El desafío más urgente es encontrar políticas que cambien la vida
cotidiana de la población.
La crisis
más grave que ha sufrido la economía mundial después de la Segunda Guerra
Mundial ha ocasionado enormes cambios en el panorama económico, demostrando,
con más claridad que nunca que, a escala mundial, las economías avanzadas,
emergentes y en vías de desarrollo necesitan colaborar más para enfrentarse a
los desafíos actuales.
Dichos
desafíos son los que abordará la cumbre del G20 que hoy se inicia en San
Petersburgo. La diferencia entre la situación actual y la de años anteriores es
que ahora los mandatarios tendrán que centrarse menos en las consecuencias de
la inestabilidad de los mercados financieros, las crisis fiscales e incluso en
la posible quiebra del euro, y más en iniciativas colectivas destinadas a
recuperar la confianza e impulsar el crecimiento, reducir el paro e incrementar
la calidad de los empleos para que todos tengan mejores oportunidades.
En
consecuencia, esta cumbre supone una magnífica oportunidad para acometer dos
tareas urgentes: volver a centrar el foco de la agenda económica en la adopción
de políticas y medidas que puedan tener impactos tangibles en la vida cotidiana
de la población, y restablecer el vínculo entre esta y el desarrollo de las
propias políticas.
En un
momento en el que las economías avanzadas, sobre todo las europeas, siguen
presentando perspectivas económicas débiles y cuando las mayores economías
emergentes muestran signos de desaceleración, después de varios años de intenso
crecimiento, a los líderes del G20 no les faltarán asuntos que tratar en la
cumbre. Sin embargo, como subraya el Global Competitiveness Report
2013-2014 (Informe global de competitividad 2013-2014), dado ayer a conocer, la economía
mundial solo se verá en un entorno más firme si acomete reformas e inversiones,
largamente pospuestas, para impulsar los niveles de productividad e incrementar
la competitividad.
Uno de los problemas es la ausencia de
un entramado institucional eficaz
No existe
una sola medicina para tratar todos estos males. La competitividad de varias
economías avanzadas como las de España e Italia sigue enfrentándose a
importantes desafíos, a pesar de los importantes pasos que esos países han dado
en los últimos años. El acceso al crédito sigue siendo muy escaso, perjudicando
enormemente la capacidad de inversión de las empresas en proyectos susceptibles
de modernizar sus instalaciones e introducirlas en nuevas áreas de producción.
Al mismo tiempo, en las economías emergentes, sobre todo en los llamados BRICS
(Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica), los niveles de competitividad se han
estancado y en la actualidad se avanza contra vientos relacionados con la
volatilidad de los flujos de capital y unas condiciones crediticias menos
favorables que en años anteriores. En consecuencia, abordar esos problemas de
competitividad será vital para mantener una recuperación sólida y crear empleos
en muchas economías avanzadas, desarrollando la capacidad de resistencia de las
emergentes.
Sin
embargo, aunque los motores de la competitividad difieran de un país a otro, el Global
Competitiveness Report 2013-2014 también
detecta en muchos de ellos factores comunes que la contienen. Entre los más
prominentes figura la ausencia de un entramado institucional eficaz, además de
la presencia de instituciones burocratizadas y elevados niveles de corrupción.
Por otra
parte, las ineficiencias que ocasionan en el funcionamiento de los mercados los
niveles de competencia insuficientes afectan a la distribución productiva de
los recursos y a la entrada de nuevos actores en el mercado, influyendo por
tanto en el potencial emprendedor de las economías. Las rigideces de los
mercados de trabajo obstaculizan la capacidad de los países para sacar el
máximo provecho a su población activa.
Es
posible que la innovación sea el factor más importante. La falta de capacidad
para convertir las ideas en productos o servicios de alto valor es una
preocupación cada vez más presente en las economías avanzadas y emergentes. En
un momento en el que el panorama de la innovación se torna cada vez más
“plano”, el incremento del potencial innovador de las empresas mediante el
apoyo a la generación de nuevas ideas y el fomento de un entorno de capacitación
empresarial son cruciales para desbloquear la productividad, contribuir a una
mayor expansión del conocimiento mundial y proporcionar más y mejores
oportunidades para todos.
Para
poder abordar correctamente esos problemas habrá que enderezar el
funcionamiento de los mercados financieros mundiales, reactivar y fomentar la
competencia en los mercados de bienes de consumo mediante el incremento del
comercio, promover medidas de emprendimiento y arremeter contra las posiciones
de control de los mercados. Será igualmente necesario mejorar el funcionamiento
de las instituciones y crear un entorno adecuado para el fomento de la
innovación mediante inversiones en educación, capacitación profesional,
investigación y tecnología.
No será
fácil adoptar esas reformas, a menos que se sitúen entre las prioridades a
largo plazo de la agenda del G20. Serán precisos compromiso y determinación, y
los líderes políticos tendrán que reequilibrar elementos clave de los sistemas
sociales y económicos de sus respectivos países, además de recabar apoyo
público para los cambios. Es preciso que un liderazgo cooperativo compuesto por
empresas y Gobiernos, y por las sociedades civiles de los países y del mundo,
fije los objetivos compartidos de una agenda para la competitividad global. Si
el G20 acierta, cabe esperar que todos tengamos nuevas y mejores oportunidades.
Beñat
Bilbao-Osorio es
economista sénior en la Red de Competitividad Global del Foro Económico
Mundial.
Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.
Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.
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