Aumentar la
productividad y reducir la desigualdad son los principales retos para el
crecimiento de la región tras el fin del boom de las materias primas.
LUIS
PRADOS París/EL PAÍS
“Los vientos están cambiando para
la región”. “Ahora, por lo menos sabemos lo que no queremos”. Estas dos frases,
la primera pronunciada por Ángel Gurría, secretario general de la OCDE,
en la apertura del VI Fórum Económico Internacional sobre América Latina y el Caribe celebrado el
pasado lunes en París, y la segunda por el presidente de Perú, Ollanta Humala, en su
clausura, encerraron cuatro horas de seminario dedicadas a debatir el camino a
seguir por las economías latinoamericanas una vez terminado el carnaval de las
commodities, la llamada Década Dorada propiciada principalmente por el tirón de
la demanda china y los altos precios de las materias primas, sobre todo, de los
minerales.
Los debates pusieron de manifiesto lo logrado durante estos años, como
la solidez macroeconómica y la estabilidad democrática —entre 2012 y 2015 un
total de 14 países habrán celebrado elecciones sin que dieran lugar a crisis de
legitimidad—, pero también la decepcionante evolución de las economías del
continente —con un crecimiento promedio del 2% del PIB frente al 5% de
no hace tanto tiempo— y la urgencia de tomar las decisiones correctas en un
momento crucial.
La selección mundial de expertos reunidos en París —Luis Alberto Moreno, presidente del Banco Interamericano
de Desarrollo (BID);Danilo Astori, vicepresidente de Uruguay; Rebeca
Grynspan, secretaria general Iberoamericana; Alicia Bárcenas, secretaria
ejecutiva de la CEPAL; Mario Pezzini, director del Centro de Desarrollo de la
OCDE, entre otros— coincidieron en el diagnóstico y también, con matices, en
los remedios.
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Cinco males fueron identificados: la baja productividad, “bestia negra”,
como dijo Gurría, que lastra el crecimiento del continente —en 20 años solo
registró un aumento del 1,6% frente al 3% de países como Corea del Sur, Turquía
o Polonia—; la desigualdad, que hace de América Latina la región más injusta del mundo—el
20% más rico capta en promedio el 47% del ingreso total—; la informalidad en el
empleo, que afecta al 55% de sus trabajadores —unos 130 millones de personas—;
la escasa capacidad de recaudación fiscal —del 13,6% del PIB en 1990 ha pasado
al 20,7% ahora, muy lejos aún del 34,1% de media en los países de la OCDE— y la
falta de inversiones en infraestructuras —una media de 2,5 puntos del PIB
frente al 6 de los países asiáticos—, lo que dispara los costes de exportación
en comparación con sus rivales comerciales.
Hubo consenso en la urgente necesidad de una revolución educativa,
“tanto en lo que se refiere a la inclusión social de mujeres y jóvenes como a
la búsqueda de la excelencia”, como dijo el vicepresidente Astori, como primer
paso para mejorar la productividad, y en la apuesta por la calidad y la
apertura de la sociedad.
También en la importancia de fomentar una mayor cooperación
internacional e integración regional para abordar los grandes proyectos de
infraestructuras así como en la defensa de las pymes frente al poder de los
monopolios.
En cuanto a la desigualdad, la secretaria ejecutiva de la CEPAL rebajó la euforia de algunos
gobiernos latinoamericanos: “Hablan de haber creado una nueva clase media y es
verdad que millones de personas han salido de la pobreza, pero no son clase
media por su capacidad de ahorro sino por su capacidad para endeudarse
comprando bienes importados”. En este contexto, Alexandre Meira da Rosa,
gerente del sector de Infraestructura y Medio Ambiente del BID, subrayó el
vertiginoso proceso de urbanización de América Latina y la presión que sus
habitantes, ahora con mayor poder adquisitivo, ejercen sobre unas autoridades
incapaces de satisfacer las demandas de mejores servicios públicos.
En resumen, reformas y libre comercio, o dicho de otra manera la Alianza
del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile) como modelo a imitar frente al
estancamiento de Mercosur o la vía al subdesarrollo de Cuba y Venezuela, para
afrontar la encrucijada en que se encuentra el continente.
En el tintero se quedaron las dificultades para aplicar y desarrollar
esas reformas, el problema de la debilidad institucional de la mayoría de los
países, lo que se traduce generalmente en exceso de burocracia, corrupción e
impunidad, o el debate sobre si las conquistas de hoy serán reversibles mañana,
si a la Década Dorada sucederá otra Década Perdida. Pero, al menos, como dijo
Humala, parece que esta vez América Latina tiene claro lo que no quiere.