La proliferación de cumbres aconseja acometer modificaciones para
garantizar su continuidad y para que tales reuniones logren constituir un
espacio válido de cooperación en tiempos de transformación.
EULOGIA MERLE
Las
cumbres iberoamericanas, que vienen celebrándose anualmente desde 1992, se
encuentran ante una nueva encrucijada. Anteriormente, conocieron momentos
cruciales, y a veces habían perdido parte de su dinamismo, pero siempre se
consiguió dar un salto hacia delante, como sucedió con la Secretaría de
Cooperación Iberoamericana (Secib), en 1999, y, sobre todo, con la creación de
la Secretaría General Iberoamericana (Segib) y el nombramiento de Enrique
Iglesias como secretario general en 2005. Nos enfrentamos ahora a una nueva
etapa en la que han cambiado el escenario latinoamericano que las vio nacer, el
entorno mundial y el sentido y alcance de las propias cumbres; de ahí la
necesidad de adaptarlas a las nuevas realidades. Como decía el presidente de
México, Enrique Peña Nieto, en su informe de Gobierno, “en los próximos tiempos
estaremos decidiendo qué historia queremos escribir en las próximas décadas”.
Lo mismo cabe decir de la comunidad iberoamericana.
Son
realidades íntimamente relacionadas, que van desde un escenario latinoamericano
heterogéneo y fragmentado en lo político y económico hasta un menor interés de
los países participantes, derivado de la inflación de cumbres, de la mayor
autonomía y diversificación de las políticas exteriores latinoamericanas y del
surgimiento de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), el ALBA, la Alianza
del Pacífico y, especialmente, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (Celac). Y en lo que hace a España y Portugal, derivado de la
transformación de sus relaciones con América Latina, como consecuencia de la
disminución del papel desempeñado por los Estados extrarregionales
tradicionales —casos de Estados Unidos, la Unión Europea y España—, y de la
crisis económica global, que afecta especialmente a estos países y ha traído
consigo una mayor simetría en las relaciones entre ambos lados del Atlántico.
Como
consecuencia de lo anterior, se produce un cierto agotamiento de la dinámica de
las cumbres iberoamericanas, lo que explica que en la de Cádiz, en 2012, se
constituyera una comisión, presidida por el expresidente de Chile Ricardo
Lagos, para elaborar un informe sobre el futuro de las mismas, que entregó sus
conclusiones en una reunión de cancilleres el pasado 2 de julio en Panamá y
cuyas propuestas están siendo tratadas en la XXIII Cumbre Iberoamericana,
reunida bajo el significativo lema de El papel político, económico, social y
cultural de la Comunidad Iberoamericana en el nuevo contexto mundial.
Parece
oportuno, en línea con la Cumbre de Cádiz y con las propuestas del Informe
Lagos, hacer algunas reflexiones sobre el futuro de las cumbres. Es
indispensable que las reformas atiendan a tres retos clave: mayor visibilidad
en las sociedades iberoamericanas; mayor operatividad desde la perspectiva de
los intereses de todos los países implicados; y mayor equilibrio entre los
países que participan, de forma que el proyecto no se perciba solo como
español, o ibérico, sino que registre una genuina implicación latinoamericana.
Entendemos
que las principales reformas a aplicar serían las siguientes:
—Bienalidad. Dada la proliferación de cumbres y foros
actual, con los problemas de agenda y cansancio que ello supone para los
mandatarios, es necesario el espaciamiento temporal de las iberoamericanas, de
manera que se celebren en los años pares, mientras que las cumbres UE-América
Latina y Caribe tengan lugar los impares. Dado que en 2014 se celebrará una
Cumbre Iberoamericana en México, el sistema debería entrar en vigor a partir de
2015. En los años en que no se celebre la Cumbre Iberoamericana se realizaría
una reunión de cancilleres y una gran reunión sobre la cooperación
iberoamericana.
—Renovación del diálogo político al máximo nivel, privilegiando el
llamado “retiro” de los jefes de Estado y de Gobierno, entendido como un
diálogo abierto e informal sobre temas de actualidad (crisis económica, nuevos
movimientos sociales, la gobernanza internacional, los desafíos de la
seguridad, el combate contra el crimen organizado), con la presencia adicional
del secretario general iberoamericano.
—Mayor convergencia de agendas con otras organizaciones
internacionales y, de forma muy especial, con las cumbres UE-Celac. La
convergencia entre lo euro-latinoamericano y lo iberoamericano se constata
cuando se considera que tanto los temas (educación, infraestructuras, igualdad
de género, salud, inversiones, medio ambiente), como los mecanismos de apoyo a
las negociaciones político-diplomáticas (encuentros empresariales, sindicales,
de la sociedad civil, académicos y de medios de comunicación) son similares en
ambos casos.
—Renovación de la cooperación para contribuir a la consecución de
los objetivos sociales, culturales y económicos de los modelos de desarrollo de
los países iberoamericanos, reforzar los vínculos entre dichos países y dar
mayor visibilidad a la misma. Hay que avanzar agrupando la cooperación en
grandes espacios (el espacio común del conocimiento, la economía y la
innovación, el espacio cultural y el espacio de la cohesión social). Al tiempo,
hay que buscar una financiación más equilibrada de la cooperación y continuar
apostando por la cooperación Sur-Sur.
—La cultura es el gran factor de
cohesión del
espacio iberoamericano, con unas lenguas y una cultura comunes, desde la
extraordinaria diversidad que caracteriza a Iberoamérica. Ello comprende varias
derivadas de importancia: desde las ideas al valor económico de las lenguas
española y portuguesa, a la promoción de las industrias culturales y hasta su
vinculación con los flujos y reencuentros migratorios. Es un sector de muchos
acentos y actores que hay que potenciar.
—Fortalecimiento de la Secretaría
General Iberoamericana (Segib),mediante la agrupación de las
actividades en grandes áreas de acción y la continuidad del trabajo de las
oficinas de la Segib de América Latina. Y, a la vez, mayor coordinación y
colaboración con las otras cuatro organizaciones iberoamericanas: la
Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la
Cultura; la Organización Iberoamericana de Seguridad Social; la Organización
Iberoamericana de la Juventud; y la Conferencia de Ministros de Justicia de los
Países Iberoamericanos. Habría que integrar sus oficinas respectivas sobre el
terreno con el nombre de Oficina Iberoamericana, o similar.
—Mayor equilibrio en la financiación de
la Segib si se
quiere avanzar en el camino de la efectiva iberoamericanización de la Comunidad
Iberoamericana. Aunque las cantidades se comparan muy favorablemente con otras
organizaciones internacionales, pues el presupuesto anual es de solo siete
millones de euros, los símbolos importan. Hasta ahora, España ha asumido el
60%, que con Andorra y Portugal alcanza el 70%, quedando el 30% restante para
los países latinoamericanos. Habría que avanzar, cuando menos, en la línea
propuesta por el Informe Lagos, modificando la distribución de la escala de
cuotas, de forma que la proporción quedase en 60/40, en la que correspondería a
España el 55%, el 5% a Portugal y Andorra y el 40% a los países de América
Latina, con un horizonte que permitiese progresar ulteriormente en este ámbito.
—Ampliación del número de países con el estatus de observador asociado
(ahora son siete, más la muy próxima incorporación de Japón) y mayor
implicación en las actividades y la cooperación iberoamericana de los que ya lo
son.
—Creciente participación de la sociedad
civil y de la
ciudadanía, con especial atención al fenómeno migratorio, y a las redes
sociales, y la iniciativa privada en la financiación de las actividades de
cooperación que aprueben los Estados.
Estas son
algunas de las reformas que consideramos necesarias para la continuidad y
afirmación de las cumbres y la comunidad iberoamericana en el complejo
escenario en que se encuentran en estos momentos. Confiemos en que la cita
junto al Canal no defraude en sus compromisos. No hay atajos ni fórmulas
mágicas, y solo el consenso entre los países miembros podrá hacer de lo
iberoamericano un espacio válido en tiempos de cambio.
Celestino
del Arenal es
catedrático de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense y Fernando
García Casas, director
del Gabinete del secretario general Iberoamericano.
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