Majestuoso testimonio de un poder agostado

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lunes, 9 de diciembre de 2013

Las enseñanzas de Nelson Mandela


Por Iván Petrella |  Para LA NACION


" Sueño con una África en paz consigo misma", dijo alguna vez Nelson Mandela. A lo largo de su vida buscó materializar ese sueño en un continente tumultuoso y un país que intentaba una transición de complicaciones casi sin precedentes en el mundo moderno. Pocas veces fue tan merecido un Premio Nobel de la Paz como el que recibió él en 1993.

Escribo estas líneas con el mismo sueño de Mandela: el de una paz que permita construir un país ejemplar , no sólo en lo político y lo económico, sino también en lo humano: que el país sea mejor, que todos seamos mejores y que haya entre nosotros una amistad cívica robusta basada en el respeto recíproco e igualitario.
Ahora que acaba de morir, quisiera reflexionar sobre las lecciones que Mandela deja no sólo para el mundo, sino también para la Argentina.

La primera enseñanza es la necesidad de una justicia reparadora para todos, que cure heridas, deje atrás el pasado y dirija el país hacia el futuro. Mandela fue líder del Congreso Nacional Africano, que se enfrentó al atroz régimen del apartheid . Dentro de este régimen, una minoría blanca de 20% de la población de Sudáfrica oprimía a la mayoría negra a través de un sistema legal que incluía la segregación barrial, del transporte, del sistema de salud y de la educación, sostenida por la violencia abierta del Estado. En ese contexto, Mandela fue encarcelado durante 27 años. Tras su liberación, se convirtió en el primer presidente negro electo democráticamente en Sudáfrica.
En su discurso inaugural, Mandela afirmó: "Llegó el momento de cerrar las heridas. El momento para cerrar la brecha de los abismos que nos dividen. El tiempo para construir está sobre nosotros". Para ello, estableció la Comisión para la Reconciliación y la Verdad. Liderada por el arzobispo Desmond Tutu, su meta fue reconstruir el tejido social devastado por el apartheid . En su libro Sin perdón no hay futuro , Tutu explica que decidieron rechazar el modelo de la justicia punitiva de los juicios de Nuremberg y el modelo de la amnistía fácil que lleva a la amnesia nacional. En cambio, optaron por un modelo de justicia reparadora que consistía de dos partes: las víctimas, por un lado, relataban las atrocidades que habían sufrido -las transcripciones son desgarradoras- sin ser sujetos a preguntas u hostigamiento por parte de abogados; por otro lado, los victimarios, a cambio del arrepentimiento, el perdón y una amnistía, confesaban sus crímenes y brindaban toda la información que tuvieran en relación con el funcionamiento del sistema del apartheid .
La justicia reparadora no busca el castigo o la retribución, sino sanar relaciones que se habían roto, rehabilitar a la víctima y al victimario. Al contrario de lo que uno podría suponer, el foco de la Comisión no eran los detalles que pudieran brindar los victimarios, sino las declaraciones personales de las víctimas. La voz de las víctimas lideraba el proceso. De ese modo, se les devolvía la iniciativa, podían tomar las riendas de sus vidas y sus historias y restaurar así la dignidad humana atropellada y violentada por el apartheid . En el caso del victimario, la Comisión requería arrepentimiento y una confesión completa: la verdad absoluta. Sin embargo, jamás buscó hostigar o perseguir a ninguna figura. Cuando el ex presidente P.W. Botha, un ferviente adherente al sistema de segregación, se negó a declarar ante la Comisión, el propio Mandela lo llamó para decirle que si su temor era ser maltratado, él mismo se sentaría a su lado durante la declaración.
Para la justicia reparadora no alcanza con recuperar a la víctima: también había que recuperar la humanidad eclipsada del victimario. Era necesario un proceso de restauración social que, en vez de expulsarlo, lo incluyera. En un libro reciente, New Beginnings: South Africa and Argentina , Claudia Hilb profundiza sobre las diferencias entre los juicios argentinos y la comisión sudafricana. Recomiendo también Walk with Us and Listen: Political Reconciliation in Africa, de Charles Villa-Vicencio, quien fue director ejecutivo del Instituto para la Justicia y la Reconciliación y principal investigador de la Comisión que lideró Tutu.
La segunda enseñanza que nos deja Mandela es que en una democracia las instituciones están siempre por encima de las personas. Antes de su presidencia, los analistas preveían un país sumido en el caos y la guerra civil. Había un esfuerzo titánico por delante. La revista Foreign Policy lo explicaba: "La Comisión Electoral Independiente de Sudáfrica se enfrentó con una tarea de enormes dimensiones en enero de 1994. El órgano de reciente creación tenía menos de cuatro meses para organizar y poner en práctica las primeras elecciones democráticas completamente inclusivas del país. Había mucho en juego. Una votación exitosa señalaría un nuevo comienzo para la nación después de la era del apartheid . El fracaso significaría la guerra civil".
En contra de todos los pronósticos, Mandela logró reconciliar a los sudafricanos. Pero el proceso de paz no se hubiera consolidado sin su liderazgo ejemplar. Mandela, víctima en primera persona de las crueldades del régimen, decidió incluir en el gabinete a su antecesor, De Klerk, y a otros miembros del gobierno que sostuvo el apartheid . Esos gestos de reconciliación fueron clave para que el resto de la población se convenciera de que la paz y el trabajo conjunto entre la mayoría negra y la minoría blanca eran posibles. Los testimonios de las víctimas hablan por sí solos: "La razón por la cual mi vida cambió es que aprendí a partir del ejemplo de nuestro presidente. Él, después de haber pasado por todas esas atrocidades al igual que nosotros, pudo perdonar y por eso yo me he vuelto más tolerante y comprensivo, cosa que antes no era", dijo una de las víctimas.
Para el mundo, Mandela es el símbolo de la nueva Sudáfrica. Para su pueblo, fue una figura amada y un ejemplo por seguir. Durante los cinco años de su presidencia, Mandela encarnó para muchos la esperanza de una Sudáfrica reconciliada. Por eso sorprendió que al finalizar su primer mandato no decidiera buscar su reelección. La Constitución sudafricana lo permitía, pero Mandela no quiso aferrarse al poder, ni siquiera permanecer cerca de él. Jamás buscó otro cargo político. En cambio, creó la Fundación Nelson Mandela y utilizó su popularidad a nivel mundial para fijar una agenda en diferentes cuestiones sociales, como la lucha contra el VIH y el desarrollo rural.
Mandela no pensó que su liderazgo fuera insustituible para el pueblo sudafricano. No fue un líder mesiánico, no se creyó la encarnación del pueblo. Su gesto revela que el proyecto de país trascendía a las personas. Las instituciones republicanas de la alternancia democrática debían ser suficientes para asegurar una continuidad más allá de su figura personal. En las instituciones, y no en líderes coyunturales, debía recaer la confianza del pueblo. Sobre ellas, y no sobre la figura de un líder amado y carismático, se construiría la nación.
La Argentina fue el primer país latinoamericano en visitar oficialmente al flamante presidente Mandela, gesto que éste retribuyó visitando a nuestro país en 1998. Pero no hemos sido capaces de asimilar sus enseñanzas: desde el poder se cuestionan diariamente las instituciones republicanas y hay heridas que todavía no hemos podido curar.
En su autobiografía, El largo camino hacia la libertad , Mandela escribió: "Hay que reconocer que cuando hay algo mal en la forma de gobernarnos la culpa no está escrita en los astros, sino en nosotros mismos. Hay que saber que depende de nosotros, como africanos, cambiar esta situación. Hay que afirmar la voluntad de hacerlo, hay que convencerse de que ningún obstáculo es lo suficientemente grande como para impedir el surgimiento africano".
Los invito a leer otra vez sus palabras, reemplazando ahora "africano" por "argentino". Quizá nos aliente a pensar, trabajar y vivir todos los días con ese espíritu.
© LA NACION. 

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