LIMA- La idea de que la globalización está
cambiando el mapa político del planeta y de que no hay razones consistentes
para que un país latinoamericano del Atlántico prescinda de sumarse a la
Alianza del Pacífico, estrella del siglo XXI, estuvo entre las esencias del
Foro Iberoamérica, que realizó aquí su 13a. reunión anual. Ya se verá después a
quiénes se abre de verdad la puerta, pero el ex presidente chileno Ricardo
Lagos fue más que insistente en la invitación a que Brasil sea de la partida.
La memoria inolvidable del escritor mexicano Carlos
Fuentes, que se elevó por más de una década en alma del Foro, acompañó las
deliberaciones de esta asociación de intelectuales, políticos y empresarios,
que ahora copresiden Lagos y otro ex jefe de Estado: Fernando Henrique Cardoso,
de Brasil.
El temario recorrió una vastedad de temas,
expresivos de lo que preocupa en mayor medida a los dirigentes iberoamericanos:
economía y gobernabilidad política, economía de mercado vs. populismo, los
casos de Brasil y México como países de referencia para la región, Iberoamérica
en la ciencia, la tecnología y la educación, afirmación de valores democráticos
por oposición a corrupción política, el papel de las culturas y tradiciones
iberoamericanas. Fueron tratados en una maratón de dos días. Santiago
Kovadloff, Natalio Botana, Rodolfo Terragno, Carlos Pérez Llana, estuvieron en
los paneles.
Aun cuando la opinión de los intelectuales
argentinos suscitó la atención de los presentes, el país como tal quedó en un
plano de irrelevancia en las consideraciones generales. Se lo mencionó
raramente. Testimonio amargo, que hubiera sumido en estupor a generaciones
pasadas, pero que hoy apenas constituye el registro rutinario de la destratada
imagen nacional en el mundo. Así las cosas, para que los comentarios sobre la
Argentina y sus gobernantes duelan, con el frío penetrante e inmisericorde de
las dagas, deben ir lo lejos que fue el artículo publicado por el Financial
Times el 12 de octubre último, con la firma de John Paul Rathbone y Benedict Mander
y detalles de lo poco que importa la presencia argentina en el G-20. La
contrapartida esperanzadora de todo eso ha sido la pregunta inevitable a los
argentinos en encuentros multinacionales: "¿Cuándo se van a resolver
ustedes a contar con políticas serias, creíbles y estables?"
Brasil apareció en Lima retratado en claroscuros.
El gigante del Cono Sur ha perdido intensidad en el crecimiento de su economía,
paga costos por la amortiguación del desarrollo del modelo capitalista de
China, del que se ha beneficiado en escala apreciable, y lleva años priorizando
el consumo por encima de la inversión. ¿Está presente el chavismo venezolano
más de la cuenta en el corazón de los dirigentes de Brasil, en Dilma, en Lula?
La inconsistencia del presidente Maduro resulta para todos, según se comentó
aquí, de una elocuencia que mal podrían ambos ignorar, pero ¿cómo contestarían
Dilma y Lula aquella pregunta sobre la morigeración que con otra sensibilidad
de vecinos podrían haber alentado a estas alturas en relación con las demasías
"bolivarianas"?
Estamos viviendo en un mundo de nuevas realidades.
La tecnología cambia la política y produce efectos sobre la sociedad. El
populismo, recordó Lagos, marca una línea divisoria entre dos Américas latinas.
Dijo que era todo un capítulo cómo mirar hacia el Pacífico. Unos pueden mirarlo
como países bañados por sus aguas y otros como países del Atlántico que serían
bien recibidos por aquéllos para la gestación de políticas compartidas y
proyectadas en común hacia el mundo. Sería el caso de Brasil. ¿O acaso Alemania
o Italia, estando sus costas ante otras aguas, no son parte de la Alianza
Atlántica? Por el contrario, en las negociaciones en curso entre Estados Unidos
y Europa por la renovación de la alianza que gestaron después de la Segunda
Guerra Mundial, los norteamericanos siguen contemplando al Atlántico sólo hasta
donde llegan sus propias fronteras marítimas y se desentienden del Sur. En todo
caso, de éste los Estados Unidos se ocupan mucho menos que de Europa y lo que
hacen es por otras vías.
Termina un ciclo, comienza otro. El presidente
peruano, Ollanta Humala, se hizo tiempo para hablar en el Foro. Perú ha sido
uno de los países de mayor crecimiento entre los latinoamericanos en los
últimos años. Humala, un oficial de artillería en retiro, pero que podría muy
bien personificar por su aura el papel de un oficial de inteligencia, llegó al
poder en medio de serias reservas de la comunidad democrática internacional.
Sin embargo, en seguida se ganó la confianza hasta de los más escépticos. Dice
que después de años de expansión económica las clases medias peruanas quieren
ahora calidad de servicios. La cuestión es quién trazará el camino para
lograrlo, si el Estado o los mercados. Humala confiesa que se necesita del
sector privado y que el Estado tiene que entender más el papel de la educación,
porque ella profundiza la diferencia sustancial y duradera entre los Estados.
En pocos años, Perú ha duplicado el producto per
cápita. Las exportaciones se han multiplicado siete veces en poco más de una
década. El ministro de Economía, Luis Miguel Castilla, dice que el secreto
peruano está en el manejo responsable de la economía. El Banco Central es
independiente de la autoridad política y la visión oficial apuesta a la
apertura y expansión comercial. Perú, país abierto a las inversiones directas,
que han sido extraordinarias en el campo minero, ha crecido estos años a tasas
superiores a las de Corea y Singapur. Castilla se detiene en un concepto clave:
"La seguridad jurídica ha prevalecido en Perú". Así se ha hecho
creíble ante el mundo.
Castilla pone también cartas de otro valor sobre la
mesa: hay en Perú inseguridad física, minería ilegal, tala irracional de
grandes bosques, trata de personas. Son temas de resolución pendiente, como el
de mejorar la calidad del capital humano en salud, salubridad, movilidad social
o conectar los centros de producción con los mercados e instaurar la
certificación de la calidad educativa. Falta saber si Humala arruinará las
cosas empeñándose, como lo acusa la oposición, en la perpetuación en el poder
-a hechura de lo que Kirchner hizo-, interponiendo en las próximas elecciones
la candidatura presidencial de su mujer, Nadine. Sueños monárquicos de difícil
realización: la popularidad de Humala está apenas en el 25%.
Sea por el caso de Perú o por cualquiera de tantos
otros, Felipe González, ex presidente del gobierno socialista español, se
preguntó cómo hacer para que la popularidad de los presidentes esté en relación
directa con el crecimiento del producto bruto de sus países. Cómo lograrlo, en
un mundo en el que la globalización de la revolución tecnológica ha sido el
paso siguiente a la globalización de los ideales democráticos, que llevaron en
1989/90 a la implosión del comunismo.
No basta con alcanzar altas tasas de crecimiento.
El modelo de ajuste de la globalización, dijo el estadista español, reparte
demasiado desigualmente el ingreso. Hoy, en Brasil, los movimientos de protesta
social cuestionan al poder más de lo que lo hace la política partidaria. La
popularidad del gobernador de Río de Janeiro es un ejemplo escalofriante de
cómo la imagen de un gobernante puede caer con la velocidad de un peso muerto
lanzado al vacío: en un suspiro, ha bajado ?del 72 al 16% de popularidad.
La Bolsa, dijo González, ha superado en Madrid los
10.000 puntos, pero la gente sabe que para volver a encontrar empleo deberá
esperar cinco o seis años. "¿Y de lo mío, qué hay", se preguntan los
desempleados que han llevado la desazón a las plazas públicas.
La conclusión fue que hay que crecer con equidad y
que a la distribución del ingreso debe atendérsela como un problema moral. Y,
además, que cuando no se puede distribuir, deben buscarse respuestas porfiando
en mejorar la salud pública y la educación, que son puertas para elevar la
calidad humana y recuperar competitividad.
O sea: el mercado podrá en algún momento generar
empleo, pero los problemas sociales los va a resolver en última instancia la
política. Para eso, advirtió González, es necesario, por complejo ?que resulte,
coordinar la gestión pública con la privada.
© LA NACION.
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