La política exterior debe apuntar siempre a mejorar
las relaciones con otros países y minimizar la repercusión de las coyunturas
negativas. Esto se logra no con la confrontación, que rara vez rinde frutos,
sino cuidando las formas y actuando con reserva y de buena fe para generar la
confianza que abre el camino a negociaciones fructíferas. Lejos de ello, en
pocos días la Argentina logró el sorprendente "mérito" de crear y
agrandar conflictos con dos países muy influyentes del sistema internacional:
Israel y Gran Bretaña. Son países con los que, más allá de las diferencias, nos
unen fuertes lazos históricos y con los que deberíamos aspirar a fortalecer los
vínculos. Son, además, actores que saben esperar y rara vez olvidan.
Nuestra
respuesta a la inquietud de Israel merece
un análisis especial. El punto medular es valorar si su preocupación por saber
más acerca de un documento que vincula formalmente a la Argentina con su más
directo enemigo - que proclama su destrucción y niega el Holocausto - son
legítimas o no. ¿Puede un país amigo por las vías diplomáticas normales
solicitar detalles de un acuerdo que percibe razonablemente que puede afectar
su seguridad nacional? ¿Puede un gobierno "agraviarse" cuando otro le
solicita respetuosamente información sobre sus actitudes, cuando supone de
buena fe que éstas pueden afectar su seguridad? ¿Es razonable y correcto
responder públicamente y al máximo nivel diplomático que "nunca se le ha
pedido a Israel explicación por sus acciones"? Claramente, semejante
respuesta era innecesaria, máxime frente a la preocupación de un país amigo por
su seguridad vital. Por otra parte, la Argentina ha demostrado lo que piensa
respecto de algunas acciones de Israel mediante sus votos y declaraciones en
Naciones Unidas. Por ejemplo, consideró ilegal el levantamiento del muro y los
asentamientos en territorios palestinos.
La Argentina logró el sorprendente
"mérito" de crear y agrandar conflictos con dos países muy
influyentes del sistema internacional
El gobierno argentino no supo o no quiso comprender
los intereses del Estado de Israel y la angustia de su pueblo, que se sienten
amenazados por los conflictos y el flagelo del terrorismo. Demostramos
desconocimiento de nuestras propias posiciones y protagonismo en el Medio
Oriente - siempre de proverbial equilibrio - y elevamos, al nivel del propio
canciller, una respuesta que, en un tono muy distinto, debió mantenerse en los
carriles técnicos. Con Israel no había conflicto: creamos uno y en un área muy delicada
como la es la seguridad.
Cuando la
presidenta Cristina Kirchner exhortó al gobierno británico a sentarse a
dialogar sin precondiciones sobre la disputa de las Islas Malvinas, todo hacía
suponer que la respuesta de William Hague sería inexistente o de rutina.
Sorprendentemente, nos enteramos ahora que el gobierno británico habría
convocado a una reunión luego de diez años de distanciamiento mutuo. Esta era
una posibilidad para la Argentina, que no tiene nada que ganar con el
mantenimiento del statu quo y con la política de parálisis en la que parece
enfrascada. No obstante, el gobierno argentino habría rechazado la reunión
porque en la delegación británica había una representación de isleños, pero no
como una tercera parte sino como parte de la delegación británica. Son los
mismos isleños que intercambian diálogos oficiosos con la Argentina en las
Naciones Unidas desde hace muchos años, en presencia de otras delegaciones y de
la Secretaría.
Todo indicaría que hemos agravado la
disputa existente en lugar de mitigarla
Esa reunión hubiera sido un éxito diplomático de
nuestro gobierno y habría abierto la posibilidad de incidir en el referéndum
del mes próximo. Al fin de cuentas y con excepción de algunos períodos
diplomáticamente estériles, los argentinos dialogamos con los isleños, sin
reconocerles carácter de "parte", desde los acuerdos de
Comunicaciones de 1971. En esta ocasión le negamos al Foreign Office la
facultad de incluir en su delegación a las personas que, precisamente, deseamos
incorporar a nuestra soberanía. En síntesis, si ese fue el detonante de nuestro
enojo y del fracaso de un acercamiento habremos perdido innecesariamente la
posibilidad de reanudar contacto con todos los interesados en el conflicto.
Todo indicaría que hemos agravado la disputa existente en lugar de mitigarla.
Esperemos que el canciller pueda reunirse con su contraparte británica y
abordar finalmente y cara a cara los temas más ríspidos de la agenda bilateral.
Una política
exterior independiente no es la que navega solitaria, sin mirar hacia los
costados e ignorando las consecuencias y el costo futuro de sus acciones. Una
política exterior es independiente y además hábil cuando logra sumar amigos e
intereses en favor de sus propios objetivos. Al hacer justamente lo contrario
sumamos en contra nuestro a los numerosos amigos de Israel y del Reino Unido,
muchos de los cuales son nuestros más próximos socios y vecinos. Una vez más
hemos elegido el camino de la confrontación estéril en lugar del diálogo, el
acercamiento y la negociación.
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