Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

miércoles, 8 de enero de 2014

Contra el elitismo penal



Por Roberto Gargarella  | 


Luego de dos años de intenso trabajo, una comisión de notables firmó el anteproyecto de reforma del Código Penal. La reforma del Código Penal representa una tarea necesaria y urgente, sobre todo a la luz de los excesos, los desequilibrios y las incongruencias que pasaron a caracterizar el Código vigente, luego de las "reformas Blumberg" impulsadas de modo oportunista por el ex presidente Néstor Kirchner. Según las primeras informaciones que conocemos, muchas de las viejas incoherencias del Código han quedado resueltas en el proyecto nuevo.
El hecho de que la comisión de expertos estuviera compuesta por prestigiosos juristas y políticos de diversas proveniencias partidarias es por demás auspicioso: necesitamos contar con un Código capaz de receptar una pluralidad de puntos de vista, como los que hoy existen en nuestra sociedad. Por lo demás, el hecho de que -tal como todos los miembros de la comisión se han ocupado de destacar- el proyecto concertado refleje "acuerdos en un 90% de los casos" torna dicho compromiso todavía más atractivo.
Sin embargo, datos favorables como los mencionados no deben impedir que encendamos, otra vez, las luces de alarma. En particular, luego de la triste experiencia que hemos vivido en los últimos meses en torno a la reforma del Código Civil. El principal problema de ambas reformas es el mismo: una reforma que va a impactar sobre todos nosotros no puede quedar en manos de una elite, por más capacitada que sea.
Los riesgos propios de las reformas diseñadas por elites no se originan en la mala fe o la falta de capacidad de los expertos a cargo de la reforma: presuponemos la buena fe y la capacidad intelectual de sus autores. Sin embargo, como suele ocurrir, si las elites del caso no se abren al franco (re)conocimiento de las "voces ausentes" -las voces más débiles de la sociedad- la reforma comienza a sesgarse, imperceptiblemente, hacia territorios más cercanos al interés de sus autores y más alejados de las necesidades del resto de la población.
El paupérrimo proyecto de reforma del Código Civil auspiciado por el Gobierno nos ofrece una notable ilustración sobre los riesgos señalados. Así, siendo que el Código Civil trata, centralmente, sobre el derecho de propiedad, y siendo también que nuestro país vive desde hace décadas una seria crisis habitacional, el Código propuesto no dice nada sobre el angustiante déficit de vivienda que existe, y aun elimina una anodina referencia a la "función social de la propiedad". En cambio, y de modo casi irónico, el Código Civil proyectado incorpora referencias a los " countries ", el "tiempo compartido" y los "cementerios privados". Males propios de un derecho sesgado, escrito por una elite y pensado de forma aislada de todo genuino debate público.
En el ámbito penal, los riesgos señalados son mucho mayores, en razón de que dicha esfera del derecho se ocupa de los usos justificados de la violencia estatal. El riesgo, en este caso, es que la maquinaria represiva del Estado comience a ser utilizada por algunos en su propio beneficio. No se trata de un problema imaginario: una sociedad tan heterogénea como la nuestra cuenta con una composición carcelaria extremadamente homogénea. Sabemos que los "ricos y poderosos" tienden a permanecer "intocados" por el aparato penal; como sabemos que, luego de más de doscientos años de existencia, la pesada mano del sistema penal sigue recayendo, cotidianamente, sobre el mismo sector social de siempre. Entonces, una de dos: o es que existe un único sector social (genéticamente) predispuesto al crimen o es que contamos con un derecho penal escrito, aplicado e interpretado de modo sesgado. Esta segunda explicación, según entiendo, resulta más plausible.
Como en otras ocasiones, es posible que, otra vez, se quiera encubrir el diseño elitista de la nueva reforma con una fachada de discusión. Es probable que se nos diga que el Código va a circular por "múltiples foros sociales" y que va a estar abierto al "debate plural". Pero conviene anticiparlo: los fuegos artificiales de la discusión no bastan. Por el contrario, indignan. Convocar a "voces diferentes" para que hagan "terapia de grupo" frente a legisladores que ya han decidido lo que quieren hacer no tiene sentido.
Tampoco se trata de sugerir una vuelta al "populismo penal". Es sabido: el populismo penal es, simplemente, la contracara del "elitismo penal". El elitismo penal invoca los intereses de ciudadanos a los que nunca escucha, mientras que el populismo penal invoca la voluntad de un pueblo al que nunca convoca. El populismo penal señala la imagen ocasional de alguna víctima de un crimen, exigiendo castigo, y exclama: "Ahí está la voz del pueblo". Pero las voces del dolor no equivalen al "pueblo"; ni dicen todas lo mismo; ni son escuchadas cuando vuelve la calma. Y aunque merecen el mayor amparo, no son ellas las que deben marcar, por sí solas, la orientación de las políticas penales. Los populistas, sin embargo, toman esas voces arbitrariamente como excusa para reclamar lo que ellos quieren: un derecho penal más duro, más presente, con penas más severas. En definitiva, más oportunista. En esto suele diferenciarse de lo que dicen los expertos, que no quieren dejarse arrastrar por impulsos espasmódicos; que -con razón- rechazan abandonar la preocupación por las garantías a cambio de una mayor preocupación por las penas. Estas diferencias, de todos modos, no borran sus profundas coincidencias metodológicas: ni elitistas ni populistas propician un debate que los trascienda a ellos mismos.
De lo que se trata es de recuperar el diálogo, de volver a tender puentes entre el derecho penal y la democracia, para impedir que la ley siga apareciendo, ante la inmensa mayoría de la población, como una voz extraña, ajena, incapaz de reflejar sus necesidades y meditadas pretensiones. De lo que se trata es de ayudar a que todos los sectores empiecen a reconocer su propia voz cuando el derecho hable. Debemos impedir que una mayoría de la población siga relacionándose con el derecho sólo en carácter de víctima de éste. Necesitamos volver a conversar sobre los usos apropiados del aparato coercitivo estatal. Doscientos años de elitismo penal -de políticas penales sesgadas y frustrantes- deberían ser suficientes para decidirnos a pensar el derecho penal de otro modo.
© LA NACION.

Presión récord: se pagan más impuestos que en EE.UU, Brasil y el Reino Unido

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martes, 7 de enero de 2014

¿Ha abolido el pecado el Papa Francisco?

 

 

El pontífice ha desenterrado la doctrina primitiva de la Iglesia de la misericordia y la comprensión.



JUAN ARIAS Rio de Janeiro 



El Papa visita una parroquia romana este lunes. / VINCENZO PINTO (AFP)

Existe, entre la jerarquía tradicional de la Iglesia que no acepta la revolución traída por Francisco, el temor de que el primer papa jesuita de la Historia haya, de hecho, “abolido el pecado”.
El mismo Vaticano acaba de salir al quite al afirmar que las palabras del papa están siendo “mal interpretadas”.
Hasta Francisco, por ejemplo, la Iglesia consideraba la actividad homosexual como pecado, pero desde que el papa, volviendo de su viaje a Brasil, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud del pasado julio, las cosas han empezado a cambiar. Francisco provocó un terremoto al responder en el avión a una periodista sobre el tema con un “¿Quién soy yo para juzgarles?” [a los homosexuales].
Desde entonces, en varias ocasiones, el papa Francisco ha vuelto a colocar ante la atención de la opinión pública y de los cristianos el delicado y doloroso tema de los “diversos sexualmente” y ha llegado a colocar entre las preguntas hechas a la comunidad católica, para conocer su opinión, el tema de las parejas homosexuales y de los católicos divorciados. Quiere saber lo que los cristianos de todo el mundo piensan sobre el tema que deberá ser discutido por el próximo Sínodo Episcopal.
Ese cambio de vista del tema de la homosexualidad durante los primeros meses de este pontificado está preocupando a los círculos más conservadores del Vaticano, hasta el punto de que el portavoz de la Santa Sede, el jesuita Federico Lombardi, se ha visto obligado a afirmar el sábado pasado, que el papa “está siendo mal interpretado” y que sus palabras están siendo “paradójicamente forzadas”, como ha referido el diario italiano, La Repubblica.
El vaso lo han colmado las últimas consideraciones del papa Francisco en la reunión con los Superiores Generales de Órdenes y Congregaciones religiosas en el Vaticano, a los cuales les recordó que los desafíos de la educación hoy son más complejos ya que la sociedad es muy diferente del pasado y los niños y jóvenes, les dijo, “viven en muchas situaciones familiares difíciles, con padres separados, nuevas uniones anómalas, a veces incluso homosexuales, etc”.
Algunos quisieron ver en estas palabras del papa una cierta comprensión con las situaciones reales que la Iglesia debería tener en cuenta no para condenarlas sino para saber entenderlas y comprenderlas en busca de nuevas soluciones inéditas hasta el presente en la Iglesia.
Fue vista así la anécdota dolorosa contada por el papa a los Superiores Religiosos de la niña que estaba triste porque la compañera de la madre con la que convivía “no la amaba”.
El Vaticano ha hecho, sin embargo, una lectura diferente de las palabras del papa Francisco. Recuerda que se trata de un “discurso obvio” que no cambia la anterior posición de condena de la Iglesia sobre los homosexuales y las nuevas parejas de gais y lesbianas, y ha calificado de “forzadas e instrumentalizadas” las interpretaciones positivas que han sido dadas a la nueva postura de Francisco sobre el tema de la homosexualidad.
El problema de fondo que ha llevado a creer – ahí sí erróneamente- que el papa haya abolido el pecado en la Iglesia, es que Francisco se está despojando del viejo concepto de pecado de la Iglesia del pasado, de sus teologías conservadoras y de los anatemas de los códigos de Derecho Canónico, para volver al concepto de pecado de los orígenes del cristianismo, cuando Jesús de Nazaret condenaba el pecado pero abrazaba y perdonaba al pecador; cuando llamaba de hipócritas a los fariseos y sacerdotes que colocaban sobre las espaldas de la gente, sobre todo de las más humildes, exigencias que, según el profeta “ellos mismos no soportaban”.
Es cierto, sí, que Francisco está llevando a cabo una revolución en el concepto de pecado, no para abolirlo, pero sí para diversificarlo, para entender que a veces lo que en el frío laboratorio teológico es considerado pecado, en la circunstancia concreta, por ejemplo de la madre que se ha visto en el aprieto de tener que abortar por circunstancias extremas de su historia personal, es algo muy diferente.
Para Francisco de nada sirve combatir el pecado “abstracto”. Es necesario acercarse al que la ley considera en pecado para comprender lo que existe de desvío y de dolor detrás de cada pecado, que no es comprensible sin una persona humana concreta que lo encarne. Y en el último extremo, el Dios de los cristianos, es el Dios del perdón, por lo menos en sus orígenes y que Francisco parece decidido a reivindicar.
El papa Francisco, guste o no a una cierta Iglesia que siempre ha preferido la condena en abstracto al perdón y a la comprensión, ha cambiado la dinámica del pecado clásico y ha desenterrado la doctrina primitiva de la Iglesia de la misericordia y la comprensión con los pecadores sobretodo con los más frágiles, humillados y explotados por el poder.
Francisco ha recordado simplemente la aguda consideración evangélica de que hay quienes consiguen “ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”.
De hecho, Francisco que prefiere una Iglesia capaz de perdonar y acoger, a la vieja Iglesia siempre dispuesta a lanzar anatemas y condenas, sabe muy bien que las palabras de Jesús antes citadas, de los hipócritas que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, se siguen aplicando hoy a los representantes de la Iglesia, algunos de los cuales mientras critican esa apertura suya acusándole de haber abolido el pecado, son ellos los primeros en perdonarse a sí mismo crímenes y pecados que esos sí que no tienen perdón: como el abuso de menores o las orgías homosexuales celebradas dentro del Vaticano en pro de oscuros negocios de mafias y dinero sucio. 

Los zapatistas, 20 años después

Claves americanas


Por  | LA NACION


MIAMI
Se han cumplido 20 años desde que rebeldes zapatistas se alzaron en armas en el sur de México y yo viajé a la selva de Chiapas para entrevistar a su carismático líder, el subcomandante Marcos. Nunca me hubiera imaginado que dos décadas después muchas de las comunidades indígenas controladas por los zapatistas serían más pobres que antes.
La rebelión de los indígenas zapatistas sacudió al mundo en las primeras horas del 1° de enero de 1994, el mismo día en que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (Nafta), entre Estados Unidos, México y Canadá.
Los indígenas, ignorados durante siglos por el gobierno central, tomaron la plaza central de San Cristóbal de las Casas poco después de la medianoche, mientras las autoridades y las fuerzas policiales estaban celebrando el Año Nuevo con sus familias. Los zapatistas, con sus rostros cubiertos con pasamontañas y armados con rifles AR-15, proclamaron una "revolución contra el capitalismo".
Esa mañana fui despertado temprano por una llamada de mi editor del Miami Herald. Me pidió que me tomara el primer vuelo a México. Horas más tarde, como cientos de periodistas de todo el mundo, viajé a Ciudad de México, y de allí a la región de Chiapas.
Durante los seis meses siguientes, la rebelión zapatista fue la noticia mundial. Era la primera vez que un hombre blanco -un revolucionario que fumaba en pipa, usaba un pasamontañas negro y se hacía llamar "subcomandante Marcos"- había logrado unir a los grupos indígenas del sur de México para que se sublevaran contra el gobierno.
Lo que resultaba más interesante, y más romántico, era que -a diferencia del cubano Fidel Castro y otros líderes guerrilleros narcisistas- Marcos parecía ser un revolucionario humilde. Ocultaba su verdadero nombre y aseguraba que recibía órdenes de un comité de comandantes indígenas.
Los intelectuales de todo el mundo se enamoraron de lo que el escritor mexicano Carlos Fuentes denominó "la primera revolución del siglo XXI". Los zapatistas se convirtieron de inmediato en un símbolo del movimiento antiglobalización.
Aunque la revolución zapatista dejó por lo menos 145 muertos, miles de heridos y 25.000 refugiados, no pude evitar simpatizar con sus demandas de justicia social cuando vi la pobreza en que vivían los indígenas.
Era obvio que el gobierno central no se preocupaba por ellos. Cuando entré en San Cristóbal de las Casas, la construcción más grande que vi no fue una nueva planta de agua ni de electricidad, sino un enorme teatro para la élite blanca de la ciudad.
Meses más tarde, cuando entrevisté al subcomandante Marcos con mi colega Tim Padgett después de que los zapatistas nos condujeron con los ojos vendados hasta las profundidades de la jungla, pude obtener un cuadro más claro de la jerarquía zapatista. Marcos estaba rodeado de indígenas armados a los que identificó como los comandantes zapatistas. Ellos lo escuchaban fascinados y festejaban cada una de sus bromas. Claramente, Marcos no era un "subcomandante" sino el supercomandante de los zapatistas.
Meses más tarde, bajo la presión de las fuerzas del gobierno, los zapatistas firmaron un tratado de paz con el gobierno. Y Marcos, un ex profesor universitario de Ciudad de México llamado Rafael Sebastián Guillén, desapareció de la luz pública, para reaparecer esporádicamente con manifiestos políticos y poemas en los diarios de izquierda de México.
Los zapatistas aún controlan varias comunidades en Chiapas, que se proclaman autogobernadas y no aceptan muchos programas del gobierno para construir caminos, escuelas y hospitales. Afirman que están construyendo un socialismo indígena.
Pero el mundo ha avanzado, y ellos se han quedado atrás. Desde 1994, México ha empezado a tener elecciones más creíbles, en las que la oposición ha ganado dos veces. El Nafta fue muy beneficioso para México en los primeros siete años, hasta que los ataques terroristas de 2001 contra Estados Unidos impulsaron a Washington a establecer controles fronterizos que frenaron el comercio bilateral.
Según el Coneval, la agencia oficial de estadísticas de pobreza de México, 20 años después de la rebelión zapatista Chiapas sigue siendo uno de los estados más pobres de México. En 2010, mientras la pobreza a nivel nacional era de un 46%, la pobreza en Chiapas era de más del 78 por ciento.
En San Andrés Larrainzar, una de las comunidades zapatistas más conocidas, la pobreza ha aumentado del 68.7% en 1990 al 81.3 en 2010, según Coneval.
Mi opinión: el subcomandante Marcos y los demás dirigentes zapatistas merecerían mucho más respeto si estuvieran aceptando la ayuda del gobierno para aliviar los obscenos niveles de pobreza de los indígenas chiapanecos.
Pero al rechazar la ayuda, han puesto sus ambiciones políticas por encima del bienestar de los indígenas. Se han aislado, o refugiado, en una utopía ideológica que ha dejado a muchos indígenas aún más pobres que antes.
© LA NACION. 

domingo, 5 de enero de 2014

30 años en perspectiva



Latinoamérica debe ahora diversificar sus exportaciones y mejorar la educación.




Hace 30 años arrancaba en América del Sur la oleada democrática que revirtió las dictaduras de la década de los setenta. En una cálida mañana de 1983, Raúl Alfonsín asumió la presidencia de la República Argentina, luego de una vigorosa campaña en que logró, ante el asombro de la mayoría, vencer a un peronismo que parecía invulnerable. Hace poco compartimos con el sindicalista Hugo Moyano un acto de presentación de una biografía del líder radical y él contaba —con mucha gracia— la incredulidad con que los peronistas iban recibiendo, el día de la elección, los resultados electorales que mostraban para ellos un impensable resultado.
A Argentina le siguieron Uruguay y Brasil, en marzo de 1985, y luego Paraguay, en febrero de 1998, cuando el general Rodríguez, consuegro de Stroesner, destronó al viejo dictador y abrió el país a la vida democrática.
Todos esos procesos de transición fueron distintos. En Argentina, la derrota de las Malvinas sumergió al régimen militar en el oprobio y simplemente entregó el poder sin previa negociación. En Brasil, por una curiosa ingeniería política, muy lusitana, el cambio se produjo en el Parlamento que, con restricciones, funcionaba bajo la dictadura: se asoció el líder opositor, Tancredo Neves, con quien era entonces el líder de un partido oficialista y frustraron los planes del régimen de elegir un presidente complaciente. Así abrieron el país a la libertad. El fallecimiento de Tancredo Neves dio la oportunidad a José Sarney, quien presidió un Gobierno moderado y hasta hoy, en el Senado, sigue siendo fiel de la balanza.

En Argentina, la derrota de las Malvinas sumergió al régimen militar en el oprobio

En Uruguay, el proceso de apertura se abrió en 1980 con un histórico plebiscito en que fue derrotada la propuesta institucional del régimen militar y, tras cuatro años de arduas negociaciones, se produjo el retorno de la democracia a partir de marzo de 1985.
La apertura chilena fue muy peculiar: ocurrió en marzo de 1990, pero Pinochet, el golpista de 1973 y líder de una severísima dictadura, permaneció como comandante en jefe del Ejército hasta 1998. Algo análogo, aunque de signo político contrario, ocurrió en Nicaragua, porque abierta la elección por la revolución sandinista, triunfó la señora Violeta Chamorro, viuda de un periodista asesinado por el régimen de Somoza. Ella tuvo que gobernar con un ejército conducido por el sandinismo y, pese a todas las tensiones acumuladas, reencaminó al país.
Mirando esos 30 años en perspectiva, se registra el mejor momento democrático de la región. Salvo la arcaica excepción cubana, en todos lados se vota. Por supuesto, esa legitimidad de origen no nos conduce necesariamente a un Estado de derecho resplandeciente. Muchas grietas asoman en la construcción de ese edificio. Basta pensar en los agravios que la prensa libre ha sufrido en Venezuela, Ecuador y aun Argentina, para advertir cuánto falta todavía en la consolidación de nuestras democracias.

El peligro está en que todos nuestros países siguen dependiendo de materias primas

Un gran aliado internacional ha sido, desde 1989, el fin de la guerra fría, que estuvo detrás de todas las turbulencias anteriores. Solo fría entre las potencias, en América Latina fue ardiente y sangrienta, con guerrillas armadas y entrenadas por el bloque comunista y golpes de Estado prohijados o por lo menos bendecidos desde el Pentágono.
Hoy vivimos en otro mundo. Aun en lo económico, donde la globalización nos ha regalado una avalancha de crédito a bajo interés y una oleada de precios espectaculares para las materias primas y alimentos. México y Centroamérica, por su asociación comercial con EE UU, son quienes menos se beneficiaron de este favorable clima de negocios, pero el conjunto ha crecido a tasas desconocidas. Nunca los términos de intercambio entre exportaciones e importaciones nos fueron más favorables. Desgraciadamente hay países que, inexplicablemente, por su voluntarismo económico y su agresividad política, no terminan de estabilizarse, como es el caso argentino, que celebró los 30 años de democracia con una sangrienta ola de saqueos.
Todo indica que ese eufórico tiempo se irá moderando, pero no se avizoran crisis como las de 2008. El peligro está en que todos nuestros países siguen dependiendo de materias primas. Incluso Brasil, que desde los años 30 soñó ser potencia industrial, ha encontrado hoy en la agricultura (especialmente la soja, impulsada por China) el mayor factor de expansión.
La necesidad de diversificar las exportaciones y los rezagos generalizados en materia educativa, aparecen hoy como los desafíos prioritarios para toda la región. La pobreza ha bajado, pero la desigualdad permanece y si no se produce una mejoría sustantiva en el nivel de formación de la nueva generación, un renovado cuello de botella frustrará la posibilidad de alcanzar un estatus de país desarrollado que algunos —como Chile— creen avizorar.
Julio María Sanguinetti, abogado y periodista, fue presidente de Uruguay (1985-1990 y 1994-2000). 

Brasil sin vuelta atrás




Brasil entra en 2014 lleno de incógnitas políticas y económicas, pero sin ruido de sables. La nave que lleva a bordo a la democracia navega sin percances autoritarios desde hace casi 30 años, dejando en lejanía los 21 negros años de dictadura militar.
El país de la gente feliz, a pesar de sus grietas sangrientas de violencia producida sobre todo por el infierno del comercio de la droga, vive ya de manera estable en el territorio de las libertades democráticas de los países modernos.
Y esa vida en democracia, aunque se trate -como demostraron las protestas del pasado junio- de una democracia aún necesitada de ser liberada del peso que le fueron imponiendo las prevaricaciones de muchos políticos y las tentaciones populistas de turno, no tiene vuelta atrás. Hoy los brasileños, en su inmensa mayoría, ya no renunciarían a los valores democráticos conquistados con dolor y a veces, hasta con sangre.
Se trata de una realidad que es necesario resaltar. Este país -que en su capacidad de reivindicaciones políticas parecía un gigante adormecido, que aceptaba sin indignarse todas las fechorías y corrupciones cometidas contra la democracia por quienes deberían vigilarla- parece hoy inquieto y desilusionado con la política.
Brasil ha perdido la virginidad de su adolescencia y está demostrando que quiere seguir viviendo en democracia. Aunque lo demuestre solo a través de su decepción contra una forma de ejercer la política que considera una afrenta a la democracia ya conquistada.
La protesta contra la forma con la que los políticos actúan, la decepción ante sus conductas antiéticas, la amenaza del voto nulo masivo en las próximas elecciones, no significan un desinterés y menos un desprecio por la democracia, sino un afán por formas más limpias, más participativas, sin que las empañen privilegios, desigualdades y escándalos de corrupción que los medios de comunicación nos sirven cada mañana junto con el desayuno.
No he visto, en medio a las protestas y desencantos con la política, una sola voz pidiendo la vuelta de los sables de los militares o añoranzas por viejas dictaduras que acaban oprimiendo, sobre todo, a las clases más desposeídas.
Lo que se escucha es una cierta incredulidad y hasta miedo de que los políticos actuales no sean capaces de defender la conquistada democracia, que ha hecho crecer a este país en los últimos 30 años con aportaciones de unos y otros, en modernidad y en bienestar económico, aunque se desarrolle aún entre sangrantes desigualdades.
Mientras en países como Europa crece un malestar que tiene tintes de nostalgia por pasados autoritarios, con tentaciones antisemíticas, de caza al diferente, de intransigencias autoritarias que parecían olvidadas y muertas, en Brasil es al revés. Se lucha para abrir mayores márgenes de democracia y se protesta contra las posibles tentaciones de populismos o de diques a la democracia. Los brasileños quieren másdemocracia”, no menos. Y no temen a los diferentes o extranjeros: los acogen. No nutren añoranzas por dictadores del pasado y, si acaso, critican a muchos políticos que parecen a veces excesivamente autoritarios o con dificultades de aceptar la democracia con todas sus consecuencias.
Existe, por ejemplo, un cierto malestar entre los ciudadanos cuando los que ocupan el poder dan la sensación de haberse apoderado del Estado o se consideran insustituibles. O disgusto cuando, en ocasiones, los políticos en el poder se resisten a aceptar a una oposición y a una alternativa de poder legítima e indispensable para que la democracia no se corrompa.
Considerar, por ejemplo, a la oposición como enemiga por el simple hecho de que luche con armas democráticas para llegar al poder, es uno de los mayores peligros contra la democracia. Como lo es, al revés, el miedo de la oposición a ejercer como tal, a pesar de que a veces una parte considerable de la población pueda sentirse a gusto con el poder de turno.
En cualquier circunstancia, y en los mejores años de vacas gordas, la oposición política sigue siendo indispensable para que la esencia de la democracia, que es la alternativa en el poder, no acabe pudriéndose.
Pocos como el periodista e intelectual Reinaldo Azevedo, en su blog de la revista Veja y en su columna semanal del diario Folha de São Paulo, han subrayado siempre este temblor de la oposición ante las conquistas sociales del expresidente Lula da Silva y de su sucesora, Dilma Rousseff. Yo mismo escribí en este diario, recogido y traducido por el diario O Globo, un artículo titulado Y Lula se comió a la oposición. Y desde entonces la oposición democrática sigue sufriendo una especie de complejo edípico frente al poder del Partido de los Trabajadores (PT).
Brasil conmemorará este año la séptima elección presidencial consecutiva en la historia del país, como ha destacado el columnista deFolha de São Paulo, Fernando Rodrigues. Serán casi 30 años de juego democrático sin necesidad de que se agiten los cuarteles.
Los brasileños aceptarán en octubre sin dificultad el resultado de las urnas. Si, como indican los sondeos hoy, vuelve a repetir mandato la presidenta Dilma Rousseff y con ella el PT, Brasil lo celebrará. Y si, por imponderables que aún no aparecen claros, los brasileños se decidieran por una alternancia -a manos del centrista PSDB o del socialista PSB, por ejemplo, partidos ambos a los que la democracia de este país les es deudora- también habrá fiesta.
No me pasa ni por la imaginación que en el caso improbable de que el PT perdiera después de 12 años en el poder (en el que ha realizado conquistas indiscutibles, sobretodo en el campo social) pueda haber un intento de salida autoritaria.
Hoy nos puede parece normal que líderes históricos del partido del Gobierno, acusados de corrupción hayan pasado unas Navidades en la cárcel sin que se haya movilizado el partido, sin que el Gobierno haya firmado decretos de amnistía y sin que la calle se haya movilizado a su favor, pero sería algo impensable hace solo 20 años.  Todo ello ha sido posible gracias a una democracia consolidada, sin vuelta atrás. Ahora se trata solo de que siga siendo alimentada y enriquecida con mayores márgenes de libertad, menores desigualdades y un propósito firme de que esa democracia siga trayendo a los brasileños mayor bienestar económico, mayor seguridad personal y colectiva, mayores oportunidades para todos y no solo para los privilegiados, para no desperdiciar tantos talentos potenciales como alberga este país. Y una esperanza de mejora para los jóvenes, que tuvieron la suerte de haber nacido ya en democracia.
Podría parecer algo normal para los que nunca vivieron la tragedia de una dictadura. No lo es en la historia agitada del continente latinoamericano, azotado tantas veces en el pasado (y aún hoy en algunos de sus países) por el virus de populismos autoritarios, siempre enemigos de los valores democráticos, se vistan de rojo o de negro.
Esa conquista de la consolidación de la democracia, de la posibilidad de poder vivir en libertad sin la sombra de miedos policiales o vueltas atrás, es mucho más importante que ganar el Mundial.
Brasil entra pues en 2014 como campeón en su vocación indiscutible de defender y ampliar sus conquistas democráticas conquistadas con no poco y dolor y sacrificio.
Brasil no necesita ya de caudillos ni salvadores de la patria. Es un país moderno que ha entrado de lleno en la dinámica del juego democrático y que se siente a gusto en ella.
Quiere ser, eso sí, protagonista de esa conquista, sin dejarla solo en manos de los que pretenden imponerse a los ciudadanos en todas las decisiones, dejandoles solo la mísera libertad de votar cada cuatro años. Y de manera obligatoria.
Y eso tampoco tiene ya vuelta atrás. Sería mejor, por tanto, que no lo olvidasen los políticos. A ellos, por cierto, los ciudadanos no los aprecian más porque se implanten pelo, sino por sus valores éticos y su empeño en defender y perfeccionar la siempre imperfecta pero insustituible democracia, a la que hoy no existe otra alternativa que la barbarie. 

Panamá pide cuentas a Sacyr



El país centroamericano resistió la presión estadounidense contra la oferta española.

Ahora se revuelve ante la amenaza del consorcio de parar la ampliación del Canal.


JOSÉ MELÉNDEZ San José (Costa Rica) 



Obras en el Pacífico del Canal de Panamá. / CRISTÓBAL DEL VALLE

La ampliación del Canal de Panamá fue una cuestión de Estado, el Gobierno centroamericano lo sometió a un referéndum el 22 de octubre de 2006 en el que solo votaron unos 900.000 de los 2,1 millones de electores convocados, pero en el que venció un rotundo “Sí”. Ese día comenzó a cambiar la historia de la estratégica vía interoceánica construida de 1904 a 1914 por Estados Unidos —el centenario de inauguración se festejará el próximo 15 de agosto— y también de la lucha encarnizada por lograr un goloso contrato de construcción.
La española Sacyr lidera el consorcio que se llevó el gato al agua con una oferta rompedora: el compromiso de acabar la obra en 2014 por un total de 3.118 millones de dólares (cerca de 2.300 milones de euros), con una diferencia de 1.000 respecto a la siguiente propuesta. El grupo —en el que también participaban la italiana Impregilo, la belga Jan de Nul y la panameña Constructora Urbana— ha dejado la obra en el aire: asegura que los costes se han disparado un 50% por imprevistos y no continuará con la obra salvo que renegocie las condiciones.
En la licitación, aparte del vencedor, bautizado Grupo Unidos por el Canal (GUPC), participaron otros dos conglomerados. Uno de ellos, denominado Canal, contaba también con presencia española: lo integraban ACS, Acciona Infraestructuras FCC, la firma mexicana Ingenieros Civiles Asociados, de México, y la alemana Hochtief Construction AG. Presentó la oferta más cara: 5.280 millones de dólares.

El  grupo que perdió el concurso público siempre receló de lo barato de la propuesta

El otro rival fue el consorcio liderado por la estadounidense Bechtel International Incorporation, junto a Taisei Corporation y Mitsubishi Corporation, de Japón, así como por el fabricante de compuertas Wuchang Shipyard, de China. Su oferta sumó 4.200 millones de dólares y obtuvo el respaldo de la embajada de EE UU en Panamá, que presionó por diversas vías para que las obras fueran adjudicadas a esa corporación.
Los recelos de Bechtel pudieron observarse en los cables de la Embajada de Estados Unidos en Panamá, que logró Wikileaks y EL PAÍS publicó en 2010, en los que se recogía la visión de la empresa estadounidense, para la que, en su opinión, la oferta de Sacyr no daba ni para “poner el hormigón”.
La puja por la licitación del trecho de mayor envergadura de la ampliación fue calificada por Washington como estratégica. Puertos estadounidenses, principalmente de la costa este de Estados Unidos, han ejecutado inversiones millonarias para acoplarse al impacto de la ampliación del Canal.

Los gobiernos de ambos países se han involucrado en el conflicto

La presión para favorecer a Bechtel y a sus asociados también estuvo motivada por un factor esencial: si Bechtel triunfaban, empresas estadounidenses habrían recibido subcontratos por más de 1.200 millones de dólares.
Pero tampoco Sacyr está sola en esta batalla, ya que la ministra de Fomento, Ana Pastor, viajará hoy domingo a la capital panameña para intentar mediar ante el presidente del país, Ricardo Martinelli. Este ya advirtió el viernes: “Yo voy hasta la Conchinchina a pelear por los intereses de Panamá ya que esta obra se tiene que concluir porque es uno de los proyectos marítimos más importantes y tanto los gobiernos de España e Italia están dispuestos a ayudar a que se resuelvan estas anomalías”. El conflicto, en fin, puede acabar derivando en lo diplomático.
En GUPC también han estado involucrados los diseñadores IV-Groep, de Holanda, Montgomery Watson Harza/Líder y Tetra Tech, de Estados Unidos, así como el fabricante holandés de compuertas Herema Fabrication Group.

La constructora española sostiene que Panamá ha cambiado las exigencias sobre la marcha

El consorcio ganador emprendió su misión en agosto de 2009 y lo que primero fue un secreto, emergió en agosto de 2012 como una noticia confirmada: por una cadena de atrasos, la meta de 2014 no se lograría y la nueva fecha fue, primero abril, y luego junio de 2015. Y lo que fueron atrasos ahora es una amenaza de suspensión de obras: el pasado 30 de diciembre envió una carta a la Autoridad del Canal para advertir de que, si no se le pagaba sobrecoste hasta 1.600 millones de dólares, a partir del 20 de enero paralizará la construcción de las nuevas esclusas, que tendrán dos complejos de tres niveles cada uno con tres tinas de reutilización de agua por nivel y están concluidas en un 65%.
La compañía sostiene que la ACP modificó los requisitos que aplica al hormigón y que ha enfrentado costos adicionales por retrasos en concesión de permisos, lentitud en aprobación de pruebas de concreto y exceso de lluvias. Sin embargo, la Autoridad del Canal de Panamá (ACP) asegura que ha sido benevolente al otorgar moratorias de repago y otros beneficios, para evitar afectar el flujo de caja de la firma multinacional. Pero la operación, según la ACP, debe seguir ceñida al marco legal del contrato. “Y nunca salirnos de allí”, recalcan.
¿Por qué los atrasos? GUPC atribuye el millonario aumento de costos a errores en la información aportada por ACP para diseñar la expansión. La ACP argumentó que el contratista demoró en lograr la fórmula ideal de la mezcla correcta de hormigón para garantizar la vida útil de 100 años de las esclusas, como lo establece el contrato, por lo que ha habido un retraso acumulado de seis meses. El material con las especificaciones requeridas debió empezar a ser colocado por el contratista en enero o febrero de 2011, pero comenzó en julio de 2011, según la Autoridad.

La discrepancia ha paralizado la obra más importante de Centroamérica

En global, el coste de todo el proyecto alcanza 5.250 millones de dólares. El programa no toca a la vieja ruta, que ha seguido operando con total normalidad, y su objetivo es construir un juego aparte o paralelo de carriles o esclusas en el Atlántico y en el Pacífico, con capacidad de permitir el tránsito de buques de mayor eslora y ancho y con un cauce de navegación más amplio.
Las dimensiones de las tres esclusas que operan desde 1914 —Gatún, en el Atlántico, y Pedro Miguel y Miraflores, en el Pacífico— impiden el paso de naves llamadas “Post Panamax”, embarcaciones que superan el máximo de 294,1 metros de largo, 32,3 de ancho, 12 de calado y 57,9 de calado aéreo de las naves Panamax.
A partir del referéndum de 2006, Panamá inició un proceso de licitaciones para la ampliación, en una carrera que le transformó en uno de los imanes de atracción de inversionistas extranjeros, en especial americanos y europeos, interesados en apostarle al proyecto.