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jueves, 27 de febrero de 2025

The New York Times International Weekly 


¿Indiferencia u hostilidad? La visión de Trump sobre sus aliados europeos genera alarma 

Se debate hasta qué punto llega el antagonismo de la administración Trump y si el verdadero objetivo es destruir la Unión Europea.

BERLÍN — Durante su primer mandato, el presidente Donald Trump describió a la Unión Europea como “un enemigo”, creado “para perjudicar a Estados Unidos en el comercio”.

Repitió la acusación en una reunión de gabinete el miércoles, pero en términos más vulgares:

“La Unión Europea se formó para joder a Estados Unidos. Ese es su propósito, y lo han hecho bien”.

Luego dijo que se estaba preparando para golpear a Europa con aranceles del 25% a los automóviles y otros bienes.

Después del abrazo de Trump a Rusia y sus advertencias de que Europa debería valerse por sí misma, el último ataque del presidente se sumó a la opinión cada vez mayor de los líderes y analistas europeos de que él y su equipo de leales consideran a los aliados tradicionales de Estados Unidos en Europa como adversarios no solo en el comercio, sino en casi todo.

Postura

Algunos funcionarios y analistas ven a la administración Trump como simplemente indiferente a Europa; otros ven una hostilidad abierta.

Embajadores votan una resolución para reafirmar la integridad territorial de Ucrania durante una reunión de la Asamblea General de las Naciones Unidas el lunes en Nueva York. Foto Charly Triballeau/Agence France-Presse

Pero hay una opinión común de que la relación fundamental ha cambiado y que Estados Unidos es un aliado menos confiable y predecible.

Trump ha rechazado a la OTAN y se ha alineado con la principal amenaza para la alianza desde hace mucho tiempo:

Rusia.

El vicepresidente JD Vance ha atacado la democracia europea al tiempo que ha pedido que se abran las puertas a los partidos de extrema derecha.

Elon Musk, el multimillonario asistente de Trump, ha despreciado a los líderes europeos y ha respaldado abiertamente a un partido extremista en Alemania.

Igualmente chocante para los líderes europeos es que Estados Unidos se negó esta semana a condenar la invasión rusa de Ucrania en las Naciones Unidas.

En cambio, se separó de sus aliados y votó con Rusia, Bielorrusia y Corea del Norte, todos gobiernos autoritarios.

Los líderes europeos están luchando por evaluar y mitigar el daño.

El primer ministro británico, Keir Starmer, llega hoy a la Casa Blanca —la segunda visita de este tipo esta semana, después de la del presidente francés, Emmanuel Macron— todavía con la esperanza de persuadir a Trump de que no abandone Ucrania y siga comprometido con Europa.

Pero Trump se describe a sí mismo como un disruptor, y Macron obtuvo poco a cambio de su intento de seducción.

Friedrich Merz, de 69 años, el político conservador que probablemente será el próximo canciller de Alemania, ha expresado fuertes dudas sobre la relación transatlántica con la que él y su país se han comprometido durante décadas.

El domingo por la noche, después de que su partido obtuviera la mayoría de los votos en las elecciones alemanas, Merz dijo que después de escuchar a Trump, “está claro que los estadounidenses, al menos esta parte de los estadounidenses, esta administración, son en gran medida indiferentes al destino de Europa”.

Se preguntó si el paraguas nuclear estadounidense sobre la OTAN se mantendría, e incluso si la alianza misma seguiría existiendo.

Prevención

“Mi prioridad absoluta será fortalecer Europa lo más rápido posible para que, paso a paso, podamos realmente lograr la independencia de los EE. UU.”, dijo.

Sus comentarios fueron una notable medida de la consternación que sienten los líderes europeos por la reversión de la política estadounidense sobre Ucrania y, tal vez más aún, por su respaldo abierto a los partidos de extrema derecha que desprecian a los gobiernos europeos y apoyan a Rusia.

Los comentarios de Merz recordaron una declaración de 2017 de Angela Merkel, entonces canciller alemana, después de polémicas reuniones de la alianza con Trump.

“Los tiempos en los que podíamos confiar plenamente en los demás, de alguna manera han terminado”, dijo. Animó a los europeos a “tomar nuestro destino en nuestras propias manos”.

Sus comentarios fueron considerados un cambio potencialmente sísmico, pero nunca se materializó una verdadera reorientación de la política de seguridad europea.

Las cosas son más serias ahora, dijo Claudia Major, quien dirige la política de seguridad en el Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad.

“En Múnich, Vance declaró una guerra cultural y dijo:

‘Únase a nosotros o no. Tenemos los valores correctos y usted está equivocado’”, dijo. }

Su discurso, agregó, dejó en claro que “el país que nos devolvió nuestra libertad y nuestra democracia se está volviendo contra nosotros”.

Ella no es la única que opina así.

Varios analistas dijeron que las acciones de la administración Trump demostraron que no solo era indiferente a Europa, sino que estaba decidida a deshacerla.

La distinción tiene consecuencias reales para la forma en que Europa puede responder.

“No hay duda de que la intención es destruir Europa, empezando por Ucrania”, dijo Nathalie Tocci, directora del Instituto de Asuntos Internacionales de Italia.

“El empoderamiento de la extrema derecha es fundamental para el objetivo de destruir la Unión Europea”.

La razón, dijo, es que la administración Trump ve a Europa no solo como un competidor, sino también como una amenaza económica e incluso ideológica.

Quiere socavar el poder de la Unión Europea para regular el comercio, la competencia y el discurso de odio. Este último es un tema importante para Vance, ya que criticó lo que llamó censura de los medios de comunicación y corrección política.

Este último es un tema importante para Vance, ya que criticó lo que llamó censura de los medios de comunicación y corrección política.

Bloque

La Unión Europea es el bloque comercial más grande del mundo, capaz de contraatacar a Washington en términos económicos y arancelarios, y representa al “enemigo económico” contra el que Trump despotricó en su primer mandato.

Ese poder se está utilizando contra las empresas de alta tecnología y redes sociales cuyos líderes rodean y subsidian a Trump, como Musk, propietario de la plataforma social X.

Ellos también tienen interés en debilitar el “Efecto Bruselas”, como lo llamó Anu Bradford de la Facultad de Derecho de la Universidad de Columbia.

El Efecto Bruselas es el poder de la Unión Europea para establecer reglas y normas globales, y es particularmente importante en los ámbitos de las regulaciones climáticas, la competencia digital, la rendición de cuentas de las plataformas y la inteligencia artificial.

Pero si la administración Trump siente que es necesario destruir esa amenaza, entonces hay poco que las naciones europeas puedan hacer para apaciguar a la Casa Blanca, advirtieron algunos.

Si Trump y su equipo “están dispuestos a presionar a la extrema derecha y destruir la democracia europea, entonces ninguna cantidad de compras europeas de GNL o armas estadounidenses importará”, dijo Tocci.

Al aumentar la dependencia, añadió, “podría ser una especie de doble suicidio”.

Las relaciones entre Estados Unidos y Europa tienden a ir en ciclos, con importantes debates estratégicos en el pasado sobre Irak o Afganistán o incluso Vietnam.

Pero ahora los enfrentamientos son simultáneamente ideológicos, estratégicos y económicos, dijo Camille Grand, ex funcionario de la OTAN y Francia en el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.

“Enfrentarse a la hostilidad en los tres frentes a la vez es un gran shock para los europeos”, dijo Grand.

“Al sumar los tres, uno puede preguntarse si ya no es un socio sino un rival y, tal vez, incluso un adversario”.

Todos los países de Europa están haciendo una reevaluación de su situación con respecto a Washington, dijo.

Lo que no está claro es si, como en el primer mandato de Trump, “se vive una desagradable montaña rusa que te deja enfermo pero terminas donde empezaste, o si ahora toda la relación se descarrila”.

Linas Kojala, director del Centro de Estudios de Geopolítica y Seguridad en Vilnius, Lituania, insta a la calma, porque “no hay una alternativa real a la garantía de seguridad estadounidense” durante mucho tiempo.

“Declarar que la relación transatlántica se ha derrumbado sería como bajarse de un barco en medio del océano sin ninguna otra embarcación a la vista”.

Por ahora, dijo, “Europa debe tragarse” las críticas de Trump y “hacer todo lo posible para mantener la relación intacta”.

Pero es poco probable que vuelva a donde estaba, dijo Alex Younger, ex jefe del servicio de inteligencia exterior británico, MI6, a la BBC la semana pasada.

“Estamos en una nueva era en la que, en general, las relaciones internacionales no van a estar determinadas por reglas e instituciones multilaterales”, dijo, sino “por hombres fuertes y acuerdos”.

Matthew Kroenig, un ex funcionario del Departamento de Defensa que ahora está en el Atlantic Council en Washington, se define a sí mismo como un “republicano normal” y dice que “ha habido demasiada histeria en las últimas dos semanas”.

Después de todo, dijo Kroenig, el primer mandato de Trump también estuvo marcado por “mucha retórica dura contra los aliados y mucho lenguaje deferente hacia Putin, pero al final, la OTAN salió fortalecida”.

Otros no están tan seguros.

Trump ha estado involucrado en “una política de concesión rápida y unilateral de posiciones sostenidas desde hace mucho tiempo sobre intereses fundamentales para persuadir al agresor de que deje de luchar”, dijo Nigel Gould-Davies del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, hablando de Rusia en Ucrania.

“El nombre establecido para esa política”, dijo, “es ‘rendición estratégica’”.

No está claro si producirá el resultado que Trump desea, dijo.

Lo que está claro es que está socavando la confianza de los aliados en la credibilidad y el sentido común de Estados Unidos.

Está poniendo en peligro a viejos aliados en Europa.

Y está “convirtiendo a Rusia en un aliado más poderoso, asertivo y atractivo para los adversarios de Estados Unidos en todo el mundo”, afirmó.

c.2025 The New York Times Company

lunes, 24 de febrero de 2025

 La ola irracionalista

Una larga temporada de progreso e innovación, migraciones y globalización, condujo primero a la catarsis revolucionaria y luego al rebote reaccionario.



CLARÍN/Loris Zanatta

Columnista invitado

La Oficina de la Fe inaugurada por Donald Trump en la Casa Blanca me recuerda al Ministerio de la Felicidad de Hugo Chávez: inútil, paradójica, redundante. El asistente espiritual que invoca su bendición divina evoca a Nicolás Maduro implorando el perdón de Cristo por los pecados de su régimen: falso, inverosímil, cínico.

¿Son teatrales o fanáticos? ¿Cómicos o aterradores? Ciertamente están de moda: el mundo está plagado de líderes devotos de la grandeza de Alá y de «Dios por encima de todo», que besan iconos e invocan «fuerzas del cielo». ¿Será un buen síntoma?

Irracionalismo, unilateralismo, proteccionismo. Y luego simplismo, vulgaridad, arrogancia. Ya lo he escrito, me repito: los años veinte del siglo XXI se parecen cada día más a los años 20 del siglo XX. Lo sé, lo sé, la historia no es un supermercado, hay productos frescos junto a los congelados, bienes perecederos junto a los duraderos. La similitud de las premisas no produce necesariamente los mismos efectos. Pero las similitudes son inquietantes.

Una larga temporada de progreso e innovación, migraciones y globalización, condujo primero a la catarsis revolucionaria y luego al rebote reaccionario, uno totalitario, el otro también, ambos irracionales: creer, obedecer, batallar.

Nada de Hitler sin Lenin, nada de Lenin sin guerra, nade de guerra sin, precisamente, irracionalismo, unilateralismo, proteccionismo. Los dogmas positivistas se disolvieron frente al reflujo misticista, los excesos de la razón frente al renacimiento religioso, el libre comercio frente a las barreras aduaneras, la democracia frente al Jefe.

¿Otra vez lo mismo? Primero los revolucionarios, luego los reaccionarios, se creen opuestos, son parecidos. La razón se doblega ante la convicción, la crítica ante la obediencia, la duda ante la certeza. El odio tribal alimenta la ‘guerra cultural’. Las redes sociales imponen la «sabiduría del pueblo» a la presunción de los intelectuales, son el megáfono que antaño fueron los púlpitos y las gacetas, los mítines callejeros y las proclamas en la radio: el grito acalla la reflexión, el like la opinión.

Los Goebbels y Zdanovs de nuestro tiempo son más tecnológicos, pero hacen el mismo antiguo trabajo: manipulan palabras, inventan gestos, crean rituales, señalan chivos expiatorios, fundan nuevas religiones. Los «inclusivos» quieren imponernos su lengua, los «excluyentes» la prohíben. ¿Y si habláramos como queremos?

La tecnología avanza poderosa, pero el antimodernismo se propaga omnipotente. ¿Una paradoja? Para nada: causa y efecto. Los humanos somos así, preferimos la conservación a la innovación, le oponemos por instinto el rechazo esnob, el anatema moral, la nostalgia.

¿Creen que el «pueblo» aplaudió la invención de la imprenta? A muchos les cuesta aún no digerir la teoría de la evolución. ¡Qué diabluras los ferrocarriles, qué afrenta los teleféricos, tronaron muchos! ¿Y las misiones espaciales? Con todos los problemas que tenemos en la Tierra...

Cuanto más una época es innovadora, tanto más la innovación trastorna, la tecnología indigna, la ciencia escandaliza. ¡Quitan puestos de trabajo y erosionan vínculos sociales! Corrompen el espíritu y ocultan turbios intereses! ¡Son herramientas de los poderosos contra los indefensos, de las élites contra el pueblo! Conspiraciones del Gran Capital, gritan algunos. Conspiraciones woke, se hacen eco los otros. Viva la ignorancia, se unen a coro: una idea vale otra, el prejuicio igual que la ciencia, el cotilleo que la investigación, la sospecha que la prueba.

Nada expresa mejor el espíritu de los tiempos que las reacciones a la crisis ambiental. ¿Se está calentando el planeta? ¿Es la actividad humana, al menos en parte, la causa? Está sobradamente demostrado. ¿Qué hacer? ¿Intentar combinar ciencia y ambientalismo, compatibilizar economía y ecología? ¡Qua va! Arrepintámonos, truenan los nuevos catecúmenos, volvamos a la Arcadia, clama la «última generación», delenda la civilización, amenazan los ecopopulistas. El problema no existe, se enfurecen los eco-negacionistas, es un invento del ‘zurdaje’ global, un complot de la ciencia sometida a la agenda progresista. Entonces ‘drill, baby drill’.

¿Y el caso de la Organización Mundial de la Salud? Si no hiciera llorar, haría reír. Al criticarla se gana fácil, pero no se obtiene nada. Negar su utilidad y necesidad es hacer demagogia barata: investigación, información, experimentación, cooperación pasan por ella. La salud, como el medio ambiente, es un problema global que, guste o no, sólo puede abordarse globalmente. ¿Abandonarla resuelve algo? Si no resuelve nada Estados Unidos, la mayor potencia científica del planeta, hacen el ridículo quienes no lo son y los imitan. En Italia lo intentó la Lega, no el gobierno ni el partido de Meloni, y se cubrió de pedorretas. Argentina fue la primera de la clase. ¿O la última?

No sé qué dejará tras de sí esta ola irracionalista. Sólo sé lo que ya vemos: si el debate público se reduce a un enfrentamiento entre hinchadas, cada una armada con su fe y su teoría de la conspiración, el debate racional se va por la ventana. Y junto con el debate racional, el método científico: observar, experimentar, verificar, argumentar.

La inteligencia colectiva sucumbirá a la colectiva ignorancia, a los gritos poseídos de los más cínicos y audaces, de los más aventureros y sin escrúpulos. Entonces, el espectro del siglo pasado se cernirá realmente sobre nuestro siglo. El sentido común y la «sensatez» son las armas de la resistencia. La política religiosa está ya a punto de convertirse en religión política. Y la religión política no admite disensos ni herejías, sólo férrea ortodoxia. ¿La libertad? Al carajo.

Loris Zanatta es historiador. Profesor de la Universidad de Bolonia, Italia.