Reino Unido se encamina de forma imparable hacia un referéndum
sobre su permanencia en la UE.
La eventual salida de Londres empieza a calar entre los socios europeos.
Walter Oppenheimer Londres
¿Imagina a Reino Unido abandonando la Unión
Europea?, le preguntaron el otro día en la Cámara de los Comunes al primer
ministro británico, David Cameron. “No es una posición que yo apoye, por lo
tanto, no pierdo el tiempo pensando en ello”, respondió. Pero añadió: “Está
claro que todas las opciones sobre el futuro de Gran Bretaña son imaginables.
Somos dueños de nuestro destino y podemos elegir lo que queramos. Creo que
nuestra elección ha de ser estar en la Unión Europea, ser miembros del mercado
único, maximizar nuestro impacto en Europa, pero no hemos de tener miedo a
alzarnos y decir que no estamos contentos con ciertos aspectos de la relación”.
CONTEXTO: LA
DERIVA ANTIEUROPEA EN REINO UNIDO
Por muchos matices que se le quieran ver a esa
respuesta, Cameron parece haber cruzado el Rubicón en la cuestión europea al
manifestar públicamente, por primera vez, que la salida de Reino Unido de la
Unión Europea, lo que en la jerga política británica llaman Brexit o Brixit
(un juego de palabras entre Britain y salida, exit) es algo
“imaginable”.
Ese debate hace ya tiempo que da vueltas. Pero lo que antes
parecía una quimera que solo defendían el partido ultranacionalista UKIP y un
puñado de diputados conservadores, en los últimos meses se ha convertido en uno
de los puntos centrales del debate político y una idea con la que los tories
coquetean de forma cada vez más abierta. Y no solo los tories. También
en el Continente empieza a calar la creencia de que los británicos se pueden
marchar. La diferencia con el pasado es que antes ese pensamiento provocaba
escalofríos y ahora empieza a parecer algo no solo posible sino, hasta cierto
punto, deseable. Aunque bastante incomprensible, dado el carácter cada vez más
anglosajón de la construcción europea.
El debate ya no está en si hay que hacer o no un
referéndum sobre Europa, sino en cuándo hay que hacerlo y de qué manera. La
gente lo quiere. Las encuestas señalan que casi el 70% de los británicos apoya
la consulta y más de la mitad votaría ahora mismo a favor de que Reino Unido
abandone la UE. No es un dato demasiado sorprendente dada la legendaria mala
prensa que el proyecto europeo tiene en este país.
“Llevamos ya más de 20 años de información
unidimensional sobre lo que la UE hace o no hace. Muchos periódicos, y
especialmente los tabloides, son muy hostiles hacia la UE y en las dos o tres
últimas décadas están suministrando al público desinformación o medias
verdades”, afirma Petros Fassoulas, presidente del muy europeísta Movimiento
Europeo. “Eso ha creado una imagen muy negativa en la mente de la gente, que se
ha acentuado con la crisis del euro. El problema es que no ha habido una visión
alternativa. No ha habido ninguna comunicación por parte de los políticos sobre
los beneficios de estar en la UE”, añade.
de una salida de la Unión
En la Casa Blanca, en cambio, sí se perciben los
beneficios de la existencia de la Unión Europea. El presidente de Estados
Unidos, Barack Obama, le advirtió el lunes pasado a David Cameron en una
teleconferencia que no quiere que Reino Unido se vaya y que eso dañaría la
famosa “relación especial”. Una bronca que ha causado furor en la prensa
euroescéptica. “Barack Obama da lecciones a Gran Bretaña sobre la pertenencia a
la UE: el presidente de Estados Unidos parece arrogante además de estar en las
nubes”, escribía, indignado, el analista Nile Gardiner en el Daily
Telegraph.
El primer ministro lleva meses preparando un
esperado discurso sobre la cuestión europea en el que se espera que trace la
hoja de ruta sobre ese dilema. Su idea es negociar primero con el resto de
socios una larga lista de políticas que hay que repatriar desde Bruselas. Una
vez cerrada esa negociación, el acuerdo sería sometido a referéndum. En la
práctica, un plebiscito sobre la permanencia o no en la UE.
Es un plan que cuenta incluso con el apoyo de
destacados europeístas, como Timothy Garton Ash, profesor de Estudios Europeos
de la Universidad de Oxford. Aunque Garton Ash difícilmente estaría de acuerdo
con Cameron sobre renacionalizar políticas, sí cree que se ha de clarificar en
referéndum la posición de Gran Bretaña “en Europa y en el mundo”, según
sostiene en su columna semanal en el diario The Guardian.
Garton Ash cree que eso ha de ocurrir cuando se
haya resuelto la crisis del euro y se conozcan “las consecuencias políticas de
la salvación del euro”. Ese debate debería arrancar, a su juicio, con el
“equilibrio de competencias” que Cameron quiere negociar con el resto de
socios. Lo que llevaría la consulta a “algún momento de la próxima
legislatura”, entre 2015 y 2020. “Yo digo: convocad el referéndum y que gane el
que tenga más argumentos”, escribe. “Al contrario que muchos de mis amigos
proeuropeos, yo creo que ganaremos. No creo que [los tabloides] Sun y Daily
Mail hayan logrado atontar el cerebro de los británicos hasta el punto de que
cuando se vean enfrentados a la realidad de lo que significa ser Noruega (sin
el petróleo) o Suiza decidan que la salida es la mejor opción para este país.
¿Y si lo hacen? Bueno, sería un error histórico, pero al menos la gente se
habría pronunciado”, sostiene.
Petros Fassoulas es mucho más cauto. “No soy un
gran partidario de referendos, especialmente por la falta de debate de la que
hablaba. Si tuviéramos la oportunidad de tener un verdadero debate durante un
cierto tiempo, empezando ahora y continuando en las elecciones europeas de 2014
y las generales de 2015, un debate en el que se pudieran presentar de forma
justa los beneficios de estar en la UE, entonces, después de eso, podríamos
tomar en consideración el celebrar un referéndum si, por ejemplo, la UE decide
tener una estructura más federal o Reino Unido decide entrar en la zona euro”.
La idea de Cameron de renacionalizar antes ciertas
políticas ahora comunitarias está llamada a provocar muchas fricciones con el
resto de socios. Y corre el riesgo de acabar mal y crear una gran frustración
entre los británicos, sin duda el mejor combustible para avivar la hoguera
antieuropea.
El primer ministro ha abierto el partido con lo que
muchos creen que es un autogol: retirar a Reino Unido de las políticas de
Interior y Justicia. Tiene legalmente esa opción, pero ha de renunciar a todas
ellas en bloque. Y Londres quiere negociar con Bruselas el mantenimiento de
ciertos aspectos, como la cooperación policial. Ahí se empezará a ver si los
socios europeos están con estómago para negociar o no.
Ese será solo el aperitivo de un gran paquete
presentado de forma detallada en un libro verde, Fresh Start Project
(Proyecto Nuevo Comienzo) que ha recibido la cálida bienvenida del ministro de
Exteriores, William Hague. Conocido por su euroescepticismo, Hague es el gran
promotor de la devolución de poderes a Westminster. El libro verde aborda las
opciones que tiene Reino Unido para renacionalizar total o parcialmente las
políticas comunitarias en 11 áreas: Comercio, Desarrollo Regional, Agricultura,
Pesca, Presupuesto e Instituciones, Política Social y Empleo, Servicios
Financieros, Medio Ambiente, Interior y Justicia, Inmigración y Defensa.
El creciente distanciamiento de Europa que muestran
los británicos ha dado alas al Partido de la Independencia de Reino Unido
(UKIP), una formación que nació en 1993 con el objetivo de conseguir que Gran
Bretaña abandone la UE y que se ha convertido con los años en el partido
antiinmigración por excelencia. En 2004 tocaron el cielo al conseguir una
docena de escaños en el Parlamento Europeo. Hace tres semanas se convirtieron
en el segundo partido más votado en tres elecciones parciales para cubrir tres
escaños en Westminster.
El éxito del UKIP denota, sobre todo, una intensa
preocupación de los británicos por lo que consideran creciente pérdida de
identidad nacional. Culpan de ello a la inmigración y a la UE, a la que
precisamente atribuyen la explosión migratoria a pesar de que solo uno de cada
tres nuevos inmigrantes son nacionales comunitarios. “La gente vota al UKIP
sobre todo porque se ha convertido en un partido populista antiinmigración”,
sostiene Robert Ford, profesor de la Universidad de Manchester especializado en
el estudio del extremismo político y la xenofobia. “Es algo que tiene mucho en
común con otros partidos que vemos por toda la UE. El Partido de la Libertad en
Holanda, el Partido Popular sueco, el PP danés, en muchos países europeos con
la notable excepción de España. Esos partidos obtienen muy a menudo entre el
10% y el 20% del voto, sobre todo entre gente que está preocupada por la
inmigración, que está preocupada por el cambio cultural, que está preocupada
por la identidad nacional y cosas así. En ese sentido el UKIP se enmarca en una
familia política muy concreta”, añade Ford.
“El segundo aspecto es que ahora acaparan el voto
protesta, en gran parte porque los liberales-demócratas están en el Gobierno”,
añade. “Y la tercera cuestión y la que claramente tiene menos peso es la UE.
Sólo un político puede decir que la gente vota al UKIP por la cuestión europea,
porque nadie más se lo cree. La UE se ve peor de lo que se veía, debido a la
crisis del euro, pero no es algo que preocupe a los votantes en el día a día”,
asegura.
Robert Ford ha analizado junto con otros dos
profesores, Matthew Goodwin y David Cutts, el carácter del UKIP y sus votantes
a partir de una muestra de 4.000 votantes que eligieron esa opción en las
europeas de 2009. Y llegaron a dos conclusiones: que los votantes del UKIP son
más extremistas que los cuadros del partido y que, a pesar de sus posiciones
antieuropeas, antimusulmanas y antiinmigración, están lejos de ser una opción
tan abiertamente racista como el BNP, el Partido Nacional Británico.
“En el
BNP, los políticos y los activistas son más racistas que sus votantes. Es gente
con símbolos nazis, que ensalzan literatura fascista y son a menudo violentos.
En el UKIP ocurre lo contrario. Mi experiencia con ellos me dice que sus
militantes y hasta cierto punto sus políticos tienden a ser menos intolerantes
que muchos de sus votantes. Cuando dicen que no son racistas intentan ser
sinceros. Sobre todo sus activistas más jóvenes. Sus políticos son bastante
intolerantes, pero no masivamente intolerantes como los del BNP. Pero su
estrategia es conseguir el apoyo de un electorado que está contra la
inmigración y que es culturalmente conservador”, concluye. Y eso contribuye a
empujar a los conservadores hacia ese mismo terreno. Incluida la fobia a
Europa.
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