POR FABIÁN BOSOER
El mayor déficit en estos 30 años de democracia es la ausencia de
estrategias de mediano plazo y políticas “contracíclicas”, dice este politólogo
de Stanford y Miami.
Ciclos implacables. “La ‘década K’
parecía haber sido la excepción, pero creo que esta excepción se está
acabando”, dice Smith/ DIEGO WALDMAN
RELACIONADAS
29/12/13
Llegó por primera
vez a la Argentina como estudiante de doctorado, hace de esto más de cuarenta
años, el 11 de setiembre de 1973. Imposible olvidarse de esa jornada. Cuando
aterrizó en Ezeiza con su esposa, mexicana, se enteró de que acababan de
bombardear el Palacio de la Moneda en Santiago de Chile, y que el presidente
Salvador Allende había muerto resistiendo el golpe militar. En pocas semanas en
Buenos Aires vivió la euforia popular, el triunfo de Perón, el asesinato de
Rucci y los enfrentamientos entre la izquierda y la derecha peronista
cobrándose víctimas a diestra y siniestra en las calles de la Ciudad y zanjones
del conurbano. Con esos recuerdos detrás, y habiendo seguido la política
argentina de las siguientes décadas y escrito libros sobre ella, su mirada del
presente invita a reconocer los grandes avances obtenidos. Pero observa que
esos avances ocultan el principal problema: la incapacidad para planificar y
prevenir las crisis que sobrevienen cuando se agotan los ciclos económicos o
políticos. William Smith es profesor de Estudios Internacionales de la
Universidad de Miami, doctorado en Ciencia Política en la Universidad de
Stanford, editor de la Revista Latin American Politics and Society y autor de
numerosos libros sobre política latinoamericana.
Usted viene
estudiando la política argentina en el contexto latinoamericano de las últimas
décadas. ¿Cuál es su balance de estos 30 años de democracia que acaban de
cumplirse?
Creo que durante
los últimos 30 años la Argentina ha vivido un proceso de consolidación
democrática exitosa, aunque con claroscuros. Primero hay que subrayar los
logros antes de remarcar los déficits democráticos. Yo recuerdo muy bien el
terrorismo de Estado y la masiva violación de los derechos humanos durante la
dictadura militar. Recuerdo muy bien la violencia previa de los años ‘70, con
una alta movilización social y política, pero también represión y violencia.
Desde esta perspectiva, tal vez el logro más importante de las tres décadas de
democracia ha sido la casi total desmilitarizarizacion del sistema político y
la erradicación de cualquier pretensión de protagonismo político por parte de
las Fuerzas Armadas. Las Fuerzas Armadas ya están sujetas al control civil
indiscutido y existe una sólida y fuerte subordinación al Estado democrático.
¿Además de éste,
cuáles fueron los principales logros?
Resumiendo lo
positivo de cada etapa, de cada presidencia, creo que con Alfonsín se avanzó
mucho con las primeras tareas de la transición, sobre todo en relación a los
Derechos Humanos, con el juicio a las Juntas, que fue trascendental. Luego, con
Menem y Cavallo, con la convertibilidad y la “cirugía sin anestesia” del
proyecto neoliberal, dejando de lado por un momento sus altos costos sociales,
se puso fin a la hiperinflación y terminó la era de las insurrecciones
militares. Ambos eran hasta entonces aparentes problemas insolubles. Eduardo
Duhalde y Néstor Kirchner lograron estabilizar la economía en el contexto de
una crisis social enorme y sin precedentes. Y Kirchner inició la recuperación
de la política democrática (me refiero a la capacidad de un presidente elegido
por el pueblo de tomar decisiones frente a la pretendida autonomía del mercado
y los llamados “poderes fácticos”) y avanzó con la reconstrucción de la
autoridad del Estado. Finalmente, con Cristina Fernández no sólo se ha
expandido la ciudadanía a través de nuevos derechos civiles (matrimonio
igualitario, etc.) sino también se han implementado algunas de las políticas
sociales más progresistas del periodo democrático.
Vamos entonces,
ahora sí, a los déficits de nuestra democracia ...
Hoy la Argentina
tiene un régimen político basado en arreglos institucionales
liberal-democráticos con un sistema federal y división de poderes, que aun con
sus defectos, funciona formalmente según lo prevén sus leyes y normas. Pero,
como todo el mundo reconoce, la democracia argentina padece de una serie de
problemas comúnmente reunidos bajo el rótulo de “baja calidad institucional”.
Este lado problemático tiene que ver con la erosión de identidades y la
fragmentación del sistema de partidos. En el nivel subnacional, el de la
política de las provincias, estos fenómenos van de la mano con problemas de la
política territorial como el clientelismo y la complicidad -por acción u
omisión- de los caciques locales y la policía con el crimen o el delito
organizado y la inseguridad ciudadana. De tal modo que la consolidación de la
democracia no ha podido resolver, sino sólo modificar, el nivel y la
complejidad del mal endémico que es la debilidad institucional en la Argentina.
Aquí hay que mencionar los conocidos diagnósticos de Guillermo O’Donnell y
otros colegas argentinos acerca de la democracia delegativa, el
hiperpresidencialismo, la falta de transparencia y la debilidad de la
“accountability” (responsabilidad de los gobernantes frente a los gobernados).
En breve, la democracia argentina está consolidada pero es una democracia de
mala calidad.
¿Cómo se explica
que al cabo de una década de crecimiento económico y énfasis en la recuperación
del rol del Estado en la economía y la sociedad, el país recaiga en crecientes
conflictos y protestas de aristas violentas?
Volvamos a una
década atrás: el país más igualitario de la región mostraba, de repente, a un
50% de su población por debajo de la línea de pobreza. Toda la política
económica del inicio del nuevo siglo se dirigió a estabilizar la economía y
lograr el repunte. Desde el punto de vista de la política, creo que otro logro
muy importante era reconstruir la política frente al mercado y a los grandes grupos
económicos, los poderes fácticos, y fortalecer el Estado, como respuesta a los
excesos del neoliberalismo precedente. Fortalecer el Estado es fundamental,
porque sin Estado no hay derechos. Para que haya derechos el ciudadano tiene
que poder recurrir a instancias estatales, para que sean derechos
verdaderamente ejercidos. Y aquí es donde la cosa comienza a complicarse.
¿De qué modo?
En los ‘90 se
hablaba de “democracia delegativa” en referencia al gobierno de Menem y sus
políticas neoliberales. Pero resulta que los gobiernos de los Kirchner, con
contenidos y orientaciones diferentes, también obedecieron a una lógica
delegativa de concentración y personalización del poder. Comienza así a vivirse
un proceso parecido, con la misma secuencia: el Gobierno adopta medidas fuertes
para enfrentar una crisis estatal de magnitud; tiene aciertos, con la
implementación de políticas económicas que coincidirán con el período más largo
de la historia de crecimiento económico, hasta 2007, 2008. Con creciente
formalidad del mercado de trabajo, millones de empleos, crecimiento con cierta
inclusión social, etc. Pero el correlato político será una creciente
personalización y concentración del poder en un pequeño círculo, que, es
verdad, había comenzado ya con Menem; la idea de “gobierno de emergencia”, los
“superpoderes” y la dificultad del Congreso de fiscalizar la acción ejecutiva.
Al principio parecía que el kirchnerismo venía a mejorar la calidad
institucional, pero luego la economía le da un margen amplio de juego y en
lugar de utilizar ese margen para construir una institucionalidad más sólida y
de mejor calidad, lo que hace es profundizar la concentración de poder, “doblar
la apuesta” y lanzar aquel “vamos por todo”. O sea que utilizó la misma lógica
que cuando había momentos de crisis y eso termina conspirando contra sus
propios logros.
¿Al final, esta
política seguiría sometida a los ciclos económicos en lugar de evitar o atenuar
sus curvas de alza y baja? ¿Se monta sobre la curva ascendente (recuperación,
crecimiento, consumo) y cae junto con la pendiente en descenso (inflación,
contracción, menor crecimiento)?
Detrás de esos
problemas cíclicos siempre parece haber un origen fiscal, tanto en el menemismo
como en el kirchnerismo, supuestamente modelos diferentes. Eso tiene que ver
con la la existencia de un partido hegemónico, la fragmentación partidaria y el
hiperpresidencialismo, como le decía antes. Porque ¿cuáles son los incentivos
para que el Ejecutivo no sobreactúe en los momentos de auge? En esta lógica de
los hiperpresidencialismos, sin un adecuado control del Parlamento o de la
sociedad civil, se da un achicamiento de los horizontes temporales, se piensa
sólo en el ciclo electoral, se hace todo para maximizar el voto a corto plazo.
Cada presidente, para ser elegido, tiene que demonizar al gobierno anterior y
prometer una ruptura drástica con el pasado. El problema es cómo alargar los
horizontes temporales para que ese fin de los ciclos presidenciales no termine
precipitando una nueva crisis.
¿Puede ser esa la
encrucijada que le toca ahora transitar al kirchnerismo en el final de su
tercer gobierno consecutivo?
Pensando en los
próximos dos años, creo que no obstante los logros, todo indica que la economía
argentina corre el riesgo de ir por el camino equivocado, en la dirección
errada, de nuevo. La posibilidad de otro ciclo de crisis plantea un
rompecabezas muy complicado. Todo indica que, más allá del contenido especifico
de las políticas económicas -convertibilidad y moneda fuerte con desregulación
con Menem, o el default, el boom de las exportaciones primarias y el tipo de
cambio competitivo con Néstor y Cristina – la economía no consigue evitar caer
en esos ciclos abruptos. La democracia argentina aprendió a recuperarse de las
crisis pero no aprendió a prevenirlas. La “década K” parecía haber sido la
excepción, pero creo que esta excepción se está acabando. Me pregunto: los
últimos cambios en el gabinete y la posibilidad de modificaciones importantes
en las políticas económicas del gobierno, ¿significan el abandono de esta
“lógica K” de redoblar la apuesta o tal vez apenas una leve alteración? Creo
que en buena medida la respuesta a esta pregunta será fundamental no sólo los
próximos dos años sino también en la determinación de la próxima fase de
democracia argentina.
Copyright Clarín,
2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario