Ola de cambio en el mundo árabe - Inestabilidad en Oriente Próximo
Es un cisne negro
FRANCISCO G. BASTERRA 05/03/2011
"La vida es aquello que te va sucediendo mientras tú te empeñas en hacer otros planes" (John Lennon).
EE UU y Europa hemos tratado a Oriente Próximo como una colección de grandes gasolineras.
Hace solo unos días descontábamos la caída inminente de Gadafi y su socialismo beduino de las masas. Como a Hitler bajo las ruinas de Berlín en abril de 1945, creíamos al líder libio encerrado en su búnker de Trípoli dispuesto al suicidio arrastrando tras él el telón y el escenario. Hoy, asistimos al previsible inicio de una guerra civil en el primer productor de petróleo de África. Tras los derrocamientos de los dictadores en Túnez y Egipto, la desaparición del atrabiliario coronel déspota que maneja Libia con mano de hierro desde 1969 cerraba en nuestro imaginario occidental el primer capítulo de las revueltas árabes musulmanas. Hillary Clinton teme que una Libia caótica se convierta en una gigantesca Somalia en la que podría refugiarse Al Qaeda. Hay tiempos en los que la historia no se mueve, pero en ocasiones, como en este inicio de 2011, la historia se acelera y repentinamente comenzamos a vivir peligrosamente. Atravesamos una etapa de imprevisibilidad y nuestra reacción es aplicar al inusual presente las plantillas del pasado histórico. Y no sirven para entender el significado de todo esto que nos está ocurriendo. La crisis desatada con la inmolación del mártir tunecino, Mohammed Buazizi, al que un policía humilló y maltrató destrozando su tenderete de venta ambulante hace solo dos meses, supera nuestro entendimiento. Nos provoca muchas preguntas y tenemos escasas respuestas. Una cosa ha quedado clara: como les pasó a los economistas con la Gran Recesión que aun sufrimos, los analistas internacionales, desde la CIA al Mosad, hasta el más modesto comentarista que trata de descifrar lo que ocurre, hemos fallado clamorosamente en la predicción y, luego, en fijar el cuándo, el cómo, y el alcance de esta primavera adelantada en el Gran Oriente Próximo. Los economistas, grandes pronosticadores del pasado, ya no están solos.
En 2007, Nashim Talib publicó El Cisne Negro, el impacto de lo altamente improbable (Paidós), lectura recomendable en estos momentos. El cisne negro es un suceso con tres atributos: una rareza fuera de las expectativas normales, difícil de predecir; su impacto es muy grande; a pesar de su imprevisibilidad, tendemos a inventar explicaciones de su existencia después del hecho. Lo que está ocurriendo desde el Atlántico marroquí hasta el golfo Pérsico, la revolución árabe, sin líderes, ni partidos, ni programas revolucionarios, es un cisne negro. Ya ha provocado la caída de dos regímenes. Hay que darle tiempo. Lo que no sabemos sobre ella es más importante que lo que sabemos. Este espacio de gran desorden de Oriente Próximo y norte de África produce una tercera parte del petróleo mundial. Durante el último medio siglo, Estados Unidos y Europa hemos tratado a Oriente Próximo como una colección de grandes gasolineras: la saudí, la iraquí, la iraní. Como escribe Thomas Friedman en el New York Times, a los reyes y dictadores que han gobernado durante décadas manteniendo al mundo árabe aislado de la historia, les pedíamos "mantener abiertas las mangueras, bajos los precios del petróleo, no molestar demasiado a los israelíes, a cambio de hacer lo que quisieran en sus países" Pero esto ha concluido y los árabes regresan a la historia. No sin convulsiones.
Vamos a pagar un precio por ello. Esta semana el comisario europeo Joaquín Almunia decía que el precio a pagar por la libertad en el creciente árabe, un petróleo a 110 o a 120 dólares, es soportable y merece la pena. A España cada subida de 10 dólares le supone 10.000 millones de euros anuales más en su factura energética. La crisis se produce cuando la economía mundial recobraba el pulso; coincide con el repunte de la inflación, la subida de los precios de los alimentos y una amenazante, sobre todo para nuestro país, próxima subida de los tipos de interés en Europa. Ya estamos hablando de una nueva conmoción del petróleo y recordamos que la mecha siempre estuvo en Oriente Próximo. La historia no se repite, pero a veces rima, decía Mark Twain. ¿Están a salvo las petrocracias de la península Arábiga? ¿Cómo gestionará la crisis, ya abierta en su vecina Bahréin y despuntando en Omán, el enfermo rey de Arabia Saudí, Abdalá Bin Abdelaziz, de 86 años? Otro cisne negro. No estábamos preparados para esto. Ahora toca improvisar, parchear el globo, cuando tocaba hace ya tiempo haberse planteado en serio la excesiva dependencia del petróleo. Vale para España, para Europa, para Estados Unidos. Vivimos al día, la mejor manera de vivir peligrosamente. Confiemos en la sabiduría china de Zhou Enlai que, inmutable, cuando le preguntaron a mediados del siglo pasado el significado histórico de la revolución francesa respondió: "Es demasiado pronto para decirlo". Y esta revolución solo tiene dos meses.
fgbasterra@gmail.com
Hace solo unos días descontábamos la caída inminente de Gadafi y su socialismo beduino de las masas. Como a Hitler bajo las ruinas de Berlín en abril de 1945, creíamos al líder libio encerrado en su búnker de Trípoli dispuesto al suicidio arrastrando tras él el telón y el escenario. Hoy, asistimos al previsible inicio de una guerra civil en el primer productor de petróleo de África. Tras los derrocamientos de los dictadores en Túnez y Egipto, la desaparición del atrabiliario coronel déspota que maneja Libia con mano de hierro desde 1969 cerraba en nuestro imaginario occidental el primer capítulo de las revueltas árabes musulmanas. Hillary Clinton teme que una Libia caótica se convierta en una gigantesca Somalia en la que podría refugiarse Al Qaeda. Hay tiempos en los que la historia no se mueve, pero en ocasiones, como en este inicio de 2011, la historia se acelera y repentinamente comenzamos a vivir peligrosamente. Atravesamos una etapa de imprevisibilidad y nuestra reacción es aplicar al inusual presente las plantillas del pasado histórico. Y no sirven para entender el significado de todo esto que nos está ocurriendo. La crisis desatada con la inmolación del mártir tunecino, Mohammed Buazizi, al que un policía humilló y maltrató destrozando su tenderete de venta ambulante hace solo dos meses, supera nuestro entendimiento. Nos provoca muchas preguntas y tenemos escasas respuestas. Una cosa ha quedado clara: como les pasó a los economistas con la Gran Recesión que aun sufrimos, los analistas internacionales, desde la CIA al Mosad, hasta el más modesto comentarista que trata de descifrar lo que ocurre, hemos fallado clamorosamente en la predicción y, luego, en fijar el cuándo, el cómo, y el alcance de esta primavera adelantada en el Gran Oriente Próximo. Los economistas, grandes pronosticadores del pasado, ya no están solos.
En 2007, Nashim Talib publicó El Cisne Negro, el impacto de lo altamente improbable (Paidós), lectura recomendable en estos momentos. El cisne negro es un suceso con tres atributos: una rareza fuera de las expectativas normales, difícil de predecir; su impacto es muy grande; a pesar de su imprevisibilidad, tendemos a inventar explicaciones de su existencia después del hecho. Lo que está ocurriendo desde el Atlántico marroquí hasta el golfo Pérsico, la revolución árabe, sin líderes, ni partidos, ni programas revolucionarios, es un cisne negro. Ya ha provocado la caída de dos regímenes. Hay que darle tiempo. Lo que no sabemos sobre ella es más importante que lo que sabemos. Este espacio de gran desorden de Oriente Próximo y norte de África produce una tercera parte del petróleo mundial. Durante el último medio siglo, Estados Unidos y Europa hemos tratado a Oriente Próximo como una colección de grandes gasolineras: la saudí, la iraquí, la iraní. Como escribe Thomas Friedman en el New York Times, a los reyes y dictadores que han gobernado durante décadas manteniendo al mundo árabe aislado de la historia, les pedíamos "mantener abiertas las mangueras, bajos los precios del petróleo, no molestar demasiado a los israelíes, a cambio de hacer lo que quisieran en sus países" Pero esto ha concluido y los árabes regresan a la historia. No sin convulsiones.
Vamos a pagar un precio por ello. Esta semana el comisario europeo Joaquín Almunia decía que el precio a pagar por la libertad en el creciente árabe, un petróleo a 110 o a 120 dólares, es soportable y merece la pena. A España cada subida de 10 dólares le supone 10.000 millones de euros anuales más en su factura energética. La crisis se produce cuando la economía mundial recobraba el pulso; coincide con el repunte de la inflación, la subida de los precios de los alimentos y una amenazante, sobre todo para nuestro país, próxima subida de los tipos de interés en Europa. Ya estamos hablando de una nueva conmoción del petróleo y recordamos que la mecha siempre estuvo en Oriente Próximo. La historia no se repite, pero a veces rima, decía Mark Twain. ¿Están a salvo las petrocracias de la península Arábiga? ¿Cómo gestionará la crisis, ya abierta en su vecina Bahréin y despuntando en Omán, el enfermo rey de Arabia Saudí, Abdalá Bin Abdelaziz, de 86 años? Otro cisne negro. No estábamos preparados para esto. Ahora toca improvisar, parchear el globo, cuando tocaba hace ya tiempo haberse planteado en serio la excesiva dependencia del petróleo. Vale para España, para Europa, para Estados Unidos. Vivimos al día, la mejor manera de vivir peligrosamente. Confiemos en la sabiduría china de Zhou Enlai que, inmutable, cuando le preguntaron a mediados del siglo pasado el significado histórico de la revolución francesa respondió: "Es demasiado pronto para decirlo". Y esta revolución solo tiene dos meses.
fgbasterra@gmail.com