El presidente gana
la primera votación en el Senado con apuros y una fuerte oposición republicana.
ANTONIO
CAÑO Washington
El presidente de EE UU, Barack Obama. / REUTERS - LIVE!
Barack Obama empuja su causa por una intervención militar en Siria en
dos frentes igualmente reacios y difíciles: el Congreso de Estados Unidos y la
comunidad internacional. En ambos, no en él, recae la responsabilidad de
responder adecuadamente al supuesto uso de armas químicas por el régimen de
Bachar el Asad, sostuvo el presidente, que trata de romper su
soledad actual con garantías de que no estamos ante un nuevo Irak y de que las
pruebas de las que dispone para atacar merecen plena confianza.
“No fui yo quien trazó una línea roja, fue el mundo; no es mi
credibilidad la que está en juego, es la de la comunidad internacional, la de
EE UU y la del Congreso”, declaró este miércoles Obama en Suecia, donde se ha
detenido antes de trasladarse a San Petesburgo para participar en la cumbre del
G-20, donde la oposición de varios países a sus planes militares, seguramente,
quedará patente.
La situación tampoco parece muy
favorable para Obama en el Congreso. El presidente obtuvo este
miércoles el respaldo del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, pero solo
por 10 votos contra siete, con únicamente tres republicanos pronunciándose a
favor y dos demócratas negándole el apoyo a la Casa Blanca. Obama consiguió,
finalmente, el respaldo de John McCain, quien previamente se había manifestado
contra las restricciones incluidas en la resolución aprobada, que prohíbe
expresamente el uso de fuerzas terrestres y limita la campaña militar a un
máximo de 90 días.
Esta votación, en la que unos republicanos, como Marco Rubio, se
opusieron porque creen que la intervención en Siria es demasiado modesta,
otros, como Rand Paul, en consecuencia con su aislacionismo y antiestatismo
libertario, y algunos demócratas porque consideran que la intervención va
demasiado lejos, es reflejo de lo difícil que va a resultar la aprobación de la
resolución en el pleno del Senado y mucho más en el de la Cámara de
Representantes.
Uno de los grandes obstáculos con los que Obama se encuentra para ganar
apoyos dentro de su país es, precisamente, la diversidad de la oposición a la
que se enfrenta. La resistencia de la comunidad internacional, en cambio, está
más claramente dominada por el recuerdo a la guerra de Irak. Obama así lo
reconoció en Estocolmo. “Soy consciente”, dijo, “de que en el mundo, y aquí en
Europa en particular, existe la memoria de Irak y de las acusaciones sobre las
armas de destrucción masiva, y que la gente está preocupada sobre cómo de
correcta es la información en esta ocasión”. “Tengan en cuenta”, añadió, “que
yo soy alguien que se opuso a la guerra de Irak, y no estoy dispuesto a repetir
esos errores basándome en falsos datos de inteligencia. Pero, después de haber
procedido a una meticulosa evaluación de la información disponible, puedo decir
con gran confianza que se usaron armas químicas y que partieron de Asad”.
El presidente ruso, Vladimir Putin, no le cree, y otros Gobiernos, como
la propia Suecia, aunque le creen, no estiman correcto proceder a una acción
militar sin autorización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, algo que
Obama insistió en que había tratado de conseguir, sólo para estrellarse con lo
que llamó “el muro” de Rusia.
Para contrarrestar a Rusia, el presidente norteamericano acude a la
ayuda de la comunidad internacional en un momento particularmente desfavorable
para él. Países como Alemania, Brasil o México, tres de los participantes en el
G-20, están hoy más influidos por el escándalo de las escuchas reveladas por
Edward Snowden que por la crisis humanitaria en Siria. Otros –John Kerry dijo
en el Congreso que más de 30- le apoyan en privado, pero se resisten a hacerlo
en público. Sólo Francia está determinada a poner sus barcos y sus aviones
donde pone sus palabras. Llámese hipocresía o llámese realpolitik, pero
lo cierto es que, así como existe una denuncia casi universal a los horrores
presenciados en Siria, existe una escasa disposición a acompañar a Washington
en una respuesta militar.
Mientras esto sucedía en Europa, en la colina del Capitolio la actividad
era frenética y confusa. La declaración inicial de McCain obligó a consultas y
negociaciones en busca de un acuerdo. Si la autorización para la intervención
en Siria no consigue pasar el Senado, donde están representadas las fuerzas más
centristas y prudentes, qué puede esperarse de la Cámara de Representantes, con
decenas de miembros que no tienen escrúpulos en contradecir a sus líderes.
La Administración comenzó este miércoles a ablandar la posición de la
Cámara con la comparecencia ante el comité de Relaciones Exteriores del mismo
trío que un día antes había defendido el ataque a Siria en el Senado: el
secretario de Estado, John Kerry, el secretario del Pentágono, Chuck Hagel, y
el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, general Martin Dempsey. Los
tres repitieron, más o menos, los argumentos esgrimidos ante la Cámara Alta:
que esta no es una solicitud para llevar al pueblo norteamericano a la guerra,
que se trata de una operación limitada en el tiempo y en los objetivos y que
los riesgos de no responder son mucho mayores que los de hacerlo.
Todavía no es seguro que esos argumentos sirvan en el Congreso, pero de
momento no han servido entre la opinión pública. En ninguna de las encuestas
conocidas hasta ahora el respaldo a la decisión del presidente llega al 30%.
Durante la comparecencia esta mañana de Kerry, Hagel y Dempsey, se vieron entre
el público varias manos teñidas de rojo que ilustran esos datos.
En los últimos días, el Gobierno ha ido aportando discretamente otro
elemento a su estrategia en Siria destinado a convencer a un sector de la
oposición. Varios medios de comunicación citan fuentes oficiales que aseguran
que se va a intensificar y, probablemente, poner en manos del Pentágono el
entrenamiento de los rebeldes sirios con el propósito de hacerlos más eficaces
y más fiables.
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