En
esta ocasión los candidatos responderán preguntas del público.
Tras la experiencia del primer
debate, en el que la
victoria de Mitt Romney sobre Barack Obama se decidió más por la actitud que
por el mensaje de cada uno, es imposible hacer pronósticos sobre el segundo,
que se celebrará el martes en la universidad de Hofstra, en el Estado de Nueva
York. Nadie sabe de qué puede depender esta vez el resultado, pero lo que es
indudable es que quien resulte ganador, si es que lo hay, habrá dado un salto
gigantesco para su coronación dentro de 20 días.
Las horas previas a ese
debate se viven entre los cálculos que preceden un acontecimiento deportivo. ¿Pasará Obama
al ataque? ¿Será capaz Romney de
defender su posición? ¿Cuál de los dos marcará el ritmo? ¿Cuál será
la estrategia de cada uno para confundir al rival?
Como espectáculo
televisivo que es -70
millones de personas siguieron el anterior debate-, este evento se ensaya
meticulosamente con el propósito de lograr el impacto emocional, esa milagrosa
conexión con el espectador que cada actor pretende en una representación. El
hecho de que éste sea un espectáculo de carácter político, apenas modifica nada
más que el guión.
El guión, no obstante,
es parte de la representación y puede acabar siendo importante. Junto con los
actores y el escenario, completa el trío de factores que decidirán el resultado
de la función.
En esta ocasión, el
escenario no será el de los dos candidatos frente al periodista que formula las
preguntas, sino ante a un público que podrá intervenir, de acuerdo a una
selección previamente hecha por Gallup, con sus propias preguntas. La
moderadora se limitará a conducir el debate. Los candidatos tendrán la
posibilidad de interactuar con la audiencia, y su lenguaje corporal puede ser
aún más importante en esta ocasión.
En esta ocasión, el escenario no será el de
los dos candidatos frente al periodista que formula las preguntas, sino ante a
un público que podrá intervenir con sus propias preguntas
Los actores llegan a
este debate en diferentes condiciones. Uno, Romney, en la
cúspide de su popularidad, después de un clamoroso éxito en la
función anterior y respaldado por encuestas que le permiten pensar seriamente
en que puede ser presidente. Obama, en cambio, se sube al escenario envuelto en
dudas. Su desastrosa comparecencia en Denver ha resucitado todos los peores
fantasmas sobre él, su ventaja en las encuestas se ha reducido enormemente y el
martes se podría encontrar a un milímetro de perder su condición de favorito. El
comportamiento de Joe Biden en el debate entre candidatos a la vicepresidencia le dio cierto oxígeno al presidente,
pero se le consumirá rápidamente si él mismo no es capaz hoy de poner en pie al
público.
La última de las encuestas,
publicada el lunes por The Washington Posty la cadena
ABC, demuestra que Obama está aún por delante, pero en condiciones
muy precarias. Su ventaja sobre Romney en el cómputo general es de tres puntos
(49% frente a 46%), dentro del margen de error del sondeo. Esa distancia es
algo mayor entre los votantes independientes (seis puntos), y Obama consigue un
respaldo a su gestión (50%) y un número de personas que creen que el país está
en la dirección correcta (42%) similares a las cifras que tenía George W. Bush
al ganar la reelección. Pero Romney ha aumentado sensiblemente el grado de
entusiasmo con su candidatura (59%), que actualmente está 30 puntos por encima
del de John McCain en 2008.
Una sorpresa, un gesto, una frase, también
una sólida y convincente actuación, pueden decidir el nombre del próximo
presidente
Por último, el tercer
factor que decidirá el éxito de esta representación, es el guión. En el
anterior debate, los principales argumentos de Romney tuvieron que ver con el
paro y los impuestos. En el duelo de los candidatos a la vicepresidencia, el
republicano, Paul Ryan, obtuvo algunos puntos en sus críticas al Gobierno por
las circunstancias que rodearon el ataque en
el que murió el embajador norteamericano en Libia. Es muy posible
que esos tres asuntos vuelvan a estar en el libreto de la oposición esta noche.
Más imprevisible resulta
el guión de Obama. El presidente tiene que decidirse entre dedicar su tiempo a
rebatir las afirmaciones de su contrincante o exponer su propia visión de
futuro. La primera opción tiene la ventaja de que podría poner de relieve las
múltiples contradicciones y cambios de posición de Romney a lo largo de esta
campaña. La segunda es mucho más presidencial y del gusto del electorado
norteamericano.
En todo caso, es de ese
subjetivismo, del gusto del electorado, del que depende la suerte de los dos
contendientes el martes. Esa es la miseria y la grandeza de las democracias
modernas. Para que el mensaje llegue a más gente y más gente se implique en el
proceso, hay que hacerlo también más accesible y, en ocasiones, superficial.
Una sorpresa, un gesto, una frase, también una sólida y convincente actuación,
pueden decidir el nombre del próximo presidente de Estados Unidos.
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