El pontífice ha desenterrado la doctrina primitiva
de la Iglesia de la misericordia y la comprensión.
JUAN
ARIAS Rio
de Janeiro
El Papa visita una parroquia romana este lunes. / VINCENZO PINTO (AFP)
Existe, entre la
jerarquía tradicional de la Iglesia que no acepta la revolución traída por
Francisco, el temor de que el primer papa jesuita de la Historia haya, de
hecho, “abolido el pecado”.
El mismo Vaticano acaba
de salir al quite al afirmar que las palabras del papa están siendo “mal interpretadas”.
Hasta Francisco, por
ejemplo, la Iglesia consideraba la actividad homosexual como pecado, pero desde
que el papa, volviendo de su viaje a Brasil, con motivo de la Jornada Mundial de la
Juventud del pasado julio, las cosas han empezado a cambiar.
Francisco provocó un terremoto al responder en el avión a una periodista sobre
el tema con un “¿Quién soy yo para
juzgarles?” [a los homosexuales].
Desde entonces, en
varias ocasiones, el papa Francisco ha vuelto a colocar ante la atención de la
opinión pública y de los cristianos el delicado y doloroso tema de los “diversos
sexualmente” y ha llegado a colocar entre las preguntas hechas a la comunidad
católica, para conocer su opinión, el tema de las parejas homosexuales y de los
católicos divorciados. Quiere saber lo que los cristianos de todo el mundo
piensan sobre el tema que deberá ser discutido por el próximo Sínodo Episcopal.
Ese cambio de vista del
tema de la homosexualidad durante los primeros meses de este pontificado está
preocupando a los círculos más conservadores del Vaticano, hasta el punto de
que el portavoz de la Santa Sede, el jesuita Federico Lombardi, se ha visto
obligado a afirmar el sábado pasado, que el papa “está siendo mal interpretado”
y que sus palabras están siendo “paradójicamente forzadas”, como ha
referido el diario italiano, La Repubblica.
El vaso lo han colmado
las últimas consideraciones del papa Francisco en la reunión con los Superiores
Generales de Órdenes y Congregaciones religiosas en el Vaticano, a los cuales
les recordó que los desafíos de la educación hoy son más complejos ya que la
sociedad es muy diferente del pasado y los niños y jóvenes, les dijo, “viven en
muchas situaciones familiares difíciles, con padres separados, nuevas uniones
anómalas, a veces incluso homosexuales, etc”.
Algunos quisieron ver en
estas palabras del papa una cierta comprensión con las situaciones reales que
la Iglesia debería tener en cuenta no para condenarlas sino para saber
entenderlas y comprenderlas en busca de nuevas soluciones inéditas hasta el
presente en la Iglesia.
Fue vista así la
anécdota dolorosa contada por el papa a los Superiores Religiosos de la niña
que estaba triste porque la compañera de la madre con la que convivía “no la
amaba”.
El Vaticano ha hecho,
sin embargo, una lectura diferente de las palabras del papa Francisco. Recuerda
que se trata de un “discurso obvio” que no cambia la anterior posición de
condena de la Iglesia sobre los homosexuales y las nuevas parejas de gais y
lesbianas, y ha calificado de “forzadas e instrumentalizadas” las
interpretaciones positivas que han sido dadas a la nueva postura de Francisco
sobre el tema de la homosexualidad.
El problema de fondo que
ha llevado a creer – ahí sí erróneamente- que el papa haya abolido el pecado en
la Iglesia, es que Francisco se está despojando del viejo concepto de pecado de
la Iglesia del pasado, de sus teologías conservadoras y de los anatemas de los
códigos de Derecho Canónico, para volver al concepto de pecado de los orígenes
del cristianismo, cuando Jesús de Nazaret condenaba el pecado pero abrazaba y
perdonaba al pecador; cuando llamaba de hipócritas a los fariseos y sacerdotes
que colocaban sobre las espaldas de la gente, sobre todo de las más humildes,
exigencias que, según el profeta “ellos mismos no soportaban”.
Es cierto, sí, que
Francisco está llevando a cabo una revolución en el concepto de pecado, no para
abolirlo, pero sí para diversificarlo, para entender que a veces lo que en el
frío laboratorio teológico es considerado pecado, en la circunstancia concreta,
por ejemplo de la madre que se ha visto en el aprieto de tener que abortar por
circunstancias extremas de su historia personal, es algo muy diferente.
Para Francisco de nada
sirve combatir el pecado “abstracto”. Es necesario acercarse al que la ley
considera en pecado para comprender lo que existe de desvío y de dolor detrás
de cada pecado, que no es comprensible sin una persona humana concreta que lo
encarne. Y en el último extremo, el Dios de los cristianos, es el Dios del
perdón, por lo menos en sus orígenes y que Francisco parece decidido a
reivindicar.
El papa Francisco, guste
o no a una cierta Iglesia que siempre ha preferido la condena en abstracto al
perdón y a la comprensión, ha cambiado la dinámica del pecado clásico y ha
desenterrado la doctrina primitiva de la Iglesia de la misericordia y la
comprensión con los pecadores sobretodo con los más frágiles, humillados y
explotados por el poder.
Francisco ha recordado
simplemente la aguda consideración evangélica de que hay quienes consiguen “ver
la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”.
De hecho, Francisco que
prefiere una Iglesia capaz de perdonar y acoger, a la vieja Iglesia siempre
dispuesta a lanzar anatemas y condenas, sabe muy bien que las palabras de Jesús
antes citadas, de los hipócritas que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga
en el propio, se siguen aplicando hoy a los representantes de la Iglesia,
algunos de los cuales mientras critican esa apertura suya acusándole de haber
abolido el pecado, son ellos los primeros en perdonarse a sí mismo crímenes y
pecados que esos sí que no tienen perdón: como el abuso de menores o las orgías
homosexuales celebradas dentro del Vaticano en pro de oscuros negocios de
mafias y dinero sucio.
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