En la nueva era de la transparencia es el ciudadano y no el Estado quien
deviene transparente.
Sirve una
coctelera, una caja forrada de tela metálica o un refrigerador. Las ondas
electromagnéticas no pasan, como sucede con el relámpago que da en un avión en
pleno vuelo. Es la jaula de Faraday, un efecto electrofísico descrito por el
científico inglés del mismo nombre. Estos días se ha puesto de moda porque
sirve para evitar que funcionen los teléfonos móviles o las señales digitales.
Edward Snowden, antes de reunirse con sus abogados en su hotel de Hong Kong,
les pidió que metieran sus teléfonos móviles en la nevera, según ha comentado
con sorna Heather Murphy en el blog The Lede del New York Times.
Hay otros
sistemas, como el que usan algunos políticos españoles especialmente
susceptibles y angustiados: piden a sus interlocutores que dejen el teléfono
fuera de su despacho o quiten la batería. Puede que sea inútil, pues hay teléfonos
y ordenadores que siguen funcionando sin energía. Estamos entrando en una nueva
era, se nos dice a propósito del mundo digital. Julian Assange la anunció
referida a las relaciones internacionales, transformadas por la publicación de
los Cables del Departamento de Estado o Cablegate.
Edward Snowden, antes de reunirse con sus abogados en su hotel de Hong
Kong, les pidió que metieran sus teléfonos móviles en la nevera
El
fundador de Wikileaks había abrigado la quimera de un mundo transparente, en el
que los benéficos hackers agrupados en organizaciones como la suya, pondrían a
disposición de los ciudadanos los secretos ocultos del poder político o
económico. Pero los hechos le han desmentido y ahora Edward Snowden, con sus
revelaciones y luego con los esquinazos memorables que le está dando a sus
perseguidores, nos demuestra que efectivamente estamos en la era nueva de la
transparencia, pero no del Estado ante el ciudadano sino del ciudadano ante el
Estado. Todos espiados.
Es la era
de los espías. Como en la guerra fría, pero con una tecnología de alcance
perturbador, que destruye la vida privada, una de las grandes conquistas de la
era burguesa que ahora agoniza. Las libertades individuales, el derecho de
prensa e imprenta y la misma democracia se asientan en la noción de que hay una
vida pública que a todos nos concierne y otra privada que es cuestión de los
individuos y en la que nadie puede inmiscuirse. Lo más prodigioso es que la
brillante idea de convertir las vidas privadas en objeto de un control
exhaustivo no fue de un depravado ingeniero social, un totalitario de la mente,
sino de uno de estos jóvenes emprendedores, liberales e incluso ácratas, que
están en el origen de las redes sociales, negocios fabulosos para quienes los
conciben. Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, fue el primero en confesar
que el contenido de su negocio era la vida privada de la gente.
Las redes
son maravillosos difusores del poder social. Quienes las usan pueden
utilizarlas para organizar revueltas sociales como en Turquía y en Brasil o
entregar su vida privada a quienes negocian con esos datos al parecer tan
valiosos. Aunque Edward Snowden haya evitado de momento la detención y provocado
una crisis diplomática entre Washington y tres capitales (Moscú, Pekín y
Quito), sus revelaciones señalan bien a las claras quien lleva la delantera en
la carrera entre la libertad y el control en el ciberespacio. Obama no es el
presidente que continua el Estado de excepción implantado por Bush con la
guerra global contra el terror, tal como le pintan maliciosamente sus
adversarios, sino el líder con el que entramos en una nueva y temible era del
control de la información, gracias a la estrecha colaboración entre las
multinacionales punteras de la tecnología y los servicios militares y de
espionaje.
Es la era de los espías. Como en la guerra fría, pero con una
tecnología de alcance perturbador, que destruye la vida privada.
Por
fortuna no es un combate lineal. Nunca se puede dar todo por perdido. Lleva
ventaja el control por parte del consorcio público-privado de la información
digital, auténtico heredero del todopoderoso complejo militar industrial que
denunció Eisenhower al dejar su presidencia. Pero el precio que están pagando
las empresas y la diplomacia estadounidenses en imagen y en influencia global
es realmente oneroso. El desgaste afecta incluso al nuevo secretario de Estado,
John Kerry, que ha hecho declaraciones contra China y Rusia de una ingenuidad
impropia de su prestigio y veteranía. Así es el nuevo mundo multipolar, en el
que Washington tiene menos palancas y mayores dificultades para encontrar
aliados cuando le pillan con el carrito de los helados.
El chiste
que suscitó hace ya muchos años la China de Deng Xiaoping, que había
sintetizado lo peor de los dos sistemas, se está haciendo realidad también para
el conjunto del planeta; éste es el nuevo modelo global: mercado capitalista y
control totalitario de los individuos. Nada será gratis en esta nueva era.
Quien quiera derechos, que se los pague. Solo la fracción ínfima de los muy
ricos podrán pagar por los nuevos derechos privatizados. A las nuevas clases
medias emergentes se les ha lanzado un señuelo y luego de las va a desposeer.
Quien quiera privacidad deberá contar con dinero y medios para construirse la
jaula de Faraday que le mantenga a resguardo de los nuevos y todopoderosos
fisgones.
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