“Si no les gusta el
presidente, cámbienlo en las elecciones, pero no destruyan lo que tardó dos
siglos en construirse”, dice.
El presidente,
fortalecido por el conflicto reciente, pide la elaboración de un presupuesto y
la reforma migratoria.
ANTONIO
CAÑO Washington
Barack Obama, tras su comparecencia. / CHARLES DHARAPAK (AP)
Aunque él mismo dijo que “aquí no hay ganadores”, es claro que Barack
Obama surge como el vencedor de una
crisis que ha deteriorado la imagen internacional de Estados Unidos,
violentado la convivencia nacional y causado considerables daños económicos,
pero que también ha minado, al menos temporalmente, la influencia del
conservadurismo extremista y ha allanado el terreno para la cooperación entre
los sectores moderados de ambos partidos. El presidente ha aprovechado para
llamar a la unidad y convocar a la ejecución de las reformas suspendidas por el
enfrentamiento resuelto el miércoles in extremis.
“Todo lo que tenemos que hacer”, dijo Obama en una comparecencia en la que agradeció a “los republicanos
responsables” por su contribución a la solución temporal de la
crisis presupuestaria, “es dejar de fijarnos en los lobbys, en los blogueros,
en los predicadores de la radio, en los activistas profesionales que se
benefician del conflicto, y concentrarnos en la tarea para la que la mayoría de
los norteamericanos nos eligió, en hacer crecer la economía, en crear empleos,
en fortalecer la clase media, en educar a nuestros hijos, en sentar las bases
de una prosperidad que alcance a todos y en conseguir orden fiscal de largo
plazo”.
Obama llamó a la unidad, y también a la razón, después de varias semanas
en las que se han cruzado insultos casi irrepetibles para los medios de
comunicación norteamericanos, se han exhibido banderas confederadas, ha quedado
expuesto todo el odio, especialmente contra el presidente, que se ha ido
acumulando por años. “Si no les gusta una política determinada o un presidente
en particular”, dijo, “vayan y ganen unas elecciones, cámbienlo, pero no
destruyan lo que nuestros predecesores tardaron dos siglos en construir”.
Existe, en efecto, una ventana de oportunidad para hacer cosas
aplazadas, no ya durante esta crisis, sino durante muchos meses. El presidente,
que ha conseguido sortear esta situación sin una sola concesión y ha demostrado
una templaza inusual en Washington en estos tiempos, está investido de una
nueva autoridad. Pero es una ventana estrecha y que puede volver a cerrarse en
cualquier momento. El acuerdo que aprobaron el Senado y la Cámara de
Representantes cuando faltaban menos de dos horas para la suspensión
de pagos y después de 16 días de cierre administrativo extiende el presupuesto
para seguir operando normalmente solo hasta el 15 de enero y amplía el techo de
deuda hasta el 7 de febrero. Es decir, que a la vuelta del nuevo año podríamos
volver a encontrarnos en una situación similar a la que acaba de ocurrir.
De hecho, al aceptar su derrota, el presidente de la Cámara de Representantes, John
Boehner, anunció que “la batalla continúa”, y la nutrida porción del
Partido Republicano que sigue las consignas del Tea Party, lejos de admitir
cualquier error, culpó del fracaso a la cobardía de sus compañeros centristas.
Aunque, finalmente, se superó la votación en la Cámara gracias a los votos
demócratas, es importante anotar que 144 de los 234 miembros del grupo
republicano se pronunciaron en contra, lo que permite visualizar la influencia
del Tea Party.
En esas condiciones, el liderazgo republicano se verá obligado, al menos
hasta las elecciones legislativas del año próximo, a ceder la iniciativa al
Partido Demócrata y legislar junto a él, como ocurrió el miércoles, o aceptar
el dictado, siempre radical y a veces irracional, del Tea Party. Esa una
decisión difícil, porque nunca es sencillo para un partido admitir semejante
debilidad.
Pero, con toda la prudencia del caso, las condiciones hoy son más
favorables que ayer para la consecución de acuerdos. La clase política ha
sentido el impacto de su desprestigio, el país entero es consciente del riesgo
al que ha estado expuesto y del perjuicio para su liderazgo mundial. Obama
pretende aprovechar este momento, según declaró ayer, para sacar adelante antes
de fin de año tres grandes iniciativas: un presupuesto, la reforma migratoria y
una ley agraria.
El presupuesto es, sin duda, lo más urgente para evitar nuevas
perturbaciones al comienzo de 2014, pero es también lo más complicado.
Conciliar puntos de vista actualmente tan divergentes sobre la política de
impuestos –que el Tea Party obligó a los republicanos a jurar que no se aumentarían
jamás- y de gasto público se ve como una labor titánica.
No va a ser más fácil la reforma migratoria. Está aprobada desde la
primavera en el Senado, pero falta el escollo de siempre, la Cámara. Cuenta con
el apoyo de republicanos moderados, que creen que rechazarla sería, después del
tiro en el pie del cierre administrativo, un disparo en la sien que arruinaría
las opciones electorales del partido durante décadas.
Pero no es ese el cálculo del Tea Party, cuyo objetivo principal es el
de impedir la legalización de más de 11 millones de inmigrantes indocumentados,
en su mayoría de origen mexicano e hispano, a los que atribuye el peligro de
desvirtuar el carácter nacional norteamericano. En este asunto, los
republicanos radicales cuentan con el apoyo de varios demócratas que compiten
en distritos conservadores y que escuchan la voz de sus electores, no la de
Obama.
Por eso es fundamental el plazo establecido ayer por el presidente. Si
todo esto no se hace antes de fin de año, mucho más difícil será el año
próximo, cuando las urgencias electorales –las legislativas son en noviembre-
serán aún más acuciantes.
Más lenta tendrá que ser la recuperación del prestigio internacional.
“Probablemente”, dijo Obama, “nada habrá hecho más daño a nuestra credibilidad
en el mundo que el espectáculo que hemos visto estas últimas semanas: ha
envalentonado a nuestros enemigos y ha deprimido a nuestros amigos”.
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