Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

martes, 8 de diciembre de 2015

La América sin miedo

MIEDO A LA LIBERTAD

La primera necesidad de la región es el equilibrio social y la segunda, acabar con la corrupción.







Ahora ha sido Venezuela, hace 15 días Argentina y hace meses Guatemala. Definitivamente, algo se está moviendo en América Latina. Igual que un fantasma recorría Europa en la época de Marx, ahora el espíritu de una posible recomposición moral cruza desde Tierra del Fuego hasta los Andes. Después de que el presidente guatemalteco dimitiera por corrupción y de que Dilma Rousseff tenga que hacer frente a un proceso de impeachment, ahora le toca a Venezuela, donde la tragedia es superior a la comedia que encarna Nicolás Maduro, que dice que da lo mismo ganar o perder las elecciones, cuando sabe que ya las perdió. Una elección fracasa cuando uno no es capaz siquiera de imaginar que puede perder. Y aún así, asegura que va a continuar, una afirmación que también es muestra de que algo puede cambiar.
Desde Montesquieu, la división de poderes y la articulación de leyes para consagrar el balance en defensa de la sociedad son valores aceptados universalmente. El problema radica en que la mayoría de las leyes americanas tienen inspiración sajona, pero cumplimiento latino. O dicho de otra manera, la ley, en una zona donde las instituciones siempre fracasan frente a la voluntad del que manda, no es una prescripción, sino una aspiración. ¿Entonces por qué en este momento la corrupción se está convirtiendo en el cólera del continente? Porque con el empoderamiento del ciudadano, las leyes y el mundo plano de Internet ya no hay quien frene la avalancha de lo insostenible.
Naturalmente, como en todo gran reajuste habrá muchos errores, aunque espero que no sea otra oportunidad perdida para la América de habla hispana. En el caso argentino, por ejemplo, es fundamental concentrarse en la lucha política que se avecina, descarnada y con todas las características de esa parte de América. Mauricio Macri será un presidente que gobernará entre un Senado y un Congreso hostiles y además se enfrentará al llamado factor K, que consiste en dar un papel —coincidiendo con la revolución de medios de comunicación— a las nuevas generaciones.
La experiencia y el recuerdo más inmediato generan que los argentinos tengan los más negros pronósticos sobre la manera en la que puede acabar Macri. Pero también es verdad que, en la vida y en la política, no se equivoca quien destierra la palabra imposible de su vocabulario, es decir, vivimos una revolución tan profunda que todo es posible. En ese sentido, desconozco si el presidente electo representa la reestructuración moral, pero sí el encuentro con algo que ya es imposible ocultar: el hecho de que la democracia tiene estética y sentido, aunque este último haya ido desapareciendo en la América que habla español. Y no porque la zona que habla inglés sea más fuerte, sino porque ahí la mayoría de las instituciones aún son más importantes que la voluntad del último poderoso.
Sin embargo, esta nueva lucha que se plantea —por muchas vueltas ideológicas que se le den— pone de manifiesto dos realidades. La primera es que América en particular, y el planeta en general, están en peligro por las brechas sociales pendientes. Y la segunda, es que ahora el mundo en el que vivimos es plano y no hace distingos ni matices. Así que con esa reconversión que no es ideológica, creo que, independientemente de que enjuicien o no a Rousseff, de que triunfe o no Macri, y siempre y cuando no resulte muy sanguinaria la salida de los chavistas, un nuevo tiempo de esperanza se está instalando en Latinoamérica.
Ahora, hay que ser consciente de que la primera necesidad de la región es el equilibrio social y la segunda, acabar con la corrupción como sistema de vida. Sin embargo, América Latina aún posee algo que la hace distinta porque son tantas las pesadillas que ha vivido en tan poco tiempo que, a diferencia de lo que pasa en Europa o en Estados Unidos, es una región que no tiene miedo y empieza a encontrar cierta ilusión perdida.


Venezuela inicia una nueva era

FIN A 17 AÑOS DE CHAVISMO EN VENEZUELA


El último dato oficial otorga a la Mesa de la Unidad Democrática 107 diputados, aunque los opositores se atribuyen 112.





JAVIER LAFUENTE/ Caracas 

Sumergida en una crisis política y económica de enorme calado, Venezuela dio este domingo un voto de confianza al cambio. De hecho, fueron millones. Los suficientes para que la oposición, esa que durante años ha sufrido los amedrentamientos y las trabas, tenga ahora el control del Parlamento. Un triunfo tan digno y holgado como impensable. Ante sí tiene ahora el reto mayúsculo de fortalecer una inestable unidad y cohabitar con el chavismo de a pie. Una realidad innegable alejada del madurismo. El varapalo de las urnas pone en una situación complicada al presidente Nicolás Maduro, divorciado de sus bases, incapaz de sobreponerse al carisma de Hugo Chávez y pendiente de la incógnita que representa el papel que desempeñarán los militares.
Durante toda la campaña, las encuestas otorgaban una clara ventaja a la oposición, pero esta se redujo en la última semana. Lo que ocurrió el domingo fue inaudito en la historia reciente del país. La MUD daba por hecho ayer que ganó 112 diputados, por 51 del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y cuatro escaños por definir. A última hora del lunes en Venezuela, los últimos datos oficiales daban 107 diputados a la oposición, 55 al chavismo y 3 a los indígenas, con dos diputados por asignar.
La oposición alcanzaría de esta manera una mayoría de dos tercios en la Asamblea a partir de enero, o lo que es lo mismo, no podría promover una reforma de la Constitución, designar y destituir autoridades como las del Tribunal Superior de Justicia (TSJ) o promulgar leyes orgánicas. Es decir, romper con la estructura construida por el oficialismo durante 17 años.


El rotundo éxito puede ser la mejor argamasa para la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), una constelación de formaciones y egos con intereses distintos que decidieron caminar juntos en estas elecciones por el bien común. Ahora deberán evitar cualquier desvío, los cambios de carril no están permitidos. Uno de sus primeros objetivos es aprobar una ley de amnistía para liberar a los presos políticos venezolanos y permitir el regreso de los que están exiliados.
Este ha sido el principal caballo de batalla de Lilian Tintori, esposa de Leopoldo López, líder de Voluntad Popular encarcelado hace casi dos años y condenado a más de 13. Tintori ha sido una de las figuras más reforzadas tras la contienda electoral. Su intensa gira internacional en defensa de los derechos de su marido y el resto de presos ha conseguido atraer la atención de decenas de países y dirigentes hacia el devenir de Venezuela.

La oposición ocuparía dos tercios de la Asamblea a partir de enero, o lo que es lo mismo, podría promover una reforma de la Constitución.

Pero si algo ha quedado claro es que Venezuela no necesita más rupturas. Muchos de los votantes que el domingo otorgaron su confianza a la oposición pertenecen a una realidad ajena a la de buena parte de los líderes políticos de la MUD. Se trata de personas que antaño votaron por el chavismo. Y que, obviamente, pueden volver a hacerlo. Reconciliación.
El domingo se confirmó que, pese a todo y después de muchos años, el voto sí castiga y puede volverse como un bumerán. “No queremos la Asamblea de la revancha, sino de la justicia”, recalcó ayer Henrique Capriles. El ex candidato presidencial fue el primer líder en sacar pecho por el triunfo. No es baladí. Su discurso integrador, en pro de la reconciliación y la cohabitación con el chavismo, una realidad innegable, le ha supuesto muchos choques dentro de la oposición. El domingo, las urnas le dieron la razón y ayer incidió en ese mensaje al pedir a los nuevos parlamentarios “madurez, humildad y serenidad”.
Responsables también de la histórica victoria de la MUD fueron el presidente, Nicolás Maduro, y los gobernantes chavistas, que sea alejaron de la realidad de sus bases y no han sabido superar la figura de Hugo Chávez. Queda por ver cuál será el papel de los militares, uno de los soportes de la revolución bolivariana a partir de ahora.
En los últimos días de campaña, el ministro de Defensa, Vladimir Padrino, trató de apaciguar cualquier discurso incendiario de Maduro de cara a la jornada del domingo. De hecho, la noche electoral, antes de que el CNE informase de los resultados, Padrino, acompañado del alto mando militar, compareció para pedir tranquilidad y que se mantuviese la calma. Una señal, interpretaban ayer muchos analistas, de distanciamiento con la cúpula del chavismo y con el presidente.
Nicolás Maduro reconoció los “resultados adversos” y los achacó a la “guerra económica”, la misma que, según él, es la culpable de la galopante crisis, con una inflación por los cielos; de la inseguridad o del desabastecimiento que forma las prolongadas colas ante los supermercados. Esas que tienen que hacer día a día los venezolanos que le castigaron con el voto. “Es una bofetada para despertar”, reflexionó sobre el sueño en el que vivía y que se tornó en una pesadilla.

 El grado de poder según los escaños
Los escaños alcanzados en la Asamblea Nacional definirán el poder grado que tendrá la Mesa de Unidad Democrática.
Mayoría simple (84 escaños de un total de 167). Permite designar la junta directiva de la Cámara —que tomará posesión el 5 de enero—, designar a los magistrados del Tribunal Supremo o al fiscal general. También podría aprobar una ley de amnistía que permitiría liberar a varios opositores presos.
Tres quintos (a partir de 101). Puede aprobar leyes habilitantes para el Poder Ejecutivo y aprobar un voto de censura del vicepresidente y los ministros, lo que implicaría su destitución.
Dos tercios (112). Permitiría designar o remover a autoridades de otros poderes, como los magistrados del Supremo o los rectores del Consejo Nacional Electoral. Puede promulgar leyes orgánicas, promover referendos, reformas constitucionales o asambleas constituyentes; y someter tratados internacionales a referendo si vulneran la soberanía nacional.