Apenas resuelta la
crisis que provocó el cierre de la administración federal, la oposición
republicana ha vuelto a la carga contra la reforma sanitaria.
ANTONIO
CAÑO Washington
La secretaria de Salud Kathleen Sebelius en el Congreso. / JONATHAN ERNST (REUTERS)
Apenas resuelta la crisis reciente que provocó el cierre de la
administración federal y a punto estuvo de llevar a Estados Unidos a una
declaración de quiebra nacional, la oposición republicana, que no consiguió
arrancar concesiones al Gobierno en esa oportunidad, ha vuelto a la carga
contra la reforma sanitaria de Barack Obama, esta vez por el mal funcionamiento
de la página web que explica y registra los nuevos seguros médicos. Pero en
esta ocasión, los republicanos no están solos. También algunos demócratas se
han quejado de ese error, y los medios de comunicación se han lanzado sobre el
asunto con toda la insistencia que les ha faltado en la crisis del espionaje.
El portavoz de la Casa Blanca, Jay Carney, se ve obligado a diario a
responder preguntas sobre las sospechas que los fallos en la web han desatado
respecto al funcionamiento de todo el nuevo sistema sanitario que la
Administración pretende poner en pie. El acoso al Gobierno sobre este tema se
focalizó este miércoles en la persona de Kathleen Sebelius, la secretaria de Salud, que fue
sometida a una las más duras sesiones de preguntas que se recuerdan en la
Cámara de Representantes, donde anida el grueso del Tea Party.
"Poner en marcha la ley va a ser duro porque el sistema sanitario
es muy extenso y se hace más complicado cuando muchos republicanos y
gobernadores estatales se niegan a cooperar, pero el esfuerzo merece la pena.
Esta ley es para ayudar no sólo a quienes no tienen seguros, sino a quienes
están subasegurados, es para mitigar la desesperación de quienes no pueden
cubrir los gastos de un pariente enfermo", ha señalado este miércoles
Obama en Boston.
El propio presidente, que en días pasados explicó en público que la
reforma sanitaria es algo más que una página en Internet, ha tenido que
regresar al círculo de mítines con un acto en el que ha destacado las ventajas
de una ley aprobada por ambas cámaras del Congreso en 2009, ratificada por el
Tribunal Supremo en 2012 y que, a partir del 1 de enero, permitirá que
prácticamente todos los norteamericanos dispongan de un seguro de salud.
Planteado así, con semejante legitimidad jurídica y con tan notables
beneficios para los ciudadanos, resulta extraño que, ya bien avanzado su
segundo mandato, Obama tenga que seguir defendiendo hoy una ley que ocupó su
tiempo en los primeros meses de su presidencia. El esfuerzo puede resultar
justificado si se considera que esa ley seguramente acabará siendo el mayor
legado de Obama y, tal vez, el mayor progreso social experimentado en este país
en varias décadas.
Pero lo cierto es que, por el momento, lo que se ha dado en llamar el
Obamacare no goza de un respaldo popular incontestable y sigue siendo el
principal blanco de los ataques del Partido Republicano, que siente que puede
ganar esta batalla, acabar con la reforma sanitaria y, con ello, destruir a
Obama y reducir las posibilidades de otros futuros candidatos presidenciales
demócratas. No todos los republicanos creen que esta sea la guerra adecuada
para su partido. John McCain, por ejemplo, está entre quienes, aunque critican
la ley, creen que los conservadores deberían moverse ya hacia otros objetivos.
Pero el bloque extremista que actualmente controla el partido –y que ha sido
elegido en las urnas bajo la promesa de derribar la reforma sanitaria- no ceja
en ese empeño.
Esa obstinación responde, en parte, al propio fanatismo ideológico del
Tea Party, que entiende Obamacare como la representación suprema del sistema
socialista que Obama trata de imponer. La reforma sanitaria es, según esa
visión, la consumación del control de los ciudadanos por parte del Gobierno,
que, con esta ley, decidirá incluso sobre su salud. La reforma sanitaria es una
abominación, un pecado, una traición a la historia americana.
La intransigencia del Tea Party no es, sin embargo, la única razón por
la que el debate sobre la reforma sanitaria sigue abierto. También existen
dudas entre los ciudadanos, que se han confirmado al comprobarse los fallos de
la página web. No es que el sistema se haya caído por completo en ningún momento,
pero sí se han producido retrasos enormes en un proceso de registro ya complejo
de por sí. Eso ha despertado todos los fantasmas sobre la dificultad de poner
en marcha un sistema sanitario que pretende añadir a decenas de millones de
nuevos asegurados y modificará las condiciones de otros muchos millones ya
asegurados.
Sebelius prometió que la página web estará en perfectas condiciones a
finales de noviembre, que el proceso de registro avanzará sin grandes
complicaciones y que el año próximo todo el mundo empezará a comprobar las
ventajas a su alcance. Pero los rivales de la reforma ven en todo esto una
burocracia gigantesca y muy cara. El público no acaba de tenerlo muy claro. Las
encuestas al respecto recogen resultados poco concluyentes, pero podría decirse
que alrededor de un 60% de la población apoya la reforma, aunque una porción
cree que deben incluirse algunas correcciones, y un 40% se opone, entre ellos
están quienes consideran que esta ley es poco ambiciosa.
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