Alguien va a salir
derrotado de este pulso y esa derrota influirá en las próximas elecciones
presidenciales y legislativas y en el rumbo político del país.
ANTONIO
CAÑO Washington
La prensa aborda a un legislador republicano en el Capitolio. / J. SCOTT APPLEWHITE (AP)
Una de las propuestas que este martes, cuando faltaban menos de 48 horas
para la suspensión de pagos en Estados Unidos, surgió del grupo republicano en
la Cámara de Representantes quedó descartada apenas una hora después de su
aparición. Pero minutos después, había ya señales de otra distinta. Al mismo
tiempo, en el Senado, se trabajaba en un plan diferente con un pronóstico
igualmente dudoso. Este es el desconcertante escenario. Nada sólido
hay aún sobre la mesa para impedir la catástrofe que se anuncia y que, de
evitarse, será en el último momento y a un precio político altísimo.
Es, precisamente, ese precio político tan elevado lo que
hace tan compleja la situación. Alguien va a tener que salir derrotado de aquí,
y las consecuencias de esa derrota, no solo van a influir en el futuro de
determinados personajes en el poder, sino en los resultados de las próximas
elecciones legislativas y presidenciales y en el rumbo político del país.
Lo que está en juego en EE UU es, de forma inmediata, la solución de un
atasco presupuestario que tiene la administración federal cerrada desde hace más de dos semanas y
que puede obligar a la nación más poderosa del mundo a declararse en suspensión
de pagos a partir de la medianoche del miércoles. Pero, con una mayor
perspectiva, lo que se decide en esta crisis es la fuerza de cada cual para
imponer sus puntos de vista en la forma en que EE UU organizará sus finanzas y
establecerá sus prioridades de gastos e impuestos en el futuro inmediato.
Si los republicanos más conservadores, amalgamados en torno al Tea Party, salen victoriosos de esta sangrienta batalla, lo
que ahora mismo parece improbable, pudiera convertirse en protagonistas de la
situación política de este país por mucho tiempo. Si, por el contrario, esta
crisis se resuelve en la línea de lo que desea Barack Obama, su partido y el
sector moderado del Partido Republicano, habría razones para celebrar, quizá,
el declive del radicalismo revolucionario de la extrema derecha.
La incertidumbre era tal en el momento de escribirse esta crónica que
era arriesgado anticipar en qué dirección se inclinaría la balanza. Ambos
bandos –republicanos radicales, por un lado, y demócratas y republicanos
centristas, por otro- disponían aún de argumentos y, por supuesto, de recursos
legislativos para resistir en la pelea, incluso para tratar de justificar el
fracaso de una suspensión de pagos.
La más viable de todas las soluciones que circulaban este martes era una
que se gestaba en el Senado de forma bipartidista y que pretendía retrasar la
fecha fatídica de la suspensión de pagos hasta el 7 de febrero y extender el
presupuesto para la reapertura de la administración hasta el 15 de enero. Eso,
sin concesiones relevantes en la reforma sanitaria y con un compromiso de
negociar un nuevo marco presupuestario antes de mediados de diciembre. Pero esa
propuesta no ha sido todavía votada en el Senado, y menos aún se sabe cómo
puede ser aprobada en la Cámara de Representantes.
En realidad, existen los votos para su aprobación inmediata. La
combinación de demócratas y republicanos centristas da mayoría tanto en el
Senado como en la Cámara. ¿Por qué entonces no se aprueba y se pone fin de una
vez a esta pesadilla? La respuesta tiene que ver con la carga política que hay
detrás de esa decisión y, particularmente, con el papel de John Boehner, el presidente de la Cámara de
Representantes y máxima figura republicana en el Capitolio.
Aprobar la salida de esta crisis con una mayoría de votos demócratas y
una modesta aportación de votos republicanos sería tanto como reconocer que solo el Partido Demócrata merece confianza para dirigir al país en periodos de
turbulencia. Y tendría que ser Boehner, el único que tiene autoridad legal para
llevar cualquier eventual acuerdo a votación del pleno, quién tendría que
admitir esa dura realidad para su partido. Una profunda división en el seno del
republicanismo sería la consecuencia casi inevitable de un paso como eso. El
Tea Party, que empezó exigiendo la abolición de la reforma sanitaria para
evitar la suspensión de pagos, seguramente entendería el acuerdo que se negocia
en el Senado como una capitulación y emprendería acciones de castigo contra los
actuales líderes del partido, empezando por el propio Boehner.
Boehner se resiste a que el país y la economía mundial se salven a costa
de infligir un daño tan severo al Partido Republicano. Todo el tiempo
transcurrido hasta ahora, no ha sido más que el periodo necesitado por Boehner
para encontrar la fórmula mágica que le permita salvar su cabeza y apaciguar al
Tea Party. Todo el tiempo que se tarde aún en cerrar esta crisis será el tiempo
que requiera Boehner en insistir en esa búsqueda.
En última instancia, cuando el reloj marque la hora temida, si esa
fórmula mágica no ha aparecido –y es muy difícil que aparezca-, Boehner tendrá
que sacrificarse y someter a votación la solución propiciada por los demócratas
y la Casa Blanca. De lo contrario, caerá sobre sus espaldas la responsabilidad
principal de haber permitido que, por primera vez en la historia, EE UU incumpla con sus obligaciones de pago.
Si esa fórmula aparece –y para ello los republicanos más prudentes del
Congreso están tratando de convencer a sus colegas del Tea Party del daño que
pueden causar al partido-, aún así, le será difícil a la oposición evitar que,
como ya indican las encuestas, Obama resulte favorecido de la crisis, al menos
como la cabeza más fría entre una clase política que se ha revelado
temperamental, apasionada e impredecible.
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