Construir una alternativa
Para capitalizar las movilizaciones
de 2012, los partidos opositores deben desmitificar al kirchnerismo y señalar
los fracasos en la gestión. También, unidos, preservar la institucionalidad
Los partidos
políticos y los actores corporativos tienen que decidir qué hacer con el
impulso social generado por las movilizaciones de fin de año y cómo prepararse
con vistas a las cruciales elecciones de 2013.
La pelota está ahora en su campo. No es fácil el juego: hay muchos frentes y es
difícil perfilarse adecuadamente en todos.
Sin duda,
deberán seguir trabajando en la desmitificación del kirchnerismo: las
trampas del discurso, las contradicciones entre lo dicho y lo hecho. Los
partidos deberán cuidarse de no volver a caer en sus redes, como ha ocurrido
cada vez que el Gobierno invocó al Estado para apropiarse de alguna caja o
extender su poder. Sobre todo, tendrán que concentrarse en batir el flanco
gubernamental hoy más expuesto: sus gruesos fracasos en la gestión. Problemas
como el transporte, la energía, la inflación, la inseguridad, que simplemente
se manejaron mal, más allá de la ideología. Problemas antiguos, que el Estado
pudo haber encarado con un uso racional de los recursos excepcionales que
manejó. Hay que decir, simplemente, que no saben gobernar.
Esto es
terreno conocido para la oposición.
Pero el Gobierno está creando un segundo desafío, mucho más complejo: el
desbarranque institucional.
Es difícil imaginar que la feroz embestida de estos
meses termine simplemente porque el Congreso no dé vía libre al proyecto de
reforma constitucional. También es difícil imaginar que la Presidenta y su
núcleo jueguen sus cartas en favor de un sucesor proveniente de su grupo. No
confiarán en nadie, y harán bien: cualquier candidato portará el germen del
poskirchnerismo. Cuesta imaginar que la Presidenta traspase el poder
normalmente.
Aunque desgastada, la Presidenta conserva un poder
de fuego considerable y una indomable voluntad de luchar hasta el final. Nada
más temible que el zarpazo de la leona herida. Lo de Clarín ha pasado a ser un
problema menor. Hoy amenaza con hacer trizas el Poder Judicial y avanza en el
terreno de las expropiaciones. La inflación no debería ser un problema
complicado, pero la ignorancia y el empecinamiento pueden convertirlo en
catastrófico.
Hay alternativas todavía peores. Puede ocurrir que,
si la reforma institucional fracasa, elija patear el tablero institucional. En
1852, el presidente francés Luis Napoleón Bonaparte enfrentó una situación
similar: una cláusula constitucional le cerraba el camino a la reelección.
Muchos conocen la célebre versión de Carlos Marx, un contemporáneo. Bonaparte
optó por disolver la Asamblea, convocar a un plebiscito y hacerse proclamar
emperador. La oposición republicana creyó que Bonaparte jugaba de acuerdo con
las reglas, pero el presidente las ignoró, convencido de que "lo
formal" no podía ser un límite para "lo real".
Bonaparte apeló como fuerza de choque a lo que Marx
llamó el "lumpenproletariado". Algo de eso existe hoy en las barras
bravas, los "vatayones militantes", las organizaciones delictivas
protegidas por la policía y hasta en las milicias de Milagro Sala. Ya hay
muestras del tipo de violencia que pueden practicar. Podrían eventualmente
sustentar una desesperada huida hacia adelante. No creo que fuera estable, pero
produciría un choque catastrófico.
Ante esta posibilidad, la prioridad de la oposición
es sostener la institucionalidad, en contra de las tendencias destituyentes del
grupo presidencial. Debe combinar el discurso fuertemente crítico con otro
vigorosamente institucional. Y aquí tienen que estar todos: un sólido arco
conformado en torno de la democracia, la República y la libertad. Sin
especulaciones ni medias tintas. Sin vacilaciones ante las tentaciones
populistas.
Es posible que estas circunstancias excepcionales
no se den. Ojalá. En ese caso, la oposición se encontrará simplemente ante una
batalla electoral más clásica. Para el caso, una posición centrada en ataques y
denuncias es completamente insuficiente, como se vio en 2011. Para vencer, la
oposición tiene que ser propositiva y convincente. Debe ofrecer la alternativa
de un país distinto y mejor. Pero al hacerlo surgirán propuestas diferentes y
se planteará una competencia que puede afectar aquella unión, indispensable
para frenar el desborde autoritario. Para evitarlo, sólo se requiere un manejo
hábil y sutil por parte de los políticos. Es su oficio.
Con seguridad en la oposición fraguará una
alternativa peronista, que incluirá a quienes hoy ya han decidido enfrentar al
Gobierno y a muchos otros que pronto tendrán su camino de Damasco. Sin salirse
del contexto del "segundo peronismo", que nos rige desde 1989, pueden
ofrecer una alternativa más tranquilizadora que la actual. Un gobierno con
menos pasión y más orden, que no despierte de entrada la sospecha de designios
antipopulares y que gradualmente desarme el campo minado dejado por el
kirchnerismo. Será sin duda una alternativa atractiva para peronistas y para
muchos no peronistas.
Sin embargo, es difícil que ese gobierno desmonte
los mecanismos políticos que sustentan el segundo peronismo, construidos en los
años 90 y perfeccionados en este siglo. El peronismo hoy no es un partido y
difícilmente vuelva a serlo. Seguirá funcionando como una red enganchada al Estado,
transformando recursos fiscales en votos y regimentando desde el gobierno
central a las autoridades subordinadas. Lo harán más discretamente, pero
difícilmente renunciarán a un sistema que han montado con eficaz artesanía.
Hasta es posible que, con el tiempo, alguno recaiga en la tentación del poder
único.
El espacio para una alternativa no peronista es
acotado. Solo juntar a la mayoría de quienes hipotéticamente podrían integrarla
es una alquimia difícil. La estatura de los actuales dirigentes es pareja, y
cuesta imaginar un proceso como el que, en 1983, llevó al liderazgo a Raúl
Alfonsín. La única alternativa es trabajar sobre un programa, general y
flexible, fuertemente propositivo. La crítica al legado kirchnerista tendrá que
distinguir las intenciones virtuosas declaradas de la pésima gestión y los
nefastos propósitos ocultos. Muchas de sus iniciativas, como la Asignación
Universal por Hijo, deben ser valoradas, desarrolladas y mejoradas.
Pero su fuerte ha de estar en una propuesta que
articule la emergencia actual con salidas de largo plazo. Que combinen la
democracia republicana, el crecimiento y la equidad social. Habrá que
concentrar energías y voluntades en la solución de un par de grandes problemas.
El primero, sin duda, es el de la pobreza. Se requiere un gran emprendimiento
nacional, que mire a la vez las cuestiones del empleo, de la salud, de la
educación, del tráfico de drogas y del restablecimiento del orden legal. El
otro desafío urgente es convertir la prosperidad del sector exportador en un
impulso al crecimiento del resto de los sectores de la economía.
Son desafíos complejos, irreductibles a una
fórmula, que requieren una herramienta capaz de convertir la iniciativa
política en acciones eficaces y concurrentes. Ese instrumento es el Estado,
degradado hoy en su institucionalidad, en sus agencias, en su burocracia, en su
ética, en su capacidad de control. Reconstruirlo es el punto de partida de
cualquier propuesta de largo plazo.
A la vez, es lo que puede singularizar esta
alternativa. Porque una de las consecuencias de la reconstrucción del Estado,
con sus mecanismos de control y deliberación, es la limitación del poder del
gobierno por una red institucional movilizada y articulada. Un gobierno
progresista lo aceptará con gusto, y allí residirá, principalmente, su
diferencia con una alternativa surgida del segundo peronismo.
Problemas futuros: la oposición se encuentra hoy
jugando una partida de ajedrez en la que tiene que atender lo inmediato y lo
mediato. Debe tener disponibles distintas respuestas para un adversario que
todavía tiene la iniciativa. Debe ser propositiva sin abandonar la crítica.
Debe diferenciarse y elaborar sus propuestas, necesariamente diferentes, sin
poner en riesgo la unidad que garantizará que el juego continúe. Quienes le
encuentren la vuelta, se habrán graduado de políticos.
© LA NACION.
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