Si se borrara la
presencia del país en el continente, quedaría una figura irreconocible.
José Saramago, el fallecido Nobel de literatura portugués, me hizo notar
un día que en España, cuando muestran el tiempo en la televisión, nunca lo
hacen quitando a Portugal. Y me comentó: “Es que los españoles, si arrancáis
del mapa a Portugal sentís complejo de castración”.
Y es cierto: la piel de toro ibérica, sin Portugal, aparece como una
imagen mutilada, esquisita, en la acepción negativa del vocablo
portugués.
Se discute, cada vez más si Brasil pertenece a título completo a América
Latina. Los brasileños, en general, no se sienten del todo latinoamericanos
sino simplemente “brasileños”, por múltiples razones históricas, no la última,
la lengua que los separa de los otros pueblos del continente.
Sin embargo, Brasil, visto en el mapa, aparece como la barriga del
continente. Recordando la anécdota de Saramago, he probado a imaginarme la
figura de Latinoamérica, sin Brasil. Hagan una prueba con papel y lápiz. Todo
queda desfigurado. Ese cuerpo robusto, compacto, macizo, lleno, que forma el
continente, se convierte enseguida en una imagen irreconocible, como una
serpiente en pie o un cuerpo al que le han vaciado del tronco y de la barriga.
Se puede discutir hasta el infinito sobre si existe
la brasilinidad, sobre si hay dos Américas: la hispana y la
portuguesa
Se puede discutir hasta el infinito sobre si existe la brasilinidad,
sobre si hay dos Américas: la hispana y la portuguesa. Y es innegable que
dentro de un mismo continente, cada rincón mantiene su idiosincrasia, sus
características antropológicas e históricas.
La Unión Europea es, por ejemplo, en la época moderna, la más fuerte
experiencia de un continente unido al que se le han borrado hasta las fronteras
con una moneda única, un gobierno y un parlamento propios y hasta un Banco
Central.
Y nadie podrá decir que la diversidad, no sólo de lenguas, sino de
identidades culturales e históricas no sean menos más disparatadas que las de
Brasil y México, por ejemplo. ¿Qué
tienen en común Suecia con Grecia, o Portugal con Reino Unido o con
Holanda?
Y sin embargo, Europa, que ya fue el centro del mundo, del arte y de la
cultura, es vista siempre como una identidad en sí. Se viaja a Europa, se vaya
a Polonia o a Bélgica.
El sueño de no pocos latinoamericanos ha sido siempre el de llegar a ser
de alguna forma, con sus profundas diversidades individuales, la Europa del
Nuevo Mundo, es decir una unidad diferente en sus partes, pero formando una
sola realidad.
El fruto mayor de estos últimos setenta últimos años en Europa ha sido
el ser un continente que, por primera vez en muchos siglos, se ha visto libre
de las guerras que fueron, en el pasado, su amargo pan cotidiano.
Hoy, en Europa vuelven a latir, sin embargo, tentaciones de vuelta a su
antiguo desgarro. Nacen los movimientos contra la Unión Europea por parte de
los que un día, como los seguidores de Moisés en el desierto, sienten la
nostalgia de las ollas hirviendo de carne y cebollas del tiempo de la
esclavitud.
Y Europa puede rasgarse de nuevo con el fantasma de fondo del retorno de
las guerras. Fue faro de civilización, pero también campo de guerras sin fin.
Ahora unido por la paz, sus pueblos vuelven a agitarse en una tentación
diabólica de volver a su dramático pasado.
En esta nueva Europa de las Américas, está
amaneciendo algo nuevo que lleva el cuño de la esperanza y del gusto por la
vida
El peligro es que Europa, de nuevo con su túnica dividida, acabe siendo
solo un museo de riquezas artísticas, un ”ya fue”, un imperio en declive, como
lo fueron tantos en la historia antigua, una reliquia del pasado. Algo muerto.
Europa se ve azotada por la tentación pesimista que aqueja a los que
sienten haber perdido la ilusión y hasta el liderazgo de una de las mayores
civilizaciones que han existido.
Europa está de regreso de su civilización. Por ello, cansada. América
Latina, al revés, está empezando un nuevo camino, quizá con las ilusiones que
un día acunaron a Europa. Sobre esa experiencia de un mundo nuevo en ascensión
en vez de en camino de vuelta, están estudiando justamente antropólogos y
sociólogos europeos que ven en la nueva experiencia latinoamericana el germen
de aquellas ilusiones que forjaron un día la Europa que hoy hace marcha atrás.
Es la ilusión- a pesar de los inmensos problemas y llagas aún abiertas y
de la carga de corrupción política- contra la desilusión que acogota a tantos
europeos.
Los pueblos nuevos de AL, de la que no podemos arrancar a Brasil sin
sentir complejo de castración, se diferencian hoy de Europa en cuanto a la
visión del futuro. La conciencia de sus ciudadanos, empezando por los
brasileños, de que el futuro será mejor que el presente, es algo que diferencia
fundamentalmente a ambos continentes.
Recuerdo una entrevista en Madrid, hace ya años, con el sociólogo
italiano, Domenico de Masi, hoy un gran analista de la idiosincrasia brasileña,
autor del famoso libro El ocio creativo.
Masi me sorprendió en aquella conversación al ponerme a Brasil como un
laboratorio de análisis de las tendencias de una civilización nueva que podría
estar surgiendo, ya que sus gentes, me decía, “trabajan para vivir y no viven
sólo para trabajar”. Un país con rara tolerancia religiosa, con una enorme
capacidad de aceptación del diferente, algo que es hoy la gran espina castradora
de Europa: el miedo y el rechazo a los “otros”, considerados como nuevos
enemigos.
En aquellos mismos días, el filósofo español Fernando Savater me puso,
curiosamente, el mismo ejemplo de Brasil como germen de lo que podría ser un
mundo nuevo “sin las guerras que asolaron a Europa” durante siglos. Me decía
que esa capacidad de los brasileños de ser tan diferentes, pero sintiéndose
todos orgullosos de su país y esa capacidad de recibir y mezclarse con todos
los pueblos y razas (en São Paulo conviven en paz gentes de más de cien países
que aportan libremente sus características propias) era el mejor antídoto
contras las tentaciones de las guerras.
En Europa crecen, por ejemplo, peligrosamente, los movimientos y
partidos ultras y vuelven a levantar cabeza los viejos fantasmas que habían
sido domados de fascismos y nazismos. Se recela de la democracia y de las
libertades tan duramente conquistadas para entregarse a la tiranía de los
nuevos ídolos del capitalismo y del mercado.
En AL, al revés, se van disipando las nubes de las viejas dictaduras,
existen anhelos cada vez más fuertes de abrir espacios a nuevas formas de
democracia y participación ciudadana, a nuevos organismos que puedan ser,
aunque aún confusamente, el embrión de un futuro continente sin fronteras y con
una sola moneda. Y quizás hasta con dos lenguas hermanas dialogando
amigablemente entre sí.
Y la historia nos enseña que son justamente las guerras de religión y de
pensamiento, la tentación de querer marcar lo que nos separa más que lo que nos
une, lo que hizo sufrir a Europa con sus hogueras de la Inquisición.
Aquí, en esta nueva Europa de las Américas, está amaneciendo algo nuevo
que lleva, al revés, el cuño de la esperanza y del gusto por la vida y su
disfrute, en un entorno natural aún con el sabor de la naturaleza no violada.
Lo dicen los que llevan analizando el fenómeno de estos pueblos nuevos
que, pese a llevar todavía a cuestas las cicatrices de viejas esclavitudes y de
dolorosas experiencias autoritarias colonizadoras, están apostando por un nuevo
Renacimiento, quizá distinto del que forjó a la vieja Europa, pero también- y
tantos apuestan por ello- más pegado a los valores humanos de convivencia,
solidaridad, acogida del otro y ganas de vivir mejor, más cerca de la
naturaleza que de las máquinas.
Y en este nuevo renacimiento del Nuevo Mundo o de la nueva Europa
americana, Brasil no solo no puede ser arrancado del mapa del continente, que
quedaría muy feo sin él, sino tampoco de la nueva experiencia que está
germinando y que explicaría esa fascinación actual de los europeos hasta por la
vida pobre de las favelas brasileñas, ricas en humanidad y
creatividad y que apuntan, con todas sus contradicciones, valores de una nueva
civilización en gestación.
Todo ello es más profundo en su realidad verdadera que lo que puede
aparecer en la superficie de la banalidad de la simple política cotidiana.
El 98% de los europeos que visitan AL, y en concreto Brasil , confiesan
que les gustaría volver. Sobre todo, por la calidez y la alegría de sus gentes.
¿Es poco en un mundo cada vez más huérfano de acogida del diferente?
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