Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

jueves, 31 de octubre de 2013

Cuando nadie gana, todos pierden


Por Mariano Grondona | 


El Gobierno perdió las elecciones del domingo. Su derrota, sin embargo, fue relativa, porque todavía retiene un tercio de los votos totales. ¿Quién fue el ganador entonces? ¿El Frente Renovador, de Sergio Massa; Pro, de Mauricio Macri; UNEN, de varios candidatos entre los que sobresalen Pino Solanas y Elisa Carrió? El "no kirchnerismo" obtuvo, sumado, cerca de dos tercios de los votos, pero ningún miembro individual de la oposición quedó ni siquiera cerca del Frente para la Victoria, que pudo consolarse diciendo que aún es la primera minoría. Aunque ser sólo la primera minoría es otra forma de perder. En suma, el último domingo nadie ganó y todos perdieron, tanto en el Gobierno como en la oposición, aunque aquél pudo consolarse diciendo que es la primera minoría y la oposición se consuele pensando que, sumados, sus votos duplican los votos oficiales. Esta última cuenta tampoco equivale a una victoria.
Estamos lejos de una estructura de partidos que garantice el predominio de alguno de ellos sobre los demás cuando le toque gobernar y que, cuando el partido vencedor sea a su vez vencido, cuente con otro en reserva que ofrezca al país una alternativa de gobernabilidad. Esta observación equivale a decir que nuestros partidos aún no forman un "sistema". ¿Pero es que hay en el mundo un sistema de partidos? Sí, lo hay. Se llama "bipartidismo". Lo que nos pasa a los argentinos es que carecemos de bipartidismo y que, por eso, no tenemos gobernabilidad.
Estados Unidos con sus demócratas y republicanos; el Reino Unido con sus conservadores y laboristas, y los países políticamente desarrollados son, en general, bipartidistas. Tienen "sistema". El sistema bipartidista no fue diseñado por un teórico genial sino que fue, más bien, producto de la experiencia. Empezó a fines del siglo XVIII, cuando las simpatías políticas de los ingleses se dividían entre los "whigs", liberales, y los "tories", conservadores. Con el paso del tiempo los "whigs" fueron reemplazados por los laboristas, pero Gran Bretaña continuó siendo bipartidista hasta el día de hoy, mientras los "whigs" apenas subsisten. No sólo los norteamericanos replican el sistema bipartidario mediante los demócratas y los republicanos. Con variaciones menores, que a veces incluyen un tercer partido en ascenso o en descenso del podio del poder, el bipartidismo reina en los países políticamente desarrollados. Éstos son los países que logran, gracias a este sistema, condiciones satisfactorias de estabilidad y de continuidad, es decir, de progreso. Países vecinos como Brasil, Uruguay y Chile están recorriendo, con variaciones, el mismo camino.
Si el bipartidismo es lo que nos falta a los argentinos, empecemos por observarlo para ver si podemos adoptarlo. Consiste por lo pronto en la existencia de dos partidos que no se odian, que son capaces de reemplazarse mutuamente cuando llega la hora de la alternancia. Entre nosotros, los conservadores y los radicales en los años 20 se detestaron y después su odio político se reencarnó en los peronistas y los antiperonistas, o en los civiles y los militares. En estas condiciones no podía haber una rotación pacífica en el poder, que es la esencia misma del bipartidismo.
Si aceptamos la premisa de este artículo, sólo nos queda una pregunta por responder: a partir de la Argentina actual, ¿podríamos alcanzar el bipartidismo? Tendrían que darse algunas condiciones irrenunciables. La primera de ellas, que declináramos la soberbia de pensar que alguno de los nuestros es indispensable, insustituible. Quizás el Gobierno, después de la severa derrota que padeció el domingo, baje el tono se sus pretensiones y se disponga a convivir. La segunda condición estaría a disposición de los opositores. Para que haya un frente, una coalición, alguien tiene que resignarse a ser segundo. ¿Están dispuestos los Massa, los Macri o los Scioli a abandonar, en un determinado momento, el primer lugar?
Adam Smith escribió que un verdadero jefe de partido debe estar dispuesto a traicionar el fanatismo de sus seguidores cuando está en juego el bien de la nación. En 20l5, cuando llegue la hora de inaugurar un nuevo período presidencial, se pondrá en juego nuestro porvenir. Los líderes que ahora conducen a nuestras diversas fracciones, ¿se están preparando para responder a este desafío? El pueblo, ¿qué les exigirá para obligarlos a responder a su inmensa responsabilidad? En los meses que vienen tendremos que formar sólo dos frentes, sólo dos coaliciones. Una de ellas estará destinada a gobernar por cuatro años. La otra será su oposición. En su momento, vendrán las alternancias. Cuando la Argentina posea este sistema que nos es tan fácil describir y que nos ha sido tan difícil realizar, lo demás, todo lo demás, vendrá por añadidura.
© LA NACION. 

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