El presidente de EE UU ha reaccionado de diferente
forma y a distintos ritmos en los tres frentes que tiene abiertos.
ANTONIO
CAÑO Washington
El presidente de EE UU, Barack Obama, / SAUL LOEB (AFP)
Como un
malabarista en apuros, Barack Obama lidia estos días con tres escándalos
simultáneamente sin acabar de controlar ninguno. Cada uno de ellos tiene un
origen diferente, naturaleza distinta y variado potencial de riesgo también.
Pero la acumulación de los tres amenaza, como mínimo, con desfigurar la
presidencia de Obama y pone en peligro su agenda política, además de hacer
parecer a todo el Gobierno como un atajo de incompetentes.
En orden
temporal, se han ido acumulando: las sospechas sobre el
comportamiento de la Administración en el ataque terrorista a Bengasi el año pasado, la revelación de que la agencia
recaudadora de impuestos (IRS) había discriminado negativamente a los grupos
conservadores y, por
último, esta misma semana, el descubrimiento de que el Gobierno
había registrado –no escuchado- las llamadas hechas desde teléfonos de la
agencia Associated Press.
El
episodio de Bengasi, en el que murió el
embajador de EE UU en Libia y otros tres norteamericanos, ha sido explotado por
la oposición republicana desde hace tiempo –fue debatido durante la última
campaña electoral- como un episodio de falta de
reacción del Gobierno, especialmente de Hillary Clinton, que era
entonces secretaria de Estado, ante una amenaza terrorista. Obama nunca lo
admitió así y nunca se ha demostrado que se pudiera haber actuado de manera más
eficaz. Pero se han conocido algunas contradicciones entre las agencias de
espionaje y el Departamento de Estado que para los republicanos son muestras de
que se trató de ocultar la actuación inadecuada de Clinton.
En el espionaje a
la agencia AP será
difícil hallar nada ilegal, puesto que los números de teléfonos fueron
registrados –nunca se pinchó ninguna llamada- con la correspondiente orden
judicial ante la preocupación de que algunas informaciones en las que
trabajaban los periodistas pudieran poner en peligro a determinadas personas
implicadas en la actividad antiterrorista. Más que un escándalo, es una
operación que afea la imagen de una Administración que presumía de haber
acabado con las tácticas secretistas del anterior Gobierno. Y, sobre todo, es
una ocasión para definir más claramente los límites entre la libertad de
expresión y la seguridad nacional.
Más que un escándalo, el espionaje a AP es
una operación que afea la imagen de una Administración que presumía de haber
acabado con las tácticas secretistas del anterior Gobierno
De los
tres casos a debate en estos momentos, el que más se parece al escándalo por antonomasia,
el Watergate, es el de la actuación delIRS,
en la medida en que se utilizó a una agencia oficial que debe de ser
independiente por definición para perjudicar a rivales políticos. Las pruebas
encontradas muestran que el IRS intentó penalizar a todas las organizaciones
libres de impuestos que estaban vinculadas al Tea Party.
Obama ha
reaccionado de diferente forma y a distintos ritmos en los tres episodios. El
caso de Bengasi siempre lo ha interpretado como un
intento de politizar una tragedia inevitable con claros propósitos de perjudicar a
la Casa Blanca y a la posible candidatura presidencial del Partido Demócrata en
2016. Aún así, el miércoles atendió la petición hecha por el presidente de la
Cámara de Representantes, John Boehner, e hizo públicas
100 páginas de correos electrónicos que se cruzaron desde varias
instancias del Gobierno en las horas y días que siguieron al ataque.
En el
asunto de AP, la Casa Blanca declaró que desconocía lo sucedido. Como prueba de
su posición al respecto, Obama ha pedido al Congreso que reavive una
legislación propuesta por los demócratas para proteger a los periodistas de la
actividad de los órganos de seguridad.
En el más
evidente y peligros de los tres escándalos, el del IRS, Obama anunció
el miércoles la destitución de la persona que estaba temporalmente al frente
del organismo –no
había sido nombrado todavía un presidente- y prometió llegar hasta el final en
la investigación. También en este último caso Obama tiene una tabla de salvación,
puesto que resulta patente que grupos, como los del Tea Party, abiertamente
dedicados a la actividad política, se están aprovechando de la situación fiscal
que favorece a las organizaciones empeñadas en el trabajo social.
Si
ninguno de estos tres asuntos crece, habrán servido al menos para hacer aún más
tensa la relación entre demócratas y republicanos en el Congreso, donde la Casa
Blanca necesita votos de la oposición para sacar adelante sus iniciativas más
importantes, como la reforma
migratoria.
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