El Congreso vota al
final de la noche un acuerdo que devuelve por unos pocos meses la tranquilidad
presupuestaria, pero eso no despeja las dudas creadas sobre la gobernabilidad
de la mayor potencia internacional.
ANTONIO CAÑO Washington
Los congresistas abandonan el Capitolio tras la votación. / JONATHAN ERNST (REUTERS)
La larga y grave crisis presupuestaria, resuelta anoche con un pacto de última hora que
solo alarga los plazos hasta el siguiente duelo, ha debilitado el liderazgo
internacional de Estados Unidos y ha dado argumentos a quienes apuestan por un
mundo multipolar en respuesta al inminente declive norteamericano. Si la
potencia que debe garantizar la estabilidad económica mundial tiene en vilo al
resto de las naciones cada tres meses, si el líder que debe proveer seguridad a
sus aliados está maniatado por sus problemas internos de gobernabilidad, esta
crisis puede acabar siendo la señal de alarma sobre la necesidad de cambios más
profundos.
Después de varias semanas de tiras y aflojas, votos y más
votos, negociaciones y acusaciones de todo tipo entre republicanos y demócratas,
entre el Congreso y la Casa Blanca, el Senado y la Cámara de Representantes
votaron anoche una ley que permite elevar el techo de deuda solo hasta el 7 de
febrero y extender el presupuesto para reabrir la Administración federal hasta
el 15 de enero. Eso garantiza un comienzo del próximo año de nuevo envuelto en
urgencias y peligros sobre la situación presupuestaria en EE UU. Ya se vivieron
angustias similares en el verano de 2011 y en la Navidad de 2012. ¿Hasta cuándo
puede esto continuar? ¿Qué solución tiene?
El sistema norteamericano se caracteriza por una estricta división de
poderes y por la existencia de numerosos instrumentos de contrapeso para evitar
los abusos. El Congreso tiene el control de la elevación del límite de deuda
para asegurarse de que el Gobierno gasta exactamente lo presupuestado. Su
aprobación ha sido durante décadas oportunidad para que cada partido plantease
sus demandas y cada cual dejara oír su voz. Cuando era senador, Barack Obama
votó en contra de elevarle el techo de deuda a George W. Bush, aunque más tarde
confesó su arrepentimiento.
Esas negociaciones, que solían afectar a asuntos menores, se han ido
resolviendo siempre sin mayores tensiones y sin que siquiera trascendieran a la
opinión pública. Hasta que el Tea Party mandó parar. Hasta que el Tea Party llegó a Washington con la
voluntad de aprovechar cada ocasión para impulsar su radical programa de
reformas. En esta ocasión, lo que pedía para evitar la suspensión de pagos era
nada menos que acabar con la reforma sanitaria de Obama, el
programa emblemático de su presidencia.
El modelo de de favorecer a las minorías ha
funcionado mientras esas minorías compartían un visión similar sobre sus
responsabilidades institucionales
El modelo de crear contrapesos de poderes y de favorecer a las minorías
ha funcionado mientras esos poderes y esas minorías compartían un visión
similar sobre sus responsabilidades institucionales. Pero ha quedado en
entredicho cuando el futuro del país quedaba pendiente de que un solo senador
del Tea Party decidiera si bloqueaba la votación del acuerdo alcanzado por la
inmensa mayoría o cuando la influencia y la capacidad de intimidación de la
minoría del Tea Party en la Cámara de Representes anulaba las funciones del
propio presidente de ese órgano.
Esas anomalías, que tienen explicaciones históricas y se corresponden
con una determinada evolución de la sociedad norteamericana y de su sistema
político, han confluido en esta crisis para llevar a EE UU a las puertas de la
catástrofe económica y del ridículo internacional. Las consecuencias económicas
han sido largamente enumeradas y son obvias: si una gran nación amenaza con no
pagar sus deudas solo puede provocar desconfianza y turbulencias de similares
proporciones.
Pero son aún peores y más profundas las consecuencias políticas. Durante
este periodo de crisis, Obama tuvo que ausentarse de una cumbre, donde cedió el
protagonismo a China, y cancelar viajes a cuatro países de Asia, un territorio
vital para la seguridad y la expansión económica de EE UU, probablemente el
espacio en el que se disputa el liderazgo de la segunda mitad de este siglo.
Aunque comenzó el deshielo con Irán, esta crisis con
el Congreso ha servido para recordar los obstáculos que el presidente va a
encontrar cuando necesite la aprobación parlamentaria para uno de los pasos
imprescindibles de cara a la plena normalización con el régimen islámico: el
levantamiento de las sanciones.
La crisis presupuestaria ha relegado a un segundo plano una apuesta tan
fundamental de Obama como la reforma migratoria, que ya había sido aprobada en
el Senado con la inclusión de una vía para la legalización de más de 11
millones de inmigrantes indocumentados, y ha dejado tan exhausta a la clase
política que se hace casi imposible pensar en una agenda relativamente ambiciosa
de cambios en todo lo que queda de presidencia.
En las situaciones límite se obtienen, en ocasiones, los resultados que
se resistían en condiciones de tranquilidad. No se puede descartar que esta
crisis actúe como catalizador del amplio acuerdo presupuestario que ha sido
imposible durante años. Todo indica que el Tea Party saldrá derrotado y que el
Partido Republicano tendrá que poner orden en sus filas para recuperar el papel
que ha tenido siempre en este país. El partido de Lincoln no puede convertirse en el partido de Ted Cruz.
Pero todo eso sería obvio si el Tea Party fuese una fuerza política
convencional y si existiese en el Partido Republicano una cabeza capaz de
convocar a las mayorías, lo que en ningún caso ocurre. El Tea Party no es de
este mundo. El Tea Party celebró el pasado fin de semana una concentración en
la que le pedía a Obama que “pliegue su Corán y se largue de aquí”. Si alguien
lo controla, ese alguien no tiene un escaño en Washington. John McCain, un
representante del viejo orden en el Partido Republicano, confesaba ayer con
dolor: “Los republicanos tenemos que admitir que hemos perdido esta batalla”.
Pero hasta ahí llega McCain. Es útil como voz discrepante, como referencia
moral, incluso, pero ya perdió unas elecciones y ha perdido casi toda
influencia dentro de su partido desde entonces.
El final de esta crisis puede ser solo el comienzo de otra aún más
difícil de resolver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario