Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

jueves, 6 de diciembre de 2012

La alternativa del nuevo progresismo



Contrapuntos
A diferencia del populismo, que entrampa a las sociedades en el corto plazo, el progresismo moderno sabe que el desarrollo económico y social no será posible mientras se apueste al eterno presente y al relato como sustituto de la realidad
Por Daniel Gustavo Montamat  | Para LA NACION
H ay una nueva divisoria de aguas para analizar los problemas de la realidad social y plantear soluciones. De un lado, la plataforma ideológica y valorativa representada por el pensamiento populista posmoderno; como alternativa, la plataforma ideológica y valorativa que nutre el pensamiento de un nuevo progresismo moderno. Está en juego la valoración del futuro en el presente, la realidad o el relato como verdad y la capacidad de establecer transacciones entre las urgencias de la hora actual y las necesidades de un mañana posible. El populismo posmoderno entrampa a las sociedades en el corto plazo y las precipita a un futuro incierto. Las políticas alternativas reivindican el largo plazo y la previsibilidad del rumbo a seguir.
Hay cambios en la estructura del poder mundial y hay desafíos de envergadura en la agenda mundial que aguardan respuestas inmediatas: problemas demográficos, migratorios, de recursos agotables, de recursos comunes, de seguridad, medioambientales, de gobernanza global, etcétera. Las decisiones se postergan y el mundo global aparece varado en el presente. Por citar un ejemplo, las Naciones Unidas acaban de informar que los gases de efecto invernadero siguen creciendo con prisa y sin pausa, pero el liderazgo mundial parece resignado a aceptar que las consecuencias manifiestas del cambio climático impongan su propia hoja de ruta.
La agenda política, económica y social de la Argentina también parece entrampada en un eterno presente, lejos de los desafíos, las metas y los planes que impone un futuro posible.
El culto al presente, en el mundo global y en nuestra Argentina, no es casual, y tampoco es irreversible. Puede que sea un signo de época y que incluso tenga su razón de ser. Sus raíces se nutren en la confluencia de las ideas populistas y los valores promovidos por la filosofía posmoderna. En el ADN de ambos está el corto plazo, lo efímero y el relato como estructura de la realidad cotidiana.
La reacción posmoderna a los excesos, fanatismos y desvíos autoritarios del proyecto moderno despertó adhesiones y simpatías por doquier. La "deconstrucción" de dogmas religiosos y racionalistas liberó "el ser" de amarras con el mundo y con la historia, pero obligó a navegar la nada. Para encontrar sentido en el devenir hubo que acudir a un caleidoscopio de experiencias y sensaciones que subordina todo al tiempo presente. Gilles Lipovetsky popularizó la expresión "imperio de lo efímero". Puede que a muchos posmodernos les disguste aceptar las derivaciones prácticas de sus planteos en el mundo de las ideas, pero es innegable que los valores de la "cultura líquida" (expresión de Zygmunt Bauman) fueron funcionales a la gratificación exacerbada del aquí y el ahora, a la construcción de la realidad a partir del relato y a la desvalorización del futuro en el presente.
El populismo moderno, por su parte, era analizado como una especie de fascismo en versión latinoamericana. Nació en la derecha, abrevó en reivindicaciones de izquierda y terminó sedimentando como "izquierda nacional". El populismo posmoderno, en cambio, es una marca de alcance global. Por supuesto que tiene retoños con rasgos autóctonos en la región, pero la simbiosis de las ideas populistas con los valores posmodernos ha cosechado adhesiones y votos por derecha y por izquierda, tanto en países emergentes como en potencias desarrolladas. ¿O acaso las políticas de "hipotecas para todos" de dos conservadores como Bush hijo y Greenspan que precipitaron la crisis de 2008 no abrevan en estas fuentes?
Culto al presente y relato del devenir por un lado, cortoplacismo por el otro. El populismo moderno se estigmatizaba como "pan para hoy, hambre para mañana". El populismo posmoderno es pan para hoy, no existe el mañana. La genética cortoplacista es autodestructiva: devora stocks, apropia rentas y usa financiamiento externo o inflacionario. Todo en un eterno presente de sensaciones y experiencias, con enemigos de ocasión y consumo efímero, como parte de un relato que pretende erigirse en realidad. En aquellas sociedades donde los reaseguros institucionales son más débiles, el proceso deriva en reformas constitucionales para consagrar formas de "democracia delegativa".
Las políticas del populismo posmoderno han generado en el mundo una crisis de final abierto, con indignados por doquier y liderazgos oportunistas renuentes a establecer transacciones entre las urgencias del presente y las facturas que empieza a pasar el futuro. En la Argentina es peor, porque el populismo viene reciclando crisis por derecha y por izquierda mientras el país pierde posiciones relativas en el concierto de las naciones y se vuelve nostálgico de lo que pudo ser y no fue. El proyecto pendiente de desarrollo económico y social no tendrá posibilidades mientras nos resignemos al corto plazo y al relato como sustituto de la realidad. Hay que revalorizar el futuro en el presente y plantear metas, políticas y planes que traduzcan los consensos básicos de las políticas de Estado a partir de los fundamentos históricos del constitucionalismo moderno, del Estado de Derecho, de la educación igualadora de oportunidades y de la justicia social con su dimensión intergeneracional.
Los problemas relevantes del aquí y ahora argentino requieren respuestas alternativas que, a partir de la prueba y error del pasado, encaucen la energía social del presente hacia un futuro que nos devuelva previsibilidad institucional y nos catapulte al desarrollo económico y social.
Algunos de los principales contrapuntos de las políticas vigentes con las respuestas alternativas son:
  • El populismo posmoderno promueve una reforma constitucional que implica una regresión al poder sin límites. El nuevo progresismo, en cambio, reivindica el constitucionalismo moderno, creado para fijar límites al poder, con textos que consagran principios fundacionales que se nutren en los valores de la democracia plural y en el equilibrio de los poderes de la república.
  • El populismo posmoderno gestiona las relaciones internacionales por afinidades ideológicas y ajusta la agenda de prioridades en función de las necesidades del relato interno. El progresismo moderno plantea, en cambio, la reinserción estratégica de la Argentina en la estructura de poder mundial a partir de la consolidación de un proyecto de integración regional que sirva como plataforma de interacción en el mercado mundial.
  • El populismo posmoderno privilegia la inmediatez de la sensación redistributiva promoviendo experiencias de consumo efímero. El nuevo progresismo moderno reivindica la justicia social generacional e intergeneracional.
  • El populismo posmoderno transforma el tipo de cambio en rehén del corto plazo, con el objeto de frenar la inflación que generan los excesos monetarios, fiscales o de endeudamiento de sus políticas cortoplacistas. El progresismo moderno promueve la estabilidad macroeconómica partiendo de un tipo de cambio competitivo sostenible sobre el fundamento de superávits gemelos y la conformación de un fondo soberano contracíclico (los pesos excedentes del superávit fiscal compran dólares del superávit comercial). El tipo de cambio se aprecia gradualmente por ganancias de productividad global.
  • El populismo posmoderno no fija metas de calidad educativa explícitas y oculta la información que permite a la sociedad evaluar los niveles de calidad. El progresismo moderno fija metas de calidad educativa sobre la base de estándares comparados de la región y el mundo y transparenta la información para medir la calidad.
  • El populismo posmoderno apropia rentas y depreda stocks acumulados de capital fijo. El nuevo progresismo moderno redistribuye rentas y asegura marcos normativos e institucionales previsibles a la inversión.
  • La gestión económica del populismo posmoderno inhibe el circuito virtuoso del crecimiento sostenido (información- incentivos-inversión-innovación). La gestión económica del nuevo progresismo moderno está comprometida con la rehabilitación de ese circuito.
  • El populismo posmoderno promueve nichos rentísticos y oportunidades de negocio que favorecen la concentración económica y la corrupción. El progresismo moderno promueve la competencia y la transparencia, para eliminar privilegios y desconcentrar el poder económico.
  • El populismo posmoderno es refractario a los consensos y a las políticas de Estado. El progresismo moderno promueve los consensos y las políticas de Estado.

La economía, amenazada por problemas de fondo


Por Juan J. Llach | Para LA NACION

Más allá de su significado intrínseco, episodios como los del juez Griesa, la corte de apelaciones y sus repercusiones en el país evidencian por enésima vez el frenesí nacional que soslaya cuestiones de fondo de las que casi nadie se hace cargo. Enfrascados en el instante, se nos dice que del futuro ya se ocupará otro, pero hace mucho tiempo que eso no ocurre. Hay cuestiones que seguimos discutiendo desde hace un siglo o más sin resolución a la vista. Por eso, cuando el futuro finalmente llega, se presenta lúgubre, sobre todo para los más pobres, cuyas esperanzas se frustran otra vez.
Acorralados entonces por la realidad, los que mandan recurren a caminos extremos presuntamente salvadores, pero que no lo son. El caso más notorio en la Argentina, quizás inhallable en lugar alguno, es el de un mismo partido político, el peronismo, girando 180 grados desde un fuerte experimento de economía de mercado, apertura, privatización y desregulación en los años 90 al intervencionismo discrecional, el estatismo y el cierre de la economía de hoy. Con vocación hegemónica se declara que nada de lo viejo sirve y que "ahora sí" se ha encontrado el verdadero camino. Se ignora que los fundamentalismos económico-sociales duran mientras se apoyen en el autoritarismo o el totalitarismo políticos. No es casual que el giro económico de hoy muestre comportamientos cada vez más autoritarios.
Esas miradas, cortas pese al discurso épico, soslayan problemas cristalizados, pertinaces y rebeldes que anidan en planos más profundos y, ahora mismo, comprometen la sostenibilidad del modelo económico y, lo que es peor, de sus logros sociales.
El más evidente de estos problemas y el único que se debate en público es una inflación de raíces estructurales cada vez más hondas. La economía no está totalmente indexada, pero los salarios formales sí lo están y ponen un piso elevado al aumento de precios que la recesión de este año no logró moderar. La capacidad instalada está cerca de sus límites, o aun más allá en sectores como la energía y los transportes. La productividad es palabra en desuso -en contraste con la industria de los feriados y, ojo, también del juego- pese a su rol clave para moderar la inflación. Las prohibiciones o cuotas de importación, de por sí caldo de cultivo de mayores precios, dificultan también las economías de escala, moderadoras de la inflación y promotoras de la productividad.
Todo esto no sería tan grave si el Banco Central dejara de rociarlo con la nafta de una emisión monetaria que crece por lo menos al 35% anual. Pero es sabido que si sólo se aplicara el frenazo monetario, la inflación bajaría al precio de una durísima recesión. Estabilizar sin esos costos requiere un plan integral, políticamente complejo pero viable, como lo mostró Chile en la transición democrática, al crecer al 6% y bajar la inflación del 27,4 al 8,9% en cinco años. Claro, este camino nos está cerrado por la obstinación del Gobierno en negar el problema, por sus falacias estadísticas y su increíble relato de que una inflación alta pero estable es buena. Se ignora que esto se consiguió atrasando riesgosamente el tipo de cambio. En el pasado, la inflación se pudo mantener estable porque desde 1952 hubo un plan de estabilización cada cinco años, algo que el Gobierno hoy se niega a hacer.
La segunda gran cuestión es la del gasto público, que ha llegado a un récord histórico cercano al 48% del producto bruto interno -el último dato oficial es de 2009-, más que Alemania o el Reino Unido y sólo inferior a unos pocos países europeos. De esto no se habla porque es "políticamente incorrecto"; se ignoran las serias amenazas que conlleva y tampoco se discuten sus beneficios para la sociedad. Es cierto que se partió de un nivel absurdamente bajo de 30% del PIB en 2003, pero es imposible justificar racionalmente 18 puntos de aumento en nueve años. Hay incrementos justos y equitativos, tales como los aumentos de las jubilaciones -aunque no las que se repartieron con escasos aportes a sectores pudientes-, la asignación por hijo, la nueva inversión en educación, ciencia y tecnología y parte de la inversión pública. Imposible justificar, en cambio, el despilfarro de muchos subsidios (4% del PIB), y ni hablar del Fútbol para Todos o la invisible productividad de parte del millón de nuevos empleos públicos.
Esas desmesuras sólo pueden financiarse con crecientes "préstamos" del BCRA, con aumentos de adelantos transitorios de 50.000 millones de pesos y de 60.000 en otros préstamos; es decir, 110.000 millones de pesos más en sólo un año. Así, se hace evidente la insensatez de cerrarse al crédito público aun para financiar inversión productiva -con el resultado lógico de una caída de la inversión- o para atender emergencias como las que llegarían ante una baja aun transitoria del precio de la soja.
Cuestiones casi bicentenarias son el reparto de las rentas fiscales entre la Nación y las provincias, y el desarrollo del interior. Entre 2003 y 2012 se abusó de los impuestos no coparticipados, y la Nación se apropió así ilegítimamente de 86.000 millones de dólares de hoy, de los cuales transfirió 45.000 millones principal y arbitrariamente a los gobiernos provinciales y municipales amigos. Ha resultado así un unitarismo fiscal que gesta gobiernos hegemónicos, cuyo inexorable ocaso invitará mañana a drásticos cambios de rumbo. Y en lo económico y social ocurre que, pese al progreso de algunas regiones del interior, la población ha seguido concentrándose en el conurbano.
Una cuarta cuestión, también de larga data, es la del perfil productivo del país. Hemos oscilado de aperturas casi irrestrictas a proteccionismos extremos sin encontrar convivencia armónica entre el agro y la industria. La consecuencia es un agro muy por debajo de su potencial y una industria con problemas de competitividad, entre otras cosas por una excesiva apreciación del peso impulsada en buena medida por los excesos del gasto público y del déficit fiscal. El camino de hoy no es una solución porque aumenta la brecha real-potencial de la producción agroalimentaria y crea mayores problemas de competitividad a las manufacturas por cuestiones tan básicas como las economías de escala o la naturaleza global de las cadenas productivas, necesaria para lograr un buen producto industrial final. En contraste, sus diez años de política de metas de inflación le permiten a Brasil bajar sustancialmente las tasas de interés (¡por fin!) y depreciar su moneda un 35% con escasa repercusión en los precios. El reloj productivo del Gobierno atrasa más de cuarenta años, desde que autores como Guido Di Tella o Marcelo Diamand proponían por distintos caminos hacer de las exportaciones manufactureras el eje de la política industrial.
Pero no se agota aquí el amplio espectro de problemas estructurales que se arrastran sin resolverse. Entre ellos, sobresale el deterioro institucional, con el avieso ataque a la libertad de prensa como emblema. Le siguen de cerca el deterioro de la educación respecto de buena parte de Sudamérica y los magros éxitos en la mejora de la distribución del ingreso. Hay también una creciente deficiencia de inversiones, resultado lógico del mencionado deterioro institucional y de tener uno de los riesgos soberanos más altos del mundo, puro problema de credibilidad, como lo revela un bajo endeudamiento que de por sí nos daría un riesgo país 90% menor.
Muchos se preguntan hasta cuándo podrán arrastrarse tantos problemas más o menos ocultos sin caer en una crisis que dañe el crecimiento y el empleo aun más que hoy. Hay dos diferencias clave respecto del pasado que invalidan mirar hacia atrás para acertar en el futuro. Son los precios externos del agro y el bajo endeudamiento del Estado con el sector privado, aun incluyendo a los holdouts. Ambos dan tentadores márgenes de maniobra inexistentes en las tragedias de 1975, 1989-90 y 2001-02. Se han insinuado algunas correcciones en las últimas semanas: el precio del gas nuevo al productor, el intento de reducir la brecha dólar-precios, un aparente cambio respecto de los acreedores que no entraron al canje. Pero hace falta mucho más para impedir que se malgasten dramáticamente buena parte de los logros de este siglo.

Las dos versiones de un conflicto



Ninguna de las dos versiones del conflicto entre el Gobierno argentino
y el grupo editorial refleja la realidad.

·         BLOG | Indias


Existen dos narraciones predominantes sobre el enfrentamiento entre Clarín, el mayor grupo de medios de la Argentina, y el Gobierno de Cristina Kirchner.
Una sostiene que, con el ataque a Clarín, el Gobierno busca aplastar la prensa libre, sofocar el pensamiento crítico, destruir el sustrato mismo de la democracia.
La otra asegura que Clarín el eje del mal, el culpable de todos los problemas nacionales, y que su destrucción será seguida, automáticamente, por una impresionante mejoría de nuestra calidad democrática.
Ninguna de las dos versiones refleja la realidad.
Para entender esta guerra, que ya lleva cuatro años y medio, es preciso conocer la historia reciente.
Antes de ser enemigos, Clarín y el Gobierno fueron amigos.
Cuando Néstor Kirchner llegó a la presidencia en 2003, trazó una línea entre medios aliados y enemigos, concedió a unos el acceso a la información y primicias, y retribuyó a los otros con silencio informativo y una confrontación pública en la que los señaló como opositores políticos. Desde el momento inaugural de su mandato, el adversario fue el diario La Nación, que quedó excluido del plan informativo del Gobierno (de por sí, tremendamente restrictivo). Este enfrentamiento, definido por el propio Kirchner como ideológico, sirvió a los dos: al Gobierno y al diario, cuya tirada volvió a crecer luego de años en caída.
Al mismo tiempo, Kirchner eligió a Clarín y a su CEO, Héctor Magnetto, como aliados.
Como todos los presidentes de la democracia antes que él, Kirchner creía que un “sistema de buen trato” con Clarín le garantizaría “un buen trato” recíproco. Veía en Clarín mucho más que un grupo de medios: lo consideraba uno de los principales factores de poder de la Argentina.
Desde 1976, cuando el joven Magnetto dio su primer paso hacia la construcción del multimedios al negociar con la dictadura militar la compra de Papel Prensa, Clarín llevó adelante negociaciones con los Gobiernos para obtener los beneficios económicos que lo convirtieron en el principal grupo de medios del país. Utilizó su gran poder de lobby para obtener de los Gobiernos democráticos medidas oficiales, decretos necesarios para su expansión, incluso leyes (notoriamente, la de Bienes Culturales que le permitió sobrevivir a la crisis de 2001). Hizo acuerdos con presidentes para apoyar sus Gobiernos y los rompió cuando no le convenían.
Por esta ubicuidad, su relación utilitaria con el poder solía comenzar con la fascinación y acabar en conflicto. Los presidentes Raúl Alfonsín (1983-1989) y Carlos Menem (1989-1999) le declararon la guerra en algún momento de sus Gobiernos e intentaron golpearlo con hechos y palabras.
Néstor Kirchner (2003-2007) fue más lejos que sus predecesores: se fascinó genuinamente con Magnetto. Había entre ellos un entendimiento natural. Durante cuatro años compartieron ideas sobre el país y hablaron de negocios. Clarín apoyó las principales medidas del Gobierno y —casi hasta el final del período— se abstuvo de criticarlo en todo lo significativo. Magnetto obtuvo de Kirchner, entre otras cosas, la aprobación para la fusión de Multicanal y Cablevisión y la promesa de la adquisición de una parte de Telecom.
Cristina no llevaba cien días en el Gobierno cuando se produjo la ruptura, por razones de estrategia y cálculo político. Néstor abrió un frente de batalla tras otro, apuntó a dañar a Clarín en sus negocios e intereses directos, hasta intentó meter preso a Magnetto. Cuando, en octubre de 2010, el expresidente murió de un ataque fulminante, pareció que Clarín había ganado: el mismo día en que había luto nacional, la Bolsa premiaba al Grupo con una suba espectacular de 49% en sus acciones.
Pero ocurrió lo contrario. Cristina se decidió a acabar con el poderío de Clarín así fuera su último acto como presidenta. El instrumento elegido fue la llamada Ley de Medios, una ley antimonopolio, aprobada con aportes de organizaciones civiles, expertos y sectores de la oposición.
Este viernes vence la medida cautelar que permitió a Clarín incumplir la ley durante dos años. La maraña judicial es compleja. Por ahora, hay un juez de primera instancia que no se decide a emitir su fallo; una Cámara de Apelaciones desmantelada en una subguerra de presiones; y una Corte Suprema fastidiada por tantas demoras e intrigas y renuente a resolver el asunto ella misma.
Más allá de los procedimientos, ambos rivales parecen decididos a llevar el asunto hasta el final. Sorprendentemente, Clarín parece empecinado en rebelarse ante una ley del Congreso aunque librar esta batalla pueda costarle la derrota total.
Desde 2009, no ha hecho más que perder.
Ya perdió negocios multimillonarios: la exclusividad de la transmisión de los partidos de fútbol y la libertad de controlar la producción de papel periódico, y otros de resolución todavía pendiente en la justicia. También perdió el ingreso a negocios estratégicos: por ejemplo, el acceso a una telefónica que tanto quería Magnetto. También perdió lectores: el diario tiene menos de 300.000 lectores diarios de promedio y no deja de caer desde 2005, mientras algunos competidores, como La Nación, crecieron. También perdió prestigio y credibilidad.
Y, sin embargo, persiste como si no tuviera ya más nada que perder. No es cierto: aún maneja un negocio de 522 millones de pesos de ganancia anual que juega cada día en la trinchera de lo que, a todas luces, parece una batalla perdida. Porque, como ocurrió en la Gran Bretaña de Rupert Murdoch, un modelo de relación entre la prensa y el poder político, que dio una posición dominante a Clarín en los últimos 30 años, ha muerto.
Sólo Clarín parece no entenderlo.

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lunes, 3 de diciembre de 2012

“La desigualdad se mundializó”



Destaca que el nuevo capitalismo destrozó la capacidad de que los seres humanos vivan y construyan juntos como iguales y no sólo como consumidores o como mayorías.

 Por Eduardo Febbro

Desde París
De todas las reflexiones y libros que aparecieron en los últimos años sobre la democracia y la crisis, el ensayo del profesor Pierre Rosanvallon es el más vasto y profundo. Con su libro La sociedad de los iguales (Ediciones Manantial), Pierre Rosanvallon traza la historia fascinante de las políticas a favor de la igualdad que marcaron los siglos XIX y XX al tiempo que moderniza el término con aportes reflexivos sustanciales. Pierre Rosanvallon ocupa desde 2001 la cátedra de Historia de política moderna y contemporánea en el Collège de France y es también director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Allegado al Partido Socialista francés, Rosanvallon tiene como horizonte intelectual la reflexión sobre la democracia, su historia, el papel del Estado y la justicia social en las sociedades contemporáneas. Sus libros han ido trazando un cuerpo de reflexiones que van mucho más allá del ya trillado diagnístico del mal. “La contrademocracia, la política en la era de la desconfianza”, “Por una historia conceptual de lo político”, “La legitimidad democrática” o “El capitalismo utópico, historia de la idea de mercado” aportan un caudal impresionante de reflexiones sobre un sistema político del que, pese a todo, desconocemos sus resortes. La sociedad de los iguales responde perfectamente a la crisis contemporánea marcada por una peligrosa dualidad: el avance de la democracia política, de los derechos, y la paulatina desaparición del lazo social que crea y alimenta a las sociedades democráticas. Con gran rigor, Rosanvallon desmenuza las teorías de la justicia promovidas por autores como John Rawls y su consiguiente ideal: la igualdad de posibilidades y su aliada principal, la meritocracia. Rosanvallon destaca cómo entre la revolución conservadora encarnada por la ex primera ministra británica Margaret Thatcher y el ex presidente norteamericano Ronald Reagan y la posterior caída del comunismo surgió un nuevo capitalismo que cambió la fase de la historia. Pero ese nuevo capitalismo destrozó la capacidad de que los seres humanos vivan y construyan juntos como iguales y no sólo como consumidores o como fuerzas mayoritarias. Rosanvallon moderniza entonces el término de igualdad, entendida no ya como una cuestión de distribución de las riquezas sino como una filosofía de la relación social.
El profesor Rosanvallon estará presente en Buenos Aires entre el 3 y el 5 de diciembre para presentar su libro (lunes de 18.30 a 20.30 en el anfiteatro de la Alianza Francesa) y dar una serie de conferencias sobre el tema de la democracia. El martes 4 estará en un seminario organizado por la Universidad de Buenos Aires, Arenales 1371 (La democracia como régimen, como actividad y como forma de sociedad). Y el 5 de diciembre ofrecerá una conferencia, “Refundar la Democracia”, en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (Marcelo T. de Alvear 2230). En esta entrevista con Página/12 realizada en París, Pierre Rosanvallon vuelve sobre los contenidos esenciales de su libro.
–Prácticamente, allí donde se mire, la democracia vive un proceso de degradación potente. En el caso concreto de Occidente, se tiene la impresión de que los valores democráticos se han mudado de planeta.
–Esto se debe a que, desde hace 30 años, en los países de Europa, en los Estados Unidos y prácticamente en todo el mundo, hubo un crecimiento extraordinario de las desigualdades. Podemos incluso hablar de una mundialización de las desigualdades. Se trata de un fenómeno espectacular. Desde hace unos 20 años, las diferencias entre los países se redujeron. Las ganancias promedio en China, Brasil o Argentina se han ido acercando a las de Europa. Sin embargo, en cada uno de estos países las desigualdades aumentaron. El ejemplo más espectacular es China. Al mismo tiempo que China se desarrollaba, las desigualdades se multiplicaron de forma vertiginosa. Este problema concierne al conjunto de los países. Europa es el caso más emblemático, porque el aumento de la desigualdad aparece luego de un siglo de reducción de las desigualdades. Entre la Primera Guerra Mundial y la primera crisis petrolera, en los años ’70, en Europa y en los Estados Unidos hubo una reducción espectacular de las desigualdades. Podemos decir que, para Europa, el siglo XX fue el siglo de la reducción de la desigualdad. Ahora estamos en el siglo de la multiplicación de las desigualdades.
–En este sentido, usted sostiene que al mismo tiempo que la democracia se afirma como régimen se muere como forma de sociedad bajo el peso de la desigualdad. El lazo entre los ciudadanos desaparece.
–Como régimen, la democracia tiende a progresar en todo el mundo. Pero sabemos que la democracia se define también como una forma de sociedad, una sociedad en la cual podemos vivir juntos, una sociedad de la vida común, una sociedad con relaciones de igualdad. La democracia política del sufragio universal y de la libertad progresó al mismo tiempo que la democracia de la sociedad de los iguales perdía vigencia. Hoy vemos un divorcio completo entre el ciudadano elector y el ciudadano compañero de trabajo. En la mayoría de los países se están multiplicando los ghettos, las formas de secesión y de separatismo social. La historia de la democracia nos muestra que la democracia tenía como objetivo la construcción de un mundo común entre los habitantes de un país. Hoy vemos la multiplicación de los mecanismos de encierro en sí mismo. Esto es muy peligroso porque si la distancia entre la democracia política y la democracia social se sigue agrandando, es la misma democracia política la que corre un gran peligro.
–Usted llama a ese proceso un “desgarramiento democrático”. En suma, el desgarramiento de la democracia es la desaparición del lazo entre los componentes de la sociedad.
–El gran problema de la sociedad moderna radica en el hecho de que es una sociedad de individuos. Pero esos individuos deben formar una sociedad todos juntos. Los individuos quieren tener éxito en su vida individual, quieren ser reconocidos por lo que son, por lo que hay de específico. Pero esto implica saber componer con esas singularidades y ofrecer un marco común. Y es precisamente ese marco común el que nos está faltando. Por consiguiente, esa demanda de singularidad sólo se expresa mediante un individualismo galopante. Este problema del individuo está en el corazón de la modernidad. Desde la revolución norteamericana y la Revolución Francesa, a finales del siglo XIX, ya estamos en una sociedad de individuos. El desarrollo del capitalismo creó el fenómeno de la clase obrera, del partido de clase. Era entonces una sociedad de individuos que recompuso las formas de solidez colectiva. Hoy esas formas ya no existen. ¿Por qué? Pues porque lo que acerca a la gente no es el mero hecho de que las personas compartan una condición sino, también, el hecho de que comparten trayectorias, situaciones. Se requiere hoy otra forma para pensar el lazo social.
–Usted redefine la noción de igualdad. En su análisis, es preciso abordar la igualdad no como una redistribución de las riquezas sino como una relación social en sí.
–Desde luego que necesitamos que en la sociedad haya redistribución y también solidaridad, pero para que haya solidaridad es preciso que antes se tenga el sentimiento de que pertenecemos a un mundo común. Eso es lo que ocurrió en Europa: si el Estado providencia se volvió tan importante es porque hubo la experiencia de las dos guerras mundiales, es porque intervino el miedo de las revoluciones. Si el Estado providencia fue tan importante fue porque hubo el sentimiento de una desgracia vivida en común, de una vida en común que resultó decisiva. Hoy, lo que les falta a nuestras sociedades es precisamente la posibilidad de rehacer el lazo social. La igualdad es una forma de rehacer ese lazo social. Un filósofo británico, John Stuart Mill, tomaba el ejemplo de la relación entre hombres y mujeres. Mill decía: la igualdad entre el hombre y la mujer no consiste en que sean los mismos, en que se parezcan; la igualdad consiste en que vivan como iguales. El problema de nuestras sociedades es ése: no vivimos como iguales. Y no vivimos como iguales porque hay gente que vive en sus barrios cerrados, en sus mansiones rodeadas de alambres de púa mientras otros viven en la pobreza. No vivimos como iguales porque cada vez hay menos espacios públicos, porque se multiplican, y en este sentido Estados Unidos es un ejemplo extraordinario, los suburbios, donde personas que tienen las mismas opiniones, la misma religión, el mismo nivel de vida viven entre ellos. Hemos entrado entonces en sociedades que están entre sí mismas y no en sociedades donde hay un mundo común. Y la igualdad es antes que nada eso: consiste en hacer un mundo común. Pero ese mundo común no se puede construir si las diferencias económicas entre los individuos son demasiado importantes, no se puede hacer un mundo común si no hay respeto por las diferencias, si todo el mundo no juega las mismas reglas del juego. Por eso intenté construir esa idea de la igualdad redefinida como una relación social en torno de tres principios: singularidad –reconocimiento de las diferencias–, reciprocidad –que cada uno juegue con las mismas reglas de juego– y comunalidad –la construcción de espacios comunes–. Después de todo, en la historia del mundo, si las ciudades fueron centros de libertad fue porque crearon algo común entre los individuos. Las ciudades no fueron solamente lugares de producción económica o lugares de circulación, no; las ciudades estaban organizadas en torno del foro, de la plaza pública y de espacios que permitían la discusión entre unos y otros; es eso lo que hoy está desapareciendo.
–Uno de los capítulos más profundos de su libro es el que desarrolla una crítica contra las teorías de la justicia promovidas por autores como John Rawls. Esa teoría de la justicia, que le da legitimidad a la ideología de la igualdad de posibilidades, es para usted una pirámide invertida: promueve la igualdad, pero acrecienta la desigualdad.
–Si puse a la igualdad en el centro de mi reflexión intelectual, fue para poner término a una visión del progreso social percibida únicamente a partir del tema de la igualad de posibilidades. Está claro que la igualdad de posibilidades no existe más. La ideología del mérito, de la virtud, de la igualdad de posibilidades, no puede servir para reconstruir sociedades. Por eso critiqué las llamadas teorías de la justicia. Esas teorías, inclusive a través de quienes presentan las versión más progresista de esa teoría, gente como el Premio Nobel de Economía Amartya Sen o John Rawls, siguen estando inscriptas en una filosofía de las desigualdades aceptables mientras esas de- sigualdades estén articuladas en torno del mérito, de la acción del individuo. Ese no es el modelo de la buena sociedad. El modelo de la buena sociedad no es la meritocracia. El buen modelo es el de la sociedad de los iguales entendida en el sentido de una sociedad de relación entre los individuos, una relación fundada sobre la igualdad. Tenemos la impresión de que la noción de igualdad de posibilidades, sobre todo si la definimos de forma radical, puede ser una visión de izquierda. Todo el combate político se juega entre la definición mínima y la definición radical de la idea de igualdad de posibilidades. Yo digo que hay que desconfiar de esa idea de la igualdad de posibilidades, porque si vamos hasta el final de ella terminamos por justificar las de- sigualdades y también justificamos la falta de reacción contra las de-sigualdades mientras esas de- sigualdades hayan sido legitimadas. El gran sociólogo británico Michael Young fue el primero en hablar, en los años ’60, de la meritocracia, que es un viejo ideal de los siglo XVIII y XIX. Young definía como una pesadilla a todo país que fuese gobernado por la meritocracia. Y es una pesadilla porque entonces nadie tendría derecho a protestar contra las diferencias. Si todas las diferencias están fundadas sobre el mérito, aquel que tiene una condición inferior es por culpa suya. Se trata entonces de una sociedad donde la crítica social no tendría más lugar. Hay que tomar conciencia del límite del ideal meritocrático, del límite de las teorías de la justicia, del límite de las políticas sobre la igualdad de las posibilidades. Incluso si esas teorías deben intervenir porque tienen su campo de validez, con todo, no designan la brújula que debe orientar una sociedad para transformarse.
–Los utopistas de los siglos XVIII, XIX y XX también hacían de la igualdad su aspiración mayor. Usted, sin embargo, moderniza la idea de la igualdad cuando señala que no se trata de que todo el mundo sea igual sino de vivir como iguales partiendo de nuestra propia singularidad.
–Si observamos las utopías que se escribieron en los siglos XVIII y XIX, toda la visión de la igualdad está fundada sobre la idea de una homogeneidad, o sea, todo el mundo tiene que parecerse. Para esos utopistas, la idea comunista, en el sentido comunitario que plasma la igualdad, era una idea fundada sobre el hecho de que todo el mundo se parecía, de que todos trabajaban en un mismo marco. Fue lo que se llamó en una época una suerte de igualdad de cuartel o la igualdad de la uniformidad. Esa visión correspondió a una edad de la humanidad, pero ¿hoy quién querría una igualdad de cuartel, o una igualdad del uniforme para todos, o una igualdad que vendría a negar las diferencias entre los individuos? Esos utopistas no querían las diferencias entre los individuos. Querían que todo el mundo viviera al mismo ritmo, que todos fueran de alguna manera el doble de los demás. Pues no. Creo que la emancipación humana pasa hoy por la condición de que cada persona sea reconocida por lo que tiene de específico. Por consiguiente, la igualdad no puede ser más la uniformidad, ni la uniformidad de cuartel: la igualdad debe ser una igualdad de la singularidad. Hay que volver a los fundamentos de lo que fue la revolución democrática moderna: hacer que reviva en un sentido auténtico la noción de igualdad, que no es la noción de igualitarismo. El igualitarismo es la visión aritmética de la igualdad. Pero lo que yo intento definir es una relación de la sociedad, una idea de la igualdad como relación.
–Para usted, la ruptura con la filosofía política de la igualdad es una crisis moral y antropológica, algo que va mucho más allá de los aspectos económicos o sociales. Usted llama a esta situación una “desnacionalización” de la democracia.
–Hay dos definiciones de la nación: por un lado, se puede concebir la nación como un bloque definido por una identidad, por la homogeneidad. Es la definición nacionalista de la nación, para la cual sólo es bueno el mundo homogéneo y la solidaridad sólo existe si se forma un bloque homogéneo. Para mí, ésta es una definición arcaica de la democracia. La definición democrática de la nación consiste en que la nación es un espacio de redistribución aceptada, la nación es un espacio en el cual las diferencias se componen, se puede decir inclusive que la nación es un espacio de aprendizaje del universalismo. Cuando los Estados naciones nacieron fue porque hubo una imposibilidad de realizar el universalismo a lo grande. Como no se lo pudo hacer a lo grande, se trató de hacerlo a partir de lo pequeño. La gran idea democrática de la nación consiste en ser un espacio de experimentación del universalismo a partir de lo pequeño. Y quien dice experimentación del universalismo está hablando de experimentación de la solidaridad, de la redistribución, de la organización de las diferencias para vivir en común.
–La modernidad parece encerrada en otra paradoja. Por ejemplo, el mercado es bueno y malo, aceptado y criticado, deseado y temido. Esto conduce a la inacción.
–Si la idea de mercado se impuso fue porque se alió con la idea de las preferencias individuales. Y los individuos tienen relaciones ambiguas con el mercado. Si el mercado está definido como la dictadura lejana del dinero contra la vida personal y social, la crítica del mercado, de las burbujas especulativas, es aceptada por todos. Sin embargo, si el mercado se presenta como el campo de los consumidores, como el que va a permitir que se pague menos por ciertos productos, en ese caso la actitud frente a los mercados será menos negativa. Si el mercado aparece como el portador de valores como la individualidad, será aceptado más fácilmente. De allí proviene la gran contradicción del mundo moderno. Podemos decir que el mercado es aceptado y rechazado secretamente. Hay dos dimensiones: está aceptado porque vehiculiza valores ligados al individuo, porque vehiculiza valores ligados a la valorización del consumidor, pero, al mismo tiempo, es rechazado como sistema global de dominación que instala una potencia de la abstracción sobre la vida concreta de los individuos. Nadie pone en tela de juicio el hecho de que debemos vivir en economías de mercado porque es una forma de adecuar la riqueza, de organizar los intercambios: es algo inobjetable. Pero, en cierta forma, el mercado se vuelve una tiranía cuando deja de ser un instrumento y se vuelve un amo dominador. Estar alienado o dominado significa tener las ideas del enemigo en la cabeza. Diría que si el poder de las oligarquías es tan fuerte, se debe a que una parte de sus ideas está en la cabeza de la gente. El terreno de la batalla de las ideas es absolutamente esencial. Nunca las oligarquías hubiesen sido tan potentes en el mundo contemporáneo si la idea del mercado no hubiera penetrado la sociedad a través de algunos de sus aspectos positivos. La idea penetró la sociedad con postulados como la defensa del consumidor o el sentido del individuo y, de alguna manera, el mercado se ganó también una forma de adhesión de la gente para sus malos aspectos: el mercado hizo creer que su lado malo era inseparable del lado que a la población pudo parecerle positivo.
–El capitalismo ha tenido varias etapas. Usted traza una frontera en el modo de funcionar del capitalismo hasta los años ’70, lo que usted llama el capitalismo de organización, y el cambio que se produce luego con el capitalismo de innovación. ¿Cuáles son las particularidades de ambos?
–El capitalismo de organización es el que triunfó después de la Segunda Guerra Mundial y perduró durante 30 años. La fuerza de ese capitalismo de organización reside en su capacidad de dominación del mercado por parte de las empresas y en su capacidad para organizar las empresas. Ahora bien, a partir de los años ’70 vamos a pasar del capitalismo de organización al capitalismo de innovación. En el capitalismo de organización, el valor agregado no era el individuo, ni siquiera el director general. Pero en el capitalismo de innovación, lo que va a contar es el trabajo de los individuos. No se puede imaginar a Microsoft sin su jefe, o Apple sin Steve Jobs u Oracle sin Alison. En este nuevo capitalismo hay, entonces, una nueva relación entre la contribución de los individuos y el éxito de las empresas. Ello acarrea una paradoja: hay una tendencia a considerar legítimas las desigualdades en las ganancias si se acepta que esas desigualdades están ligadas a la capacidad diferencial de innovación y al aporte que eso representa para las empresas. En el capitalismo de innovación, el trabajador moderno no es sólo un eslabón, como ocurría con los trabajadores de las fábricas. No. Ese trabajador debe movilizarse personal y permanentemente para evaluar los problemas o solucionar las dificultades. Entramos en una economía que hizo de la creatividad y de la movilización su principal fuerza productiva. Y si le economía hizo de la creatividad y de la movilización su principal fuerza productiva, entonces se produce un exceso que consiste en clasificar a los individuos según su creatividad y su supuesta movilización. Y digo supuesta porque es muy difícil explicar por qué un director gana quinientas veces más que un trabajador. El director no contribuye quinientas veces más. En un equipo de fútbol, es fácil identificar al que hace los goles; en una empresa, inclusive si entramos en una economía de innovación, el fenómeno sigue siendo colectivo.
–Su obra y su vida han sido consagradas a la democracia. ¿No tiene usted la impresión de que ya hemos sobrepasado el estado de peligro, que ya llegamos a una fase de eliminación de la democracia? –Creo que aún no hemos llegamos al estado de la eliminación democrática porque la sociedad espera algo. Vemos muy bien cómo las sociedades que conocieron una multiplicación considerable de las desigualdades son sociedades inestables, que se vuelven más peligrosas. La de-sigualdad tiene un costo para todo el mundo. Eso es muy importante: una sociedad desigual no tiene solamente un costo para los pobres. Desde luego, los pobres son los primeros concernidos, pero el costo no recae únicamente en los excluidos, sino que es el conjunto de la sociedad el que está afectado, es la seguridad de todos la que está afectada, es la posibilidad de una convivialidad la que está en entredicho.
–Para usted la democracia es aún un régimen insuperable.
–La democracia es el régimen natural de lo moderno. Estamos en sociedades que no pueden ser más reguladas por la tradición. No se puede decir que estamos regulados mediante el poder de los ancestros. Estamos en sociedades que no pueden regularse recurriendo a una ley divina. Por consiguiente, estamos en sociedades donde debemos organizar el mundo común a partir de la discusión pública. Y si es tan decisivo es porque se trata de una experiencia que siempre es difícil. Quienes ven la historia de la democracia como la historia de un progreso que va de la tiranía a la democracia realizada se equivocan. La historia de la democracia es también una historia de éxitos y traiciones. En el siglo XX, Europa fue por un lado el continente de la invención de la democracia e igualmente el continente que vio las peores patologías de la democracia. Los totalitarismos fueron primero una historia europea. Lo que me fascina en la historia de la democracia es que es la historia de una experiencia frágil. No es una suerte de progreso acumulativo. Es la historia de una experiencia, de una indeterminación, es la historia de un combate que nunca se acaba, de una lucha contra sus fantasmas que no termina de tornar más clara la deliberación entre los ciudadanos para que encuentren el camino de una vida común. En el fondo, la democracia es eso: organizar la vida común sobre la deliberación de reglas que se fijan y no sobre algo que se nos dio por adelantado, como una herencia.
–Ese es para usted el punto esencial.
–Sí, es el punto esencial: la democracia es una experiencia siempre frágil. No podemos volvernos demócratas crédulos: tenemos que ser demócratas atentos, demócratas vigilantes. No hay democracia sin vigilancia de sus debilidades y de los riesgos de manipulación. El ciudadano no es simplemente un elector. El ciudadano debe ejercer esta función de vigilancia individual y colectiva.

Las economías de América latina marchan a dos velocidades distintas



Por Sara Schaefer Muñoz  | The Wall Street Journal Americas

BOGOTÁ.- La trayectoria de las economías de América latina se está bifurcando conforme países como Perú, Colombia, México y Chile crecen más rápido que el promedio global, mientras que Argentina y Brasil afrontan desaceleraciones debilitantes.
Brasil, que durante buena parte de los últimos 10 años fue un motor de dinamismo, anunció el viernes una expansión de 2,4% en el tercer trimestre frente a los tres meses previos, una cifra que estuvo por debajo de lo previsto y que echó por tierra las esperanzas de que los recortes en las tasas de interés y los incentivos tributarios generaran un repunte. El resultado sugiere que Brasil podría expandirse 1% este año, según Tendencias, consultora de São Paulo, lo que está muy lejos de las proyecciones oficiales de 4,5%.
En general, América Latina ha tenido muy buen desempeño durante la última década, especialmente a raíz del apetito de China por los recursos naturales de la región, lo que propulsó un alza en los precios de las materias primas.
No obstante, el enfriamiento de la economía global en los últimos dos años ha creado una división entre los países que promovieron con mayor energía reformas de libre de mercado y mantuvieron un control más férreo sobre las finanzas públicas y las que aprovecharon la abundancia proveniente del alza en los precios de los commodities para ampliar el papel del Estado en la economía.
Aunque toda la región ha perdido fuerza, el desempeño de las economías más abiertas ha sido mejor. Perú y Chile, por ejemplo, registraron crecimientos de 6,5% y 5,7%, respectivamente, en el tercer trimestre comparado con igual período del año anterior, de acuerdo a información reciente. Colombia se expandió 4,9% interanual en el segundo trimestre y México avanzó 4,2% en los primeros nueve meses del año frente a igual lapso de 2011, lo que casi triplica el crecimiento de Brasil. Argentina, en cambio, apenas creció 2,4% en el primer semestre, comparado con el mismo lapso del año anterior.
"Esta región de dos velocidades se mantendrá", indicó Neil Shearing, economista de mercados emergentes de Capital Economics Ltd. en Londres. "En un entorno global más débil, algunas de estas economías tendrán un desempeño relativamente bueno comparado con las que enfrentan profundos problemas estructurales".
Perú, en particular, ha tenido una trayectoria notable. Ha promediado un crecimiento anual de alrededor de 6% en los últimos 10 años, el mayor de América Latina, lo cual le ha permitido reducir a la mitad el índice de pobreza durante ese lapso para dejarlo en 27%, según estadísticas del gobierno. Chile no está lejos, al promediar un crecimiento anual del orden de 4,5% durante el mismo período.
El auge en los precios de los commodities ha beneficiado a todas las economías de la región, incluso las de países como Venezuela y Argentina en donde las políticas económicas han generado una mayor inflación y el Estado ha adquirido un mayor protagonismo en la economía.
En Venezuela, donde el presidente Hugo Chávez ha nacionalizado buena parte del sector privado, la economía se encamina a una expansión de 5% este año, debido al impulso provisto por el alza del gasto público de cara a los recientes comicios en los que Chávez fue reelecto. Pero muchos economistas privados prevén que el país no crezca o incluso entre en recesión el próximo año conforme el gobierno se aprieta el cinturón.
El crecimiento de dos velocidades está afectando las decisiones de inversión. Un puñado de empresas, entre las que figuran la casa estadounidense de moda RalphLauren y la minera canadiense Cameco Corp., ha abandonado recientemente Argentina.
En cambio, automotrices como Volkswagen AG, Honda Motor Co. y Fiat SpA han anunciado en los últimos 12 meses planes de expansión en México. La operadora chilena de tiendas por departamentos Ripley Corp. dice que contempla inaugurar 35 tiendas en Perú y Colombia para 2015. También evalúa oportunidades en México.
Los países en los que Ripley se está expandiendo "son muy fuetes en términos de perspectiva macroeconómica y estabilidad política, lo que es muy importante para nosotros", afirmó John Paul Fischer, director de relaciones con los inversionistas. "Queremos estar en países que respeten la inversión privada y eso es algo que miramos muy de cerca. Brasil es atractivo, pero por sus complicadas regulaciones preferimos estar en Colombia en este momento, por ejemplo".
Brasil ha sido la niña mimada de la región en los últimos 10 años, beneficiándose del ascenso de China, importantes hallazgos de petróleo frente su costa y un auge del crédito, impulsado en buena parte por el banco estatal de desarrollo, BNDES. El crecimiento económico ayudó a instalar a unas 30 millones de personas en la clase media entre 1999 y 2009, según estadísticas oficiales.
Si bien países como Perú y Chile acogieron el libre comercio, Brasil aprovechó su posición como exportador de materias pri-mas para crear y fortalecer industrias locales a las cuales protegió mediante regulaciones y altos aranceles a las importaciones.
El modelo funcionó, a grandes rasgos, cuando los precios de los commodities se dispararon después de 2003. Pero tales precios ahora están cayendo y la estrategia brasileña se estaría agotando.
El caso de la industria petrolera sirve de ilustración. Uno de los mayores descubrimientos de petróleo en el hemisferio de los últimos años generó optimismo de que un país que ya es el mayor exportador mundial de mineral de hierro y otras materias primas pronto se convertiría en una potencia petrolera global.
Pero la producción de crudo de este año podría ser más baja que la de 2011. ¿Qué sucedió? Brasil promulgó leyes que exigen que la petrolera estatal Petróleo Brasileiro SA realice la mayor parte de la exploración, y que las empresas locales obtengan los contratos para construir barcos y otros equipos necesarios para extraer el crudo desde las profundidades del océano. La industria local, sin embargo, no tiene la escala suficiente para asumir una tarea de tal magnitud
Durante los años del boom de las materias primas, el gobierno izquierdista infló las filas de trabajadores y gastó fuertemente en los salarios públicos. La presidenta, Dilma Rousseff, también ha implementado una serie de medidas de estímulo para apuntalar la economía, incluyendo un plan de US$66.000 millones en agosto para invertir en las carreteras y vías férreas.
"Brasil debería haber registrado un mayor superávit como protección fiscal para cuando el crecimiento se desacelerara", aseveró Shearing, de Capital Economics. "Esencialmente ha extraído todas sus materias primas de la tierra para enviarlas a China y ahora necesita más ahorro y menos gasto, una reestructuración del gasto público y una reforma laboral. lo que no es fácil de implementar".
Argentina, a su vez, ha registrado un crecimiento estelar en los últimos años que en 2011 llegó a 8,95%. Pero esto ha ido de la mano de una mayor intervención del gobierno en la economía y controles comerciales, que han aumentado bajo los gobiernos de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su esposo y predecesor, Néstor Kirchner.
El gobierno ha iniciado una serie de polémicas reformas, como una iniciativa para restringir las importaciones a menos de que sean equiparadas por las exportaciones. La idea es que las empresas emplearán los dólares generados por las exportaciones para comprar bienes importados y, de esta manera, reducir la salida de dólares. No ha tenido ese efecto.
Las medidas proteccionistas dañarán el comercio y la industria de Argentina, señalan los economistas. "Crean empleos y demanda a corto plazo, pero no es sostenible ya que las empresas se desarrollan solamente como resultado de las regulaciones, y no de la innovación", afirma Daniel Hoyos, economista de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires.
México, la segunda economía de la región, parece mejor posicionado para crecer en los años venideros, con una base manufacturera más fuerte, lo que significa que su economía no depende de los altos precios de las materias primas para crecer y que se beneficiaría del alza de los salarios en China, puntualizan los economistas. México exporta más manufacturas que el resto de los países de la región combinados.
Hace poco, México promulgó una ley que flexibiliza el proceso de contratación y despido de los trabajadores. Enrique Peña Nieto, quien asumió el sábado como nuevo presidente, también quiere permitir una mayor participación privada en el sector de hidrocarburos, una medida que podría producir más crecimiento.
Para México, una mayor expansión sería una especie de reivindicación después de pasar años siendo comparado de manera negativa con Brasil. "Todo lo que escuchábamos en los últimos años era Brasil, Brasil, Brasil", apuntó el actual secretario de Relaciones Exteriores, José Antonio Meade en una entrevista. "Pero cuando ves todo, desde la inflación a la deuda,... tuvimos mucho mejores.