Nicaragua y Honduras anuncian sendos proyectos
interoceánicos con inversores asiáticos. Guatemala presenta el suyo en Taiwán.
A Panamá, en plena ampliación, le sale competencia.
Daniel Ortega y Wang Jing sostienen el acuedo de concesión del canal. / ESTEBAN FELIX (AP)
Esta es
una oportunidad para todos los costeños”. Abelino Cox, un hombre moreno,
fornido, de piel muy oscura y arrugada, muestra un entusiasmo infantil, como el
de un niño que recibe un regalo, al hablar de los beneficios que tendría para
los habitantes del Caribe de Nicaragua la construcción de un canal
interoceánico a través de este país centroamericano. “Estamos cansados del
retraso en el que han sumido a la región. Este es nuestro nuevo horizonte”,
dice Cox, un poeta que pronuncia el español con un marcado acento costeño,
producto de las mezclas de lenguas que se hablan en el Caribe: dialectos
indígenas, inglés criollo y castellano. “Nicaragua cumplirá su viejo sueño”,
sentencia el vate caribeño.
El
presidente Daniel Ortega resucitó el sueño y lo puso a andar la pasada semana
de la mano de un desconocido empresario chino. Pero no es el único con ese
sueño. En el Caribe se ha desatado una verdadera carrera por hacerse con una
nueva ruta interoceánica que compita con el casi centenario Canal de Panamá,
actualmente en plena ampliación. A los planes nicaragüenses se han unido los de
Honduras y Guatemala, cuyos Gobiernos han anunciado también proyectos para
transportar mercancías por tierra de un océano al otro.
Pero lo
que despierta la atención de los analistas internacionales es la presencia de
empresas chinas en una región que hasta ahora se consideraba el patio trasero
de Estados Unidos. “Es de interés estratégico de China tener un segundo canal
para contar con más opciones para el tránsito de materias primas compradas por
sus empresas”, asegura Evan Ellis, autor del libro China
in Latin America. El
presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina, aprovechó una visita a Taiwán para
anunciar lo “avanzado” de su plan para construir un canal seco de 390
kilómetros que incluiría una línea de tren, un gasoducto y oleoducto, una
carretera de alta velocidad y dos puertos, uno en cada océano. Y el pasado
viernes, el presidente de Honduras, Porfirio Lobo, hizo público que el 8 de
julio firmará un memorando de entendimiento con la empresa de capital chino
China Harbour Engineering Company Ltda (CHEC) para construir un ferrocarril
interoceánico.
Nicaragua
EL SOCIO
ORIENTAL DE ORTEGA
Wang Jing
es un hombre alto y regordete, de cara redonda y nariz pequeña, nacido en Pekín
en 1972. La noche del viernes 14, en la queDaniel Ortega lo presentó a
todo el país, lo llamó el “gran hermano” y un “fantasma de carne y
hueso”, una mofa ante las dudas expresadas por los críticos del presidente
hacia un empresario chino desconocido. Wang aterrizó en Nicaragua a finales de
2012 de la mano de Laureano Ortega, uno de los hijos del presidente que fue
nombrado asesor de inversiones. En septiembre de ese año, Laureano, un joven
alto de cabello muy negro, rostro en forma de pera y que siempre viste con
elegancia, con finos trajes oscuros, encabezó en un hotel de Managua una lujosa
presentación de la empresa Xinwei, de la que es propietario Wang y que llegaba
a invertir en Nicaragua, según datos oficiales del Gobierno, 1.500 millones de
euros en tres años para modernizar las telecomunicaciones del país. Hasta ahora
la empresa no ha desembolsado un solo
dólar y lo único que
se conoce de los planes de inversión es que el Gobierno les cedió unas oficinas
en un edificio recién remozado que se levanta en la parte vieja de Managua, una
zona destruida hace más de 40 años por un terremoto que dejó miles de muertos y
que aún no renace. El edificio está vacío, sin rastros de actividad de una
empresa que pretendía lanzar a Nicaragua al siglo XXI.
Con Wang,
Ortega trajo a Nicaragua grandes sueños de modernidad. Como en la Macondo de
García Márquez los vecinos esperaban la llegada de los gitanos para conocer
nuevos artilugios, en Nicaragua el mandatario sandinista presentó a los
inversores chinos como los impulsores de un nuevo país, que podría incluso
lanzar un satélite al espacio, el Nicasat-1, a un costo de 260 millones de
dólares. Y más importante aún que la presencia criolla en el universo,
cumpliría el sueño canalero, que ha sido la condena nicaragüense a vivir, como
en la novela de García Márquez, sumida en siglos de incertidumbre. Desde su
independencia de España, en 1821, el país ha soñado con el canal, y ese sueño
lo ha llevado a entregarse a las garras de potencias extranjeras como Estados
Unidos, que invadió Nicaragua y la sometió a su dominio, siempre con la falsa
promesa de construir un canal, y con el beneplácito de los políticos locales,
caracterizados por tener pocas luces.
Así,
apoyado en la populista idea de darle a Nicaragua lo que siempre ha querido,
Ortega presentó a la Asamblea un proyecto de ley que entregaba por 50 años la
concesión para la construcción y gestión del Gran Canal a la empresa Hong Kong
Nicaragua Development Investment, fundada en la ciudad china en tiempo récord y
con Wang como presidente, director y único socio. Para gestionar todos los
subproyectos del canal, Wang creó una empresa en las Islas Caimán sin que se
conozcan detalles de esa compañía, que para el escritor nicaragüense Sergio
Ramírez es una “empresa de maletín”. La Asamblea de Nicaragua (un parlamento
unicameral controlado por el gobernante Frente Sandinista) aprobó de forma
expedita la ley enviada por Ortega, que para los analistas consultados en
Managua prácticamente entrega la soberanía del país a Wang, quien desde ahora
tendrá amplios poderes para decidir sobre recursos, territorios y disposiciones
políticas. La ley incluye la posibilidad de expropiar todas aquellas
propiedades que el empresario crea conveniente para desarrollar el proyecto, lo
que ha enfrentado al Gobierno con el sector privado del país, que por lo
general mantiene dulces relaciones con Ortega. El presidente, además, entregó a
Wang, como garantía, las reservas del Banco Central de Nicaragua.
“El
tratado, negociado por Ortega en secreto, se ha consumado de espaldas a los
nicaragüenses, sin ninguna transparencia y sin ninguna clase de consenso
nacional”, escribieron un grupo de intelectuales nicaragüenses, encabezados por
Sergio Ramírez, en un manifiesto hecho público en Managua. “En un siglo en el
que se compromete el futuro de generaciones de nicaragüenses que aún no han
nacido, y que nacerán prácticamente sin patria, se entrega a una compañía con
sede en Hong Kong y recién inscrita en Gran Caimán, reconocido paraíso fiscal
en el Caribe, la tierra, las aguas marítimas, fluviales y lacustres, el aire y
los recursos naturales en una extensión territorial que al firmarse el tratado
ni siquiera ha sido definida, y se cede también la soberanía administrativa,
judicial, laboral, fiscal y financiera del país”, agregan.
Los
críticos de Ortega, además, ven en la relación Ortega-Wang oscuros negocios
personales. “No se necesita ser muy avispado para adivinar que el señor Wang
Jing es una simple tapadera de los intereses de Ortega y su familia. Si no
¿cómo aceptaría el Gobierno que alguien que tiene una microempresa en China,
más pequeña, mil veces más pequeña, que los intereses empresariales, por
ejemplo, de Carlos Pellas (el empresario más importante de Nicaragua), pueda
haberse quedado con semejante concesión?”, cuestionó Dora María Téllez, una
exguerrillera sandinista contra la dictadura de Somoza, hoy crítica con el
Gobierno de Ortega.
El poeta
Abelino Cox habla con entusiasmo sobre el Gran Canal. “Es una gran oportunidad
para el desarrollo del Caribe”. Sus anhelos son los de una región depresiva. La
costa del Caribe de Nicaragua tiene una extensión mayor a los 50.000 kilómetros
cuadrados, es la reserva de los grandes bosques tropicales de este país y está
casi deshabitada. Nicaragua, la gente del Pacífico y principalmente la capital
del país, Managua, siempre le han dado la espalda a esta vasta zona, cuyos
habitantes hacen milagros para garantizar su supervivencia. La región está cada
vez más corroída por el narcotráfico internacional, que la ha tomado como ruta
de la droga que viaja desde el sur del continente hasta Estados Unidos,
mientras las pandillas y el crimen carcomen a sus ciudades, como Bluefields,
que presenta tasas de homicidios similares a las de la violenta Guatemala en un
país cuyas autoridades se jactan de que es uno de los más seguros de
Centroamérica.
Contrarios
a lo que cree Cox, académicos originarios del Caribe de Nicaragua miran con
preocupación el plan. “Conocemos muy bien estas cosas”, dice el activista
miskito nicaragüense Armstrong A. Wiggins, director del Centro de Recursos
Jurídicos para los Pueblos Indígenas, con sede en Washington. “Los chinos están
muy activos en África, donde no respetan los derechos humanos y traen a su
propia gente: no crean trabajo para los países en los que se meten. Nuestros
pueblos indígenas van a resentir esta situación”, asegura Wiggins.
A las
preocupaciones sobre el futuro de los territorios indígenas se suman las
inquietudes de ambientalistas por el daño que las obras del canal podrían
causar en un país de extensas selvas tropicales y grandes lagos. La obra, según
ha dicho el mismo Ortega, atravesaría el lago Cocibolca, el gran lago de
Nicaragua con una extensión mayor a los 8.000 kilómetros cuadrados (como la
provincia de Ávila), lo que genera temor por la que es la mayor fuente de agua
dulce de América Central. Las costas del lago prácticamente están deshabitadas,
a excepción de la turística ciudad colonial de Granada, por lo que el impacto
en poblaciones sería menor. La preocupación radica en la polución.
“China es
el país más contaminado del mundo y siempre ha despreciado el medioambiente”,
dice el ecólogo Jaime Incer Barquero, célebre defensor de la naturaleza en
Nicaragua. “Creo que el proyecto del canal debe ser reconsiderado, porque puede
ser factible desde el punto de vista de la ingeniería, pero no desde el
ambiental”, agrega.
La noche
en la que Ortega presentó el fantasma Wang al país entero, el empresario
chino aseguró que ha contratado a media docena de firmas consultoras que harán
estudios de viabilidad previos. Los asesores de Wang aseguran que el empresario
chino es serio y que la iniciativa también lo es. “Para él, este proyecto es
como una misión: quiere tener un lugar en la historia. Está dispuesto a
arriesgar su reputación y su plata”, dijo un representante de una de las
consultoras contratadas por Wang, que pidió no mencionar su nombre.
Los
estudios de viabilidad del proyecto canalero nicaragüense estarían listos en
mayo del próximo año, a un costo de decenas de millones. Permitirán determinar
si es necesario otro canal en Centroamérica, sobre todo en momentos cuando
Panamá avanza en el proyecto de ampliación de su canal, que estaría listo en
2016. Voces oficiales en Panamá aseguran que no es necesario otro canal, pero
sus vecinos nicaragüenses, hondureños y guatemaltecos creen que el comercio
internacional —impulsado por potencias como China— crecerá tanto en las próximas
décadas que se hace necesario plantear nuevas rutas. Toda una carrera
interoceánica que, al menos en Nicaragua, donde el 47% de la población vive en
pobreza, genera sentimientos
encontrados, que van del escepticismo hasta la alegría desmesurada.
“Ese es nuestro nuevo horizonte”, a decir del poeta Abelino Cox.
Guatemala
APROVECHAR
LO QUE DIOS PUSO
El pasado
30 de mayo, el Gobierno y la patronal de Guatemala se presentaron al país ante
decenas de inversores internacionales, de más de una veintena de naciones, como
el lugar idóneo para meter su dinero. El Guatemala Investment Summit sirvió
para presentar al mundo alrededor de un centenar de oportunidades de inversión,
principalmente de comunicaciones e infraestructuras. Entre todos, destacaba
uno, desproporcionadamente grande para las cifras del país. Un consorcio
privado busca 7.000 millones de euros para un proyecto llamado Corredor
Interoceánico de Guatemala. El encargado de conseguirlos es Gustavo Steiger,
director financiero del proyecto. “Creemos que nuestra principal fortaleza como
país es nuestra posición geográfica”, decía para situar al interlocutor.
Sentado en el sofá del hall del hotel Camino Real de Guatemala,
donde se celebraba el foro de inversionistas, Steiger era capaz de desplegar
una convincente “versión 10 minutos” del corredor interoceánico, sin mapas ni
papeles, solo con su voz y mirando a los ojos. Llevaba haciéndolo todo el día.
Steiger
vendía el proyecto con una frase que vale para toda Centroamérica. “Esto lo
puso Dios”, decía. “¿En qué somos competitivos? En que estamos en medio de las
nuevas rutas del comercio mundial”.
Esas son
sus palabras. Pero también cita de memoria las de Simón Bolívar, que en la Carta
de Jamaica, de 1815, escribió este premonitorio
párrafo: “Los Estados del istmo de Panamá hasta Guatemala formarán quizá una
asociación. Esta magnífica posición entre los dos grandes mares podrá ser con
el tiempo el emporio del universo; sus canales acortarán las distancias del
mundo; estrecharán los lazos comerciales de Europa, América y Asia; traerán a
tan feliz región los tributos de las cuatro partes del globo”. El momento ha
llegado. Centroamérica está en el centro del mundo, y va a empezar a cobrar
esos tributos.
El
Corredor Interoceánico de Guatemala es un canal seco para el transporte de
mercancías. Por Guatemala no pasarán barcos, sino su contenido. Se compone de
una línea férrea para los trenes de contenedores, un oleoducto para
hidrocarburos y una carretera. En total, 142 metros de ancho por 372 kilómetros
de largo entre los dos océanos. El proyecto de corredor es ciento por ciento
privado, pero cuenta con un apoyo entusiasta del Gobierno. Durante su visita
oficial a España, el pasado febrero, el presidente Otto Pérez Molina habló a
las claras de su intención de lograr inversores para el corredor. Pérez Molina
suele presentar su país como la puerta de entrada a “un mercado de 80 millones
de habitantes”, que comprende desde el sur de México hasta Panamá. Hoy por hoy,
los promotores del corredor evitan confirmar si hay alguna empresa española en
el consorcio. Steiger apenas detalla que hay “dos europeas”. Los inversionistas
obtienen a cambio el derecho de explotación de las vías.
El
mercado para la línea férrea son las mercancías que van de Asia a la costa Este
de Estados Unidos. “Ahora mismo hay dos formas de llevar un contenedor desde
Shanghái hasta Nueva York”, explicaba Steiger, “por Panamá o por Long Beach”. O
el barco atraviesa el canal y sigue ruta hasta la costa Este o deja la
mercancía en el gigantesco puerto de Long Beach, en Los Ángeles, para su
transporte por carretera o ferrocarril hasta la costa Atlántica. Guatemala está
convencida de poder competir en coste y en tiempo con la opción Long Beach. Y
de poder competir en capacidad operativa con el Canal de Panamá.
En cuanto
al primero, Steiger aseguraba que el futuro Corredor Interoceánico de Guatemala
comenzará gestionando dos millones de contenedores al año, pero que acabará
gestionando siete millones. Esa es la capacidad de Long Beach. Sin embargo,
atravesar los 372 kilómetros de Guatemala y seguir en barco es más corto y más
barato que atravesar todo Estados Unidos con la mercancía.
En cuanto
a Panamá, “el crecimiento del comercio mundial está saturando la ruta”, decía
Steiger en mayo. “El comercio mundial cada vez hace más énfasis en las
economías de escala, los buques son cada vez más grandes. Por Panamá pasan
buques de 7.500 contenedores. Hoy ya los hay que transportan 18.000
contenedores, y eso es una tendencia”. Panamá está ampliando el ancho del canal
para poder dar paso a estos nuevos mercantes, pero Steiger tiene claro que “se
necesita una ruta alternativa. No rivalizamos con Panamá, ellos van a seguir
creciendo”. En todo caso, asegura Steiger, Panamá tendría la batalla perdida
porque “Guatemala está más cerca de Estados Unidos”.
El
proyecto de Guatemala es significativamente más barato que el de Nicaragua,
aunque Steiger reconoce que parten de un “concepto similar”. Steiger todavía no
se explica cómo piensa rentabilizar su vecino del sur una inversión de 30.000
millones de euros, además de las complicaciones operativas de pasar por el lago
Nicaragua.
El
Corredor Interoceánico lleva 10 años en preparación. En este tiempo, su
principal activo es que ya han conseguido acuerdos con las 226 comunidades por
las que discurre el trazado. Hay resoluciones de sus consejos municipales. “Ya
está escriturado. El derecho de vía está dado”, decía el presidente Pérez
Molina cuando vendía el proyecto a inversores en Madrid en febrero. Está
previsto un acto de firma definitiva de la cesión de tierras este año.
Panamá
EL
CENTENARIO CANAL CRECE PARA DUPLICAR SU CAPACIDAD
En un
pueblo del suroeste de Corea hay ingenieros construyendo día y noche las
válvulas de los nuevos accesos del Canal de Panamá. En el norte de Italia
apuran la confección de las 16 compuertas enormes que tendrán los dos nuevos
juegos de esclusas a los que apuesta este país centroamericano para mantener la
competitividad de su paso interoceánico. En el terreno panameño, en medio de la
humedad que resulta de los aires del Caribe con los del Pacífico, hormiguean
cientos de tractores y más de 9.000 obreros cada vez más apurados por avanzar
todo lo que se pueda en la ampliación para llegar a 2014, cuando el canal
cumple 100 años de existencia.
Es
difícil que se cumpla. Ya lo advirtió la empresa española Sacyr Vallehermoso,
que lidera al consorcio CUPG, encargado de la ampliación pensada para acoger barcos de mayor
tamaño y así duplicar las toneladas de carga que transitan cada día los 80
kilómetros del único paso húmedo entre los océanos Pacífico y Atlántico. Unos
meses más necesitarían para entregar la megaobra, centrada en un nuevo juego de
esclusas en cada uno de los extremos del canal. Ahora la meta es abril de 2015,
un periodo adicional de nueve meses que tampoco altera los cálculos hechos en
2005, cuando el Gobierno de Martín Torrijos planteó la expansión.
Ahora
Panamá se da prisa con el crecimiento de su famoso canal interoceánico. Hay una
demanda mundial creciente de los buques que van de un océano a otro en el
ombligo del continente americano. Hay presión interna por no perder el ritmo de
crecimiento económico (10% del PIB en 2012) que caracteriza a esta nación donde
la economía es casi todo. Y ahora, como si faltaran motivos, el anuncio de
Nicaragua de abrir un nuevo canal ha espoleado a los panameños, que se muestran
en el continente como los mejores en esa tarea de hacer que una carga de
petróleo, granos o mercancías cruce de un océano a otro.
“En las
noches se trabaja con iluminación artificial. Se nota el progreso en todos los
frentes. Este monstruo de proyecto está cogiendo cuerpo. Ya se pueden ver las
esclusas, ya tienen forma. Estamos deseando ver al primer buque Pospanamax (como se llaman los barcos de tamaño
superior a los Panamax, que son los que se ajustan a las
dimensiones que tenía hasta ahora el canal) cruzando por aquí”, comenta Jorge
Luis Quijano, quien cumple nueve meses como administrador del canal. Van y
vienen tractores durante las 24 horas. Capataces españoles, italianos, chilenos
dirigen a una fuerza obrera que permite prescindir de las pausas en los
trabajos de excavación, de vertido de cemento y cientos de tareas de todo nivel
técnico. Muchas de estas visibles desde los rascacielos de la ciudad o desde el
mirador turístico de Miraflores, donde se ubica un juego de esclusas en uso en
mitad del conducto.
Las obras
avanzan en paralelo al trajín diario del canal, por donde cruzan entre 35 y 40
buques en un recorrido que les puede llevar un día completo y costar una tarifa
media de 60.000 euros. Esta es la capacidad máxima de la infraestructura,
susceptible de duplicarse en el año 2025, cuando se cumplan 10 años de uso de
la ruta ampliada y hayan pasado 25 años desde que Panamá se hiciera con el
control del canal construido y operado por Estados Unidos desde 1914.
Todo está
en manos de la Autoridad del Canal de Panamá (ACP), una institución que trabaja
al margen del aparato estatal panameño. A ella debe responder el consorcio
CUPG, formado de manera mayoritaria por la española Sacyr, que mientras empuja
sus trabajos reclama también una indemnización de 450 millones de euros por
supuestos atrasos de parte de la ACP, que rechaza la reclamación y está
dispuesta a llevarla a un arbitraje internacional. Pero el vaivén febril en el
terreno no se frena por ello. En 2015 el canal debe ser más grande, sí o sí.
Honduras
DIEZ
LÍNEAS DE FERROCARRIL DE COSTA A COSTA
El
Gobierno de Honduras también se ha lanzado a la carrera por hacerse con un
canal interoceánico. El presidente Porfirio Lobo, que el próximo año entregará
el Gobierno, anunció este semana que firmará un memorando de entendimiento con
la empresa china Harbour Engineering Company Ltda (CHEC), que está interesada en
construir una serie de 10 líneas de ferrocarriles que podrían unir la región
del Caribe con el Pacífico hondureño.
Los
planes hondureños incluyen la construcción de un puerto de aguas profundas en
el Caribe y otro en el golfo de Fonseca, la salida de Honduras al Pacífico. El
golfo es un avispero que de vez en cuando eleva las tensiones entre
Tegucigalpa, Managua y San Salvador, dado que sus países comparten ese saliente
al océano. La tensión ha sido tal que, en marzo, Lobo amenazó con usar su
fuerza aérea para abrirse paso a través del golfo, acusando a sus vecinos de
querer encerrar a Honduras. “No tengo que levantar los
F-5 para que me abran paso”, advirtió el presidente. Está por verse si su
proyecto canalero levanta suspicacias entre sus vecinos, principalmente
Nicaragua.
Por el
momento, el Gobierno de Tegucigalpa ha dicho que CHEC ha mostrado el interés de
desarrollar el estudio técnico-financiero de la obra para establecer su
viabilidad y, si esta prospera, serían los empresarios chinos quienes estarían
a cargo de la construcción del canal seco y sus subproyectos, como un
oleoducto. Miguel Ángel Gámez, ministro hondureño de Obras Públicas, se mostró
absolutamente emocionado con el proyecto. Esto demuestra “la importancia que
tiene Honduras para el comercio mundial”, dijo con entusiasmo.
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