En América Latina,
los presidentes de la región buscan una sola cosa: quedarse en el poder más
tiempo del estipulado al asumir.
En América Latina, la democracia está en coma. Salvo honrosas
excepciones, los presidentes de la región buscan una sola cosa: quedarse en el
poder más tiempo del estipulado al asumir, y donde dice “más tiempo”,
léase “para siempre”. La consecuencia de ello es el establecimiento de un orden
político despótico y personalista, diferente a los de antaño—basados en la institución
militar—pero simultáneamente parecidos: una suerte de Macondo pero con
elecciones.
Estos nuevos autócratas han usado diversos métodos para perpetuarse,
todos efectivos, además, en paralizar a la oposición. Chávez, por ejemplo, logró modificar la constitución en
pos de su reelección indefinida. Es su sucesor, Maduro, quien
intentará amarrarse al poder para siempre. Si ello se logra por medio de elecciones
limpias o por medio del fraude, como en abril pasado, es trivial, sobre todo
una vez que el pajarito en su sombrero confirmó la legitimidad del resultado.
Evo Morales, por su parte, hizo aprobar la nueva
constitución en 2009, la cual estipula que los mandatos anteriores a
la vigencia de la misma cuentan, inhabilitándolo explícitamente. Pero eso fue
en 2009. Ahora, el Tribunal Constitucional autorizó la candidatura del
presidente en ejercicio para un tercer período consecutivo. La alquimia legal
invocada es que la nueva constitución refundó el estado—el Estado
Plurinacional—y por lo tanto la primera presidencia de Morales ocurrió en
“otro” estado.
Correa también modificó la constitución, que
ahora autoriza dos períodos consecutivos. Más precavido que Morales, se aseguró
su tercer periodo desde el comienzo, especificando que el mandato bajo la
constitución anterior no contaba. Es decir, bajó el reloj a cero en 2009, y así
tendrá el poder en sus manos hasta el año 2017. Seguramente verá entonces cómo
hace para quedarse otro rato.
A diferencia de los anteriores, Ortega prefirió no perder su valioso tiempo en una
tediosa reforma de la constitución, que en Nicaragua prohíbe toda
reelección inmediata. Él simplemente presentó su candidatura y la Corte Suprema
dictaminó que era “legal”. Así de simple: el más alto tribunal violando la ley
suprema para satisfacer al jefe del ejecutivo; igualito a los Somoza.
En Argentina, los adulones a sueldo hablan de “Cristina eterna”. No satisfecha con doce años
en el poder, entre los propios y los de su difunto marido, la Presidenta
intentará postularse a un tercer período a partir de 2015. Para ello necesita
dos tercios del Congreso y una Convención Constituyente, eso luego de las
elecciones parlamentarias de octubre próximo. El problema de la señora es que
su popularidad está hoy alrededor del 35 por ciento y su imagen negativa llega
a dos tercios del electorado. Sobre la base de estos datos, sólo le restaría
cumplir su mandato, empacar y negociar una partida elegante, porque además no
tendrá a la Corte Suprema de su lado como Morales y Ortega.
Pero no, como ella es “vieja y terca”, según nos hizo saber Mujica,
ahora está embarcada en un asalto directo a los medios y al Poder Judicial.
Así, ordenó a toda su bancada legislativa aprobar, en apenas diez días, la ley
de “democratización” del Consejo de la Magistratura, el órgano que designa a
los jueces. ¿Por qué tanto apuro? Porque la Magistratura también designa a los
miembros de la Justicia Electoral, el órgano que norma el proceso comicial
entero, desde el empadronamiento de los ciudadanos hasta el cómputo de los
votos. La señora Kirchner está ajustada con el tiempo, pero si logra imponer
nuevos jueces electorales rápidamente, ya hay quienes auguran un vasto fraude
electoral en octubre. Entonces sí, tal vez, logre las bancas necesarias para la
reforma constitucional que la acerque a su tan ansiada eternidad.
Este nuevo autoritarismo— ¿si todo esto no es autoritarismo, qué cosa lo
es?—se justifica por una ideología progresista, revolucionaria, liberadora,
popular, bolivariana y demás, que dice que hace falta tiempo para consolidar la
gran transformación en curso. Muy pomposo y muy solemne, pero son todas
pamplinas, eso es nada más que una narrativa para ingenuos. Aquí no hay
ideología ni principios, aquí no hay más que petrodólares, negocios mal
habidos, lavados de dinero, boliburgueses, ladrikirchneristas y piñatas
Sandinistas. Este supuesto proyecto transformador es simplemente una corrupción
de tal magnitud, que el poder omnímodo y perpetuo es imprescindible para
garantizar su impunidad.
Esta “nueva izquierda”, que tanto ha criticado al neoliberalismo y las
privatizaciones, en realidad es idéntica a la “vieja derecha”: ambas han
privatizado el poder.
*Héctor E. Schamis es profesor en la Universidad de Georgetown,
Washington DC.
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