Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

viernes, 1 de noviembre de 2013

Kerry reconoce que el espionaje de EE UU ha ido “demasiado lejos”



El secretario de Estado dice que su país intentará que estas prácticas no ocurran en el futuro.

Obama ha ordenado suspender las escuchas sobre el FMI y el Banco Mundial.


CRISTINA F. PEREDA Washington 



John Kerry durante una comparencia en el Congreso. / KRIS CONNOR (AFP)

El secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, aseguró este jueves que el espionaje realizado por la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) norteamericana “ha ido demasiado lejos”. Kerry participaba por videoconferencia en un foro sobre gobierno en Londres cuando afirmó que la Administración estadounidense trabajará para asegurarse de que estas acciones “no ocurren de nuevo en el futuro”.
Kerry reconoció durante su intervención que tanto él como el presidente Obama conocieron recientemente, por primera vez, la existencia de algunos de los programas de vigilancia adelantados en los últimos meses por el exanalista de la NSA, Edward Snowden. Las revelaciones por el espionaje masivo de EE UU intensificaron la polémica internacional esta última semana al salir a la luz que la NSA había escuchado las comunicaciones de 35 líderes mundiales, incluida la canciller alemana, Angela Merkel.
“No hay ninguna duda de que tanto el presidente como yo y como otros miembros del gobierno nos hemos enterado de algunas cosas que han estado ocurriendo porque el sistema funcionaba con piloto automático simplemente porque existía la tecnología”, afirmó Kerry durante su intervención en la Cumbre Anual de Gobierno Abierto, celebrada en Londres.
“Les puedo garantizar que este proceso no abusa de personas inocentes, pero es un programa para recabar información y en algunos casos el proceso ha ido demasiado lejos inadecuadamente”, declaró el secretario. En esta misma línea, el presidente Obama ha reiterado en varias ocasiones que el trabajo de la NSA debe ajustarse a las necesidades de EE UU, no a los límites -muy superiores- que imponga la capacidad tecnológica de los sistemas.

Hemos impedido que caigan aviones, que estallen edificios y que personas sean asesinadas porque pudimos conocer esos planes antes de tiempo”

Según la agencia Reuters, la Administración Obama habría instaurado uno de esos límites en las comunicaciones desde las sedes de Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Un miembro del Gobierno declaró a Reuters que el presidente ha pedido a la NSA en las últimas semanas que ponga fin inmediato a las escuchas en estos organismos.
A pesar de sus críticas al sistema, el secretario de Estado defendió este jueves la necesidad de vigilar las comunicaciones en la lucha contra el terrorismo y para contribuir a la defensa de la seguridad nacional de EE UU. “¿Y si fuéramos capaces de interceptar [ataques] e impedir que lleguen a producirse?”, dijo Kerry. “Hemos impedido que caigan aviones, que estallen edificios y que personas sean asesinadas porque pudimos conocer esos planes antes de tiempo”.
La lucha contra el terrorismo también ha servido para justificar una nueva legislación, aprobada este jueves por el Comité de Inteligencia del Senado, que extenderá las competencias de la NSA dentro de EE UU. El proyecto de ley, impulsado por la influyente senadora demócrata Dianne Feinstein, contempla permite a la NSA seguir recabando datos de las comunicaciones telefónicas de los ciudadanos estadounidenses. Este permiso deberá renovarse cada tres meses y concede al Gobierno la autoridad para conservar los datos obtenidos.
“El sistema de recolección de datos de la NSA es legal y está sometido a una extensa vigilancia parlamentaria y judicial”, aseguró Feinstein en un comunicado tras la votación del proyecto de ley, que salió adelante con 11 votos a favor y cuatro en contra. “Aún así, considero que podemos y debemos hacer más para aumentar el nivel de transparencia y recuperar el respaldo del público a las medidas que protegen su privacidad”.
El proyecto de ley, que ahora deberá ser refrendado por el pleno del Senado, contempla que los analistas de los servicios de inteligencia pueda estudiar los datos de un individuo si hay “sospechas razonables” de que esté vinculado con el terrorismo internacional. Feinstein añadió en defensa de la legislación que las labores de la NSA contribuyen a la seguridad nacional.
La senadora, sin embargo, había criticado esta semana las actividades de la NSA para interceptar las comunicaciones de 35 líderes internacionales, entre los que se encontraba la canciller alemana, Angela Merkel. Feinstein aseguró que tales actividades debían terminar, pero no así las correspondientes a los ciudadanos estadounidenses, y que la Casa Blanca ya contempla modificaciones al trabajo de la agencia.
El senador demócrata Mark Udall, miembro del comité de inteligencia, criticó este jueves que la legislación “no respeta los valores constitucionales” de EE UU y “necesita modificaciones fundamentales, no cambios puntuales”. La ley, según Udall, “no va lo suficientemente lejos como para responder a la amplitud de los programas de vigilancia doméstica de la NSA”. 

No queremos que nos desnuden

 

 

Las nuevas tecnologías no solo facilitan el trabajo de los servicios secretos, sino también el de los periódicos sensacionalistas. Proteger la intimidad personal, sin embargo, es crucial para la libertad y la seguridad.





ENRIQUE FLORES

El Gran Hermano nunca lo ha tenido tan fácil. ¿Por qué? En una palabra, por la tecnología. El volumen de información privada que compartimos en nuestro smartphone y la facilidad de acceso a esos datos que tienen hoy los espías hacen que, a su lado, la Stasi sea una reliquia de la Edad Media. Por desgracia, los espías no son los únicos que “leen nuestras cartas”, por usar una expresión pasada de moda, y que siguen todos nuestros movimientos. También lo hacen periodistas británicos que pinchan teléfonos y empresas estadounidenses de Internet que devoran datos en busca de beneficios.
También basta con una palabra para decir qué bien fundamental es el que está amenazado por todos esos agentes reforzados por la tecnología: la privacidad. “La privacidad ha muerto. Hay que hacerse a la idea”, dijo una vez, por lo visto, un directivo de Silicon Valley. Pero algunos no estamos dispuestos a aceptarlo. Queremos que no nos desnuden por completo. Creemos que proteger la intimidad personal es crucial, no solo para la dignidad humana, sino también para otros dos bienes fundamentales: la libertad y la seguridad.
El problema es que la privacidad es esencial para la libertad y la seguridad pero, al mismo tiempo, está en tensión con ellas. Un ministro del Gobierno que le paga las sábanas de raso a su amante a expensas del contribuyente francés no tiene derecho a protestar cuando la prensa divulga sus vergüenzas. La libertad del ciudadano para examinar la conducta de los personajes superiores es más importante que el derecho a la intimidad del ministro. La pregunta es: ¿Dónde y cómo trazamos el límite entre lo que redunda en interés de la gente y lo que solo “interesa a la gente”? Del mismo modo, si queremos estar protegidos frente a atentados terroristas cuando vamos a trabajar, es necesario pinchar los teléfonos y leer los correos de algunos personajes posiblemente peligrosos. La pregunta es: ¿Quiénes, cuántos y con qué controles?
La conclusión principal de lo que han sacado a la luz las informaciones de The Guardian, The New York Times y otros periódicos sobre las filtraciones de Edward Snowden es que esos controles no han funcionado bien ni en Estados Unidos ni en Gran Bretaña. La NSA y el GCHQ se dedicaron a absorber demasiados datos sobre demasiadas personas particulares en demasiados países, aprovechando el margen que les otorgaban unas leyes caducas y poco específicas y una supervisión insuficiente del Congreso y el Parlamento, respectivamente. El hecho de que, al parecer, el Gobierno de Obama y el Congreso estadounidense quieran establecer ahora unos controles más estrictos y Reino Unido esté avanzando en esa misma dirección indica que algo estaba mal. ¿Tomarían estas medidas hoy si no hubiera sido por las filtraciones y la existencia de una prensa libre? La pregunta se responde por sí sola.

La NSA y el GCHQ han conseguido demasiados datos sobre demasiadas personas particulares

En las últimas semanas, el debate se ha desviado hacia el problema de los Gobiernos supuestamente amigos que se espían entre sí. Esa es otra cuestión. Si yo soy el Gobierno del país X, por supuesto que quiero que mis secretos estén totalmente seguros mientras accedo de forma clandestina a los de todos los demás Gobiernos. En la práctica, todos lo intentan. Algunos podrían alegar —y así lo hicieron los espías de los dos bandos durante la guerra fría— que, si los ministerios de Defensa de todo el mundo se miran mutuamente hasta la ropa interior, el mundo quizá acabe siendo un lugar más seguro. Parafraseando a George W. Bush, habrá menos peligro de que unos y otros se valoren demasiado.
Pero ese no debería ser el tema central de este debate. Lo prioritario es la privacidad de los ciudadanos particulares e inocentes. La libertad de prensa ha asestado un golpe a esa privacidad cada vez que los controles legales y parlamentarios no han funcionado. Ahora bien, los espías no son los únicos que aprovechan las posibilidades de las tecnologías contemporáneas de la comunicación, muy superiores a lo que pudo soñar Orwell, para violar la intimidad de las personas sin motivos legítimos. La revista satírica británica Private Eye lo resume de manera genial. Bajo el titular “La furia de Merkel por las escuchas telefónicas de Obama”, muestra una foto de la canciller alemana sujetando su móvil mientras frunce el ceño. En el bocadillo que tiene encima se lee: “¿Pero quién te crees que eres? ¿Rupert Murdoch?”.
Mientras el primer ministro británico David Cameron y los columnistas de los periódicos de Murdoch acusan al Guardian de poner en peligro la seguridad nacional, comienza el juicio de Rebekah Brooks, antigua directora del difunto diario sensacionalista de Murdoch News of the World. Los cargos se remontan a las escuchas telefónicas realizadas a particulares por periodistas que trabajaban a sus órdenes cuando era directora. Unas escuchas que no se practicaron en interés de la seguridad nacional, sino del morbo nacional y cuyo propósito era, por tanto, obtener beneficios económicos con la venta de más periódicos.

El diario de Murdoch realizó escuchas telefónicas para alimentar el morbo nacional

Por eso, aunque necesitamos una prensa libre que controle los excesos del Estado con su espionaje secreto, los británicos, en su mayoría, quieren limitar también los excesos que comete esa prensa libre. Pero no quieren dejarlo en manos de los políticos, y hacen bien, a juzgar por el reciente intento del presidente del Partido Conservador, Grant Schapps, de manipular a la BBC con vistas a las próximas elecciones generales, en mayo de 2015. Pese a ello, el miércoles presenciamos un intento torpe y anticuado de reforzar la autorregulación de la prensa británica mediante una Cédula Real aprobada en el Consejo Privado. El Consejo Privado consiste, en la práctica, en unos cuantos ministros de los partidos en el Gobierno que asisten (de pie, no sentados) al acto por el que su británica majestad se limita a decir “aprobado”. Y ya está. Si Estados Unidos tiene su magnífica, clara y sencilla Primera Enmienda, nosotros tenemos a la reina Isabel II que declara que, “gracias a nuestra prerrogativa real y nuestra gracia especial, conocimiento certero y mero gesto”, se establece “un órgano corporativo llamado Comité de Reconocimiento”. Lo único que ha hecho es crear un mecanismo para dar reconocimiento oficial a un órgano autorregulador de la prensa al que muchos de los grandes periódicos (incluidos los de Murdoch) han dicho ya que no se van a someter. Ni Washington podría hacerlo peor.
Más aún, la mera idea de regular algo llamado “la prensa” en un marco puramente nacional se está quedando anacrónica. ¿Dónde termina “la prensa” y empieza una persona que dice algo en Twitter o Facebook? Además, los datos, las palabras y las imágenes se difunden sin tener en cuenta medios ni fronteras nacionales. La UE quiere proteger mejor la privacidad de los europeos frente a los gigantes estadounidenses mediante una nueva directiva sobre protección de datos. Pero eso puede llevar a que Internet se fragmente en territorios soberanos, algo que sería del agrado de regímenes autoritarios como China y Rusia. Defender la intimidad de unos pocos podría costarnos a todos la libertad de expresión en la Red.
¿Qué solución hay? Ninguna fácil; pero al menos no perdamos de vista lo fundamental, que no es que unos Estados espíen a otros, sino la merma masiva de nuestra privacidad.
Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige www.freespeechdebate.com, e investigador titular de la Hoover Institution, Universidad de Stanford. Su último libro es Los hechos son subversivos: Ideas y personajes para una década sin nombre.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
 

¿Cómo se comportan los argentinos en Internet?



Una radiografía de los 17 millones de usuarios locales refleja que pasan unas 22 horas mensuales on line, en su gran mayoría desde una computadora personal, según un informe de la consultora comScore.



Los usuarios argentinos pasan un promedio de 9 horas mensuales en las redes sociales, según el reporte de la consultora comScore. Foto: LA NACION / Hernán Zenteno


Con unos 17 millones de usuarios de Internet, Argentina se posiciona como el tercer país con más presencia digital en América latina, detrás de México con 24 millones y Brasil con 64 millones, de acuerdo al reporte Futuro Digital Argentina 2013, realizado por la consultora comScore .

El sector de mayor peso dentro de la población on line está comprendido en el grupo de 15 a 24 años, con el 29,2 por ciento, seguido del de 25 a 34 años, con el 27,4 por ciento y luego, con 18,9% el de 35 a 44 años. Sin embargo, en una vista general, sobre el total los mayores de 45 años se posicionan como el 25 por cierto de los usuarios on line de la Argentina.
Los argentinos están unas 22 horas mensuales conectados a Internet, y son las mujeres mayores de 55 años las que pasan más tiempo on line, con un promedio mensual de 25,5 horas, el segundo valor más alto de la región en esa franja etaria, detrás de las brasileñas, que tienen un promedio de 28 horas mensuales.
Asimismo, los usuarios argentinos tienden a estar entre los países más involucrados en las redes sociales , al registrar unas 9,1 horas mensuales en las redes sociales, detrás de Brasil e Italia, con unas 13,1 y 9,5 horas mensuales, respectivamente. Aquí, toda la atención se la lleva Facebook, con el 94 por ciento, seguido por Twitter con el 1,3 por ciento.

El video en Internet es uno de los puntos de mayor crecimiento en la región, y así lo demuestra el reporte de comScore, que indica que el 95 por ciento de los usuarios en Argentina accede a este tipo de contenidos, pero con una menor variedad: suele ver unos 86 videos, mientras que un brasileño ve 166 videos por mes y unos 127 los chilenos.
Gran parte de estos consumos se registran desde una computadora de escritorio, con un 92 por ciento, mientras que el resto corresponde a otros dispositivos. Este comportamiento se asemeja al registrado en Brasil, pero está lejos de Chile y México, los países con mayor tráfico generado desde dispositivos móviles, entre un 12 y un 13 por ciento.
Respecto a las plataformas predilectas de los usuarios argentinos para acceder a Internet desde sus dispositivos móviles, Google es quien domina el segmento con Android, elegido por el 61,8 por ciento de los usuarios argentinos. En segundo lugar se ubica iOS de Apple con el 15,2 por ciento. Por su parte, Windows Phone y BlackBerry se disputan el tercer lugar, con 3,8 y 3,4 por ciento, respectivamente, mientras que otros sistemas operativos (sobre todo, Symbian) representan el 13,2 por ciento del parque de tabletas y teléfonos móviles del mercado local.. 

El Gobierno busca adecuar de facto al Grupo Clarín

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jueves, 31 de octubre de 2013

Israel lanza un ataque contra objetivos militares del régimen en Siria



Fuentes de EE UU confirman la operación contra un cargamento de armas destinado a Hezbolá.



DAVID ALANDETE Jerusalén 



El cielo de Damasco tras un ataque atribuido a Israel en mayo. / REUTERS

La Fuerza Aérea de Israel atacó el miércoles por la noche dos objetivos militares en Siria, para destruir armamento sofisticado que iba a ser entregado a la milicia chiíta libanesa Hezbolá, según han revelado fuentes militares norteamericanas. En este año ha habido al menos otros cuatro ataques de ese tipo, todos contra instalaciones militares del régimen de Bachar el Asad, al que el gobierno de Benjamín Netanyahu ha advertido en el pasado de que no le permitirá enviar misiles o material bélico similar a Hezbolá, un grupo armado que controla el gobierno de Líbano y al que Israel considera uno de sus mayores enemigos en Oriente Próximo.
Dos fueron los objetivos de la Fuerza Aérea de Israel el miércoles en Siria: la localidad de Snobar Jableh al sur de Latakia, uno de los bastiones del régimen, y la provincia de Damasco, que ya fue atacada en condiciones similares en mayo. El gobierno de Israel tiene por costumbre no comentar sobre este tipo de operaciones en el extranjero y este jueves varias fuentes gubernamentales y militares evitaron pronunciarse sobre los bombardeos en Siria. Los medios israelíes, sin embargo, especificaron que los misiles destruidos eran del modelo tierra-aire SA-8, de fabricación rusa. En enero y mayo los objetivos fueron envíos de misiles rusos y, también, iraníes.

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El miércoles los medios de Líbano informaron de varias penetraciones de cazas israelíes en el espacio aéreo de su país, registradas, según testigos, entre las 13.00 y las 17.00, hora local (una hora menos en la España peninsular). Según varios testimonios de sirios citados por el grupo opositor Observatorio Sirio de Derechos Humanos, el bombardeo en Latakia se produjo pasadas las 19.00. Posteriormente, los principales diarios israelíes se hicieron eco de las operaciones, insinuando que Israel podía encontrarse tras ellas. Estos ya habían informado de un posible ataque en julio, en que Israel podría haber buscado destruir la remesa de misiles atacada ahora.
Oficialmente, el ejecutivo de Netanyahu ha mantenido un escrupuloso silencio sobre el conflicto civil sirio, que ya dura más de dos años y medio y que se ha cobrado al menos 100.000 vidas. En enero, tras ganar la reelección, el primer ministro israelí dijo que sus opciones respecto a ese país vecino están “entre lo malo y lo peor”, en referencia al régimen de El Asad y a la creciente presencia de milicias yihadistas en los rangos de la oposición. La frontera de los territorios ocupados en los Altos del Golán con Siria había sido una de las más estables de Israel en las pasadas cuatro décadas, hasta que grupos armados opositores comenzaron a secuestrar soldados de paz de Naciones Unidas en la zona desmilitarizada y los obuses y morteros comenzaron a caer en territorio israelí en los pasados meses.
Dada la preferencia del presidente norteamericano, Barack Obama, por buscar vías diplomáticas tras el supuesto uso de armas químicas por parte de El Asad y la fragmentación y agotamiento de la oposición armada dentro de Siria, sólo Israel ha logrado infligir un daño claro a Damasco con los ataques del miércoles y los pasados meses. Su mensaje a los gobernantes sirios es claro: no permitirá que armamento de Siria o enviado por Irán acabe en manos de Hezbolá, una milicia con la que mantuvo su última guerra en 2006. El propio presidente sirio admitió recientemente que su arsenal de armas químicas, del que ahora se está librando, estaba pensado como arma disuasoria contra Israel. “Ahora tenemos armas más importantes y sofisticadas”, dijo el mes pasado. “Podríamos cegar a Israel en un instante”. 

La hora de las coaliciones



El próximo cambio de gestión es una oportunidad para adecuar nuestro sistema de gobierno a la fragmentación política actual. Un presidencialismo de coalición limitaría los liderazgos discrecionales y daría poder a los aliados.


Por Vicente Palermo  




A la Argentina no le han faltado momentos en que la buena suerte estuvo de su lado, pero no fue capaz de acompañar esa buena suerte con sensatez. Tal vez tengamos por delante ahora una conjunción positiva que deberíamos aprovechar.

Por un lado, en términos electorales, la declinación del ciclo político kirchnerista que, estimo probable, se completará en 2015, junto al hecho, por otro lado, de un cambio de gobierno nacional, lo que puede dar inicio a un nuevo ciclo de larga duración que deje dos legados perdurables: una reorganización de las relaciones entre el Estado, la economía y la sociedad, y una institucionalización del peronismo (unificado o no).

Para que estos cambios tengan lugar, la conjunción electoral con el inicio de un nuevo gobierno no es suficiente. En el corto plazo, se requieren fortuna y virtud para manejar los tiempos: la coyuntura económica está plagada de bombas de efecto retardado que pueden explotar en el peor momento. Pero aún más necesario es dar los pasos adecuados para que quien gane llegue en las mejores condiciones para gobernar.
Hay por delante dos años completos en que los vínculos entre las fuerzas políticas se pueden agriar. Existe también el peligro de que una fragmentación excesiva deje a un kirchnerismo recuperado en condiciones de ganar en la primera vuelta (lo que ocurriría de obtener el 40% y ninguna otra fuerza el 30%; hoy por hoy con el kirchnerismo derrotado y el eclipse presidencial esto parece una alucinación, pero creo que no lo es). Tenemos el peligro de que las formas en que se lleven a cabo las sintonías con los respectivos electorados impidan a los partidos concretar luego entendimientos.
Pero, sobre todo, se trata de elaborar una apropiada fórmula de gobierno, aquella que se adapta más a una morfología política dada. Y la morfología partidaria argentina ha pasado en tres décadas del (¿mítico?) bipartidismo a un conjunto fragmentado verticalmente (más partidos con representación parlamentaria) y horizontalmente (partidos en los que el poder de decisión está en manos de los jefes locales). Estos cambios implican una probable alteración de la pauta de distribución parlamentaria: ningún partido obtendría una mayoría, ni siquiera el partido más votado para la presidencia.
¿Cuál es la fórmula de gobierno más apropiada para esta morfología? La fórmula de gobierno minoritario -el partido del presidente gobierna solo y negocia caso a caso sus proyectos de ley o echa abundantemente mano de los decretos de necesidad y urgencia (aunque pueden ser rechazados)- no parece la mejor. Se corre el riesgo de trabar la actividad legislativa (se ha puesto de moda denominar a esto "ingobernabilidad"), porque los incentivos de los partidos están fuertemente colocados en la competencia, no en la cooperación. Descartemos, también, por utópica, la fórmula de una producción legislativa puramente parlamentaria, en que diferentes partidos minoritarios negociarían entre sí. Utópica porque, en todas partes, al Poder Ejecutivo le cabe un papel primordial en la formación de las leyes.
Quedan en pie distintos tipos de coaliciones parlamentarias gracias a las cuales el partido del presidente conseguiría formar -es el propósito- mayorías estables. Entre la coalición minimalista y la maximalista hay un abanico de alternativas. Muchas se han practicado aquí, pero todas presentan en nuestro país un elemento en común: las coaliciones tienen sede parlamentaria exclusivamente. Los partidos que aceptan coaligarse con el del presidente raramente han tenido presencia en el gabinete. Esto es lo contrario de la práctica que se conoce en Brasil como presidencialismo de coalición, una práctica muy institucionalizada, tanto es así que se la considera el modo de gobernar por excelencia entre nuestros vecinos. Recordemos que el brasileño es un sistema de partidos muy fragmentado y la diferencia de magnitudes entre el voto ganador a presidente y el voto para diputados es abismal a favor del primero. En el presidencialismo de coalición, los partidos que se coaligan obtienen cargos en el Ejecutivo, es decir, en ministerios y secretarías. El número de carteras ministeriales se determina en función del tamaño de la representación parlamentaria alcanzada (aunque no siempre).
Esta articulación tiende a factibilizar la disciplina parlamentaria: en principio, si los diputados no votan con el gobierno, sus partidos pierden las posiciones en el gabinete (algo que raramente ocurre, pero también muy raramente los diputados no votan con el gobierno). Pero tanto o más interesante es el hecho de que el gobierno, al ceder a los partidos franjas del amplio y complejo espacio institucional que es la presidencia, está poniendo en sus manos poder decisorio (incluida la iniciativa legislativa). Los "representantes" de los partidos coaligados en los ministerios y secretarías comparten con el gobierno y sus altos funcionarios (muy frecuentemente legisladores) funciones ejecutivas y legislativas.
Aunque el presidencialismo de coalición ha sufrido muchas críticas (muchos lo ven como una práctica clientelar sofisticada), está bien enraizado y asentado en la democracia brasileña. ¿Por qué convendría su adopción o adaptación entre nosotros, y cuáles serían los obstáculos para ello? La necesidad surge de la mayor fragmentación partidaria, que en nuestro país llegó para quedarse. Pero además de necesario sería conveniente: sería la forma más adecuada de establecer los puentes indispensables entre el Ejecutivo y el Legislativo. En efecto, la lógica del presidencialismo consiste en que aquello que está dispuesto constitucionalmente como división -la competencia legislativa está dividida entre el Poder Legislativo y el Poder Ejecutivo- sea integrado por los actores políticos a través de sus acciones cooperativas. Se trata de integrar aquello que la clave liberal de la Constitución divide, pero sin cancelar esa división. Es decir, se trata de estructurar el tinglado político de forma tal que el pluralismo se mantenga -es decir, que no se corran los peligros de una nueva forma de gobierno autocrática "imperial" (decretismo, delegaciones legislativas, etcétera), por encima de los electores y representados-, pero en la que la cooperación se destaque netamente sobre la imposición.
Aplicar esta fórmula no es difícil en abstracto, pero en concreto sí lo es: va a contrapelo de la experiencia político institucional argentina y de la cultura política mayoritarista de nuestra sociedad, tan proclive, de arriba abajo, al liderazgo discrecional. Tal vez se aproxima la oportunidad de un ensayo.
© LA NACION. 

Cuando nadie gana, todos pierden


Por Mariano Grondona | 


El Gobierno perdió las elecciones del domingo. Su derrota, sin embargo, fue relativa, porque todavía retiene un tercio de los votos totales. ¿Quién fue el ganador entonces? ¿El Frente Renovador, de Sergio Massa; Pro, de Mauricio Macri; UNEN, de varios candidatos entre los que sobresalen Pino Solanas y Elisa Carrió? El "no kirchnerismo" obtuvo, sumado, cerca de dos tercios de los votos, pero ningún miembro individual de la oposición quedó ni siquiera cerca del Frente para la Victoria, que pudo consolarse diciendo que aún es la primera minoría. Aunque ser sólo la primera minoría es otra forma de perder. En suma, el último domingo nadie ganó y todos perdieron, tanto en el Gobierno como en la oposición, aunque aquél pudo consolarse diciendo que es la primera minoría y la oposición se consuele pensando que, sumados, sus votos duplican los votos oficiales. Esta última cuenta tampoco equivale a una victoria.
Estamos lejos de una estructura de partidos que garantice el predominio de alguno de ellos sobre los demás cuando le toque gobernar y que, cuando el partido vencedor sea a su vez vencido, cuente con otro en reserva que ofrezca al país una alternativa de gobernabilidad. Esta observación equivale a decir que nuestros partidos aún no forman un "sistema". ¿Pero es que hay en el mundo un sistema de partidos? Sí, lo hay. Se llama "bipartidismo". Lo que nos pasa a los argentinos es que carecemos de bipartidismo y que, por eso, no tenemos gobernabilidad.
Estados Unidos con sus demócratas y republicanos; el Reino Unido con sus conservadores y laboristas, y los países políticamente desarrollados son, en general, bipartidistas. Tienen "sistema". El sistema bipartidista no fue diseñado por un teórico genial sino que fue, más bien, producto de la experiencia. Empezó a fines del siglo XVIII, cuando las simpatías políticas de los ingleses se dividían entre los "whigs", liberales, y los "tories", conservadores. Con el paso del tiempo los "whigs" fueron reemplazados por los laboristas, pero Gran Bretaña continuó siendo bipartidista hasta el día de hoy, mientras los "whigs" apenas subsisten. No sólo los norteamericanos replican el sistema bipartidario mediante los demócratas y los republicanos. Con variaciones menores, que a veces incluyen un tercer partido en ascenso o en descenso del podio del poder, el bipartidismo reina en los países políticamente desarrollados. Éstos son los países que logran, gracias a este sistema, condiciones satisfactorias de estabilidad y de continuidad, es decir, de progreso. Países vecinos como Brasil, Uruguay y Chile están recorriendo, con variaciones, el mismo camino.
Si el bipartidismo es lo que nos falta a los argentinos, empecemos por observarlo para ver si podemos adoptarlo. Consiste por lo pronto en la existencia de dos partidos que no se odian, que son capaces de reemplazarse mutuamente cuando llega la hora de la alternancia. Entre nosotros, los conservadores y los radicales en los años 20 se detestaron y después su odio político se reencarnó en los peronistas y los antiperonistas, o en los civiles y los militares. En estas condiciones no podía haber una rotación pacífica en el poder, que es la esencia misma del bipartidismo.
Si aceptamos la premisa de este artículo, sólo nos queda una pregunta por responder: a partir de la Argentina actual, ¿podríamos alcanzar el bipartidismo? Tendrían que darse algunas condiciones irrenunciables. La primera de ellas, que declináramos la soberbia de pensar que alguno de los nuestros es indispensable, insustituible. Quizás el Gobierno, después de la severa derrota que padeció el domingo, baje el tono se sus pretensiones y se disponga a convivir. La segunda condición estaría a disposición de los opositores. Para que haya un frente, una coalición, alguien tiene que resignarse a ser segundo. ¿Están dispuestos los Massa, los Macri o los Scioli a abandonar, en un determinado momento, el primer lugar?
Adam Smith escribió que un verdadero jefe de partido debe estar dispuesto a traicionar el fanatismo de sus seguidores cuando está en juego el bien de la nación. En 20l5, cuando llegue la hora de inaugurar un nuevo período presidencial, se pondrá en juego nuestro porvenir. Los líderes que ahora conducen a nuestras diversas fracciones, ¿se están preparando para responder a este desafío? El pueblo, ¿qué les exigirá para obligarlos a responder a su inmensa responsabilidad? En los meses que vienen tendremos que formar sólo dos frentes, sólo dos coaliciones. Una de ellas estará destinada a gobernar por cuatro años. La otra será su oposición. En su momento, vendrán las alternancias. Cuando la Argentina posea este sistema que nos es tan fácil describir y que nos ha sido tan difícil realizar, lo demás, todo lo demás, vendrá por añadidura.
© LA NACION. 

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miércoles, 30 de octubre de 2013

Por qué Obama tiene que seguir defendiendo la reforma sanitaria



Apenas resuelta la crisis que provocó el cierre de la administración federal, la oposición republicana ha vuelto a la carga contra la reforma sanitaria.


ANTONIO CAÑO Washington 



La secretaria de Salud Kathleen Sebelius en el Congreso. / JONATHAN ERNST (REUTERS)

Apenas resuelta la crisis reciente que provocó el cierre de la administración federal y a punto estuvo de llevar a Estados Unidos a una declaración de quiebra nacional, la oposición republicana, que no consiguió arrancar concesiones al Gobierno en esa oportunidad, ha vuelto a la carga contra la reforma sanitaria de Barack Obama, esta vez por el mal funcionamiento de la página web que explica y registra los nuevos seguros médicos. Pero en esta ocasión, los republicanos no están solos. También algunos demócratas se han quejado de ese error, y los medios de comunicación se han lanzado sobre el asunto con toda la insistencia que les ha faltado en la crisis del espionaje.
El portavoz de la Casa Blanca, Jay Carney, se ve obligado a diario a responder preguntas sobre las sospechas que los fallos en la web han desatado respecto al funcionamiento de todo el nuevo sistema sanitario que la Administración pretende poner en pie. El acoso al Gobierno sobre este tema se focalizó este miércoles en la persona de Kathleen Sebelius, la secretaria de Salud, que fue sometida a una las más duras sesiones de preguntas que se recuerdan en la Cámara de Representantes, donde anida el grueso del Tea Party.
"Poner en marcha la ley va a ser duro porque el sistema sanitario es muy extenso y se hace más complicado cuando muchos republicanos y gobernadores estatales se niegan a cooperar, pero el esfuerzo merece la pena. Esta ley es para ayudar no sólo a quienes no tienen seguros, sino a quienes están subasegurados, es para mitigar la desesperación de quienes no pueden cubrir los gastos de un pariente enfermo", ha señalado este miércoles Obama en Boston.
El propio presidente, que en días pasados explicó en público que la reforma sanitaria es algo más que una página en Internet, ha tenido que regresar al círculo de mítines con un acto en el que ha destacado las ventajas de una ley aprobada por ambas cámaras del Congreso en 2009, ratificada por el Tribunal Supremo en 2012 y que, a partir del 1 de enero, permitirá que prácticamente todos los norteamericanos dispongan de un seguro de salud.
Planteado así, con semejante legitimidad jurídica y con tan notables beneficios para los ciudadanos, resulta extraño que, ya bien avanzado su segundo mandato, Obama tenga que seguir defendiendo hoy una ley que ocupó su tiempo en los primeros meses de su presidencia. El esfuerzo puede resultar justificado si se considera que esa ley seguramente acabará siendo el mayor legado de Obama y, tal vez, el mayor progreso social experimentado en este país en varias décadas.
Pero lo cierto es que, por el momento, lo que se ha dado en llamar el Obamacare no goza de un respaldo popular incontestable y sigue siendo el principal blanco de los ataques del Partido Republicano, que siente que puede ganar esta batalla, acabar con la reforma sanitaria y, con ello, destruir a Obama y reducir las posibilidades de otros futuros candidatos presidenciales demócratas. No todos los republicanos creen que esta sea la guerra adecuada para su partido. John McCain, por ejemplo, está entre quienes, aunque critican la ley, creen que los conservadores deberían moverse ya hacia otros objetivos. Pero el bloque extremista que actualmente controla el partido –y que ha sido elegido en las urnas bajo la promesa de derribar la reforma sanitaria- no ceja en ese empeño.
Esa obstinación responde, en parte, al propio fanatismo ideológico del Tea Party, que entiende Obamacare como la representación suprema del sistema socialista que Obama trata de imponer. La reforma sanitaria es, según esa visión, la consumación del control de los ciudadanos por parte del Gobierno, que, con esta ley, decidirá incluso sobre su salud. La reforma sanitaria es una abominación, un pecado, una traición a la historia americana.
La intransigencia del Tea Party no es, sin embargo, la única razón por la que el debate sobre la reforma sanitaria sigue abierto. También existen dudas entre los ciudadanos, que se han confirmado al comprobarse los fallos de la página web. No es que el sistema se haya caído por completo en ningún momento, pero sí se han producido retrasos enormes en un proceso de registro ya complejo de por sí. Eso ha despertado todos los fantasmas sobre la dificultad de poner en marcha un sistema sanitario que pretende añadir a decenas de millones de nuevos asegurados y modificará las condiciones de otros muchos millones ya asegurados.
Sebelius prometió que la página web estará en perfectas condiciones a finales de noviembre, que el proceso de registro avanzará sin grandes complicaciones y que el año próximo todo el mundo empezará a comprobar las ventajas a su alcance. Pero los rivales de la reforma ven en todo esto una burocracia gigantesca y muy cara. El público no acaba de tenerlo muy claro. Las encuestas al respecto recogen resultados poco concluyentes, pero podría decirse que alrededor de un 60% de la población apoya la reforma, aunque una porción cree que deben incluirse algunas correcciones, y un 40% se opone, entre ellos están quienes consideran que esta ley es poco ambiciosa. 

Lorenzetti reconoció que puede seguir la pelea judicial: "Esto no termina acá"

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La izquierda beata de América Latina



En temas como la despenalización del aborto o del consumo de drogas blandas y el matrimonio homosexual muchos líderes supuestamente progresistas invocan la religión.


MAYE PRIMERA Miami 



Correa, en misa con su familia en una imagen de archivo. / EFE


Persignarse y dar avemarías es reacción común entre la mayoría de los presidentes identificados con la izquierda en América Latina cuando en sus países se invocan reformas vinculadas con derechos civiles que contrarían la tradición. En temas como la despenalización del aborto o del consumo de drogas blandas y el establecimiento del matrimonio homosexual, sus posiciones tienden al conservatismo, y el mensaje religioso es incorporado cada vez con mayor frecuencia en sus discursos políticos y en su argumentación. En el continente donde convive la mayor comunidad católica del mundo, la izquierda parece haberse convertido.
“Que hagan lo que quieran, yo jamás aprobaré la despenalización del aborto”, dijo el pasado 19 de octubre el presidente ecuatoriano Rafael Correa, quien se define a sí mismo como “humanista, católico y de izquierda”. Correa incluso amenazó con dimitir si los parlamentarios del bloque oficialista, Alianza País, votaban a favor de incluir esta reforma en el nuevo Código Penal. “Si siguen estas traiciones y deslealtades (…) yo presentaré mi renuncia al cargo”, advirtió el mandatario ecuatoriano en esa misma oportunidad. El presidente de la Conferencia Episcopal de Ecuador, monseñor Antonio Arregui, celebró de inmediato la postura de Correa “por la valentía y la nobleza de ánimo con que habló”.

El tema del aborto es especialmente sensible entre la izquierda más revolucionaria de antaño

El tema del aborto es especialmente sensible entre la izquierda más revolucionaria de antaño. Nicaragua y El Salvador, donde gobiernan respectivamente el líder del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, Mauricio Funes, y el sandinista Daniel Ortega, son dos de los países en los que se castiga el aborto con mayor severidad sin que haya perspectivas para una reforma de la ley. El gobierno de Funes fue criticado de no intervenir a tiempo en el polémico caso de Beatriz, una joven salvadoreña que corría peligro de muerte por un embarazo inviable, que finalmente fue interrumpido a través de un “parto inducido” que terminó en cesárea. Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, también se han opuesto firmemente a la posibilidad de despenalizar el aborto terapéutico. Después de toda una vida de ateísmo, la pareja decidió casarse ante la Iglesia católica en 2005 y dice ahora liderar una revolución “cristiana, socialista y solidaria”; el cardenal Miguel Obando y Bravo, antiguo enemigo del sandinismo, ofició el matrimonio entonces y ahora suele inaugurar con una oración los actos públicos del Frente Sandinista.
Dios es omnipresente también en los discursos del venezolano Nicolás Maduro, quien declaró haber reencontrado la fe después de declararse ateo a los 18 años a causa del comportamiento de la Iglesia católica. “Hugo Chávez hizo de nosotros verdaderos cristianos”, dijo el mandatario venezolano el 7 de abril de pasado durante un acto de campaña, previo a las presidenciales del día 14 en las que fue declarado ganador. La despenalización del aborto y del consumo de drogas como la marihuana o el establecimiento del matrimonio homosexual no son siquiera tema de debate en la Venezuela que gobierna Maduro, ni lo fueron durante los 14 años de mandato de Hugo Chávez. Por el contrario, la condición de homosexual es asumida por la nomenclatura del chavismo como denigrante. El mismo Maduro, siendo canciller, calificó al liderazgo opositor de “sifrinitos (pijos), mariconsones y fascistas”, durante un discurso transmitido por la estatal Venezolana de Televisión, el 12 de abril de 2012.
Más allá de la animosidad en el uso del lenguaje, hay analistas como el venezolano Teodoro Petkoff –editor del diario TalCual de Caracas, ex militante comunista y ex guerrillero—que consideran que la izquierda latinoamericana está dividida en dos grandes bloques, que definen su posición. “Hay una izquierda ideológicamente formada, la más antigua, que suele asumir con mucho valor posturas que confrontan el peso de la tradición”, señala, refiriéndose a la izquierda uruguaya, liderada por el presidente José Mujica, y a sectores de la izquierda brasileña y argentina.
Hay otra izquierda, sostiene el editor de TalCual, que se define en términos políticos más que ideológicos, y que atiende al peso de tradiciones morales centenarias, compartidas por el grueso de la población de América Latina. “Esta especie de neo izquierda de origen chavista, que de izquierda solo tiene el apelativo, es absolutamente tradicionalista en estas materias. En unos casos, esto responde a una actitud sincera sobre asuntos morales y éticos, que no separan religión de política. En otros, es puro oportunismo, un intento de mantenerse cerca de la clientela electoral”, concluye Petkoff.