Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

viernes, 1 de agosto de 2014

La pesada herencia económica de los K

2015 y después



Por Juan J. Llach |  Para LA NACION



Pasó el 30 de julio, y hay preguntas sobre el futuro de nuestra economía que siguen repiqueteando aquí y en el exterior. Se abren interrogantes sobre las consecuencias locales de la cesación de pagos de la Argentina, si puede darse una crisis como la de 2001-02 y, con mirada de más largo plazo, si la pesadísima herencia del kirchnerismo impedirá una recuperación duradera a partir de la transición en 2015.

Estimo que hay consecuencias negativas relevantes de la cesación de pagos, que su intensidad dependerá muchísimo de su duración, que si no se cometen errores adicionales no serán tan graves como a principios de siglo y que, con buenas políticas, la pesada herencia que se recibirá en 2015 no impedirá un desarrollo sostenible.
Al postergar tantísimo tiempo la negociación con losholdouts, el Gobierno optó por el camino de alto riesgo de incurrir en otros impagos, por ahora no voluntarios. Esta afirmación no implica ignorar una grave falencia de la globalización financiera -que no es la única-: carecer de un régimen general de reestructuración de deudas análogo al de las convocatorias privadas de acreedores.
Los riesgos de este camino surgen ante todo porque se hará muy difícil o imposible el crédito al Gobierno y, dado un déficit fiscal nacional cercano al 3% del PBI, se aplicarán ajustes aunque se nieguen y se acelerará aún más la emisión monetaria, cebando así la demanda de dólares y debilitando las reservas de un Banco Central al que, hasta nuevo aviso, deberá recurrirse en exclusiva para los pagos externos. También caerá el financiamiento comercial del exterior.
En dos palabras, si la solución no es muy rápida, habrá más recesión y más inflación. Ésta se ha estabilizado cerca del 2% mensual por estacionalidad y porque se continúa retrasando el tipo de cambio, lo que sólo podrá sostenerse atemperando la creciente escasez de dólares comerciales con más dólares financieros, algo muy problemático sin acordar con los holdouts. La mejora de imagen del Gobierno por su estilo épico se diluirá rápido si la cuestión se estira y se acentúan los deterioros de la economía, el empleo y la pobreza, y probablemente también si el salvataje viene de la "patria financiera". Se hará asimismo más evidente que un comportamiento similar con el Club de París le costó al país 4700 millones de dólares, tres veces más que el reclamo de los holdouts que recayó en el juzgado de Griesa.
Todo esto se hace más pesado porque el bendito viento de cola que nos impulsa desde hace más de una década es hoy, con suerte, una suave brisa. El crecimiento de América latina se desacelera mucho, no sólo en Brasil, sino también en estrellas regionales como Chile y Perú, y los pronósticos de mejores cosechas globales de granos del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA) castigaron fuerte sus precios. Por ahora son sólo proyecciones, pero el escenario no pinta favorable para los granos en 2014 y 2015.
No es baja la probabilidad de un nuevo accidente macroeconómico, pero serían necesarias torpezas del Gobierno aún mayores para asimilar su costo social a los del 2001-02, el Rodrigazo de 1975 o la hiperinflación de 1989-90. Pesa menos hoy la deuda pública por representar tan sólo un 15% del PBI aquella que está en manos de acreedores privados, incluyendo a los holdouts; cierto, si el litigio con ellos no se arregla pronto, se disparan mecanismos que pueden llevar a una nueva reestructuración compulsiva de alto costo social.
En segundo lugar, los precios de nuestras exportaciones primarias son mayores que los históricos y tienen perspectivas de perdurar más allá de ciclos negativos como el actual. El peso está menos apreciado que a principios de siglo, y contra una canasta de monedas tiene un valor razonable. En dólares constantes, los precios de los activos productivos -acciones, inmuebles urbanos, tierra rural- son dos veces y media mayores que en 2001. Esto último se debe, en buena medida, a sólidos pronósticos de que los candidatos presidenciales con chances en 2015 desarrollarán políticas superadoras de los tan serios como elementales desatinos de los últimos años. Delicias de la democracia, resulta así que su previsible derrota electoral en 2015 es lo que más ayudará al Gobierno a evitar un final dramático.
¿Cómo se compatibilizan estas ventajas relativas con la correcta percepción de que la herencia del kirchnerismo es muy mala? El PBI por habitante de la Argentina creció apenas 1,9% en los últimos quince años, menos que los de Perú (4,1), Chile (2,9), Uruguay, (2,5), Colombia (2,3) y Brasil (2,1). Tenemos hoy la segunda mayor inflación entre 191 países, detrás de Venezuela, y un alto riesgo soberano que encarece el crédito y merma la inversión. Hay crecientes falencias en la productividad y en la competitividad, con pobre desempeño de las cantidades exportadas. La inversión de los últimos diez años promedió un pobrísimo 18% del PBI, y en la inversión extranjera estamos en el noveno lugar per cápita en la región, detrás de Brasil, México, Chile, Colombia, Costa Rica, Panamá, Perú y Uruguay.
La herencia fiscal será más gravosa aun por la pobre productividad del sector público que por los niveles de presión tributaria y gasto público, 36,4% y 40,5% del PBI, muy cercanos a los de los países desarrollados. Es mala la composición del gasto, hay enormes e insostenibles subsidios a sectores pudientes y claros excesos de empleo público, se destruyó la carrera del funcionario público reemplazándola por un burdo amiguismo y es baja la eficacia de la inversión en sectores clave como la educación, la justicia o la seguridad.
En pareja línea, los impuestos que cada año castigan la producción y las exportaciones marcan un récord mundial de 7,7% del PBI, unos 45.000 millones de dólares. Cierto, aun con errores, ha habido logros en salud, en políticas sociales como la asignación por hijo y la alta cobertura de jubilaciones y pensiones y en ciencia y tecnología. Pero, a su pesar, no se redujeron sosteniblemente ni la exclusión ni la pobreza estructural, y la mejora de la distribución del ingreso fue muy pequeña.
Lo dicho muestra que la malhadada herencia y las buenas perspectivas coexistirán. La Argentina enfrentará así en 2015 una combinación inédita de oportunidades y desafíos probablemente a cargo de un gobierno elegido en segunda vuelta, sin mayoría legislativa y obligado en consecuencia a acordar. Ése será, y no el de la economía, el próximo gran reto para nuestro sistema político; su más dura prueba será conseguir los acuerdos partidarios y sociales imprescindibles para un plan de estabilización, productividad y desarrollo que, si es exitoso, hará muy manejable el resto de la herencia del kirchnerismo, incluyendo este riesgoso episodio de cese de pagos.
Una pareja dificultad tendrá manejar bien la abundancia de recursos naturales, en particular la de hidrocarburos no convencionales, ahorrándolos en parte e invirtiendo el grueso en recursos humanos para superar de modo sostenible la pobreza y la exclusión y mejorar la distribución del ingreso.
Un hilo conductor une a ambos desafíos, y es reconstruir instituciones económicas y sociales tales como la transparencia cristalina del sector público, un Banco Central más independiente, estadísticas oficiales confiables, fondos de ahorro público, evaluación rigurosa de la inversión pública y políticas sociales sostenibles, despojadas del clientelismo denigrante.
El autor, sociólogo y economista, fue ministro de Educación de la Nación. 

domingo, 27 de julio de 2014

Brasil: el crecimiento débil frena las chances de recuperación

ECONOMÍA POST MUNDIAL

A tres meses de las elecciones, crece el déficit de las cuentas públicas, cae la industria y la inflación sigue firme.

Por ANNABELLA QUIROGA
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 Preocupación. La economía condiciona la campaña electoral de Dilma.


La combinación 7 a 1 parece marcar este año el destino de Brasil. Por un lado está el fatídico resultado del partido contra Alemania, que le propinó a la torcida brasileña la peor paliza de su historia. Por el otro lado, aparecen los datos que definirán el recorrido de la política económica de 2014: inflación rozando el 7% y 1% de crecimiento del PBI. A tres meses de la elección presidencial que le abriría a la coalición comandada por el Partido de los Trabajadores su cuarto período consecutivo en el poder, la situación del país vecino está lejos de lo que el gobierno de Dilma Rousseff esperaba para el año mundialista. No sólo no hay hexacampeonato con el que levantar el ánimo de una población que viene subiendo la apuesta en cada protesta social, sino que los números no acompañan. Los cuatro años que Dilma lleva en el gobierno conforman un período de baja expansión económica.
A diferencia de la Argentina, Brasil no está en recesión, aunque enfrenta un proceso de desaceleración de la economía. En 2010, último año del gobierno de Lula da Silva, el país creció 7,9%. Al año siguiente, el PBI se expandió 3,4%, en 2012 bajó a 0,9%, repuntó a 3,5% el año pasado y se encamina al 1% este año, lejos del 2,5% que preveía el gobierno.
Si bien sigue el país vecino siendo la sexta economía del mundo, su rol se va desdibujando cuando se habla de industrialización. Un botón de muestra es lo que está pasando con el sector automotor. En el primer semestre de este año, México desplazó a Brasil y se convirtió en el mayor productor de autos de América Latina. En lo que va del año, las automotrices brasileñas fabricaron 1,56 millones de vehículos, 7,6% menos que en el mismo período del año anterior. El país azteca llegó a 1,59 millones de unidades, que implicaron un crecimiento de 7,4% en el mismo lapso. 
El retroceso de la producción brasileña refleja la caída de su propio mercado interno y también la del nuestro, ya que la Argentina es el principal destino de sus exportaciones automotrices. Mientras que hace cuatro semanas los analistas preveían que la industria crecería 0,96% este año, ahora esperan una retracción del sector de 0,67%.  Según refleja un informe del Banco Central de Brasil, los analistas del mercado financiero rebajaron por octava semana consecutiva la previsión de expansión del PBI para este año hasta llevarla a 0,97%. Y para 2015 prevén un alza de 1,5%. La estimación de inflación, en tanto, es de 6,44%.  Aunque visto con ojos argentinos el nivel de inflación parece bajo, en la administración brasileña lo siguen con preocupación, a tal punto que subieron la tasa de interés para intentar poner coto al alza de precios. “Por el lado monetario, Brasil se quedó con escasos márgenes para frenar el avance de los precios: la ronda de subidas de tasas desde abril de 2013 hasta abril de este año llevó a la tasa de referencia desde 7,25% hasta 11%”, explica Eliana Miranda, del IERAL. 
Pero esta medida habría sido insuficiente para anclar las expectativas inflacionarias, ya que el gobierno de Dilma sigue promoviendo una política fiscal expansiva. “Ahora la tasa de interés ya está muy alta y la economía está débil para aplicar nuevos incrementos de tasas”, sostiene Miranda.
Los problemas de la política fiscal quedan en evidencia al evaluar el déficit de cuenta corriente, que se duplicó en los últimos años. Cuando Lula dejó el gobierno, el rojo se ubicaba en 1,5% del PBI, mientras que hoy alcanza 3,6%.
“Brasil seguirá creciendo débilmente como consecuencia de sus inconsistencias fiscales”, sostiene Diego Giacomini, de Economía y Regiones. Para el analista, el país vecino se argentinizó. “Brasil está aplicando una política fiscal excesivamente expansiva que incumple su meta de superávit fiscal primario, que sólo es alcanzada con maquillaje contable. El exceso de gasto conduce a presiones inflacionarias que son sólo controladas con suba de tasas de interés que castigan la inversión y el nivel de actividad, aunque evitan una mayor depreciación”.
Al medir la eficacia del gasto público, las miradas apuntan a las inversiones que se hicieron para la organización del Mundial. Sólo en la construcción y remodelación de estadios se gastaron US$3.995 millones y para toda la Copa, los desembolsos fueron de US$13.600 millones. Con el 18,6% de los 200 millones de brasileños viviendo en la pobreza, el cuestionamiento principal de la población es que las mejoras prometidas en infraestructura quedaron a medio camino. Aun así, el país desembolsará otros US$16.600 millones para que Río de Janeiro esté en condiciones de albergar los Juegos Olímpicos de 2016.
Argentina en la mira Los vasos comunicantes entre los dos países hacen que el enfriamiento de Brasil pegue de lleno en la Argentina. De hecho, nuestras exportaciones hacia ese país cayeron 20,9% en el primer semestre. “Este resultado agrava la situación argentina, que acumula doce meses consecutivos de caídas interanuales de exportaciones”, apuntan desde la Cámara Argentina de Comercio.
Giacomini prevé que “nuestras exportaciones seguirán teniendo muy poco dinamismo y no podrán nutrir a la economía de los dólares que necesita”. Por la recesión local, las importaciones desde Brasil bajaron 20% en el primer semestre. Sin embargo, la relación bilateral sigue siendo deficitaria para la Argentina: el rojo es de US$384 millones, 26% menos que en los primeros seis meses de 2013. 

La otra Guerra Fría

BAJO EL CISMA DEL ISLAM

  
Las divisiones sectarias reflejan la rivalidad entre Arabia Saudí, cuna del islam suní, e Irán, baluarte del chiísmo. Ese es hoy el principal factor de inestabilidad en Oriente Próximo.





Chiítas musulmanes en la oración, en la ciudad santa de Kerbala, Irak. / REUTERS

Las divisiones sectarias en Oriente Próximo reflejan la gran rivalidad geopolítica entre el Reino de Arabia Saudí y la República Islámica de Irán (anclada en el antagonismo histórico entre árabes y persas). La creciente polarización parece estar más relacionada con la lucha geopolítica de los dos países por dominar Oriente Próximo que con las meras diferencias religiosas entre suníes y chiíes. Esta nueva Guerra Fría puede demostrarse con las estrategias empleadas por los dos Estados desde el estallido de la primavera árabe.
El conflicto sectario más directo de los últimos tiempos surge con la eliminación, en 2003, del régimen de Sadam Husein en Bagdad, que alteró por completo el equilibrio de poder en la región del Golfo. Desde entonces hemos presenciado esa rivalidad ideológica entre saudíes e iraníes para lograr el liderazgo regional. En este pulso, Irak ha pasado a ser el principal campo de batalla.
Cuando Irak era un Estado que funcionaba, servía de contrapeso al poder iraní. Los saudíes lo sabían y respaldaron a Sadam Husein en su guerra contra Irán en los años ochenta, pese a que no se fiaban de él. Incluso después de que Sadam invadiera Kuwait en 1990, Irak siguió siendo una “zona neutral” entre Irán y Arabia Saudí. La caída del régimen de Sadam y el hecho de que Estados Unidos no lograra construir un Estado iraquí estable hicieron que Irak pasara de ser actor a ser escenario en el juego de poder en Oriente Próximo. Irán y Arabia Saudí han apoyado y siguen apoyando a sus respectivos aliados locales en las luchas políticas internas. Hasta el momento, los iraníes llevan ventaja, con numerosos aliados en la mayoría chií del poder en Bagdad y una sólida relación con el Gobierno de Nuri al Maliki.

El hundimiento del Estado iraquí ha hecho más agresivo a Irán, lo que provoca la alerta entre los países árabes

El hundimiento del Estado iraquí ha hecho que Irán se muestre más agresivo, aumentando la preocupaciones árabes. El rey Abdalá de Jordania usó el término “media luna chií” para referirse a los supuestos planes iraníes de alterar el equilibrio regional mediante una alianza de regímenes chiíes —Bahréin, Irán, Irak, la Siria alauí de Bachar el Asad y la poderosa milicia libanesa Hezbolá—.
Hoy, ese temor está haciéndose realidad, más en forma de esfera de influencia políticia de Teherán que de dominio teólogico sobre los chiíes de la región, debido a las importantes diferencias entre la República iraní y el resto de los chiíes en Irak y la península arábiga. La solidaridad chií, visible en el firme respaldo de Irán al régimen sirio —que se enfrenta desde hace tres años a una gran rebelión suní—, es hoy objeto de enérgicas críticas de las monarquías dinásticas del Golfo, con Arabia Saudí a la cabeza.
La batalla entre los dos Estados por aumentar su influencia en la región es el factor internacional más importante en Oriente Próximo. Aunque el conflicto entre árabes e israelíes sigue siendo fundamental, está más bien paralizado. La dinámica regional e internacional cambia sobre todo en función del enfrentamiento entre Teherán y Riad.
El deterioro de la seguridad en Irak, con la proclamación del nuevo califato islámico por parte del Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) a lo largo de la frontera con Siria, anunciado el pasado 18 de junio, primer día de Ramadán, eleva el riesgo de partición de Irak, sobre todo con el nuevo impulso de los kurdos. El jefe del Gobierno regional kurdo, Masud Barzani, también ha declarado su intención de organizar un referéndum para independizarse de Irak.
¿Cuál es el objetivo de Arabia Saudí? Básicamente, “contener” los peligros y garantizar su propia seguridad.
Es el único gran país árabe que ejerce hoy una verdadera labor diplomática: se siente amenazado por una coalición de fuerzas internas y externas, y eso le exige una política exterior muy activa para impedir el aumento de la influencia iraní en la región. Su intervención en las crisis de Siria y Bahréin tiene el propósito esencial de limitar el papel de los iraníes y reforzar su propia seguridad.

Arabia Saudí consideró que la revuelta siria  era una
oportunidad para debilitar a El Asad, Irán y Hezbolá

Con la nueva estrategia de reconciliación entre Estados Unidos e Irán, que han empezado a sentarse juntos en las mesas de negociación, las clases dirigentes saudíes y de los pequeños países del Golfo están preocupadas por la posibilidad de que su aliado norteamericano se olvide de proteger sus intereses.
Ya hay varios problemas regionales que han puesto de relieve las diferencias entre el Gobierno estadounidense y sus socios del Golfo.
El más importante es la situación en Siria. Para los saudíes, disminuir la influencia iraní en los países árabes orientales es uno de los principales objetivos de su política exterior. Para el Gobierno de Obama y la mayor parte de la comunidad internacional, la prioridad es lograr un acuerdo nuclear con Teherán para después reducir esa influencia. Es decir, las discrepancias tienen más que ver con las prioridades inmediatas, en el sentido de que los Estados del Golfo y Estados Unidos no comparten la misma urgencia por acabar con el régimen de El Asad y empezar a disminuir la influencia de Irán en la región.
¿Y cuál es la estrategia del Estado iraní?
La primavera árabe sabotea los intentos de Teherán de ampliar su influencia en Oriente Próximo. Teherán ha dañado su reputación al seguir apoyando a Bachar el Asad. Si El Asad cae, Irán perderá a un aliado importante. Además, al mismo tiempo que los árabes están cada vez más orgullosos de sus conquistas revolucionarias, Irán va perdiendo su fama de régimen antiisraelí y antiamericano, sobre todo después de que, tras las últimas elecciones, el presidente Hasan Rohaní abordara la posible reconciliación con Washington.
Antes de que comenzaran las revueltas árabes, la alianza entre Irán, Siria y Hezbolá era sólida y gozaba de popularidad incluso entre los árabes suníes, como “eje de resistencia” contra EE UU e Israel. Sin embargo, durante la primavera árabe, Irán apoyó las revueltas en Túnez, Egipto, Libia y Bahréin, pero no apoyó la rebelión en Siria. En el otro extremo, Arabia Saudí, que se opuso con fuerza a los levantamientos árabes, consideró que la revuelta siria era una oportunidad para debilitar a El Asad, Irán y Hezbolá.
Siria constituye un frente decisivo para Teherán, tanto en su rivalidad geoestratégica con Arabia Saudí como en su lucha contra los salafistas, los grupos afiliados con Al Qaeda y ahora el EIIL (que también es rival de Al Qaeda).
Irán considera que la caída de Bachar el Asad sería un paso que podría sentenciar a Hezbolá y debilitar su poder regional. Por eso va a luchar hasta el final para proteger al régimen sirio, con o sin El Asad. La fragmentación creciente de los territorios y la debilidad de los Estados en el Levante, entre ellos Irak, ha agravado las divisiones sectarias y el fortalecimiento de las identidades comunitarias. La reputación de Irán como primer Estado islámico revolucionario ha quedado dañada.
Tres años después del comienzo de las revueltas árabes, la guerra siria, sobre todo, está extendiendo los conflictos sectarios tradicionales y convirtiéndolos en una cuestión internacional. El enfrentamiento entre chiíes y suníes puede acabar reemplazando al conflicto general entre árabes e israelíes como principal desafío de las sociedades islámicas de Oriente Próximo. Pero la lucha contra el yihadismo y otras formas de actividad terrorista pueden cambiar la situación.
Las potencias regionales e internacionales tienen un interés común en cooperar. La proclamación del califato islámico por parte del EIIL en la frontera norte de Arabia Saudí constituye una amenaza objetiva tanto para el régimen de Riad como para el régimen de Teherán. En este sentido, la lucha contra el EIIL en Irak podría ser un objetivo común para Irán y Arabia Saudí, y podría contribuir a apaciguar los conflictos sectarios. Pero ambas potencias están enrocadas en sus posiciones. Los saudíes exigen como requisito la salida del primer ministro Nuri al Maliki, mientras que los iraníes insisten en derrotar al EIIL sin cuestionar al Gobierno.
Fatiha Dazi-Héni es doctora en el Instituto de Estudios Políticos de París y analista de la Delegación para Asuntos Estratégicos de Francia.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. 

“Hay un peligro real de conflicto”

ENTREVISTA CON STROBE TALBOTT, PRESIDENTE DE BROOKINGS INSTITUTION



El veterano de la Administración Clinton traza paralelismos entre los tiempos previos a la Gran Guerra y las turbulencias actuales.



MARC BASSETS Washington/EL PAÍS 


Strobe Talbott, en 2011 / AP

Agosto 1914, agosto 2014. Cuando Strobe Talbott —veterano de la Administración Clinton, presidente del laboratorio de ideas Brookings Institution, voz sensata y experimentada del establishment de Washington— establece un paralelismo entre el inicio de la Primera Guerra Mundial y el momento actual, conviene escuchar.
“Hace solo un año no había ningún gran conflicto entre los grandes países del mundo, ni tampoco existía demasiada preocupación porque lo hubiese”, dice Talbott en una entrevista telefónica. “Y aquí estamos, a punto de llegar a agosto de 2014 y, ¿adivine qué ocurre? Hay un peligro real de conflicto. Hay peligro de conflicto en Europa, provocado por lo que [el presidente ruso, Vladímir] Putin ha hecho en Ucrania. Hay conflicto en Extremo Oriente con las tensiones y disputas entre China, de un lado, y Vietnam y Filipinas de otro”, continúa. Después añade las tensiones crecientes entre Japón y China, así como la disolución en Oriente Próximo de las fronteras establecidas tras la Primera Guerra Mundial.
“Mi bola de cristal”, avisa, “no es mejor que cualquier otra”. Pero los paralelismos entre 1914 y 2014, dice, son “inquietantes y preocupantes”.
Talbott, de 68 años, dirige el laboratorio de ideas centrista por excelencia, el más influyente y el de más solera, fundado en 1916. Entre 1993 y 2001 trabajó en el Departamento de Estado: primero como embajador y consejero especial del secretario de Estado encargado de los nuevos países surgidos de la antigua Unión Soviética, y después como vicesecretario de Estado. Y antes, durante 21 años, fue periodista en la revista Time.
“Aquí hay una combinación de tres fenómenos que hacen que este periodo sea peligroso”, dice. El primero es “la desilusión o descontento global con los diferentes sistemas de gobernanza, incluidas las democracias occidentales”, una tendencia que “por sí misma es desestabilizadora”.
El segundo es “el crecimiento de un nacionalismo de tipo peligroso, incluido en su propio país”, dice en alusión a España. “Me parece que es crucial, tras todo el dolor que Europa ha sufrido como resultado del nacionalismo y el fraccionamiento de los Estados, buscar maneras de perfeccionar el gobierno federal, de perfeccionar lo que ustedes, los europeos, llaman la subsidiariedad: un federalismo efectivo, con tanta autonomía administrativa como sea adecuado y posible, para mantener países unidos y que no se disgreguen, se trate de Italia, España, Bélgica o Reino Unido”.
Putin, sin embargo, “ha elevado [el nacionalismo] a un nuevo nivel” con la anexión, en marzo, de la región ucrania de Crimea, y con el apoyo a los insurgentes prorrusos en el este de Ucrania. Putin, dice Talbott, “ha resucitado algo que creíamos que pertenecía a la geopolítica del pasado: el chovinismo agresivo y unilateral, el nacionalismo predatorio, el irredentismo… como quiera llamarlo”. El tercer fenómeno es la citada acumulación de conflictos que amenazan la estabilidad mundial.
La Administración Obama “en general, está gestionando [la situación actual] bastante bien, pero encuentra un obstáculo en las debilidades de los gobiernos en otros lugares”, argumenta en alusión, entre otros, a la Unión Europea, “y en las propias debilidades, que son una expresión de la polarización de la sociedad [norteamericana]”. “Sin duda hay un malestar y una polarización en Estados Unidos que socava la capacidad de cualquier presidente americano para ejercer un papel constructivo en el liderazgo mundial”.
“Como comunidad internacional”, sostiene Talbott, “hemos sido complacientes en años recientes, un poco como la comunidad internacional fue complaciente en los años antes de la Primera Guerra Mundial, cuando hubo un optimismo eufórico en todo el mundo. Lo que entonces no se llamó globalización, pero que retrospectivamente podría llamarse así, nos hizo a todos dependientes de un orden mundial pacífico en el que la guerra era imposible de imaginar, y de repente fue muy posible de imaginar y tuvimos la peor guerra en la historia del mundo hasta entonces”.