Las nuevas
tecnologías y las redes sociales han perturbado el sistema de jerarquías
vigente y han agravado la crisis de gobernanza; el reto de los medios sociales
es convertir la multitud boba en multitud inteligente.
La emergencia de las
redes sociales y su impacto en la gobernanza fueron analizados el pasado 4 de
marzo en una discusión abierta organizada por el Nicolas Berggruen Institute de
Palo Alto, California, en la que participaron diversos expertos. De aquella
discusión surgieron las siguientes cuestiones:
1. La fase destructiva:
tecnologías perturbadoras y crisis de progreso. Las tecnologías
perturbadoras que "aumentan la visión, la memoria y la atención" —y
que van desde la imprenta a la web— siempre producen "crisis de
progreso", porque socavan la posición de los "gremios
protectores", los intermediarios y las instituciones que en su día han
controlado la información y el poder. Los intereses creados de esas
instituciones hacen que se resistan a perder el control mientras persiste la
insurgencia. Por lo tanto, la primera fase del cambio suele ser conflictiva y
destructiva (pensemos en las guerras de religión registradas en Europa después
de la aparición de la imprenta). En esta fase, las fuerzas son centrífugas, es
decir, desmiembran y fragmentan.
En nuestra época, la
aparición de las redes sociales y la transparencia de las redes compartidas
cuestionan todas las jerarquías, desde el monopolio de los grandes medios de
comunicación hasta el conocimiento profesional protegido por títulos, como el
de los médicos, o el poder de los dictadores protegidos por la fuerza. Los
sistemas que se adapten a esta nueva transparencia o que la aprovechen serán
los que sobrevivirán. Fracasarán los que se resistan y acaben perdiendo
confianza y, con ella, fidelidad.
Se descomponen los
personajes rígidos como los autócratas de Egipto y Túnez, que son quebradizos.
Florecen los más flexibles, como los integrantes de la profesión médica, que
han sacado partido a las páginas web de información al paciente. En algún punto
intermedio se encuentra la autocrática China, que camina en dos direcciones a
la vez: es un "Estado supervigilante" que aspira a "estar
totalmente informado" de las actividades de sus súbditos, pero en la que
la población de microblogueros, en una especie de "monitory webocracy”, es
también objeto de "infravigilancia".
En este sentido, China
es un "gigantesco caldo de cultivo" de lo que vendrá después. La
balanza puede inclinarse hacia cualquiera de los dos lados. Para algunos, la
webocracia de los microblogs ayuda a solventar el antiquísimo problema de la
"escasa realimentación que llega al emperador", causa de la caída de
muchas dinastías que perdieron el contacto con la realidad. La jerarquía
meritocrática china es un sistema eficiente, que en última instancia fracasará
si no cuenta con los bucles de realimentación que puede proporcionar una
información fiable. Los medios sociales pueden convertirse en parte integral
del cuerpo político chino y así mejorar la gobernanza.
Para algunos, entre
ellos el artista disidente Ai Weiwei, estamos ante un Estado que siempre quiere
saber dónde estás, qué haces y con quién hablas, para poder
"aplastarte" cuando quiera.
Las
tecnologías perturbadoras que aumentan la visión, la memoria o la atención,
producen siempre crisis de progreso
2. La fase creadora: el
desarrollo de nuevas instituciones. a) Si las redes sociales pueden erosionar la confianza
mediante tuits, socavar la autoridad y derribar las instituciones, ¿qué papel
podrían tener en la reconstrucción?
Después de la fase
centrífuga, la siguiente se caracterizará por un proceso de recomposición y
construcción de nuevas instituciones, basadas en una concepción renovada de la
autoridad. A lo largo de la historia, o bien se han consolidado nuevas élites e
instituciones jerárquicas con otros grupos de gobernantes y expertos fuertes
(la pirámide) o, en la época contemporánea (tras la Ilustración) se han
formado estructuras en forma de diamante en las que la mayoría de la gente ni
es rica ni pobre, y el conflicto y la competencia, ritualizados por las normas,
tienen lugar en "entornos" como los tribunales, los mercados, la
ciencia y la democracia.
A diferencia de la
estructura de poder vertical de la pirámide jerárquica, en la que la
legitimidad reside en el gobierno de los respetables y los expertos, el modelo
de legitimidad en forma de diamante surge de la "rendición de cuentas
recíproca" de sus participantes. Hoy en día, la agitación de las redes
sociales presiona sobre ambos modelos para dar cabida a un mayor número de
participantes que comparten la misma información. Más que alternativas, la
pirámide y el diamante son estructuras simbióticamente relacionadas, como el
yin y el yang, sobre todo en lo que se refiere a la capacidad de participación
de los medios sociales.
Ante ese desafío, los
seres humanos reaccionan de dos maneras: la ontogénica y la filogénica. Las
actividades ontogénicas se organizan y realizan mediante instituciones de
concepción centralizada, destinadas a conformar el desarrollo social. La
respuesta filogénica es evolutiva, como la de las bacterias que, sin capacidad
de previsión, se organizan solas, respondiendo al entorno. Esta relación se
basa tanto en la confrontación como en la simbiosis. La autoridad política de
hoy en día es ontogénica y el ciberespacio es filogénico. La salud de la
sociedad humana depende del equilibrio entre ambas tendencias.
¿Acaso esta situación
podría conducirnos a un modelo de gobernanza "híbrido", ya que al
haber más actores y más complejidad se precisa tanto una mayor jerarquía para
manejarlos como un mayor número de bucles de realimentación que canalicen la
rendición de cuentas recíproca? No hay una única respuesta. Dentro del sistema
actual de gobernanza, las condiciones determinarán si un determinado equilibrio
funciona o no. El éxito solo llegará de la mano de un "efecto de
campo" que active los elementos precisos que exija cada circunstancia
concreta. El principio de "una persona, un voto", al igual que el
meritocrático, debe adecuarse a las circunstancias.
Lo mismo puede decirse
de las empresas. Google demandaba un determinado tipo de gobernanza, más
recíproca y colegiada, cuando solo tenía 500 empleados innovando. Con 50.000
trabajadores y mercados en todo el mundo, su complejidad exige, para ser más
eficiente, una mayor jerarquía. Sin embargo, la innovación, para no morir a
manos de la eficiencia, debe conservar su propio espacio.
En suma, la gobernanza
es un sistema operativo abierto, basado en lo que funciona. Sobrevivirán los
más adaptables.
b) Dado que las redes
sociales y el conocimiento compartido no dejan de cuestionar a las élites y la
meritocracia basada en credenciales como los títulos, es probable que en el
futuro una nueva "meritocracia ágil", cuyo poder pasajero surja y
desaparezca en función de la reputación y el rendimiento, sustituya a las
élites más arraigadas.
Google
demandaba un tipo de gobernanza recíproca y colegiada cuando solo tenía
500 empleados; con 50.000 necesita más jerarquía
c) Hacen falta
instituciones. Para algunas cosas es buena una autoridad basada en las masas,
pero no para otras. Es buena para la innovación y la protesta; es mala para la
gobernanza. Es una ensoñación libertaria creer que redes diseminadas de
aficionados o "expertos desconocidos" pueden organizar por sí solos
una sociedad basada en decisiones racionales e interesadas. La suma de las
corduras al por menor no produce necesariamente, ni siquiera generalmente,
racionalidad al por mayor. Lo más normal es que la cordura al por menor solo
conduzca a la locura al por mayor.
Fueron las redes
diseminadas de expertos financieros las que provocaron el colapso de Wall
Street y quien tuvo que rescatar el sistema fue ese engorroso y viejo "tío
borracho", es decir, el Gobierno de EEUU.
3. Democracia,
deliberación y “multitudes inteligentes”. a) La crisis de gobernanza que padecen las democracias
actuales procede de la "falta de deliberación". La deliberación es
necesaria para que la democracia produzca decisiones colectivas inteligentes y
no una política para bobos. Sin mecanismos de decisión deliberativos, que
sopesen las consecuencias y lleguen a un equilibrio entre cesiones mutuas, las
redes sociales que solo fomentan una participación y una difusión de
información sin intermediarios también se limitarán a alentar a la
"multitud boba".
Uno de los desafíos
principales del inmenso poder de participación de los medios sociales radica en
convertir a la "multitud boba" en "multitud inteligente".
Tal como están las cosas, medios sociales como Twitter o Facebook son buenos
para una movilización de corto vuelo de personas dispuestas a actuar, pero no
para desarrollar los procesos de negociación y de desarrollo de consensos que
precisa una toma de decisiones inteligente.
El traslado de las
encuestas deliberativas al ciberespacio podría servir para transformar a la
multitud boba en multitud inteligente. Tal como han demostrado las encuestas
deliberativas —en lugares que van desde California a China y Japón, pasando por
Europa— la población no está tan polarizada como las élites políticas. Así es
sobre todo en EEUU, donde las primarias suelen obligar a los políticos a
incurrir en comportamientos extremos. Sin embargo, el consenso puede surgir
cuando los ciudadanos -seleccionados como representantes indicativos del
conjunto del electorado gracias a muestras elaboradas científicamente- se
sitúan en una zona despolitizada o en una "isla de buena voluntad"
que, fuera del alcance de la "industria de la persuasión" que domina
las elecciones, les permite acceder a datos y a expertos con puntos de vista
contrapuestos.
Sin embargo, mientras se
han podido realizar sondeos deliberativos de presencia física, reuniendo a 200
o 500 personas seleccionadas por métodos estadísticos (de una forma no muy
diferente a como se elegía en la
Atenas de hace 2.400 años una asamblea de 500 miembros,
mediante sorteo), esto no se ha logrado de forma virtual. El éxito de los
seminarios virtuales organizados por universidades como la de Stanford —en los
que llegan a participar hasta 160.000 personas— apunta su potencial.
Medios
sociales como Twitter o Facebook son buenos para una movilización de corto
vuelo, pero no para la toma de decisiones
b) En sí mismas, ni la
transparencia ni la opacidad constituyen una virtud. Demasiada transparencia
puede acabar con la solidez de las instituciones deliberativas. Esta es la
"paradoja de la apertura". Si las encuestas deliberativas exigen
cierto "espacio despolitizado", las instituciones deliberativas
precisan de cierta opacidad para proteger sus decisiones de la presión popular
y de la "tiranía de la mayoría". Esta es la razón de que el Tribunal
Supremo y la Reserva
Federal de EEUU no sean instituciones
"transparentes". La opacidad otorga un margen para una deliberación
razonada, no sometida al escrutinio público.
Sin embargo, las
instituciones deliberativas, para no quedarse encorsetadas, deben estar ligadas
a bucles de realimentación consistentes y poder rellenarse u
"oxigenarse" periódicamente mediante la rotación de personal.
4. Medios neutrales
frente a monetización de la atención. La base de la deliberación consistente radica en la
existencia de una información neutral, objetiva y de calidad. Sin embargo, aquí
nos enfrentamos al mismo grado de politización y de polarización de la vida
política. Del mismo modo que en las sociedades democráticas las primarias
generan posiciones políticas polarizadas, el imperativo de "monetizar la
atención" para nichos de mercado contamina la calidad objetiva de la
información, que se edita para su venta. Como los blogueros únicamente hablan
para su propia tribu, la gente solo encuentra la información que busca. La
información deja de ser comunicativa.
Se ha hecho realidad
algo previsto por los sociólogos: la mayor amplitud de banda ha compartimentado
la información. El cuidado de la información —la jerarquización de su calidad
intelectual, la pretensión de veracidad o su interrelación con otras disciplinas—
está íntimamente relacionado con la gobernanza deliberativa.
Quizá algún día el
"valor del cuidado" [de la información] pueda tener un valor
mercantil, pero como hoy en día la información objetiva, neutral y de calidad
debe proporcionarse en forma de "bien público", queda sometida al
problema de la gratuidad.
5. Por debajo del
Estado-nación. Gran parte de los
debates se han centrado en la relación entre los medios sociales y el
Estado-nación. Sin embargo, desde hace tiempo sabemos, y así se ha dicho, que
el Estado-nación es demasiado pequeño para los problemas mundiales y demasiado
grande para los locales. En un mundo interconectado en el que el poder está
diseminado, tendría más sentido buscar un cambio que, yendo de arriba abajo, de
la ciudad al nivel subnacional, no emanara del Estado-nación o de las cumbres
mundiales. Máxime ahora que el mundo está prácticamente urbanizado y que ha
surgido un archipiélago de enormes megalópolis de más de 20 millones de
habitantes cada una, sobre todo en Asia. Las megalópolis son nodos de una red
en los que la gente vive y trabaja (o está desempleada), en los que se mueve y
contamina.
En esas ciudades en las
que la proximidad física ya acentúa los procesos de realimentación, los
intensos bucles de realimentación de las redes sociales pueden fomentar urbes
todavía más inteligentes.
(Entre los expertos que
participaron en el debate figuran Jared Cohen, de Google Ideas; Charles
Songhurst, estratega de Microsoft; David Brin, autor de The Transparent Society
[La sociedad transparente]; George Yeo, exministro de Asuntos Exteriores de
Singapur; Joichi Ito, director del laboratorio de medios del MIT; Pierre
Omidyar, fundador de eBay; el politólogo Francis Fukuyama, y Alec Ross, el
diplomático del Departamento de Estado norteamericano más versado en cuestiones
digitales).
Nathan Gardels es redactor jefe del New Perspectives Quarterly (NPQ) y
del Global Viewpoint Network de Tribune Media Services. También es asesor
principal del Berggruen Institute).
© 2012 GLOBAL VIEWPOINT
NETWORK; DISTRIBUTED BY TRIBUNE MEDIA SERVICES. Traducción de Jesús Cuéllar
Menezo