Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

miércoles, 2 de julio de 2014

América Latina, en la encrucijada



Aumentar la productividad y reducir la desigualdad son los principales retos para el crecimiento de la región tras el fin del boom de las materias primas.



LUIS PRADOS París/EL PAÍS



 El secretario general de OCDE, José Ángel Gurría. / EFE

 “Los vientos están cambiando para la región”. “Ahora, por lo menos sabemos lo que no queremos”. Estas dos frases, la primera pronunciada por Ángel Gurría, secretario general de la OCDE, en la apertura del VI Fórum Económico Internacional sobre América Latina y el Caribe celebrado el pasado lunes en París, y la segunda por el presidente de Perú, Ollanta Humala, en su clausura, encerraron cuatro horas de seminario dedicadas a debatir el camino a seguir por las economías latinoamericanas una vez terminado el carnaval de las commodities, la llamada Década Dorada propiciada principalmente por el tirón de la demanda china y los altos precios de las materias primas, sobre todo, de los minerales.
Los debates pusieron de manifiesto lo logrado durante estos años, como la solidez macroeconómica y la estabilidad democrática —entre 2012 y 2015 un total de 14 países habrán celebrado elecciones sin que dieran lugar a crisis de legitimidad—, pero también la decepcionante evolución de las economías del continente —con un crecimiento promedio del 2% del PIB frente al 5% de no hace tanto tiempo— y la urgencia de tomar las decisiones correctas en un momento crucial.
La selección mundial de expertos reunidos en París —Luis Alberto Moreno, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID);Danilo Astori, vicepresidente de Uruguay; Rebeca Grynspan, secretaria general Iberoamericana; Alicia Bárcenas, secretaria ejecutiva de la CEPAL; Mario Pezzini, director del Centro de Desarrollo de la OCDE, entre otros— coincidieron en el diagnóstico y también, con matices, en los remedios.

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Cinco males fueron identificados: la baja productividad, “bestia negra”, como dijo Gurría, que lastra el crecimiento del continente —en 20 años solo registró un aumento del 1,6% frente al 3% de países como Corea del Sur, Turquía o Polonia—; la desigualdad, que hace de América Latina la región más injusta del mundo—el 20% más rico capta en promedio el 47% del ingreso total—; la informalidad en el empleo, que afecta al 55% de sus trabajadores —unos 130 millones de personas—; la escasa capacidad de recaudación fiscal —del 13,6% del PIB en 1990 ha pasado al 20,7% ahora, muy lejos aún del 34,1% de media en los países de la OCDE— y la falta de inversiones en infraestructuras —una media de 2,5 puntos del PIB frente al 6 de los países asiáticos—, lo que dispara los costes de exportación en comparación con sus rivales comerciales.
Hubo consenso en la urgente necesidad de una revolución educativa, “tanto en lo que se refiere a la inclusión social de mujeres y jóvenes como a la búsqueda de la excelencia”, como dijo el vicepresidente Astori, como primer paso para mejorar la productividad, y en la apuesta por la calidad y la apertura de la sociedad.
También en la importancia de fomentar una mayor cooperación internacional e integración regional para abordar los grandes proyectos de infraestructuras así como en la defensa de las pymes frente al poder de los monopolios.
En cuanto a la desigualdad, la secretaria ejecutiva de la CEPAL rebajó la euforia de algunos gobiernos latinoamericanos: “Hablan de haber creado una nueva clase media y es verdad que millones de personas han salido de la pobreza, pero no son clase media por su capacidad de ahorro sino por su capacidad para endeudarse comprando bienes importados”. En este contexto, Alexandre Meira da Rosa, gerente del sector de Infraestructura y Medio Ambiente del BID, subrayó el vertiginoso proceso de urbanización de América Latina y la presión que sus habitantes, ahora con mayor poder adquisitivo, ejercen sobre unas autoridades incapaces de satisfacer las demandas de mejores servicios públicos.
En resumen, reformas y libre comercio, o dicho de otra manera la Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile) como modelo a imitar frente al estancamiento de Mercosur o la vía al subdesarrollo de Cuba y Venezuela, para afrontar la encrucijada en que se encuentra el continente.
En el tintero se quedaron las dificultades para aplicar y desarrollar esas reformas, el problema de la debilidad institucional de la mayoría de los países, lo que se traduce generalmente en exceso de burocracia, corrupción e impunidad, o el debate sobre si las conquistas de hoy serán reversibles mañana, si a la Década Dorada sucederá otra Década Perdida. Pero, al menos, como dijo Humala, parece que esta vez América Latina tiene claro lo que no quiere. 

lunes, 30 de junio de 2014

El Papa dice que los comunistas robaron a la Iglesia la bandera de la pobreza




Francisco I vuelve a ahondar en política en una entrevista con el periódico 'Il Messaggero'.

"No digo que sean todos corruptos, pero creo que será difícil permanecer honestos en política".


AGENCIAS Roma 


El papa Francisco, el 29 de junio de 2014, en el Vaticano. / ALESSANDRO BIANCHI (REUTERS)

El papa Francisco ha asegurado que los comunistas le han robado a la Iglesia Católica la causa o "la bandera de los pobres", que, a su juicio "es cristiana" puesto que se sitúa en el centro del Evangelio desde hace veinte siglos. "Los comunistas nos han robado la bandera. La bandera de los pobres es cristiana (...). Los comunistas dicen que todo esto de la pobreza es algo comunista. Sí, claro, ¿cómo no?... Pero veinte siglos después (de la escritura del Evangelio). Cuando ellos hablan, nosotros podríamos decirles: ¡Pero si sois cristianos!", ha dicho.
En estos términos se expresó el pontífice en una entrevista publicada este domingo por el rotativo italiano Il Messaggero, en la que repasa temas como la política, la caída de la natalidad en Europa, el papel de la mujer en el seno de la Iglesia Católica o la explotación infantil. Al ser preguntado sobre si existe una jerarquía de valores en la gestión de lo público, ha especificado que hay que "tutelar siempre el bien común" y que esta es "la vocación del político" que incluye "la custodia de la vida y su dignidad".

La corrupción, desgraciadamente, es un fenómeno mundial. Hay jefes de estado encarcelados por esta cuestión. He reflexionado mucho y he llegado a la conclusión de que muchos males crecen, sobre todo, en épocas de cambio".
Jorge Bergoglio.

"No digo que sean todos corruptos, pero creo que debe ser difícil permanecer honestos en política", ha agregado. Además, ha matizado que hay personas que quieren hacer las cosas "claras" pero que encuentran "dificultades" y es como si fueran "fagocitadas por un fenómeno endémico, a mucho niveles transversal", porque las presiones hacia "una cierta deriva moral" son más "fuertes".
Ha añadido: "La corrupción, desgraciadamente, es un fenómeno mundial. Hay jefes de estado encarcelados por esta cuestión. He reflexionado mucho y he llegado a la conclusión de que muchos males crecen, sobre todo, en épocas de cambio". Así, ha detallado que es "un cambio de cultura" y que el cambio de época "alimenta la decadencia moral, no sólo política sino también de la vida financiera o social".
Asimismo mostró su preocupación por la caída de la natalidad en Europa, un continente que, a su juicio, parece haberse "cansado de ejercer de madre y prefiere hacer de abuela". "El otro día leía una estadística sobre los criterios de compra de la población a nivel mundial. A la alimentación, la vestimenta y la medicina le seguían la cosmética y los gastos para los animales", señaló.
Al hablar del papel femenino en la Iglesia, el Papa ha explicado que "la mujer es lo más bonito que ha creado Dios" y que la Iglesia es mujer, aunque ha precisado que no se habla mucho de ello y que hay que trabajar sobre la "teología de la mujer". "No se puede hacer teología sin esta feminidad", ha añadido.
Además, ha explicado que la Iglesia "debe ayudar a las familias en dificultad" con un trabajo en salida que imponga un "esfuerzo común" a tiempo que ha recalcado la necesidad de "salir a la calle, buscar la gente ir por las casas, visitar a las familias, ir a las periferias". "No ser una Iglesia que sólo recibe, sino que ofrece".
Sobre sus reformas en el interior de la Iglesia, como el consejo de ocho cardenales encargado de la reforma de la Curia, el Papa aseguró seguir las peticiones que los purpurados realizaron durante las congregaciones generales previas al cónclave del año pasado. "Mis decisiones son fruto de las reuniones pre-cónclave. No he hecho nada solo", reconoció. 

El fracaso de Ortega y Gasset



Vocación intelectual y política


Por Mario Vargas Llosa |  Para LA NACION




Me hubiera gustado escuchar una conferencia de José Ortega y Gasset, o, mejor todavía, seguir alguno de sus cursos. Todos quienes lo escucharon dicen que hablaba con la misma elegancia e inteligencia con la que escribía, en un español rico y fluido, muy seguro de sí mismo, con ciertos desplantes vanidosos que no ofendían a nadie por la enorme cultura que exhibía y la claridad con que era capaz de desarrollar los temas más complejos. La doctora Margot Arce, que fue su alumna, me contaba en Puerto Rico, medio siglo después de haberlo escuchado, el silencio reverencial y extático que su palabra imponía al auditorio. Me lo imagino muy bien; incluso cuando uno lo lee -y yo lo he leído bastante, siempre con placer- tiene la sensación de estarlo oyendo, porque en su prosa clara y frondosa hay siempre algo de oral.


La biografía que acaba de publicar Jordi Gracia (Taurus) muestra un Ortega y Gasset mucho menos recio y firme en sus ideas y convicciones de lo que se creía, un intelectual que de tanto en tanto experimenta crisis profundas de desánimo que paralizan esa energía que, en otras épocas, parece inagotable y lo lleva a escribir, estudiar y meditar sin tregua, durante semanas y meses, produciendo artículos, ensayos, una correspondencia ingente, dando clases y conferencias y desarrollando al mismo tiempo una labor editorial que dejaba una huella importante en la cultura de su tiempo. Muestra, también, que ese trabajador infatigable era, como un Isaiah Berlin, prácticamente incapaz de planear y terminar un libro orgánico, pese a tener la intuición premonitoria de tantos, que nunca llegaría a escribir, porque la dispersión lo ganaba. Por eso fue, sobre todo, un escritor de artículos y pequeños ensayos, y sus libros, todos ellos con excepción del primero -lasMeditaciones del Quijote- recopilaciones o inconclusos. Nada de eso empobrece ni resta originalidad a su pensamiento; por el contrario, como ocurre con los textos casi siempre breves de Isaiah Berlin, los artículos de Ortega son generalmente algo mucho más rico y profundo que lo que suele ser un artículo periodístico; planteamientos, exposiciones o críticas que a menudo abordan temas de muy alto nivel intelectual y cargados de ideas sugestivas a veces deslumbrantes y, sin embargo, siempre asequibles al lector no especializado.
Por eso ha hecho muy bien Jordi Gracia al rastrear como un sabueso toda la trayectoria de los artículos de Ortega y Gasset; es la más segura manera de acercarse a su intimidad de pensador y de escritor, de averiguar cómo discurría en él su vocación de filósofo y de literato. Todo comenzaba por una idea o una intuición que volcaba en un artículo (a veces en varios). De allí ese embrión pasaba la prueba de una clase o una charla pública y, enriquecido, cuajaba en un ensayo. Aunque muchas veces tenía la idea de prolongarlo en un libro, por lo general no pasaba de allí, porque otra intuición, hallazgo o invención genial lo desviaba a otro artículo que, luego, siguiendo el mismo itinerario, terminaba desembocando en uno de esos ensayos -con frecuencia excelentes y a menudo soberbios- que son la columna vertebral de su obra y que ocuparon gran parte de su vida.
Jordi Gracia muestra también que la vocación política fue tan importante en Ortega como la intelectual. En su juventud, en su temprana y media madurez, ambas vocaciones se fundían en una sola; quería ser un gran pensador y un gran escritor para cambiar a España de raíz, volverla europea, modernizarla, democratizarla, lo que para él -como para los intelectuales que atrajo a la Agrupación al Servicio de la República- significaba llevar a gobernar el país a sus hijos más cultos, inteligentes y decentes, en vez de esa clase política que desprecia por mediocre, falta de ideas y de creatividad, acomodaticia y cínica. A tratar de formar un movimiento que materialice ese proyecto dedica buena parte de su tiempo, pues él está convencido de que se trata de una acción cultural, de diseminación de ideas nuevas y fértiles, y eso explica que se vuelque de ese modo a la tarea periodística, en diarios y revistas, convencido de que ésa es la mejor manera de cambiar la política en uso, contagiando entusiasmo por unas ideas y unos valores que deben llegar al gran público de la misma manera que llegaban a sus estudiantes: a través de la persuasión. En eso consistía lo que él llamaba su "liberalismo", aunque, muchas veces, le añadiera la palabra socialismo, para indicar que aquella revolución cultural de la vida política no estaría exenta de un fuerte contenido social. La República le pareció que era el régimen más propicio para aquella transformación política de España.
Sin embargo, aquellos no eran tiempos para la sana controversia de las ideas como quería Ortega, sino la de los fanatismos encontrados, en la que los insultos y las pistolas reemplazaban rápidamente los debates y los diálogos entre los adversarios. Éste será el gran fracaso de Ortega, la absoluta inoperancia de aquella pacífica revolución cultural que proponía y que, primero, la violenta experiencia republicana y luego la sublevación fascista y la guerra enterrarían por más de medio siglo.
El libro de Jordi Gracia da cuenta pormenorizada y con admirable objetividad de la traumática experiencia que significó para Ortega el desmoronamiento de todos sus anhelos políticos. Primero, la desilusión que tuvo con la República que no se parecía en nada a aquella ilustrada coexistencia en la diversidad que había previsto, y, luego, la sublevación militar y la Guerra Civil. La impotencia lo condujo al silencio. Pero nunca traicionó su propio ideal, aunque admitiera que, en esa circunstancia, era simplemente impracticable, desprovisto de toda realidad. El silencio que guardó en tantos años de exilio, en Francia, en Portugal, en la Argentina, desprestigió a Ortega a los ojos de muchos. Yo creo que fue un acto de gran coraje tratar de mantenerse al margen, sin tomar partido, por dos opciones que le parecían igualmente inaceptables: el fascismo y una república muy poco democrática, dominada por los extremismos sectarios.
Creo que fue un gran error de su parte volver a España en plena dictadura, creyendo ingenuamente que con la posguerra el régimen se abriría, y la verdad es que lo pagó caro, pues, como muestra con lujo de detalles Jordi Gracia, a la vez que seguía siendo atacado (y silenciado) con ferocidad por el nacional catolicismo, ciertos sectores falangistas trataban de apropiárselo, sembrando la confusión en torno de él, al extremo de que seguidores suyos tan fieles como María Zambrano llegaran a creer que había traicionado sus viejos ideales. Nunca los traicionó; hasta el fin de sus días fue laico y ateo y defensor de una democracia liberal signada por la tolerancia. Al mismo tiempo, pese a la incomodidad política permanente en la que pasó sus últimos años, su vitalidad intelectual nunca cesó de manifestarse, en ensayos y artículos que recobraban a veces el vigor expresivo y la riqueza creativa de antaño. El reconocimiento que tuvo en los últimos años fue en el extranjero, en Alemania sobre todo, pero también en Inglaterra y en Estados Unidos. En España, en cambio, y hasta hoy día, nunca se lo ha reivindicado del todo, porque, para unos, es una figura ambigua y reticente, que mantuvo durante la Guerra Civil y la inmediata posguerra un silencio cobarde que constituía una discreta complicidad con los fascistas, o un conservador de viejo cuño, inadaptado e irremisiblemente enemistado con la modernidad.
Uno de los grandes méritos del libro de Jordi Gracia es que, sin excusarle ninguna de sus equivocaciones y errores políticos ni dejar de señalar cómo a veces la vanidad lo cegaba y lo llevaba a exagerar sus exabruptos, hecho el balance, Ortega y Gasset es uno de los grandes pensadores de nuestra época, y que, precisamente en el tiempo en que vivimos -no en el que él vivió-, sus ideas políticas han sido en buena medida confirmadas por la realidad. Leerlo ahora no es un quehacer arqueológico, sino una inmersión en un pensamiento candente, muy provechoso para encarar la problemática actual, a la vez que disfrutar del placer exquisito que produce un escritor que pensaba con gran libertad y originalidad y expresaba sus ideas con la belleza y la precisión de los mejores prosistas de nuestra lengua..