POR JORGE CASTRO
Consumo chino.
Qianmen, calle peatonal y comercial de Beijing. / EFE
29/12/13
Cae la pobreza en
el mundo y disminuye la desigualdad. Esta es la situación social del planeta en
la segunda década del siglo XXI, y los grandes reductores de la pobreza y la
desigualdad son los países emergentes: China ha disminuido en 600
millones el número de pobres en los últimos 30 años; India, 250 millones y
Brasil, en el período 2003-2010, 40 millones.
La reivindicación
de la justicia social es inseparable de la comprensión de este aspecto esencial
de la globalización, resultado directo de la incorporación de los países
emergentes al capitalismo globalizado.
El Banco Mundial
(BM) ofrece las siguientes precisiones: los tres segmentos de abajo de la
población del mundo (en ingreso per cápita U$S 2 / US$ 16 por día) aumentaron
sus rentas 54,8% entre 1988 y 2008, y los tres deciles de arriba lo hicieron
sólo 25,1%.
China es una
categoría aparte.
El promedio mundial
de ingreso per cápita ha aumentado 24,6% en ese período, y 178,3% en la
República Popular. De ahí que el índice Gini de desigualdad haya caído en China
entre 1988 y 2008 de 32 a 20,6.
El sector más
favorecido por el auge del ingreso per cápita es ahora 40% del total de la
pirámide mundial, mientras era 23% en 1988.
¿Quiénes son los
grandes ganadores de la globalización?
La respuesta del BM
es inequívoca: 90% de la población mundial que ha logrado el mayor
incremento del ingreso per cápita pertenece al Asia; y partes de ella
corresponden a China e India. Entre los 420 millones de personas que menos han
aumentado sus ingresos, 365 millones son ciudadanos del G-7.
La caída de la
pobreza tiene una relación causa efecto con el aumento extraordinario
de la clase media, que hoy asciende a 1.800 millones y sería 4.900
millones en 2030 (60% de la población mundial entonces).
Global Trends
2012-2030 hace la siguiente advertencia: “el crecimiento de la clase media
global constituye un giro tectónico en la historia del mundo (…) Es
la primera vez que la mayoría de la población mundial no será pobre y
en que la clase media se convertirá (en 2030) en la inmensa mayoría de la
población de la mayor parte de los países.” La clase media era prácticamente
inexistente en China en 1980 y lo mismo ocurría en Asia emergente. Esta
ausencia se mantenía en 1990 y 2000, con la excepción de Corea del Sur y
Taiwán, y en menor escala Malasia y Tailandia.
De pronto, se
produjo una explosión y la clase media del sudeste asiático con eje en China alcanzó a
50% de la población, tras haber sido 20% diez años antes.
El proceso ha
entrado en una nueva fase en la República Popular. Los sectores medios y altos
de la clase media (US$ 15.000 / US$ 35.000) serán 30% en 2020 y fueron 12% en
2010. Más aún, los ricos –que triplican o quintuplican los ingresos anteriores–
alcanzarán a 100 millones al concluir la década; y todo esto mientras el
ingreso per cápita promedio pasa de US$ 7.500 anuales a US$ 16.000 en 2020.
China se convertirá
en una sociedad de ingresos medios, próspera.
Es imprescindible
colocar a la pobreza en sus términos reales y advertir que el hecho central de
la época es su excepcional disminución y su contrapartida, la nueva
clase media global, que se expande sobre todo en Asia y América Latina.
Este esfuerzo de
lucidez y adecuación a la realidad es una tarea prioritaria para quienes, como
la Iglesia Católica, han hecho una “opción preferencial por los
pobres”.
El pensamiento
católico por definición es hiperrealista, no ideológico; y la fe está unida con
la razón en la búsqueda común de la encarnación, que es la realidad.
Quien advertiría el
significado del estudio del BM, si viviera, sería Matteo Ricci, sacerdote
jesuita, que para convertir al Imperio chino en el siglo XVII se transformó en
un excelso sabio confuciano. “Para convertir – dijo – hay que convertirse”, esto
es, encarnarse.
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