EL MUNDO › REPORTAJE A SAMUEL PINHEIRO GUIMARAES, DIRECTOR DEL MERCOSUR, POLITICO Y ESCRITOR
Participante de actividades del Forum Social Temático de Porto Alegre, el ex vicecanciller de Lula y alto representante del Mercosur diferenció la integración del comercio, describió el mundo y habló de sus propias contradicciones.
Desde Porto Alegre
Retirado de Itamaraty, la Cancillería brasileña, considerado uno de los más importantes intelectuales brasileños, Samuel Pinheiro Guimaraes trabaja hace un año como alto representante (director) del Mercosur por sugerencia de Lula y aceptación unánime de la Argentina , Brasil, Uruguay y Paraguay.
–No le toca un mundo fácil para estar a cargo del Mercosur.
–No, aunque las situaciones son distintas en distintos países y continentes. En Europa predominan los programas de ajuste financiero y presión muy fuerte sobre la población en general. Todas las medidas son contra los más pobres y contra los trabajadores. Al mismo tiempo estamos viendo el resultado final del proceso. Los bancos sufrieron perjuicios. Recibieron aportes de los gobiernos para comprar títulos. Ahora los gobiernos nacionales aumentan impuestos y reducen los programas sociales y modifican la situación del trabajo para pagar deudas. En este punto la cuenta está llegando al pueblo para que la pague. Los bancos y las compañías de auditoría iniciaron la crisis y la montaron y después explotó todo. Los gobiernos socorrieron a los bancos. Los bancos seguramente terminen en buena situación. Los bancos que prestaron sabían que los gobiernos no podrían pagar. Pero prestaron. Entonces van contra el pueblo.
–¿Y en los Estados Unidos sucede lo mismo?
–Es un poco distinto. Hay cierto énfasis en aumentar los empleos, pero hubo una reacción de derecha muy grande. El gobierno quiere aumentar impuestos sobre los más ricos y le dicen que esto es comunismo. Los bancos fueron salvados, pero de todos modos Barack Obama no se salva de la agresión. Igual, como hay cierta necesidad de ajuste fiscal el gobierno probablemente termine aumentando los impuestos. La pregunta es a quién le ajustará, si a los más ricos o a los más desfavorecidos.
–¿Asia y China?
–Es distinto. Hay una gran preocupación de que se reduzca drásticamente el crecimiento por el descenso de actividad en los Estados Unidos y Europa. No estoy tan seguro de que eso ocurra. Igual las tasas de crecimiento serán elevadas. Pensaban que para 2010 la tasa sería de ocho y fue de 10 por ciento.
–¿Qué hay en el fondo de la crisis?
–El problema es el control político, la hegemonía política a largo plazo.
–¿El control de qué?
–La crisis es de las pequeñas y medianas empresas. Las grandes están bien. Y los trabajadores están mal. Los viejos, los jóvenes y las empresas medianas están en dificultades. Esta crisis es distinta de la crisis del ’29, cuando el capitalismo era mucho más nacional y el grado de globalización financiera y productiva era menor. La presión sobre el gobierno para resolver la crisis era mayor. Hoy es menor. Con Occupy Wall Street no alcanza. Hay que tomar medidas. El precandidato presidencial Mitt Romney pagó menos del 15 por ciento de Impuesto a las Ganancias y la secretaria, el 30 por ciento. La demora en resolver la crisis es preocupante y la inestabilidad acecha. Por suerte hoy no hay cómo llegar a una guerra como la Segunda Guerra Mundial, pero cuidado con las guerras localizadas.
–Sudamérica no está en crisis.
–No. El problema es otro: los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.
–¿No mejoró esa situación?
–Se lo voy a poner en otros términos. Soy menos rico que el otro si él tiene más que yo. Yo puedo aumentar mi ingreso, pero él puede estar distanciándose. Es bueno que 30 millones de pobres hayan salido de su situación vulnerable. Pero los superricos en Brasil tienen rendimientos increíbles. Hablo de personas. Los bancos no existen. Existen los accionistas de los bancos. Existen los mecanismos de concentración.
–¿Y el Estado?
–El gobierno intenta concretar mecanismos de desconcentración, como la beca para la familia, la ayuda a los estudiantes, la Asignación Universal por Hijo en la Argentina. Y está muy bien. La fuente de los problemas es la distribución de la riqueza, no del ingreso. Pero hay que recordar que los Estados son creados por las clases hegemónicas. Incluyo a cómo se eligen los jueces, para darle el caso de un sector específico. Los gobiernos en general son instrumentos de las clases hegemónicas. El Partido de los Trabajadores, incluso en el Congreso, no sólo en el Ejecutivo, ocupó una parte del poder, no todo el poder. Las clases conservadoras quieren participar con sus posiciones ante las tentativas de redistribución. Se da en todos los campos.
–¿En cuáles?
–¿Qué es el presupuesto? Lo que el gobierno o el Estado recauda con impuestos. Después se libra una lucha para recuperar esos impuestos. Están los grandes préstamos de los bancos oficiales a tasas de interés más bajas. Los ricos están en contra de las políticas sociales públicas, pero cuando se aplican quieren privatizarlas y tercerizarlas. Le hablo de este tema porque se avanzó mucho en todo eso. El esfuerzo ha sido muy grande, con una resistencia conservadora permanente que viene de siglos.
–¿Cómo afecta la crisis a los países del Mercosur?
–Hoy los países sufren un impacto de distinto tipo. Uno de China y otro de Estados Unidos y de la crisis europea. Los chinos son grandes demandantes de productos agrícolas y mineros. Esto afecta a los cuatro países. Eso, por un lado, genera un ingreso muy interesante. Por otro lado, China es una gran proveedora de productos manufacturados a precios bajos, lo que afecta las estructuras industriales y el funcionamiento del Mercosur en relación con su comercio interno. Disminuyen los incentivos a las inversiones industriales. Si usted es inversor no va a poner su dinero en montar una fábrica para venderles productos manufacturados a los chinos sino en agro o minería para venderles materias primas a los chinos.
–Es una relación necesaria y a la vez contradictoria.
–El punto es cómo transformar la relación con China para que los chinos terminen contribuyendo al desarrollo industrial. Las poblaciones son urbanas. Hay que tener empleo urbano. La agricultura emplea cada vez menos porque es de gran escala. Con la minería pasa lo mismo. Además, los países sufren variación de precios de las materias primas. Hay que aprovecharlas, pero no pensar que uno puede vivir eternamente de ellas.
–Hace un año que es el virtual jefe del Mercosur. ¿Está satisfecho?
–Déjeme recordar algo. El Mercosur nació en 1991 sobre la base de gobiernos neoliberales. Los que firmaron el Tratado de Asunción fueron Carlos Menem, Fernando Collor, Andrés Rodríguez y Luis Lacalle, presidentes de gobiernos típicamente neoliberales, que pensaban en la integración regional como un instrumento previo a la integración abierta con el mundo. Y eso no puede ser. El regionalismo abierto es como un casamiento abierto. Es un contrasentido, porque los acuerdos de libre comercio con terceros destruirían obviamente el Mercosur por los aranceles cero. El casamiento abierto implica que no hay preferencia. Eso disolvería el Mercosur. Por eso hay que transformarlo en un instrumento de desarrollo industrial de los cuatro países. En cualquier sistema de integración los países mayores se benefician más, pero debe haber mecanismos de compensación a través de la infraestructura. La visión actual del Mercosur todavía es de libre comercio. Y esa visión choca con algunos ejemplos de la propia realidad. El 40 por ciento del comercio entre Brasil y la Argentina es automotor, y no se trata de un intercambio surgido del comercio libre. Es hecho por multinacionales, no por empresitas nacionales. Así organizan su producción. Con libertad de comercio y sin acuerdos, quizás la industria automovilística se hubiera concentrado en un solo país. Terminar con esa visión, por eso, es urgente, y más aún por la ofensiva china. El libre comercio no lleva al desarrollo. Lleva a la desintegración.
–¿Por dónde habría que arrancar?
–Por convencer a los países mayores. El fondo de compensación que existe hoy es un paso muy pequeño. El Mercosur es como un coche que cayó en un charco en el barro. El conductor acelera y tira barro en todas las direcciones, pero el auto no sale. ¿Qué hay que hacer? Que los pasajeros más fuertes salgan del coche y lo empujen. En eso estamos. Si no, mucha reunión pero no se resuelve nada. Al mismo tiempo debo decir que el comercio se expandió, hay muchas inversiones, principalmente de los países mayores. Pero eso es comercio. Y la integración es otra cosa.
–Usted es embajador, fue ministro de Lula y vicecanciller. ¿Qué lo formó?
–(Se ríe.) Una explicación para aburrir diplomáticos: mi tatarabuelo ocupó el mismo cargo.
–¿Y otra explicación?
–Bueno, en la familia de mi madre había empresarios. Del lado de mi padre la familia era de políticos abolicionistas y republicanos. Pero uno en la vida se va haciendo con todas las contradicciones. Fui a un colegio de elite, el Colegio de los Jesuitas San Ignacio en Río. Y al mismo tiempo jugaba al fútbol con los muchachos de las favelas. Empecé a mirar lo que tenía cada uno y cómo era. Fue mi contacto con las diferencias. Mi padre simpatizaba con Gétulio Vargas, con Juscelino Kubitschek. Era anticlerical y ateo y me puso en un colegio de jesuitas. Yo estaba en medio de las contradicciones. El mundo es muy complejo, ¿no? Fui a la universidad para estudiar Derecho en 1958, una de las etapas más politizadas de Brasil. Ingresé en la política estudiantil en la época de la política exterior independiente. Y en 1961 ingresé en Itamaraty.
–¿Cuál es su mayor orgullo como vicecanciller de Lula?
–Antes de Lula ya me había dedicado a la lucha contra el ALCA. Seguí y logramos, en 2005, que los países más importantes de Sudamérica no formaran un área de libre comercio de toda América. También recuerdo la pelea, en el propio Brasil, contra los acuerdos de protección de inversiones. La Argentina sufre mucho aún hoy esos acuerdos que firmó Menem. El Ministerio de Hacienda del señor Antonio Palocci quería y yo no. Como soy amigo de Celso Amorim, que era canciller, eso fue importante. También pusimos mucho énfasis en América del Sur. Fue una directiva del presidente Lula, pero faltaba la implementación. La hicimos. Aumentamos el 30 por ciento la dotación de nuestras embajadas. Obligamos a todos los diplomáticos a que tuvieran como primer destino una embajada en América del Sur. No en América latina, en América del Sur. Es una forma práctica de comprender las realidades y las asimetrías. Y bueno, también está el terreno del pensamiento. Ya en el ’75 escribí sobre la importancia de romper con el colonialismo portugués y con Africa del Sur. Cuando uno estudia las cosas empieza a comprenderlas un poco mejor, ¿no es cierto?