Majestuoso testimonio de un poder agostado

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jueves, 7 de febrero de 2013

Una política exterior que navega solitaria




Por Iván Petrella  | Para LA NACION

La política exterior debe apuntar siempre a mejorar las relaciones con otros países y minimizar la repercusión de las coyunturas negativas. Esto se logra no con la confrontación, que rara vez rinde frutos, sino cuidando las formas y actuando con reserva y de buena fe para generar la confianza que abre el camino a negociaciones fructíferas. Lejos de ello, en pocos días la Argentina logró el sorprendente "mérito" de crear y agrandar conflictos con dos países muy influyentes del sistema internacional: Israel y Gran Bretaña. Son países con los que, más allá de las diferencias, nos unen fuertes lazos históricos y con los que deberíamos aspirar a fortalecer los vínculos. Son, además, actores que saben esperar y rara vez olvidan.
Nuestra respuesta a la inquietud de Israel merece un análisis especial. El punto medular es valorar si su preocupación por saber más acerca de un documento que vincula formalmente a la Argentina con su más directo enemigo - que proclama su destrucción y niega el Holocausto - son legítimas o no. ¿Puede un país amigo por las vías diplomáticas normales solicitar detalles de un acuerdo que percibe razonablemente que puede afectar su seguridad nacional? ¿Puede un gobierno "agraviarse" cuando otro le solicita respetuosamente información sobre sus actitudes, cuando supone de buena fe que éstas pueden afectar su seguridad? ¿Es razonable y correcto responder públicamente y al máximo nivel diplomático que "nunca se le ha pedido a Israel explicación por sus acciones"? Claramente, semejante respuesta era innecesaria, máxime frente a la preocupación de un país amigo por su seguridad vital. Por otra parte, la Argentina ha demostrado lo que piensa respecto de algunas acciones de Israel mediante sus votos y declaraciones en Naciones Unidas. Por ejemplo, consideró ilegal el levantamiento del muro y los asentamientos en territorios palestinos.

La Argentina logró el sorprendente "mérito" de crear y agrandar conflictos con dos países muy influyentes del sistema internacional

El gobierno argentino no supo o no quiso comprender los intereses del Estado de Israel y la angustia de su pueblo, que se sienten amenazados por los conflictos y el flagelo del terrorismo. Demostramos desconocimiento de nuestras propias posiciones y protagonismo en el Medio Oriente - siempre de proverbial equilibrio - y elevamos, al nivel del propio canciller, una respuesta que, en un tono muy distinto, debió mantenerse en los carriles técnicos. Con Israel no había conflicto: creamos uno y en un área muy delicada como la es la seguridad.
Cuando la presidenta Cristina Kirchner exhortó al gobierno británico a sentarse a dialogar sin precondiciones sobre la disputa de las Islas Malvinas, todo hacía suponer que la respuesta de William Hague sería inexistente o de rutina. Sorprendentemente, nos enteramos ahora que el gobierno británico habría convocado a una reunión luego de diez años de distanciamiento mutuo. Esta era una posibilidad para la Argentina, que no tiene nada que ganar con el mantenimiento del statu quo y con la política de parálisis en la que parece enfrascada. No obstante, el gobierno argentino habría rechazado la reunión porque en la delegación británica había una representación de isleños, pero no como una tercera parte sino como parte de la delegación británica. Son los mismos isleños que intercambian diálogos oficiosos con la Argentina en las Naciones Unidas desde hace muchos años, en presencia de otras delegaciones y de la Secretaría.

Todo indicaría que hemos agravado la disputa existente en lugar de mitigarla

Esa reunión hubiera sido un éxito diplomático de nuestro gobierno y habría abierto la posibilidad de incidir en el referéndum del mes próximo. Al fin de cuentas y con excepción de algunos períodos diplomáticamente estériles, los argentinos dialogamos con los isleños, sin reconocerles carácter de "parte", desde los acuerdos de Comunicaciones de 1971. En esta ocasión le negamos al Foreign Office la facultad de incluir en su delegación a las personas que, precisamente, deseamos incorporar a nuestra soberanía. En síntesis, si ese fue el detonante de nuestro enojo y del fracaso de un acercamiento habremos perdido innecesariamente la posibilidad de reanudar contacto con todos los interesados en el conflicto. Todo indicaría que hemos agravado la disputa existente en lugar de mitigarla. Esperemos que el canciller pueda reunirse con su contraparte británica y abordar finalmente y cara a cara los temas más ríspidos de la agenda bilateral.
Una política exterior independiente no es la que navega solitaria, sin mirar hacia los costados e ignorando las consecuencias y el costo futuro de sus acciones. Una política exterior es independiente y además hábil cuando logra sumar amigos e intereses en favor de sus propios objetivos. Al hacer justamente lo contrario sumamos en contra nuestro a los numerosos amigos de Israel y del Reino Unido, muchos de los cuales son nuestros más próximos socios y vecinos. Una vez más hemos elegido el camino de la confrontación estéril en lugar del diálogo, el acercamiento y la negociación.

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