Los datos del sondeo electoral
de Poliarquía que publica hoy LA NACION confirman, en términos
generales, los resultados de las PASO y las encuestas posteriores a esa
elección. Esta información permite concluir que el domingo 27 los
argentinos sellarán el destino del gobierno de Cristina
Kirchner de un modo equilibrado y democrático, sin dejarlo en
una situación de extrema debilidad, pero sin permitirle proyectos de
perpetuación que obliguen a modificar las reglas constitucionales vigentes. Por
segunda década consecutiva el electorado argentino le avisará a un gobierno que
es suficiente con dos períodos (o tres en este caso) y que debe darse lugar a
la alternancia.
Para asimilar esta nueva realidad no se necesitarán
los resultados de la noche del 27. Ellos operarán como una confirmación de lo
que ya se sabe y se descuenta, al menos desde el 11 de agosto pasado. Por esa
razón los análisis políticos se centran en el día después y en los dos años
siguientes, al cabo de los cuales surgirá un nuevo gobierno. Poco a poco se
impone cierta terminología; las palabras "fin de ciclo" y
"transición", antes resistidas por el oficialismo, son ahora
compartidas en forma explícita o implícita por todos los involucrados en la
escena política.
En este marco de certidumbre existen, sin embargo,
matices que pueden influir en la evolución política posterior. En primer lugar,
es importante conocer cuál será, en definitiva, la diferencia de votos que
separe a Massa de Insaurralde en la provincia de Buenos Aires. Como se sabe,
allí Massa compite con Scioli, no con el intendente de Lomas de Zamora. Una
ampliación considerable del margen que obtuvo en las PASO consolidaría su
figura en detrimento del gobernador, mentor de la campaña del Frente para la
Victoria. En caso de que esa diferencia sea similar o menor a la del 11 de
agosto, Scioli saldría fortalecido y afianzaría su proyecto político. Según la
encuesta de Poliarquía, Massa tiene mejores chances, pero es un punto difícil
de determinar una semana antes de las elecciones.
El segundo interrogante no es en torno a figuras,
sino a un capital simbólico en disputa. Se trata de la competencia entre Filmus
y Solanas en la ciudad de Buenos Aires. Más allá de si Filmus estuvo con
Grosso, o mostró un gráfico equivocado, y de si Solanas apoyó a Irán en el caso
AMIA, ambos comparten la misma vocación y la misma actitud frente a la
política: no se dedicaron a ella para enriquecerse y han defendido, con
aciertos y errores, una visión justa de la sociedad. También le cabe eso a Juan
Cabandié, más allá de sus exabruptos. Entre dirigentes de este perfil, se compite
para dirimir una vieja cuestión, aún vigente: qué es ser progresista en la
Argentina. Detrás de Filmus hay una intelligentzia peronista
que no quiere dejar ese tema sólo en manos de radicales y socialistas. Claro
que para todos ellos está pendiente la eficacia en la gestión, que hoy exhibe
Pro y que le permitirá alzarse con dos senadores en la ciudad de Buenos Aires.
El Metrobus, mal que les pese, ha sido una lección para los ideólogos.
Con estos condimentos, más una multiplicidad de
situaciones provinciales y locales que no deben desatenderse, la política
argentina se adentra en una nueva etapa, que coincidirá con la celebración de
los 30 años de recuperación de la democracia. Tres décadas signadas por cambios
de estilos y contenidos, conservando, sin embargo, una orientación general, que
se deriva, con luces y sombras, de la tradición de los dos grandes partidos
históricos de la Argentina, el radicalismo y el peronismo.
En qué medida la transición que se abre permitirá
mejorar las condiciones generales del país y de la política es otro
interrogante. Acechan nuevos y complejos problemas, con una elite del poder
enfrentada por intereses materiales y simbólicos, que el estilo beligerante del
Gobierno no ha hecho más que enardecer. Pareciera que hay más preocupación por
cobrarse viejas facturas que por enfrentar una agenda extremadamente
complicada, que incluye inseguridad, inflación, insuficiencia energética, falta
de competitividad, corrupción, pobreza. La liviandad con que se han tratado
estos temas en la campaña electoral es un síntoma preocupante para la Argentina
que viene.
Por último, el reparto de fuerzas políticas, del
que la encuesta de Poliarquía ofrece claros indicios, será otro factor clave en
los meses siguientes. El peronismo, que acaparará la mayoría de los votos,
llega al comicio en plena reorganización en torno a nuevos liderazgos. Massa y
Scioli pisarán fuerte, pero la Presidenta será también una pieza fundamental.
Ella conserva apoyo popular y de su actitud dependerá conservarlo y aun
incrementarlo.
El resto de los actores buscarán revertir la
hegemonía justicialista y colocar a sus candidatos en la competencia
presidencial. Por el momento, no se advierte que estén en condiciones de
lograrlo. Pero la transición será larga y, como el título del célebre libro de
Umberto Eco, es una "obra abierta".
© LA NACION.
No hay comentarios:
Publicar un comentario