El Gobierno perdió las elecciones del domingo. Su derrota, sin
embargo, fue relativa, porque todavía retiene un tercio de los votos totales.
¿Quién fue el ganador entonces? ¿El Frente Renovador, de Sergio
Massa; Pro, de Mauricio
Macri; UNEN, de varios candidatos entre los que sobresalen Pino
Solanas y Elisa
Carrió? El "no kirchnerismo" obtuvo, sumado, cerca de dos
tercios de los votos, pero ningún miembro individual de la oposición quedó ni
siquiera cerca del Frente para la Victoria, que pudo consolarse diciendo que
aún es la primera minoría. Aunque ser sólo la primera minoría es otra forma de
perder. En suma, el último domingo nadie ganó y todos perdieron, tanto en el
Gobierno como en la oposición, aunque aquél pudo consolarse diciendo que es la
primera minoría y la oposición se consuele pensando que, sumados, sus votos
duplican los votos oficiales. Esta última cuenta tampoco equivale a una victoria.
Estamos lejos de una estructura de partidos que
garantice el predominio de alguno de ellos sobre los demás cuando le toque
gobernar y que, cuando el partido vencedor sea a su vez vencido, cuente con
otro en reserva que ofrezca al país una alternativa de gobernabilidad. Esta
observación equivale a decir que nuestros partidos aún no forman un
"sistema". ¿Pero es que hay en el mundo un sistema de partidos? Sí,
lo hay. Se llama "bipartidismo". Lo que nos pasa a los argentinos es
que carecemos de bipartidismo y que, por eso, no tenemos gobernabilidad.
Estados Unidos con sus demócratas y republicanos;
el Reino Unido con sus conservadores y laboristas, y los países políticamente
desarrollados son, en general, bipartidistas. Tienen "sistema". El
sistema bipartidista no fue diseñado por un teórico genial sino que fue, más
bien, producto de la experiencia. Empezó a fines del siglo XVIII, cuando las
simpatías políticas de los ingleses se dividían entre los "whigs",
liberales, y los "tories", conservadores. Con el paso del tiempo los
"whigs" fueron reemplazados por los laboristas, pero Gran Bretaña
continuó siendo bipartidista hasta el día de hoy, mientras los
"whigs" apenas subsisten. No sólo los norteamericanos replican el
sistema bipartidario mediante los demócratas y los republicanos. Con
variaciones menores, que a veces incluyen un tercer partido en ascenso o en
descenso del podio del poder, el bipartidismo reina en los países políticamente
desarrollados. Éstos son los países que logran, gracias a este sistema, condiciones
satisfactorias de estabilidad y de continuidad, es decir, de progreso. Países
vecinos como Brasil, Uruguay y Chile están recorriendo, con variaciones, el
mismo camino.
Si el bipartidismo es lo que nos falta a los
argentinos, empecemos por observarlo para ver si podemos adoptarlo. Consiste
por lo pronto en la existencia de dos partidos que no se odian, que son capaces
de reemplazarse mutuamente cuando llega la hora de la alternancia. Entre
nosotros, los conservadores y los radicales en los años 20 se detestaron y
después su odio político se reencarnó en los peronistas y los antiperonistas, o
en los civiles y los militares. En estas condiciones no podía haber una
rotación pacífica en el poder, que es la esencia misma del bipartidismo.
Si aceptamos la premisa de este artículo, sólo nos
queda una pregunta por responder: a partir de la Argentina actual, ¿podríamos
alcanzar el bipartidismo? Tendrían que darse algunas condiciones
irrenunciables. La primera de ellas, que declináramos la soberbia de pensar que
alguno de los nuestros es indispensable, insustituible. Quizás el Gobierno,
después de la severa derrota que padeció el domingo, baje el tono se sus
pretensiones y se disponga a convivir. La segunda condición estaría a
disposición de los opositores. Para que haya un frente, una coalición, alguien
tiene que resignarse a ser segundo. ¿Están dispuestos los Massa, los Macri o
los Scioli a abandonar, en un determinado momento, el primer lugar?
Adam Smith escribió que un verdadero jefe de
partido debe estar dispuesto a traicionar el fanatismo de sus seguidores cuando
está en juego el bien de la nación. En 20l5, cuando llegue la hora de inaugurar
un nuevo período presidencial, se pondrá en juego nuestro porvenir. Los líderes
que ahora conducen a nuestras diversas fracciones, ¿se están preparando para
responder a este desafío? El pueblo, ¿qué les exigirá para obligarlos a
responder a su inmensa responsabilidad? En los meses que vienen tendremos que
formar sólo dos frentes, sólo dos coaliciones. Una de ellas estará destinada a
gobernar por cuatro años. La otra será su oposición. En su momento, vendrán las
alternancias. Cuando la Argentina posea este sistema que nos es tan fácil
describir y que nos ha sido tan difícil realizar, lo demás, todo lo demás,
vendrá por añadidura.
© LA NACION.
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