Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

viernes, 28 de diciembre de 2012

La negociación deja en evidencia la crisis del Partido Republicano




La clase política ers culpable de que Estados Unidos se halle al borde de la recesión

Antonio Caño Washington  

Aunque Barack Obama, como presidente, acabaría cargando con la responsabilidad histórica de dejar caer al país por el abismo fiscal, el Partido Republicano está pagando por ahora el precio más alto, en cuanto a deterioro de su imagen y pérdida de credibilidad, por el estancamiento de las negociaciones para evitar una crisis económica tan innecesaria.
Pocas veces ha sido tan clara la culpa de la clase política por permitir que un país que está creando empleo y creciendo a un ritmo bastante saludable acabe en una probable recesión. Pocas crisis económicas habrá habido en Estados Unidos más evitable que esta que ahora se anuncia.
Toda la clase política norteamericana pagará, seguramente, las consecuencias ante los ciudadanos. Un 31% de la población, según una encuesta de Reuters, responsabiliza por igual a Obama, al Partido Republicano y al Partido Demócrata por haberse llegado a esta situación.
Sin embargo, de esos tres principales protagonistas del drama, son los republicanos los que se llevan la peor parte: según la misma encuesta, un 27% echa al culpa al partido de la oposición, un 16% al presidente y solo un 6% a los demócratas. En otra encuesta reciente de la cadena CNN, más de la mitad de los estadounidenses juzga a los republicanos como “demasiado extremistas”. Para los republicanos este episodio es, por tanto, un paso más en su proceso de distanciamiento de la sociedad.
El Partido Republicano ha afrontado la negociación sobre el abismo fiscal en medio de una duda hamletiana sobre su ser o no ser dentro de la política estadounidense. Las fuerzas que le empujan a ser un partido ideologizado y marcadamente conservador pugnan con las que le exigen recuperar su carácter centrista y ofrecer una imagen menos intransigente.
Esa tensión entre la derecha y el centro es una tradición dentro del republicanismo, pero siempre prevalecieron las tendencias más pragmáticas que mantuvieron al partido dentro los límites que se exigen a una organización mayoritaria y con vocación de gobierno. Así ha sido hasta la irrupción del Tea Party, que rompió ese equilibrio y satanizó a los moderados hasta el punto de sacar a varios de ellos del Congreso y de la política.
La derrota de Mitt Romney en noviembre puso en evidencia el fracaso de esa línea. Muchos candidatos del Tea Party perdieron sus escaños, mientras los electores huían de las posiciones aventureras y extremistas que se habían oído en la campaña. El partido entró en una fase de reflexión y reconstrucción que apenas ha empezado. Aunque muy disminuido, el Tea Party aún no ha tirado la toalla, y los republicanos no han resuelto oficialmente la duda sobre si su derrota fue provocada por su exceso de conservadurismo o por haber presentado a un candidato que no lo era lo suficiente. Al no haber despejado esa duda, no ha sido tampoco capaz todavía de encontrar un liderazgo.
En estas condiciones, la negociación con los republicanos para un asunto tan delicado como la política presupuestaria se ha hecho extraordinariamente difícil. Su dirigente más visible, el presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, sufrió la afrenta la pasada semana de que sus propios compañeros de filas le echaran abajo su última propuesta.
Ese fracaso de Boehner fue la prueba más palpable del desconcierto que vive el partido. Es verdad que el Congreso actual cuenta todavía con la presencia de muchos seguidores del Tea Party elegidos en su apogeo de 2010, y que el próximo, que toma posesión el mes próximo, será algo más moderado. Pero eso no va a resolver automáticamente el dilema sobre qué rumbo adoptar.
A falta de un proyecto nacional, el Partido Republicano se ha convertido en una lucha por la supervivencia individual. La principal preocupación hoy del líder republicano en el Senado, Mitch McConnell, es conseguir la reelección en 2014 en el muy conservador estado de Kentucky. La de Boehner es asegurarse que el próximo día 3 sus compañeros lo mantienen al frente de la Cámara de Representantes. En ambos casos, el abismo fiscal es solo la prueba que tendrán que salvar para alcanzar sus objetivos.

El delicado y crucial juego de la oposición




Construir una alternativa

Para capitalizar las movilizaciones de 2012, los partidos opositores deben desmitificar al kirchnerismo y señalar los fracasos en la gestión. También, unidos, preservar la institucionalidad

Por Luis Alberto Romero  | Para LA NACION

Los partidos políticos y los actores corporativos tienen que decidir qué hacer con el impulso social generado por las movilizaciones de fin de año y cómo prepararse con vistas a las cruciales elecciones de 2013. La pelota está ahora en su campo. No es fácil el juego: hay muchos frentes y es difícil perfilarse adecuadamente en todos.
Sin duda, deberán seguir trabajando en la desmitificación del kirchnerismo: las trampas del discurso, las contradicciones entre lo dicho y lo hecho. Los partidos deberán cuidarse de no volver a caer en sus redes, como ha ocurrido cada vez que el Gobierno invocó al Estado para apropiarse de alguna caja o extender su poder. Sobre todo, tendrán que concentrarse en batir el flanco gubernamental hoy más expuesto: sus gruesos fracasos en la gestión. Problemas como el transporte, la energía, la inflación, la inseguridad, que simplemente se manejaron mal, más allá de la ideología. Problemas antiguos, que el Estado pudo haber encarado con un uso racional de los recursos excepcionales que manejó. Hay que decir, simplemente, que no saben gobernar.
Esto es terreno conocido para la oposición. Pero el Gobierno está creando un segundo desafío, mucho más complejo: el desbarranque institucional.
Es difícil imaginar que la feroz embestida de estos meses termine simplemente porque el Congreso no dé vía libre al proyecto de reforma constitucional. También es difícil imaginar que la Presidenta y su núcleo jueguen sus cartas en favor de un sucesor proveniente de su grupo. No confiarán en nadie, y harán bien: cualquier candidato portará el germen del poskirchnerismo. Cuesta imaginar que la Presidenta traspase el poder normalmente.
Aunque desgastada, la Presidenta conserva un poder de fuego considerable y una indomable voluntad de luchar hasta el final. Nada más temible que el zarpazo de la leona herida. Lo de Clarín ha pasado a ser un problema menor. Hoy amenaza con hacer trizas el Poder Judicial y avanza en el terreno de las expropiaciones. La inflación no debería ser un problema complicado, pero la ignorancia y el empecinamiento pueden convertirlo en catastrófico.
Hay alternativas todavía peores. Puede ocurrir que, si la reforma institucional fracasa, elija patear el tablero institucional. En 1852, el presidente francés Luis Napoleón Bonaparte enfrentó una situación similar: una cláusula constitucional le cerraba el camino a la reelección. Muchos conocen la célebre versión de Carlos Marx, un contemporáneo. Bonaparte optó por disolver la Asamblea, convocar a un plebiscito y hacerse proclamar emperador. La oposición republicana creyó que Bonaparte jugaba de acuerdo con las reglas, pero el presidente las ignoró, convencido de que "lo formal" no podía ser un límite para "lo real".
Bonaparte apeló como fuerza de choque a lo que Marx llamó el "lumpenproletariado". Algo de eso existe hoy en las barras bravas, los "vatayones militantes", las organizaciones delictivas protegidas por la policía y hasta en las milicias de Milagro Sala. Ya hay muestras del tipo de violencia que pueden practicar. Podrían eventualmente sustentar una desesperada huida hacia adelante. No creo que fuera estable, pero produciría un choque catastrófico.
Ante esta posibilidad, la prioridad de la oposición es sostener la institucionalidad, en contra de las tendencias destituyentes del grupo presidencial. Debe combinar el discurso fuertemente crítico con otro vigorosamente institucional. Y aquí tienen que estar todos: un sólido arco conformado en torno de la democracia, la República y la libertad. Sin especulaciones ni medias tintas. Sin vacilaciones ante las tentaciones populistas.
Es posible que estas circunstancias excepcionales no se den. Ojalá. En ese caso, la oposición se encontrará simplemente ante una batalla electoral más clásica. Para el caso, una posición centrada en ataques y denuncias es completamente insuficiente, como se vio en 2011. Para vencer, la oposición tiene que ser propositiva y convincente. Debe ofrecer la alternativa de un país distinto y mejor. Pero al hacerlo surgirán propuestas diferentes y se planteará una competencia que puede afectar aquella unión, indispensable para frenar el desborde autoritario. Para evitarlo, sólo se requiere un manejo hábil y sutil por parte de los políticos. Es su oficio.
Con seguridad en la oposición fraguará una alternativa peronista, que incluirá a quienes hoy ya han decidido enfrentar al Gobierno y a muchos otros que pronto tendrán su camino de Damasco. Sin salirse del contexto del "segundo peronismo", que nos rige desde 1989, pueden ofrecer una alternativa más tranquilizadora que la actual. Un gobierno con menos pasión y más orden, que no despierte de entrada la sospecha de designios antipopulares y que gradualmente desarme el campo minado dejado por el kirchnerismo. Será sin duda una alternativa atractiva para peronistas y para muchos no peronistas.
Sin embargo, es difícil que ese gobierno desmonte los mecanismos políticos que sustentan el segundo peronismo, construidos en los años 90 y perfeccionados en este siglo. El peronismo hoy no es un partido y difícilmente vuelva a serlo. Seguirá funcionando como una red enganchada al Estado, transformando recursos fiscales en votos y regimentando desde el gobierno central a las autoridades subordinadas. Lo harán más discretamente, pero difícilmente renunciarán a un sistema que han montado con eficaz artesanía. Hasta es posible que, con el tiempo, alguno recaiga en la tentación del poder único.
El espacio para una alternativa no peronista es acotado. Solo juntar a la mayoría de quienes hipotéticamente podrían integrarla es una alquimia difícil. La estatura de los actuales dirigentes es pareja, y cuesta imaginar un proceso como el que, en 1983, llevó al liderazgo a Raúl Alfonsín. La única alternativa es trabajar sobre un programa, general y flexible, fuertemente propositivo. La crítica al legado kirchnerista tendrá que distinguir las intenciones virtuosas declaradas de la pésima gestión y los nefastos propósitos ocultos. Muchas de sus iniciativas, como la Asignación Universal por Hijo, deben ser valoradas, desarrolladas y mejoradas.
Pero su fuerte ha de estar en una propuesta que articule la emergencia actual con salidas de largo plazo. Que combinen la democracia republicana, el crecimiento y la equidad social. Habrá que concentrar energías y voluntades en la solución de un par de grandes problemas. El primero, sin duda, es el de la pobreza. Se requiere un gran emprendimiento nacional, que mire a la vez las cuestiones del empleo, de la salud, de la educación, del tráfico de drogas y del restablecimiento del orden legal. El otro desafío urgente es convertir la prosperidad del sector exportador en un impulso al crecimiento del resto de los sectores de la economía.
Son desafíos complejos, irreductibles a una fórmula, que requieren una herramienta capaz de convertir la iniciativa política en acciones eficaces y concurrentes. Ese instrumento es el Estado, degradado hoy en su institucionalidad, en sus agencias, en su burocracia, en su ética, en su capacidad de control. Reconstruirlo es el punto de partida de cualquier propuesta de largo plazo.
A la vez, es lo que puede singularizar esta alternativa. Porque una de las consecuencias de la reconstrucción del Estado, con sus mecanismos de control y deliberación, es la limitación del poder del gobierno por una red institucional movilizada y articulada. Un gobierno progresista lo aceptará con gusto, y allí residirá, principalmente, su diferencia con una alternativa surgida del segundo peronismo.
Problemas futuros: la oposición se encuentra hoy jugando una partida de ajedrez en la que tiene que atender lo inmediato y lo mediato. Debe tener disponibles distintas respuestas para un adversario que todavía tiene la iniciativa. Debe ser propositiva sin abandonar la crítica. Debe diferenciarse y elaborar sus propuestas, necesariamente diferentes, sin poner en riesgo la unidad que garantizará que el juego continúe. Quienes le encuentren la vuelta, se habrán graduado de políticos.
© LA NACION.

Con el respaldo de EE.UU., se analiza reabrir el canje

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Durante la guerra de Malvinas, Thatcher evaluó atacar la Argentina continental

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lunes, 24 de diciembre de 2012

Scioli se reunió con peronistas críticos



El gobernador recibió a Facundo Moyano, Yoma y De Narváez, entre otros; trascendió que se habló de las elecciones legislativas; fue una fuerte señal hacia el kirchnerismo.

Por Marcelo Veneranda  | LA NACION

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Fue una de esas reuniones de las que nadie debe hablar, hasta que alguien lo hace. Ayer al mediodía, el gobernador bonaerense, Daniel Scioli, reunió en una misma mesa a una nutrida comitiva de diputados del peronismo disidente.
La mayoría de los presentes está enfrentado con la Casa Rosada, y el resto, como mínimo, son críticos de las últimas medidas de la Presidenta. Se juntaron para hablar de política, de cuestiones federales, de lo que se vendrá en 2013. Y prometieron no hacerlo público.
Sentados en torno al gobernador se encontraron Francisco de Narváez y sus socios del Frente Peronista Gustavo Ferrari, Natalia Gambaro y el mendocino Enrique Thomas, jefe de ese bloque opositor, en Diputados y el riojano Jorge Yoma, integrante aún de la bancada del Frente para la Victoria, pero cada día más crítico de los Kirchner. No era el único legislador oficialista presente ni el único que, día a día, se diferencia cada vez más del Gobierno: el último de los comensales fue el hijo de Hugo Moyano, y líder del gremio de peajes, Facundo Moyano.
El almuerzo se realizó al mediodía en el piso 19 de la sede porteña del Banco de la Provincia de Buenos Aires. El primer trascendido de la reunión era explosivo: la supuesta intención de los presentes de empezar a perfilar la constitución de un bloque sciolista en la Cámara de Diputados. El segundo rumor no le iba a la zaga: el supuesto pedido de los opositores a Scioli para que compita en las elecciones del año próximo con una lista propia, por fuera del kirchnerismo y con el apoyo del peronismo opositor.
Anoche, el diputado Ferrari intentó minimizar el contenido de la charla. Explicó que "le llevamos a Scioli una propuesta para instaurar en universidades de todo el país la cátedra Pensamiento Federal".
Sin embargo, las fuentes consultadas por LA NACION que participaron del almuerzo con Scioli mencionaron que fue una "charla sobre política nacional". El hermetismo alrededor del contenido de la charla multiplicó la intriga.
La reunión se produjo apenas dos días después de que Scioli cerrara un acto en La Plata reafirmando su lealtad hacia la Presidenta. Había hecho lo mismo un día antes, en el Congreso del PJ bonaerense, que se reunió el viernes en Tres de Febrero. "Es lo que aprendí como un buen peronista: ser leal", había dicho Scioli, ante intendentes y diputados.
Lo que trascendió de la reunión ayer y fue corroborado por distintas fuentes, es que uno de los temas centrales de la charla fueron las "cuestiones federales" que, para la oposición en general y el peronismo disidente en particular, no son otra cosa que la escasa distribución por parte de la Nación de los fondos coparticipables entre las provincias. Un tema que viene siendo abordado por las dos agrupaciones más activas del sciolismo, La DOS y La Juan Domingo, y que el gobernador deslizó cuando dijo que Buenos Aires era la provincia que más aportaba a la Nación y la que, proporcionalmente, menos recibía a cambio.
Ayer por la tarde los teléfonos del sciolismo se apagaron. Por la noche, en cambio, se empezaron a difundir versiones contradictorias del encuentro, que sumaban entre los comensales al secretario de la Gobernación, Eduardo Camaño, y al senador bonaerense Baldomero "Cacho" Álvarez de Olivera.
"Daniel habla con todos. No debería generar demasiada sorpresa esta reunión", indicó un asesor del gobernador.
Facundo Moyano, por su parte, difundió una foto a solas con el gobernador, fruto de una reunión posterior al almuerzo, en la que el diputado le trasladó sus preocupaciones por los sueldos de los trabajadores de las autopistas. "Tengo libertad de reunirme con Scioli porque forma parte del mismo proyecto", indicó Moyano a LA NACION. Moyano, al igual que Yoma, integra el bloque de diputados del FPV, donde ya percibe críticas por su actitud de parte de sus pares kirchneristas.

Un almuerzo con invitados incómodos para el Gobierno
  • Francisco De Narváez
    Diputado Frente Peronista
    Espera una definición de Scioli para armar un frente en la provincia de Buenos Aires, con el que aspira a reeditar su éxito electoral de 2009
  • Enrique Thomas
    Diputado Frente Peronista
    Como jefe de bloque, articula a los principales candidatos entre los peronistas ortodoxos, a los que quiere sumar al gobernador bonaerense
  • Gustavo Ferrari
    Diputado Frente Peronista
    El escudero de De Narváez quiere impulsar una cátedra de Pensamiento Federal para discutir la coparticipación provincial en 2013
  • Jorge Yoma
    Diputado Frente Para la Victoria
    Aún en el bloque oficialista, cada vez es mas crítico de sus pares y busca diferenciarse. Piensa proyectar sus disensos parlamentarios en una lista enteramente peronista

The Economist criticó los ataques de Cristina a la Justicia

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domingo, 23 de diciembre de 2012

Cameron, atrapado por el antieuropeísmo





Reino Unido se encamina de forma imparable hacia un referéndum
 sobre su permanencia en la UE.
La eventual salida de Londres empieza a calar entre los socios europeos.



¿Imagina a Reino Unido abandonando la Unión Europea?, le preguntaron el otro día en la Cámara de los Comunes al primer ministro británico, David Cameron. “No es una posición que yo apoye, por lo tanto, no pierdo el tiempo pensando en ello”, respondió. Pero añadió: “Está claro que todas las opciones sobre el futuro de Gran Bretaña son imaginables. Somos dueños de nuestro destino y podemos elegir lo que queramos. Creo que nuestra elección ha de ser estar en la Unión Europea, ser miembros del mercado único, maximizar nuestro impacto en Europa, pero no hemos de tener miedo a alzarnos y decir que no estamos contentos con ciertos aspectos de la relación”.



CONTEXTO: LA DERIVA ANTIEUROPEA EN REINO UNIDO 



Por muchos matices que se le quieran ver a esa respuesta, Cameron parece haber cruzado el Rubicón en la cuestión europea al manifestar públicamente, por primera vez, que la salida de Reino Unido de la Unión Europea, lo que en la jerga política británica llaman Brexit o Brixit (un juego de palabras entre Britain y salida, exit) es algo “imaginable”.
Ese debate hace ya tiempo que da vueltas. Pero lo que antes parecía una quimera que solo defendían el partido ultranacionalista UKIP y un puñado de diputados conservadores, en los últimos meses se ha convertido en uno de los puntos centrales del debate político y una idea con la que los tories coquetean de forma cada vez más abierta. Y no solo los tories. También en el Continente empieza a calar la creencia de que los británicos se pueden marchar. La diferencia con el pasado es que antes ese pensamiento provocaba escalofríos y ahora empieza a parecer algo no solo posible sino, hasta cierto punto, deseable. Aunque bastante incomprensible, dado el carácter cada vez más anglosajón de la construcción europea.
El debate ya no está en si hay que hacer o no un referéndum sobre Europa, sino en cuándo hay que hacerlo y de qué manera. La gente lo quiere. Las encuestas señalan que casi el 70% de los británicos apoya la consulta y más de la mitad votaría ahora mismo a favor de que Reino Unido abandone la UE. No es un dato demasiado sorprendente dada la legendaria mala prensa que el proyecto europeo tiene en este país.
“Llevamos ya más de 20 años de información unidimensional sobre lo que la UE hace o no hace. Muchos periódicos, y especialmente los tabloides, son muy hostiles hacia la UE y en las dos o tres últimas décadas están suministrando al público desinformación o medias verdades”, afirma Petros Fassoulas, presidente del muy europeísta Movimiento Europeo. “Eso ha creado una imagen muy negativa en la mente de la gente, que se ha acentuado con la crisis del euro. El problema es que no ha habido una visión alternativa. No ha habido ninguna comunicación por parte de los políticos sobre los beneficios de estar en la UE”, añade.

Cameron reconoció en el Parlamento la posibilidad
de una salida de la Unión

En la Casa Blanca, en cambio, sí se perciben los beneficios de la existencia de la Unión Europea. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, le advirtió el lunes pasado a David Cameron en una teleconferencia que no quiere que Reino Unido se vaya y que eso dañaría la famosa “relación especial”. Una bronca que ha causado furor en la prensa euroescéptica. “Barack Obama da lecciones a Gran Bretaña sobre la pertenencia a la UE: el presidente de Estados Unidos parece arrogante además de estar en las nubes”, escribía, indignado, el analista Nile Gardiner en el Daily Telegraph.
El primer ministro lleva meses preparando un esperado discurso sobre la cuestión europea en el que se espera que trace la hoja de ruta sobre ese dilema. Su idea es negociar primero con el resto de socios una larga lista de políticas que hay que repatriar desde Bruselas. Una vez cerrada esa negociación, el acuerdo sería sometido a referéndum. En la práctica, un plebiscito sobre la permanencia o no en la UE.
Es un plan que cuenta incluso con el apoyo de destacados europeístas, como Timothy Garton Ash, profesor de Estudios Europeos de la Universidad de Oxford. Aunque Garton Ash difícilmente estaría de acuerdo con Cameron sobre renacionalizar políticas, sí cree que se ha de clarificar en referéndum la posición de Gran Bretaña “en Europa y en el mundo”, según sostiene en su columna semanal en el diario The Guardian.
Garton Ash cree que eso ha de ocurrir cuando se haya resuelto la crisis del euro y se conozcan “las consecuencias políticas de la salvación del euro”. Ese debate debería arrancar, a su juicio, con el “equilibrio de competencias” que Cameron quiere negociar con el resto de socios. Lo que llevaría la consulta a “algún momento de la próxima legislatura”, entre 2015 y 2020. “Yo digo: convocad el referéndum y que gane el que tenga más argumentos”, escribe. “Al contrario que muchos de mis amigos proeuropeos, yo creo que ganaremos. No creo que [los tabloides] Sun y Daily Mail hayan logrado atontar el cerebro de los británicos hasta el punto de que cuando se vean enfrentados a la realidad de lo que significa ser Noruega (sin el petróleo) o Suiza decidan que la salida es la mejor opción para este país. ¿Y si lo hacen? Bueno, sería un error histórico, pero al menos la gente se habría pronunciado”, sostiene.

Casi el 70% apoya que se haga una consulta y más de la mitad votaría ahora por abandonar la UE

Petros Fassoulas es mucho más cauto. “No soy un gran partidario de referendos, especialmente por la falta de debate de la que hablaba. Si tuviéramos la oportunidad de tener un verdadero debate durante un cierto tiempo, empezando ahora y continuando en las elecciones europeas de 2014 y las generales de 2015, un debate en el que se pudieran presentar de forma justa los beneficios de estar en la UE, entonces, después de eso, podríamos tomar en consideración el celebrar un referéndum si, por ejemplo, la UE decide tener una estructura más federal o Reino Unido decide entrar en la zona euro”.
La idea de Cameron de renacionalizar antes ciertas políticas ahora comunitarias está llamada a provocar muchas fricciones con el resto de socios. Y corre el riesgo de acabar mal y crear una gran frustración entre los británicos, sin duda el mejor combustible para avivar la hoguera antieuropea.
El primer ministro ha abierto el partido con lo que muchos creen que es un autogol: retirar a Reino Unido de las políticas de Interior y Justicia. Tiene legalmente esa opción, pero ha de renunciar a todas ellas en bloque. Y Londres quiere negociar con Bruselas el mantenimiento de ciertos aspectos, como la cooperación policial. Ahí se empezará a ver si los socios europeos están con estómago para negociar o no.
Ese será solo el aperitivo de un gran paquete presentado de forma detallada en un libro verde, Fresh Start Project (Proyecto Nuevo Comienzo) que ha recibido la cálida bienvenida del ministro de Exteriores, William Hague. Conocido por su euroescepticismo, Hague es el gran promotor de la devolución de poderes a Westminster. El libro verde aborda las opciones que tiene Reino Unido para renacionalizar total o parcialmente las políticas comunitarias en 11 áreas: Comercio, Desarrollo Regional, Agricultura, Pesca, Presupuesto e Instituciones, Política Social y Empleo, Servicios Financieros, Medio Ambiente, Interior y Justicia, Inmigración y Defensa.

Obama llamó a Cameron para advertirle de que la salida de la UE afectaría a su relación

El creciente distanciamiento de Europa que muestran los británicos ha dado alas al Partido de la Independencia de Reino Unido (UKIP), una formación que nació en 1993 con el objetivo de conseguir que Gran Bretaña abandone la UE y que se ha convertido con los años en el partido antiinmigración por excelencia. En 2004 tocaron el cielo al conseguir una docena de escaños en el Parlamento Europeo. Hace tres semanas se convirtieron en el segundo partido más votado en tres elecciones parciales para cubrir tres escaños en Westminster.
El éxito del UKIP denota, sobre todo, una intensa preocupación de los británicos por lo que consideran creciente pérdida de identidad nacional. Culpan de ello a la inmigración y a la UE, a la que precisamente atribuyen la explosión migratoria a pesar de que solo uno de cada tres nuevos inmigrantes son nacionales comunitarios. “La gente vota al UKIP sobre todo porque se ha convertido en un partido populista antiinmigración”, sostiene Robert Ford, profesor de la Universidad de Manchester especializado en el estudio del extremismo político y la xenofobia. “Es algo que tiene mucho en común con otros partidos que vemos por toda la UE. El Partido de la Libertad en Holanda, el Partido Popular sueco, el PP danés, en muchos países europeos con la notable excepción de España. Esos partidos obtienen muy a menudo entre el 10% y el 20% del voto, sobre todo entre gente que está preocupada por la inmigración, que está preocupada por el cambio cultural, que está preocupada por la identidad nacional y cosas así. En ese sentido el UKIP se enmarca en una familia política muy concreta”, añade Ford.

El creciente distanciamiento da alas al extremismo del partido UKIP

“El segundo aspecto es que ahora acaparan el voto protesta, en gran parte porque los liberales-demócratas están en el Gobierno”, añade. “Y la tercera cuestión y la que claramente tiene menos peso es la UE. Sólo un político puede decir que la gente vota al UKIP por la cuestión europea, porque nadie más se lo cree. La UE se ve peor de lo que se veía, debido a la crisis del euro, pero no es algo que preocupe a los votantes en el día a día”, asegura.
Robert Ford ha analizado junto con otros dos profesores, Matthew Goodwin y David Cutts, el carácter del UKIP y sus votantes a partir de una muestra de 4.000 votantes que eligieron esa opción en las europeas de 2009. Y llegaron a dos conclusiones: que los votantes del UKIP son más extremistas que los cuadros del partido y que, a pesar de sus posiciones antieuropeas, antimusulmanas y antiinmigración, están lejos de ser una opción tan abiertamente racista como el BNP, el Partido Nacional Británico.
“En el BNP, los políticos y los activistas son más racistas que sus votantes. Es gente con símbolos nazis, que ensalzan literatura fascista y son a menudo violentos. En el UKIP ocurre lo contrario. Mi experiencia con ellos me dice que sus militantes y hasta cierto punto sus políticos tienden a ser menos intolerantes que muchos de sus votantes. Cuando dicen que no son racistas intentan ser sinceros. Sobre todo sus activistas más jóvenes. Sus políticos son bastante intolerantes, pero no masivamente intolerantes como los del BNP. Pero su estrategia es conseguir el apoyo de un electorado que está contra la inmigración y que es culturalmente conservador”, concluye. Y eso contribuye a empujar a los conservadores hacia ese mismo terreno. Incluida la fobia a Europa.

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