegante, porque además no tendrá a la Corte Suprema de su lado como Morales y Ortega.
Pero no, como ella es “vieja y terca”, según nos hizo saber Mujica, ahora está embarcada en un asalto directo a los medios y al Poder Judicial. Así, ordenó a toda su bancada legislativa aprobar, en apenas diez días, la ley de “democratización” del Consejo de la Magistratura, el órgano que designa a los jueces. ¿Por qué tanto apuro? Porque la Magistratura también designa a los miembros de la Justicia Electoral, el órgano que norma el proceso comicial entero, desde el empadronamiento de los ciudadanos hasta el cómputo de los votos. La señora Kirchner está ajustada con el tiempo, pero si logra imponer nuevos jueces electorales rápidamente, ya hay quienes auguran un vasto fraude electoral en octubre. Entonces sí, tal vez, logre las bancas necesarias para la reforma constitucional que la acerque a su tan ansiada eternidad.
Este nuevo autoritarismo— ¿si todo esto no es autoritarismo, qué cosa lo es?—se justifica por una ideología progresista, revolucionaria, liberadora, popular, bolivariana y demás, que dice que hace falta tiempo para consolidar la gran transformación en curso. Muy pomposo y muy solemne, pero son todas pamplinas, eso es nada más que una narrativa para ingenuos. Aquí no hay ideología ni principios, aquí no hay más que petrodólares, negocios mal habidos, lavados de dinero, boliburgueses, ladrikirchneristas y piñatas Sandinistas. Este supuesto proyecto transformador es simplemente una corrupción de tal magnitud, que el poder omnímodo y perpetuo es imprescindible para garantizar su impunidad.
Esta “nueva izquierda”, que tanto ha criticado al neoliberalismo y las privatizaciones, en realidad es idéntica a la “vieja derecha”: ambas han privatizado el poder.
*Héctor E. Schamis es profesor en la Universidad de Georgetown, Washington DC.

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jueves, 16 de mayo de 2013

Los escándalos amenazan la imagen de Obama y su programa de Gobierno


 

 

El presidente de EE UU ha reaccionado de diferente forma y a distintos ritmos en los tres frentes que tiene abiertos.

 



ANTONIO CAÑO Washington 


El presidente de EE UU, Barack Obama, / SAUL LOEB (AFP)

Como un malabarista en apuros, Barack Obama lidia estos días con tres escándalos simultáneamente sin acabar de controlar ninguno. Cada uno de ellos tiene un origen diferente, naturaleza distinta y variado potencial de riesgo también. Pero la acumulación de los tres amenaza, como mínimo, con desfigurar la presidencia de Obama y pone en peligro su agenda política, además de hacer parecer a todo el Gobierno como un atajo de incompetentes.

 

LOS FRENTES ABIERTOS DE OBAMA



El episodio de Bengasi, en el que murió el embajador de EE UU en Libia y otros tres norteamericanos, ha sido explotado por la oposición republicana desde hace tiempo –fue debatido durante la última campaña electoral- como un episodio de falta de reacción del Gobierno, especialmente de Hillary Clinton, que era entonces secretaria de Estado, ante una amenaza terrorista. Obama nunca lo admitió así y nunca se ha demostrado que se pudiera haber actuado de manera más eficaz. Pero se han conocido algunas contradicciones entre las agencias de espionaje y el Departamento de Estado que para los republicanos son muestras de que se trató de ocultar la actuación inadecuada de Clinton.
En el espionaje a la agencia AP será difícil hallar nada ilegal, puesto que los números de teléfonos fueron registrados –nunca se pinchó ninguna llamada- con la correspondiente orden judicial ante la preocupación de que algunas informaciones en las que trabajaban los periodistas pudieran poner en peligro a determinadas personas implicadas en la actividad antiterrorista. Más que un escándalo, es una operación que afea la imagen de una Administración que presumía de haber acabado con las tácticas secretistas del anterior Gobierno. Y, sobre todo, es una ocasión para definir más claramente los límites entre la libertad de expresión y la seguridad nacional.

Más que un escándalo, el espionaje a AP es una operación que afea la imagen de una Administración que presumía de haber acabado con las tácticas secretistas del anterior Gobierno

De los tres casos a debate en estos momentos, el que más se parece al escándalo por antonomasia, el Watergate, es el de la actuación delIRS, en la medida en que se utilizó a una agencia oficial que debe de ser independiente por definición para perjudicar a rivales políticos. Las pruebas encontradas muestran que el IRS intentó penalizar a todas las organizaciones libres de impuestos que estaban vinculadas al Tea Party.
Obama ha reaccionado de diferente forma y a distintos ritmos en los tres episodios. El caso de Bengasi siempre lo ha interpretado como un intento de politizar una tragedia inevitable con claros propósitos de perjudicar a la Casa Blanca y a la posible candidatura presidencial del Partido Demócrata en 2016. Aún así, el miércoles atendió la petición hecha por el presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, e hizo públicas 100 páginas de correos electrónicos que se cruzaron desde varias instancias del Gobierno en las horas y días que siguieron al ataque.
En el asunto de AP, la Casa Blanca declaró que desconocía lo sucedido. Como prueba de su posición al respecto, Obama ha pedido al Congreso que reavive una legislación propuesta por los demócratas para proteger a los periodistas de la actividad de los órganos de seguridad.

En el más evidente y peligros de los tres escándalos, el del IRS

En el más evidente y peligros de los tres escándalos, el del IRS, Obama anunció el miércoles la destitución de la persona que estaba temporalmente al frente del organismo –no había sido nombrado todavía un presidente- y prometió llegar hasta el final en la investigación. También en este último caso Obama tiene una tabla de salvación, puesto que resulta patente que grupos, como los del Tea Party, abiertamente dedicados a la actividad política, se están aprovechando de la situación fiscal que favorece a las organizaciones empeñadas en el trabajo social.
Si ninguno de estos tres asuntos crece, habrán servido al menos para hacer aún más tensa la relación entre demócratas y republicanos en el Congreso, donde la Casa Blanca necesita votos de la oposición para sacar adelante sus iniciativas más importantes, como la reforma migratoria.