2015 y después
Pasó el 30
de julio, y hay preguntas sobre el futuro de nuestra economía que
siguen repiqueteando aquí y en el exterior. Se abren interrogantes sobre las
consecuencias locales de la cesación de pagos de la Argentina, si puede darse
una crisis como la de 2001-02 y, con mirada de más largo plazo, si la
pesadísima herencia del kirchnerismo impedirá una recuperación duradera
a partir de la transición en 2015.
Estimo que hay consecuencias negativas relevantes
de la cesación de pagos, que su intensidad dependerá muchísimo de su duración,
que si no se cometen errores adicionales no serán tan graves como a principios
de siglo y que, con buenas políticas, la pesada herencia que se recibirá en
2015 no impedirá un desarrollo sostenible.
Al postergar tantísimo tiempo la negociación con
losholdouts, el Gobierno optó por el camino de alto riesgo de incurrir
en otros impagos, por ahora no voluntarios. Esta afirmación no implica ignorar
una grave falencia de la globalización financiera -que no es la única-: carecer
de un régimen general de reestructuración de deudas análogo al de las
convocatorias privadas de acreedores.
Los riesgos de este camino surgen ante todo porque
se hará muy difícil o imposible el crédito al Gobierno y, dado un déficit
fiscal nacional cercano al 3% del PBI, se aplicarán ajustes aunque se nieguen y
se acelerará aún más la emisión monetaria, cebando así la demanda de dólares y
debilitando las reservas de un Banco Central al que, hasta nuevo aviso, deberá
recurrirse en exclusiva para los pagos externos. También caerá el
financiamiento comercial del exterior.
En dos palabras, si la solución no es muy rápida,
habrá más recesión y más inflación. Ésta se ha estabilizado cerca del 2%
mensual por estacionalidad y porque se continúa retrasando el tipo de cambio,
lo que sólo podrá sostenerse atemperando la creciente escasez de dólares
comerciales con más dólares financieros, algo muy problemático sin acordar con
los holdouts. La mejora de imagen del Gobierno por su estilo épico
se diluirá rápido si la cuestión se estira y se acentúan los deterioros de la
economía, el empleo y la pobreza, y probablemente también si el salvataje viene
de la "patria financiera". Se hará asimismo más evidente que un
comportamiento similar con el Club de París le costó al país 4700 millones de
dólares, tres veces más que el reclamo de los holdouts que recayó en
el juzgado de Griesa.
Todo esto se hace más pesado porque el bendito
viento de cola que nos impulsa desde hace más de una década es hoy, con suerte,
una suave brisa. El crecimiento de América latina se desacelera mucho, no sólo
en Brasil, sino también en estrellas regionales como Chile y Perú, y los
pronósticos de mejores cosechas globales de granos del Departamento de
Agricultura de los Estados Unidos (USDA) castigaron fuerte sus precios. Por
ahora son sólo proyecciones, pero el escenario no pinta favorable para los
granos en 2014 y 2015.
No es baja la probabilidad de un nuevo accidente
macroeconómico, pero serían necesarias torpezas del Gobierno aún mayores para
asimilar su costo social a los del 2001-02, el Rodrigazo de 1975 o la
hiperinflación de 1989-90. Pesa menos hoy la deuda pública por representar tan
sólo un 15% del PBI aquella que está en manos de acreedores privados,
incluyendo a los holdouts; cierto, si el litigio con ellos no se
arregla pronto, se disparan mecanismos que pueden llevar a una nueva
reestructuración compulsiva de alto costo social.
En segundo lugar, los precios de nuestras
exportaciones primarias son mayores que los históricos y tienen perspectivas de
perdurar más allá de ciclos negativos como el actual. El peso está menos
apreciado que a principios de siglo, y contra una canasta de monedas tiene un
valor razonable. En dólares constantes, los precios de los activos productivos
-acciones, inmuebles urbanos, tierra rural- son dos veces y media mayores que
en 2001. Esto último se debe, en buena medida, a sólidos pronósticos de que los
candidatos presidenciales con chances en 2015 desarrollarán políticas
superadoras de los tan serios como elementales desatinos de los últimos años.
Delicias de la democracia, resulta así que su previsible derrota electoral en
2015 es lo que más ayudará al Gobierno a evitar un final dramático.
¿Cómo se compatibilizan estas ventajas relativas
con la correcta percepción de que la herencia del kirchnerismo es muy mala? El
PBI por habitante de la Argentina creció apenas 1,9% en los últimos quince
años, menos que los de Perú (4,1), Chile (2,9), Uruguay, (2,5), Colombia (2,3)
y Brasil (2,1). Tenemos hoy la segunda mayor inflación entre 191 países, detrás
de Venezuela, y un alto riesgo soberano que encarece el crédito y merma la
inversión. Hay crecientes falencias en la productividad y en la competitividad,
con pobre desempeño de las cantidades exportadas. La inversión de los últimos
diez años promedió un pobrísimo 18% del PBI, y en la inversión extranjera
estamos en el noveno lugar per cápita en la región, detrás de Brasil, México,
Chile, Colombia, Costa Rica, Panamá, Perú y Uruguay.
La herencia fiscal será más gravosa aun por la
pobre productividad del sector público que por los niveles de presión
tributaria y gasto público, 36,4% y 40,5% del PBI, muy cercanos a los de los
países desarrollados. Es mala la composición del gasto, hay enormes e
insostenibles subsidios a sectores pudientes y claros excesos de empleo
público, se destruyó la carrera del funcionario público reemplazándola por un
burdo amiguismo y es baja la eficacia de la inversión en sectores clave como la
educación, la justicia o la seguridad.
En pareja línea, los impuestos que cada año
castigan la producción y las exportaciones marcan un récord mundial de 7,7% del
PBI, unos 45.000 millones de dólares. Cierto, aun con errores, ha habido logros
en salud, en políticas sociales como la asignación por hijo y la alta cobertura
de jubilaciones y pensiones y en ciencia y tecnología. Pero, a su pesar, no se
redujeron sosteniblemente ni la exclusión ni la pobreza estructural, y la
mejora de la distribución del ingreso fue muy pequeña.
Lo dicho muestra que la malhadada herencia y las
buenas perspectivas coexistirán. La Argentina enfrentará así en 2015 una
combinación inédita de oportunidades y desafíos probablemente a cargo de un
gobierno elegido en segunda vuelta, sin mayoría legislativa y obligado en
consecuencia a acordar. Ése será, y no el de la economía, el próximo gran reto
para nuestro sistema político; su más dura prueba será conseguir los acuerdos
partidarios y sociales imprescindibles para un plan de estabilización,
productividad y desarrollo que, si es exitoso, hará muy manejable el resto de
la herencia del kirchnerismo, incluyendo este riesgoso episodio de cese de
pagos.
Una pareja dificultad tendrá manejar bien la
abundancia de recursos naturales, en particular la de hidrocarburos no
convencionales, ahorrándolos en parte e invirtiendo el grueso en recursos
humanos para superar de modo sostenible la pobreza y la exclusión y mejorar la
distribución del ingreso.
Un hilo conductor une a ambos desafíos, y es
reconstruir instituciones económicas y sociales tales como la transparencia
cristalina del sector público, un Banco Central más independiente, estadísticas
oficiales confiables, fondos de ahorro público, evaluación rigurosa de la
inversión pública y políticas sociales sostenibles, despojadas del clientelismo
denigrante.
El autor, sociólogo y economista, fue ministro de Educación de la Nación.