Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

sábado, 21 de abril de 2012

Una vaca en el camino de Deng Xiaoping


 

 

 

 

La destitución del dirigente chino Bo Xilai, cuya esposa está acusada del homicidio de un británico, se enmarca en las tradicionales luchas de poder en el Partido Comunista Chino

 

EL PAÍS/JOSE REINOSO Pekín

A finales de 1989 -meses después de las protestas de la plaza Tiananmen, que desencadenaron la purga del entonces Secretario General del Partido Comunista Chino (PCCh), Zhao Ziyang, por simpatizar con los estudiantes-, circuló en Pekín un chiste político que sintetizaba los riesgos que jalonan el camino hacia el poder en el país asiático. Contaba que en una ocasión iba el líder chino Deng Xiaoping en un coche con otros dos altos dirigentes cuando encontraron que una vaca bloqueaba la carretera. Uno de los funcionarios amenazó al animal con declarar la ley marcial -como había hecho Deng durante las manifestaciones de Tiananmen-, pero este no se movió. El otro le advirtió que enviarían al Ejército, y la vaca se puso rápidamente de pie. Pero no fue hasta que Deng musitó en la oreja al bovino que lo iba a nombrar jefe del partido que el animal salió corriendo asustado.
La broma debió de sonar dura a muchos en aquellos meses tristes, cuando el país estaba aún sacudido por los efectos de la matanza en la madrugada del 4 de junio, pero resumía lo que había ocurrido en el pasado y volvería a ocurrir en el futuro a algunos de quienes ambicionan el poder en este país de régimen de partido único y equilibrios delicados entre las distintas facciones.

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La intervención del Ejército, ordenada por Deng para poner fin a la Primavera de Pekín, provocó entre varios cientos y miles de muertos, según las fuentes, con un Zhao Ziyang bajo arresto domiciliario tras haber sido acusado por el entonces primer ministro y gran enemigo político, Li Peng, y otros miembros del ala dura de apoyar las revueltas y dividir el partido.
Las puertas giratorias del PCCh han vuelto a expulsar a otro de sus altos dirigentes, Bo Xilai, exsecretario del partido en la municipalidad de Chongqing y líder del ala más izquierdista y conservadora. Y, aunque las circunstancias sean muy distintas de las que provocaron la defenestración de Zhao Ziyang, su salida trae ecos de las tradicionales luchas intestinas.
Bo, de 62 años, claro aspirante hasta hace unas semanas a entrar en el próximo Comité Permanente del Politburó -actualmente integrado por nueve miembros-, ha sido expulsado del Politburó (25 miembros), bajo sospecha de estar implicado en “graves violaciones de disciplina” y está siendo investigado. El mismo día que fue anunciada su destitución, la semana pasada, su esposa, Gu Kailai, y uno de los empleados del matrimonio, Zhang Xiaojun, fueron acusados de ser “altamente sospechosos” del homicidio, en noviembre pasado, de un hombre de negocios británico, Neil Heywood, amigo de la familia. Pekín no ha explicado cómo murió el empresario, pero ha insistido que hay una investigación en curso y que “nadie en China está por encima de la ley”.
Según la prensa británica, que cita, entre otras, fuentes cercanas a la policía, Heywood fue envenenado con cianuro potásico porque amenazó con desvelar un plan de Gu Kailai para sacar de China una gran suma de dinero. Afirman que Gu pidió a finales del año pasado a Heywood que le ayudara a evadir el dinero, y, cuando este le exigió una comisión mayor de la que ella estaba dispuesta a darle, ordenó que lo mataran. Otras informaciones mezclan las supuestas fuga de capitales y corrupción con la existencia de una relación íntima entre Gu y Heywood, y afirman que fue Bo Xilai quien mandó su asesinato.
El mayor escándalo político que vive China desde las luchas internas en el partido durante las manifestaciones de Tiananmen ha estallado cuando el país se dispone a celebrar este otoño el XVIII Congreso del PCCh, que dará entrada a una nueva generación de líderes, encabezada por el actual vicepresidente, Xi Jinping, y el viceprimer ministro Li Keqiang, quienes se prevé que ocupen en marzo de 2013 la presidencia y la jefatura de Gobierno, respectivamente.
El mayor escándalo político que vive China desde las luchas internas en el partido durante las manifestaciones de Tiananmen ha estallado cuando el país se dispone a celebrar este otoño el XVIII Congreso del PCCh.

La caída tumultuosa de Bo rompe el cambio hacia transiciones tranquilas iniciado en 2002. Ese año, en el congreso quinquenal, Hu Jintaoheredó las riendas del PCCh de Jiang Zemin, en lo que fue calificado como el primer relevo de poder pacífico en la historia del partido.
La caída del ambicioso y carismático Bo ha vuelto a traer a la memoria las luchas e intrigas que marcaron el gobierno de Mao Zedong y el de Deng Xiaoping. Entre los dos, expulsaron a cinco sucesores designados.
Mao destituyó a su primer sucesor, Liu Shaoqi, durante la Revolución Cultural (1966-1976) por capitalista. Murió en prisión. Fue sustituido por Lin Biao, quien falleció en un extraño accidente de aviación en 1971. Fue acusado de haber intentado dar un golpe contra Mao. El tercer sucesor, Hua Guofeng, del cual se dice que Mao le dijo poco antes de morir “Contigo a cargo, mi corazón está tranquilo”, fue apartado por Deng en 1977, un año después de la muerte del Gran Timonel. Deng había sido purgado dos veces por Mao antes de regresar y asumir el poder.
En 1987, Deng Xiaoping destituyó a su propio sucesor, Hu Yaobang, por simpatizar con manifestantes prodemocráticos. Fue reemplazado por Zhao Ziyang. La muerte de Hu Yaobang en abril de 1989 fue la chispa que desencadenó las protestas de Tiananmen. Un mes después, Zhao Ziyang cayó también en desgracia.
El último elegido por Deng, Jiang Zemin, sí finalizó su mandato. Logró deshacerse de sus potenciales rivales y se mantuvo en el cargo durante la siguiente década hasta que entregó el poder a Hu Jintao. En 1995, Chen Xitong, exalcalde de Pekín y miembro del Politburó, fue apartado. Tres años más tarde, fue condenado a 16 años de cárcel por corrupción. Chen era integrante de la facción de Pekín, rival de la facción de Shanghai de Jiang Zemin.
En 2006, tras la llegada de Hu Jintao, el secretario del PCCh en Shanghai y miembro del Politburó, Chen Liangyu, fue purgado y condenado posteriormente a 18 años también por corrupción. La caída de Chen Liangyu -hombre cercano a Jiang- fue vista como un movimiento orquestado por Hu para consolidar su poder y deshacerse de un rival.
El Gobierno se ha apresurado a difundir en los medios oficiales que la destitución de Bo Xilai no tiene nada que ver con disputas políticas. Mientras, ha cerrado páginas neomaoístas, que defendían a Bo y hablaban de una purga. Algunos rumores en Internet han señalado que los partidarios de Bo Xilai intentaban hacer descarrilar el relevo generacional en el congreso y han hablado de un golpe de Estado. En los cafés y restaurantes en Pekín, no es extraño oír hablar estos días del caso, y funcionarios del Gobierno reconocen que siguen con pasión las noticias sobre el líder caído en la prensa extranjera.
Pocos analistas y observadores políticos tienen dudas de que el hundimiento de Bo Xilai se debe a algo más que “graves violaciones de disciplina”. “La limpia de Bo no es una victoria de la justicia y no es un logro de la justicia, más bien es una prueba clara de que el partido está por encima de la justicia”, ha escrito en Twitter el artista y disidente Ai Weiwei.
El estilo extrovertido y claramente ambicioso del exdirigente de Chongqing había provocado rechazos en un partido donde las salidas de tono y el protagonismo abierto son vistos como ofensivos por muchos dirigentes. Según algunos analistas, la salida de Bo indica la existencia de una lucha de poder entre el ala conservadora del partido y la liberal. “Bo Xilai no ha caído por las acusaciones de que era un corrupto y los supuestos abusos e ilegalidades que cometió durante la campaña que lanzó contra la corrupción y la criminalidad en Chongqing sino solo porque su estrategia para hacerse un hueco en el Comité Permanente fue heterodoxa”, afirma un hombre de negocios extranjero, buen conocedor de China.

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jueves, 19 de abril de 2012

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El laberinto Eskenazi


página 12

EL PAIS › DEUDA, CAIDA DE LA ACCION Y SIN DIVIDENDOS
Las acciones de YPF se desmoronaron ayer 28,7 por ciento en la Bolsa de Buenos Aires y 32,7 por ciento en la de Nueva York. Eskenazi tiene una elevada deuda por la compra de acciones.
 Por Cristian Carrillo
Las acciones de YPF sufrieron ayer el peor derrumbe de precios desde 2009, al ubicarse en los mismos valores mínimos de ese año. Los papeles de la petrolera cedieron 28,7 por ciento en la Bolsa porteña, mientras que en Wall Street –tras un día y medio de estar suspendida su cotización– perdieron el 32,7 por ciento. Como resultado, la capitalización bursátil de la empresa, que ahora se ubica en torno de los 5160 millones de dólares, se encuentra en una tercera parte de los 16.000 millones que representaba a principio de año.
Este derrumbe deja en una situación financiera cada vez más frágil al Grupo Petersen, que detenta el 25 por ciento del paquete accionario. La decisión oficial de hacerse cargo de la petrolera y de suspender la distribución de dividendos para comenzar obras de inversión complica la disponibilidad de flujos para que el grupo que conduce la familia Eskenazi pueda afrontar un pasivo de 2900 millones de dólares, que utilizó para la compra de su parte en YPF.
La operación de Eskenazi para hacerse del 25 por ciento de YPF se realizó en dos tramos. El primero, por 2235 millones de dólares, para adquirir el 14,9 por ciento de la filial argentina. En este caso, el Grupo Petersen aportó sólo 100 millones de dólares. El resto correspondió a un préstamo de Repsol, por 1015 millones, y de un pool de bancos, por 1018 millones. Ese grupo de entidades estaba conformado por el Crédit Suisse, Goldman Sachs, BNP Paribas y Banco Itaú Europa. El segundo tramo fue el año pasado, por un 10 por ciento adicional del paquete, a partir de un crédito de 1400 millones de dólares a cinco años, que aportaron nuevamente Repsol (730 millones de dólares) y los bancos Itaú, Standard Bank, Crédit Suisse, Santander y Citi (670 millones).
El acuerdo era que Eskenazi pagaría la deuda con los dividendos que fuese a obtener por su participación en YPF. Aprovechando la agresiva política de distribución de dividendos que llevó a cabo Repsol, Eskenazi logró saldar casi 600 millones de dólares con los bancos. No obstante, le restan 1170 millones de dólares del crédito bancario, más los 1745 millones que le facilitó Repsol.
Con la distribución de utilidades frenada, por lo menos, en los próximos dos años, según adelantó el viceministro de Economía, Axel Kicillof, Eskenazi se queda sin su principal fuente de ingreso. Otra posibilidad es que venda la totalidad de sus acciones. Sin embargo, la pérdida que sufrió la capitalización de YPF no le resulta atractivo. A los valores actuales de unos 5000 millones de dólares, el 25 por ciento (1250 millones) no alcanzarían para cumplir con todos sus acreedores. En este caso, Repsol es la más perjudicada, porque los bancos tienen prioridad de cobro. El Grupo Petersen resaltó ayer que “los créditos (sus condiciones) aún están vigentes” y que la compañía se encuentra “analizando distintas alternativas financieras, junto con el pool de bancos que los respaldan”.

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miércoles, 18 de abril de 2012

Estados Unidos y la Primavera Árabe: una llamada a la creatividad


El comportamiento de Washington no ha sido un obstáculo para las transformaciones revolucionarias, pero debe impulsar el respeto a los valores humanitarios y democráticos por los nuevos regímenes.

 


Uno de los aspectos más importantes de la primavera árabe es la redefinición de los principios que hasta ahora dominaban la política exterior estadounidense. Estados Unidos, al mismo tiempo que está retirando su ejército de Irak y Afganistán, unas campañas iniciadas por razones —controvertidas— de seguridad nacional, está empezando a tener una presencia en otros Estados de la región (aunque de forma incierta) en forma de intervenciones humanitarias. ¿La reconstrucción democrática va a sustituir a los intereses nacionales como estrella polar de la política norteamericana en Oriente Próximo? ¿Esa reconstrucción democrática es lo que representa verdaderamente la primavera árabe? ¿Con qué criterios?
El consenso que está implantándose es que Estados Unidos tiene la obligación moral de alinearse con los movimientos revolucionarios en Oriente Próximo como una especie de compensación por sus políticas durante la guerra fría (invariablemente calificadas de “equivocadas”), que le hicieron cooperar con Gobiernos no democráticos de la región por motivos de seguridad. Después, se dice, el apoyo ofrecido a Gobiernos frágiles en aras de la estabilidad internacional engendró, a la larga, inestabilidad. Aun reconociendo que algunas de las políticas de aquel periodo se prolongaron cuando ya habían dejado de ser útiles, la estructura de la guerra fría duró 30 años y dio pie a transformaciones estratégicas decisivas, como el hecho de que Egipto abandonase su alianza con la Unión Soviética y la firma de los acuerdos de Camp David. El modelo que está surgiendo hoy, si no logra establecer una relación apropiada con sus objetivos teóricos, corre el peligro de ser intrínsecamente inestable desde el primer momento, y eso enterraría los valores que dice defender.
Se habla de la primavera árabe como una revolución regional, encabezada por los jóvenes, en favor de los principios democráticos liberales. Pero no son esas fuerzas las que gobiernan Libia, que casi ha dejado de ser un Estado; tampoco Egipto, cuya mayoría electoral (quizá permanente) es abrumadoramente islamista; ni parece que los demócratas sean la fuerza predominante en la oposición siria. La postura de la Liga Árabe a propósito de Siria no la marcan países que se hayan distinguido hasta ahora por la práctica ni la defensa de la democracia, sino que refleja, en gran parte, el milenario conflicto entre chiíes y suníes y el intento por parte de estos últimos de recuperar el poder en manos de una minoría chií. Esa es precisamente la razón de que tantos grupos minoritarios —drusos, kurdos, cristianos— miren con preocupación un cambio de régimen en el país.
La confluencia de numerosos grupos que tienen distintos agravios y coinciden en eslóganes generales no es todavía un resultado democrático. La victoria implica la necesidad de destilar una evolución democrática y establecer un nuevo foco de autoridad. Cuanto más se destruya el orden existente, más difícil resultará establecer una autoridad nacional y más probable será el recurso a la fuerza o la imposición de una ideología universal. Y, cuanto más se fragmente la sociedad, mayor será la tentación de alimentar la unidad mediante llamamientos a una visión nacionalista e islamista en contra de los valores y los objetivos sociales de Occidente.
El derrocamiento de la estructura actual es una forma de garantizar un proceso abrasador. Debemos tener mucho cuidado porque, en esta época en la que cada vez tenemos menor capacidad de concentración, las revoluciones se convierten, para el mundo exterior, en una experiencia pasajera en internet, que se observa con intensidad durante unos momentos y luego se olvida, cuando se considera que ya ha pasado lo principal. Las revoluciones hay que juzgarlas por su meta, no por su origen; por su resultado, no por sus proclamaciones.
Las revoluciones hay que juzgarlas por su meta, no por su origen; por su resultado, no por sus proclamaciones

Las preocupaciones humanitarias no eliminan la necesidad de relacionar los intereses nacionales con un concepto de orden mundial. Para Estados Unidos, una doctrina de intervención humanitaria general en las revoluciones de Oriente Próximo será algo insostenible si no va unida a un concepto de seguridad nacional. La intervención debe tener en cuenta la importancia estratégica y la cohesión social de un país (incluida la posibilidad de fracturar su compleja composición confesional) y evaluar qué es verosímil que se pueda construir en lugar del viejo régimen.
La opinión pública estadounidense ya ha mostrado su rechazo a la dimensión de los esfuerzos sucesivos para transformar Vietnam, Irak y Afganistán. ¿Alguien cree que una intervención con unos objetivos estratégicos menos explícitos y que no alegue los intereses nacionales estadounidenses va a conseguir hacer menos complicada una campaña de construcción nacional? ¿Tenemos alguna preferencia sobre los grupos que deben obtener el poder? ¿O somos agnósticos siempre que los mecanismos sean electorales? En tal caso, ¿cómo evitamos el peligro de fomentar un nuevo absolutismo cuya legitimidad nazca de unos plebiscitos controlados? ¿Qué resultados son compatibles con los intereses estratégicos fundamentales de Estados Unidos en la región? ¿Será posible compaginar la retirada estratégica de unos países clave y la reducción del gasto militar con las doctrinas de intervención humanitaria universal? Estos aspectos han estado muy ausentes del debate sobre la política de Estados Unidos respecto a la Primavera Árabe.
Si la primavera árabe va a ampliar las libertades individuales o si va a sustituir el autoritarismo feudal por un nuevo periodo de poder absoluto basado en elecciones manipuladas y mayorías sectarias permanentes es algo que no se va a saber por las primeras proclamaciones de los revolucionarios. Las fuerzas políticas fundamentalistas tradicionales, fortalecidas por su alianza con los revolucionarios radicales, amenazan con dominar el proceso, mientras que los elementos de redes sociales que tanto influyeron al principio están quedándose al margen.
Estados Unidos debe alentar las aspiraciones regionales de cambio político. Pero no es prudente buscar resultados equivalentes en todos los países ni exigirles el mismo ritmo. Un asesoramiento discreto puede defender los valores estadounidenses tan bien o mejor que las proclamaciones públicas, que seguramente suscitan sentimientos de asedio. Adaptar la postura de Estados Unidos al caso concreto de cada país y a otros factores relevantes, como la seguridad nacional, no es abandonar los principios; es la esencia de una política exterior creativa.
Estados Unidos debe estar preparado para dialogar con Gobiernos islamistas elegidos democráticamente

Durante más de medio siglo, la política estadounidense en Oriente Próximo se ha regido por varios objetivos de seguridad: impedir que hubiera una potencia hegemónica en la zona; asegurar la libre circulación de los recursos energéticos, todavía esenciales para el funcionamiento de la economía mundial; e intentar mediar en una paz duradera entre Israel y sus vecinos, incluido un acuerdo con los árabes palestinos. En la última década, Israel se ha convertido en el principal obstáculo para alcanzar estos tres objetivos. Estos intereses no han quedado anulados por la primavera árabe, sino que su ejecución se ha vuelto más urgente. Un proceso que termine con Gobiernos regionales demasiado débiles o demasiado antioccidentales para permitir esas metas y en el que la colaboración norteamericana no sea bien recibida debe tener en cuenta nuestros intereses estratégicos, independientemente de los mecanismos electorales que faciliten la llegada de esos Gobiernos al poder. Dentro de esos límites generales, Estados Unidos tiene suficiente margen para la creatividad a la hora de promover los valores humanitarios y democráticos.
Estados Unidos debe estar preparado para dialogar con Gobiernos islamistas elegidos democráticamente. Pero también tiene la libertad de defender un principio normal de la política exterior tradicional, que es el de condicionar su posición a la coincidencia de sus intereses con las acciones del Gobierno en cuestión.
Hasta ahora, el comportamiento de Estados Unidos durante las revueltas árabes le ha permitido no ser un obstáculo para las transformaciones revolucionarias. No es poca cosa. Pero no es más que un elemento más de una estrategia eficaz. A la hora de la verdad, la política de Estados Unidos se valorará también cuando se vea si el resultado final de laprimavera árabe hace que los Estados reformados sean más responsables respecto a las instituciones humanitarias y del orden internacional.
Henry A. Kissinger es exsecretario de Estado norteamericano.
© 2012 TRIBUNE MEDIA SERVICES, INC.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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